Por fin se comienza a ver un poco más claro en el panorama electoral argentino. La decisión de Cristina Fernández de Kirchner de apearse de su virtual precandidatura presidencial para relegarse a sí misma al papel de vice, y su decisión de solicitar a Alberto Fernández que ocupe la titularidad de la fórmula presidencial que se habrá de someter a las PASO, ha sido un movimiento definidor. La conmoción y sobre todo la sorpresa que este episodio ha producido en la casi totalidad del espectro político son asimismo un poco asombrosas: ¿acaso no entraba dentro de lo razonable una movida de este tipo para allanar divergencias que podían obstaculizar la constitución de un frente popular para enfrentar al régimen? Aunque, claro, cabe recordar que el sentido común es el menos común de los sentidos, lo que podría explicar el estupor que la decisión causó. En este caso, afortunadamente, ha prevalecido la inteligencia y, por qué no, cierta generosidad y desprendimiento de parte de la ex mandataria.
Esta columna había barajado el nombre de Felipe Solá como una opción para una salida de este tipo. Era una opción que sigue pareciéndonos buena. Pero, de cualquier modo, a los fines de encontrar un camino para comenzar a escapar de la encerrona económica y política que agarrota al país, la selección de Alberto Fernández para esa designación es una alternativa excelente. Y si deseábamos una mayor premura para agilizar los trámites en el proceso de decantación de las candidaturas pues los problemas son legión y el tiempo urge, no hay duda de que la decisión de la ex presidenta vino a responder a esa demanda. La actitud de Cristina Fernández fue inteligente, hábil y reveladora de que es una política capaz de aprender de sus propios errores; cosa estupenda, pues superar cierto egocentrismo y cierta intemperancia de carácter era una asignatura que tenía pendiente, ya que disminuía su estatura como el más brillante cuadro político de que dispone el país en este momento. No por esto va a dejar quien es: más allá de las rencillas y los altibajos de su relación, la selección de alguien que, como Alberto Fernández, ha pertenecido al círculo más íntimo de sus colaboradores en la época de Néstor Kirchner, no deja de demostrar que la ex presidenta sigue tendiendo a recostarse sobre figuras que están dentro de un círculo casi familiar.
El movimiento realizado por CFK ha descolocado al gobierno de Cambiemos. Empecinado en hacer de la polarización el centro de su estrategia electoral, demonizó a la ex presidenta y la abrumó con acusaciones indemostrables pero espectaculares, infladas a tambor batiente por los medios concentrados. Ahora se encuentra con que su blanco favorito ha dado un paso al costado y que sus cañones apuntan al vacío. Por supuesto que la llevará o intentará llevarla al banquillo de los acusados, pero la foto de la aspirante a presidente compareciendo ante un tribunal ha desaparecido en el aire. El furor y la decepción provocados en las filas de Cambiemos y de los medios y comunicadores que esperaban dar el puntapié de partida a la campaña con esa imagen son inconmensurables: no hay más que ver los títulos y los comentarios con que saludaron la noticia para darse cuenta. Es como en el cuento de veterinario y el oso: el veterinario pulverizó en un mortero las proporciones de la droga que iba a darle al animal soplándole la medicación en el gaznate con un tubo de papel enrollado a tal efecto, pero cuando se disponía a hacerlo… el oso sopló primero.
A nuestro entender Alberto Fernández es una opción adecuada para tratar de hacer frente a la crisis de proporciones descomunales en que nos ha sumido en tres años y medio el gobierno de Cambiemos. Es una persona equilibrada, un negociador nato, está curtido por muchos años de política, tanto en la militancia como en la carga pública. Para los “puros” su trayectoria no es lo suficientemente rectilínea como para que inspire confianza, pero, aparte de que en política a la pureza hay que entenderla dentro del trasiego de influencias y de negociaciones que en ningún caso se adecuan a la moral del evangelio, la coyuntura requiere de las cualidades de un moderado para comenzar a salir del engorro en que estamos metidos.
Es muy pronto para vaticinar nada, pero la formación de un “frente patriótico” conformado por fuerzas que en líneas generales se identifican con un proyecto nacional, era un primer paso esencial. La decisión de Cristina de poner a Alberto Fernández en ese puesto ha suscitado la adhesión de sectores muy extendidos dentro del peronismo o en sus inmediaciones, y reconocibles por su vocación nacional y popular. Tanto la CGT como el sindicalismo combativo encabezado por Hugo Moyano también han aplaudido la fórmula, sumándose a ella; esto reconstituye la combinación que fue la clave del peronismo clásico y asimismo de la conjunción político-sindical de la primera etapa kirchnerista.
Con esta movida el elemento de rispidez que hay en la trayectoria de Cristina y que antagoniza a muchos sectores de la clase media se difumina. También el agotamiento nervioso que esta sociedad padece a consecuencia de los continuos altibajos del gran guiñol judicial al que este gobierno ha sometido a Cristina a través de un sector de la judicatura, tiene que apaciguarse con la proyección al primer plano del nuevo candidato, al que se conoce como a un hombre del Derecho, preocupado por la limpieza de los procedimientos judiciales y contra quien el gobierno no había armado las operaciones de inteligencia con las que ha venido hostigando sin pausa a CFK. Aunque es probable que estas no tarden en llegar, dada la degradación de la AFI y el uso irresponsable que el ejecutivo da a sus agentes.
No es mucho más lo que puede deducirse de la movida de Cristina Kirchner. Se trataba de construir una combinación que ampliase la base electoral del binomio postulante a la presidencia y limase las aristas más ásperas de las resistencias que en algunos sectores suscita el nombre de la ex presidenta. Creo que eso se ha conseguido. Es difícil que se produzcan fugas hacia la izquierda en la masa que se identifica con CFK: la coyuntura regional y global no es de momento favorable a las ilusiones líricas y por mucho que los planteos de carácter radical puedan tener razón respecto de la naturaleza opresiva del sistema capitalista-imperialista, no están dadas las condiciones para encararlo frontalmente. Sólo paulatinamente y en la medida en que se haga evidente que se está ante un muro de piedra se percibiría en el seno de la población la necesidad de una construcción que superase a la de un frente patriótico que sume a la clase obrera, la clase media y la pequeña y mediana empresa en una tarea encaminada a recuperar el estado, y desde allí las palancas de una economía que ha perdido el camino y hoy está orientada a la desindustrialización y la dependencia.
No va a ser nada fácil salir del atolladero en que nos deja Cambiemos. El año próximo hay que pagar 22.800 millones de dólares de la deuda contraída por el actual gobierno, cifra que asciende a U$S 156.000 millones hasta el 2024, mientras que el total de la deuda pública bruta es de 354.384 millones de dólares.[i] Pagar esas cifras respetando las actuales coordenadas por las que se mueve esta sociedad es imposible, como no sea estrangulando al país y sometiéndolo a unas horcas caudinas que implicarían las más feroces reformas, tanto laboral como previsional, y la virtual reducción a la indigencia de la mitad de la población, mientras se amputa a la sociedad de cualquier posibilidad de crecimiento a futuro en materia educativa, científica y sanitaria.
Lidiar con esto va a ser una dura batalla. La fórmula Fernández-Fernández creemos que es una herramienta muy adecuada para empezar a hacerlo. Pero primero hay que ganar las elecciones. Es una tarea factible si se la encara con el mismo espíritu que ha estado en la base de decisión que comentamos.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
[i] Diario Perfil, lunes 20 de mayo de 2019.