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25
MAR
2019
James Monroe, 5º presidente de Estados Unidos.
James Monroe, 5º presidente de Estados Unidos.
La constante presión norteamericana sobre Venezuela hace pensar que, de una u otra manera, el poder militar norteamericano va a probar suerte e intentará someter por la fuerza al país del Caribe, como parte de un proyecto mucho más ambicioso.

¿Qué hay detrás de la insistencia maniática de Donald Trump y sus colaboradores afirmando que respecto a Venezuela “todas las opciones están abiertas”? ¿Es un bluff destinado a presionar a Nicolás Maduro y a espantar a los militares venezolanos o patentiza una voluntad agresiva que ya ha comenzado a ponerse de manifiesto con el ciberataque contra la red eléctrica de ese país, ataque que lo dejó sin energía por varios días? Es imposible saberlo, pero me atrevería a pensar que hay un núcleo agresivo muy real –en el sentido de llegar al final del camino- en esa disposición a la hostilidad constante.  Días pasados Trump volvió a explayar esa resolución durante la visita de Jair Bolsonaro a Washington. A pesar de que el nuevo presidente brasileño expresó su preferencia por una salida pactada o al menos sin derramamiento de sangre, contrariando los brotes psicóticos de que suele dar muestra cuando habla de su propio país, su colega norteamericano insistió en su postura.

Conviene no disociar esta agresividad con las miras geoestratégicas de gran alcance que son propias a los Estados Unidos. Desde varios años ya, en esta columna hemos venido expresando que, si la Unión se veía en dificultades y en tren de fracasar en su proyecto hegemónico global, podía escoger una vía de repliegue que consistiría en recortar sus compromisos en algunos lugares del mundo y en reforzar su dominio hemisférico con el doble objetivo de cerrar sus accesos, por una parte, y por otra seguir compitiendo por el poder global desde una posición de fuerza y asentado sobre una fuente de materias primas inagotable.

Es en este orden de cosas que hay evaluar las declaraciones de John Bolton, el consultor de seguridad nacional de Trump, que se ha pronunciado por transformar la coalición contra Venezuela en una institución. Ha afirmado que su país no teme usar la frase “doctrina Monroe” para fijar su posición. La doctrina Monroe, como se sabe, instituyó el principio de que “América es para los americanos” en el entendimiento de que América es, en realidad, Estados Unidos, y de que a sus ciudadanos les corresponde el gentilicio. Según el analista de la publicación electrónica “Sputnik”, Andrew Korybko, Bolton se ha expresado a favor de una iniciativa norteamericana en el sentido de construir un “hemisferio completamente democrático”. También en este caso cabe aplicar un sentido político a la semántica de la palabra “democracia”: sabemos lo que significa, en materia de política exterior, esa expresión para Estados Unidos. Es decir, significa el reino de la libre empresa, de la desregulación comercial y de la apertura indiscriminada a los productos provenientes del imperio. Los otros componentes que van asociados a la palabra democracia, como gobiernos elegidos por el pueblo, respeto a las instituciones y garantías individuales, autodeterminación nacional y soberanía no son tan importantes; pueden ser asumidos como elementos decorativos. Y, por supuesto, son muchos los casos en que se bendice con ese apelativo a sistemas de gobierno fraudulentos o tiránicos, que violan en forma sistemática los derechos humanos.

Para constituir ese bloque que asegure la permanencia del subcontinente al sur del Río Grande dentro de una gran coalición hemisférica, Bolton ha llegado a proponer un conglomerado que llevaría por nombre “Ciudadela América”, la que tendría como finalidad última la constitución de una estructura pan-hemisférica que se pareciera a la  OTAN. Como primer paso, por supuesto, habría que hacer volar a la “troika del mal” representada por Venezuela, Cuba y Nicaragua. El consejero nacional de seguridad no parecería prever grandes dificultades para llevar a cabo esa tarea, pues también ha calificado a los mandatarios de esos regímenes como “los tres chiflados”, evocando a Curly, Larry y Moe, los inefables payasos de aquella vieja tira cinematográfica de los años 30 y 40.

Uno tiende a pensar que las cosas podrían no ser tan sencillas como parece suponer Mr. Bolton, pero el hecho de que haya vinculado este proyecto a las guerras por procuración desarrolladas desde la era Reagan contra cualquier gobierno o movimiento que tendiese en Centroamérica a escapar de la tutela norteamericana, y que les haya otorgado su aprobación, no es tranquilizador. Como tampoco lo es que Elliott Abrams haya sido designado por el actual secretario de Estado Mike Pompeo como “emisario especial” para tratar la situación venezolana luego de que el presidente Trump desconociera el mandato de Nicolás Maduro. Abrams fue el principal responsable de las políticas intervencionistas contra El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua durante la década de los 70, y se le suele imputar haber cubierto la brutalidad con que se sofocaron las guerrillas o los movimientos contestatarios en esos países en su calidad de Ayudante Especial del Presidente y Director para Democracia, Derechos humanos y Operaciones Internacionales en el Consejo de Seguridad Nacional en 2001. La sola mención de estos títulos da la medida de la distorsión de las palabras y de la vuelta del revés al sentido de la política en la era criminal que estamos viviendo.

La marea de gobiernos de izquierda moderada que había cobrado impulso a principios de este siglo, puede considerarse remitida. La combinación de golpes de estado de baja intensidad, de golpes institucionales y de saturación de la opinión por vía de la corrupción de la justicia y de la intoxicación mediática masiva, más los errores y en ocasiones la ligereza política con que el progresismo condujo esos procesos, culminó en la caída o la derrota electoral de esos movimientos. Más que una marea roja representaron una marea rosa: no pudieron librar las batallas que hubiesen comprometido el predominio oligárquico o no encontraron la ola de fondo que los hubiera impulsado a asumir esas tareas y hubiera sostenido su impulso.

 El Prosur

Los pasos previos a la puesta en práctica de la estrategia norteamericana dirigida a una modernización de la doctrina Monroe están ya en curso. La creación del “Grupo de Lima” fue uno. Sin embargo, concebido con el único objetivo de acabar con el gobierno de Maduro no ofrece la solidez burocrática que requiere una empresa de mayor aliento. Es por esto que el jueves pasado se reunieron en Santiago de Chile los mandatarios Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia y Paraguay, y dieron forma a una declaración que despidió a la Unasur –el organismo creado por Néstor Kirchner, Lula da Silva y Hugo Chávez- y propuso su reemplazo por el Prosur, una entidad que, en palabras del presidente del país huésped, Sebastián Piñera, debería ser un “organismo multilateral flexible y sin ideologías”. Los delegados de los presidentes de Bolivia, Uruguay y Surinam, que también asistieron al encuentro, se abstuvieron de firmar el acuerdo.

No se comprende bien lo que se quiere significar como “ideología”. Uno de los participantes en el encuentro le contó al reportero de Infobae que cubría la reunión que se la concibe como antípoda al vocablo “democracia”. Lo cual suscita un interrogante mayor aún: ¿no implica la palabra democracia una asunción obviamente ideológica por la cual democrático es un gobierno refrendado por las mayorías? Parece evidente que, en este caso, lo que se quiere decir es que a la  democracia se la entiende como una antípoda de “populista”. El pecado que invisten, por ejemplo, todos los gobiernos del chavismo, pero que, curiosamente, han sido puestos en  ese lugar por el voto de las mayorías. De lo cual se podría inferir, una vez más que, para nuestras elites liberales “la democracia no es el gobierno de las mayorías sino el gobierno de los democráticos…”

Para escapar de este galimatías será bueno mirar el panorama en perspectiva. Y este ofrece dos alternativas, la asunción del predominio norteamericano sobre el entero hemisferio occidental, arreglándose cada país como mejor puede con el Gran Hermano del norte y corriendo la suerte que se digne asignarnos; o volver sobre nuestros pasos y reconectarnos con las experiencias que intentaron dar forma a alguna suerte de compromiso comunitario dirigido a constituir un gran bloque regional que sea capaz de valerse por sí mismo en un mundo multipolar que va a ser cualquier cosa menos un escenario de paz y cooperación. Para Washington de lo que se trata de tomar el control total del hemisferio, para crear una estructura dirigida económicamente por los Estados Unidos y que sea complementaria de la OTAN, al otro lado del océano.

Claro que, para que la primera opción pueda llegar a ponerse manifiesto, la energía, la coherencia del pensamiento geoestratégico, la inteligencia política, la prudencia y la firmeza al enfrentar al enemigo interno que vive en simbiosis con el rival externo, serán determinantes para que ese proyecto vaya integrándose y haciendo camino, en el marco de una nueva guerra fría que parece se va a constituir en el rasgo distintivo del presente siglo. Hoy, en medio de la oleada reaccionaria que cubre al subcontinte, este planteo puede parecer risible; sin embargo, tenerlo como un parámetro último de la labor política debería ser la premisa esencial a partir de la cual se oriente la acción cotidiana.  

No hay otro camino para quien se precie de un credo conectado a las grandes experiencias liberadoras que arrancan de la Revolución Francesa y convergen en el socialismo, que ceñirse al camino señalado por Gramsci y que pasa por el “pesimismo de la conciencia y el optimismo de la voluntad”. La frase es socorrida, pero hoy es más veraz y necesaria que nunca.

 

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