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10
JUN
2019
La campaña electoral se anuncia feroz. Hay mucho en juego. El electorado está aparentemente apático, pero alerta, como lo demuestra la elevada concurrencia a las elecciones provinciales.

A dos semanas de proclamada la fórmula Fernández-Fernández no queda duda de que la movida ha puesto del revés al mapa político-electoral. Cristina Kirchner ha sabido manejarse con habilidad en este espacio. Su decisión de bajar un escalón en la fórmula ha tomado increíblemente por sorpresa a sus adversarios. El factor Massa parece estar diluyéndose con premura mientras el político tigrense es inexorablemente atraído al Frente Patriótico o como quiera vaya a llamarse la coalición antigubernamental que se está constituyendo. Algunos, aunque aprueban la decisión de la ex presidente en el sentido de dar un paso al costado, objetan en sordina al primer término del binomio y piensan que podría haberse efectuado otra elección; otros consideran que Cristina hubiera debido jugar desde un segundo plano, sin aparecer en la fórmula propuesta para la jefatura del ejecutivo. De todos modos, la fórmula está y, personalmente, creo que no es objetable. Podría haber ido Alberto Fernández o algún otro en el primer término de la papeleta, pero la presencia de la ex presidente en ella, aunque fuere en segundo término, era difícil de  soslayar. Incluso atribuyéndole una disposición al sacrificio personal que no necesariamente tiene que formar parte de su idiosincrasia, Cristina posee en este momento el mayor caudal electoral y suscita adhesiones lo suficientemente apasionadas como para que, probablemente, muchos de sus seguidores hubiesen emigrado más a la izquierda o hubieran votado en blanco si no hubiera figurado su lideresa en el cartel.

Ahora bien, aunque el momento está cruzado por el tráfago de las gestiones para configurar las listas que serán sometidas a las PASO y luego a las elecciones generales, es indispensable pensar en el después de la contienda electoral. Los cotejos electorales, a pesar de las muchas trampas que suelen recorrerlos y que esta oportunidad estamos seguros proliferarán fabricadas por las usinas de la desinformación del gobierno (la AFI, el poder judicial y los oligopolios de prensa), suelen suscitar un entusiasmo y un espíritu festivo de los cuales, en esta ocasión, convendría desprenderse. En efecto, más allá de las emboscadas con que estará minado el camino a los comicios, pasados estos y  en la eventualidad de un triunfo del bando que agrupe a las fuerzas nacional populares, el elenco de problemas a tratar es de una envergadura mayor y no podrá ser enfrentado sin un programa de fondo, que fije los objetivos estratégicos con claridad y que sea capaz de inspirar confianza respecto al sentido último de las políticas a desarrollar. Pues aunque en política resulte político, valga la redundancia, la ambigüedad no va a servir para inspirar a la población de un país moralmente exhausto, harto de reiteraciones hechas de grandes enunciados y de resultados prácticos insuficientes. No diré nulos ni mediocres, pues no hay duda de que los gobiernos populares se apuntaron algunos éxitos, favorecieron las condiciones de vida y generaron  un desarrollo embrionario del país; mientras que los gobiernos del establishment cada vez que llegaron al poder pusieron en práctica -sea por vía de la fractura constitucional, sea por el único resultado electoral en el cual consiguieron una ajustada victoria- un proceso dedicado a desmontar con brutalidad y presteza todo lo que pudieron de lo costosamente logrado por los nacional populares. La conciencia de su propio interés está muy aguzada en las fuerzas que componen el bando oligárquico y que tienen una larga experiencia en el manejo de las palancas de una economía dependiente de los grandes centros de la finanza internacional, con los que forman una misma cosa.

Está bien entonces la prudencia cuando se mide la relación de fuerzas actualmente existente en nuestro país. El imperialismo norteamericano está ejerciendo una despiadada presión sobre el conjunto de Latinoamérica y eso obliga a acomodos que en otras ocasiones hubieran parecido insoportables; tómese el ejemplo de México, que incluso bajo la dirección de un mandatario tan popular e irreprochable como Andrés Manuel López Obrador ha tenido que agachar la cabeza y conformarse al diktat de Estados Unidos respecto a la restricción de la migración proveniente de América Central y dirigida al sur de la Unión. So pena de ser castigado con una serie de gravámenes a sus exportaciones a EE.UU., AMLO ha tenido que movilizar a la guardia nacional para frenar el flujo migratorio proveniente de Centroamérica. De haberse verificado la amenaza norteamericana esta hubiera generado una progresión en las cargas impositivas aplicadas a los productos mexicanos que cruzan la frontera norte, del 4 al 40 por ciento. Y eso en un lapso de unas  pocas semanas.

“La pesada herencia”

El panorama que deberá afrontar el próximo gobierno de nuestro  país es más que sombrío. Con la industria paralizada, con una tasa de desempleo elevada y sin expectativa de reversión si se mantienen las actuales políticas; con una política tarifaria dolarizada mientras los salarios en pesos son devorados por la inflación y con un servicio de la deuda, monitoreado por el FMI, que consume los recursos que genera la economía a una escala que veda cualquier posibilidad de desarrollo, el futuro se presenta negro. Hay que pagar 156.650  millones de dólares durante el cuatrienio del futuro mandato, y en primer lugar los 22.800 millones que vencen en 2020, en el marco de una deuda pública bruta de U$S 345.384 millones.[i] El default, o la resignación al deterioro y a la miseria están a la vuelta de la esquina. Estos han sido los logros del gobierno de Cambiemos, que cogió a un país desendeudado en 2015 y lo devuelve (tal vez) convertido en una sociedad atónita y tambaleante.

Está bien la prudencia, entonces. No se puede proceder a tontas y a locas. La sociedad, por otra parte, no parece estar de humor para arrebatos. Pero también es verdad que ni la sociedad va a salir de su atonía ni el país va a recuperar otro impulso que no sea el de las reacciones espasmódicas, si no se implementan políticas defensivas dotadas de nervio y que no se limiten a las declaraciones vacuas. Mientras se negocia hasta donde se puede con el FMI habrá que tomar la ofensiva en el plano interno para galvanizar a una población escéptica. Hay que realizar una auditoría integral de la deuda monstruosa que el gobierno Macri tomó con el fin de beneficiar al capitalismo de amigos y de reventar cualquier posibilidad de desarrollo autónomo al atar al país al servicio de las obligaciones contraídas; hay que promover una reforma del Poder Judicial empezando por declarar en comisión de servicios a buena parte de la justicia federal para acabar con el siniestro tramado que se ha establecido entre la AFI, Comodoro Py, el Ejecutivo y los oligopolios de la comunicación;  hay que realizar una reforma fiscal progresiva que, entre otras cosas, devuelva el excedente de la renta agraria, financiera  y minera que fue sustraída al fisco no bien asumió Cambiemos y que empezó a cavar el pozo de la deuda en que se ha hundido el país; hay que acabar con la bicicleta financiera imponiendo el control de cambios; hay que nacionalizar el comercio exterior y poner fin a las facilidades que el macrismo ha dado a los exportadores agrarios y a las compañías mineras para liquidar sus ganancias en el mercado interno cuándo les venga en gana -si es que esto se les ocurre y no las dejan en el exterior-; hay que tomar medidas paliativas que alienten la producción de la pequeña y mediana empresa para restañar la sangría que se produce en el empleo y que arroja a ejércitos de desocupados a la calle; y, por último, pero no lo menos importante, hay que definir una política de defensa y una política exterior que tomen en cuenta el rol de la Argentina en la región y el de la región en mundo. Este es el rubro más delicado, porque en él juegan factores que están fuera de nuestro alcance, pero que no por esto dejan de ser determinantes para nuestro destino y frente a los cuales es necesario actuar sin voluntarismos, pero con un sentido claro de la orientación. Es decir, sin perder de vista la meta, más allá de las curvas que pueda presentar el camino.

Este programa debe ser explícito y expuesto durante la campaña, hasta contraer un compromiso inequívoco con su cumplimiento. La gradación con que se pueda ir desarrollando este proyecto dependerá de cómo evolucionen las cosas y del grado de capacidad que como pueblo tengamos para sostenerlo.

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[i] Cifras suministradas por el diario Perfil del domingo 9.06.2019.

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