El revés electoral del pasado domingo parece haber sacado de quicio al agrupamiento Cambiemos. El presidente Macri deliró al día siguiente del cachetazo desautorizando el voto de la ciudadanía por incompetente, y el miércoles Elisa Carrió incurrió una vez más en una de esas arengas psicopatológicas a que nos tiene acostumbrados convocando a los “nuestros” para la elección de octubre, cuando hayan terminado de vacacionar esquiando en los Andes o paseando por Europa. A lo que añadió una serie de vituperios contra los que habían votado al Frente de Todos, a los que desdeñó por su “pobreza”, para terminar con un arrebato de energía afirmando que “¡sólo muertos nos van a sacar de Olivos!” Uno piensa si no habrá sido un acto fallido y en realidad se refería a Oliva, el conocido manicomio de la provincia de Córdoba. Pero el dislate se agrava cuando se constata que ese discurso o como quiera llamárselo se pronunció en una reunión del “gabinete ampliado”, con todas las figuras del gobierno escuchando las palabras de Carrió…, ¡y aplaudiéndolas! La decadencia de la política es un hecho, realmente.
Lo más grave de todo es sin embargo la amplitud del fenómeno. Convengo que en la Argentina la cosa tiene unas características especialmente grotescas, pero si miramos un poco en derredor el panorama pone los pelos de punta. La verdad es que el relevo neoconservador que se produjo cuando remitió la oleada popular que había tomado cuerpo con el cambio de siglo, ha sido pródigo en fenómenos estrambóticos. La alienación de la realidad de que da muestra Mauricio Macri a cada paso (aunque en su caso habría que hablar más bien de un enclaustramiento en la realidad privilegiada del capitalismo de country) y los exabruptos y desquicios de Jair Bolsonaro empalidecen frente a la desenvoltura con que Donald Trump maneja las relaciones exteriores de la superpotencia, ligereza que en cualquier momento puede acabar en un traspié de consecuencias mayúsculas.
Ahora bien, la reacción histérica de los “cambiemitas” y la de sus más influyentes voceros en la prensa oligopólica que tanto potencia el discurso único y tanto daño hace a la opinión, es un alerta temprana acerca de que no hay que aguardar nada de la runfla de aprovechados que controla el sistema. El futuro es una proyección difícil, determinada básicamente por los elementos de la crisis paroxística que el actual gobierno está legando al próximo. Pero a este dato objetivo hay que sumar el carácter inconciliable de sus personeros, de esa mezcla de especuladores, bancos, monopolios, mafia judicial y comunicacional cuyo discurso, lejos de proveer de un mínimo de tranquilidad y razonabilidad a la situación, exaspera sus tensiones y se empaca en su soberbia y arrogancia de siempre.
¿Cómo se puede pensar en soldar “la grieta” cuando nos encontramos en presencia de un sistema que reacciona de semejante manera ante un abrumador veredicto de las urnas? Esa disposición a la convivencia, que seguramente existe en un campo popular que fue capaz de aceptar la derrota en 2015 pese al carácter mínimo de la mayoría que obtuvo Cambiemos, y que soportó que en nombre de esa ínfima cifra se operase sobre el cuerpo de la República una cirugía mayor que, lejos de favorecerla, la desangró sin piedad, esa disposición, decimos, no existe entre los exponentes del sistema.
Carrió no está sola. Hay quienes, con un discurso más refinado y sutil, plantean en el fondo las mismas posiciones. Y en ocasiones incluso sin sutileza. El diario La Nación, el más tradicional y sólido (en lo referido a las cualidades inherentes al oficio) órgano de la prensa escrita argentina, suministra algunos ejemplos de este tipo de discurso. Véase por ejemplo el artículo de Jorge Fernández Díaz sobre los “Dilemas de un cuarto gobierno kirchenerista”. Desde el título se percibe la intención de ahondar la grieta, incluso en el seno del partido opositor, pues el Frente de Todos no es un movimiento sólo kirchnerista, ni siquiera exclusivamente peronista, sino que supone una articulación muy amplia, aunque la presencia del peronismo en él sea preponderante y determinante. La materia del asunto no es otra que las diferencias entre las alas de ese movimiento, lo cual es un legítimo motivo de análisis. Lo objetable es el tono despectivo y superior con que se lo aborda, que se manifiesta abiertamente cuando, por ejemplo, el articulista se pregunta si: “¿Es Alberto el nuevo macho alfa del movimiento nacional y popular? ¿O la hembra alfa (por Cristina) sigue al mando de la manada?”
La palabra manada es inequívoca. Como siempre, desde “La fiesta del monstruo”, el lamentable panfleto con que Borges y Bioy Casares denigraban en los años cuarenta al primer peronismo, el lenguaje de la casta dominante se esfuerza en acumular las analogías animales, en exacerbar el asco que la clase media alta suele sentir por la materia humana que bulle en las profundidades de esta sociedad y que suele tener el defecto de ser pobre, fea, sucia y a veces mala. Creíamos que la “corrección política” había moderado esta tendencia, pero es mejor no engañarse; está allí, próxima a la superficie, tan viva como en tiempos de “El matadero”, de Esteban Echeverría.
¿Y qué hay de la delectación con que el diario Perfil reproduce los titulares insultantes de un órgano neoconservador de España, como es “El Mundo”, cuyo director invectiva a la Argentina diciendo que “tiene un pueblo que ama a sus propios ladrones”… y desahoga su furia reproduciendo los tópicos más infames y las posverdades más imbéciles a propósito de nuestro sufrido país. Nadie, en esos medios argentinos, parece sentirse herido en su orgullo nacional; al contrario, parece que quienes reproducen la diatriba se regocijan al verter, por interpósita persona, el veneno que acumulan en su interior.
De modo que no hay que esperar mucho del sistema incluso después de la severa admonición que las urnas han formulado respecto a la gestión Macri. Y faltan dos meses para las elecciones y cuatro para el traspaso del poder. Es un tránsito largo y peligroso, dadas las circunstancias y la vocación incendiaria de que dio muestras el gobierno al día siguiente de las PASO, cuando dejó volar al dólar. La oposición debe expresar con claridad que no dejará pasar ninguna emboscada, que exige defender las reservas, que se opondrá por todos los medios a su alcance a cualquier decreto de necesidad y urgencia que intente saltearse el Congreso y que, por ese atajo, quiera introducir la reforma laboral, la reforma jubilatoria o cualquiera de las instancias que el FMI viene solicitando.
Habrá que ver cómo evoluciona la situación en los próximos días. Si las aguas se aquietan y los “mercados” dejan de promover el caos y la fuga de capitales quizá se puedan pilotear las cosas. Pero si la turbulencia aumenta, la inflación sigue disparándose y la crisis se pronuncia, tal vez no estaría de más pensar en un adelantamiento de las elecciones, tomando todos los recaudos legales que sean posibles para no violar la Constitución.
Cumplir el cronograma electoral es factible y diríase que deseable, pero mucho dependerá de la posición que tome el gobierno y del tenor de ciertos discursos. Cerrar este último ciclo neoliberal dentro de una relativa estabilidad será bueno: hay que estar enteros para prepararse a afrontar la dificilísima batalla que aguarda al país después del 10 de diciembre.
La perspectiva hemisférica
Una cosa es cierta: pase lo que pase, el triunfo del FdT en las PASO significa algo más grande que la victoria en unas primarias que anticipan la posibilidad de un cambio gobierno en la Argentina. Es la posibilidad de comenzar a desandar un camino de regresión antipopular que afecta a América latina y cuyo síntoma más inquietante había sido la entronización de Macri por procedimientos democráticos. Hasta ese momento las suplantaciones de los gobiernos populares habían tenido lugar por la fuerza o en episodios viciados de nulidad legal. Honduras, Paraguay, luego Ecuador con la traición de Lenin Moreno; el golpe parlamentario en Brasil para desalojar a la presidenta Dilma Rousseff, fueron episodios de violencia barnizada de legalidad, donde el “lawfare” suplantó a los tanques en la calle. En cambio el ascenso de Macri al gobierno se verificó por vías inobjetables, sentando el precedente del primer gobierno neoliberal elegido por el pueblo, aunque fuere por mínima diferencia. Fue como si la tonicidad muscular del pueblo estuviese cediendo y disponiéndose a conceder sin protesta cualquier cosa que se le exigiera. Si bien en Brasil la situación que preludió al triunfo eleccionario de Jair Bolsonaro fue mucho menos transparente (golpe parlamentario contra Dilma, interdicción y prisión del candidato natural del pueblo, Lula da Silva), las abultadas cifras que le dieron la victoria equivalieron a un plebiscito. El campanazo del domingo 11 de agosto en Argentina debe haber sonado como un redoble fúnebre en los oídos de Bolsonaro, pues si a Macri le llevó tres años perder gran parte de su poder de convocatoria, a él le han bastado unos pocos meses para transformarse en una figura que camina por la cuerda floja. Esto nos lleva a preguntarnos si nuestras PASO no están preanunciando el principio del fin o al menos el debilitamiento del proyecto neoliberal en todo el subcontinente. Difícil saberlo, pero sería una espléndida noticia.