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04
OCT
2008

Crisis económica y realineamiento mundial

La compleja catástrofe económica en Estados Unidos tiene un correlato militar que convendría empezar a considerar en sus eventuales consecuencias.

El quebranto de Wall Street tiene más de una lectura. Por un lado el desastre pone en evidencia la locura del turbocapitalismo: esa forma de especulación desenfrenada que mueve ingentes cantidades de dinero virtual de una plaza a otra en cuestión de segundos, y que además exige un mercado teóricamente libre y la derogación absoluta de los controles y regulaciones estatales. Por otro, el crac de Wall Street expone a la economía real –la vinculada a la producción de bienes y servicios, y que provee el grueso de la mano de obra en el mundo entero- a una crisis en el empleo y el crédito que repercutirá en el ahorro privado y el nivel de vida de cientos de millones de personas, cosa que a su vez derivaría en un acrecentamiento de las tensiones sociales y en una serie de reordenamientos estratégicos a nivel internacional, de los cuales no se sabe qué puede salir. Lo último, pero no lo menos importante, es que la crisis brinda la oportunidad para una nueva reconcentración capitalista que pronuncie el poder de las entidades bancarias que conforman la Reserva Federal, y que tienen una relación privilegiada con el Tesoro, el Ejecutivo y el Congreso de Estados Unidos. Los contactos entre ellos son muchos y variados. De las acciones de “salvataje” que emanan de las oficinas gubernamentales en Washington se derivan hundimientos y alzas financieras que pueden ser aprovechadas por quienes están más sólidamente posicionados en los mercados y tienen más fuertes vínculos con el poder; el cual en realidad es su agente y no hace otra cosa que ejecutar sus intereses. Ello permite que estas fuerzas anónimas compren cuando baja el valor de las cotizaciones y vendan cuando estas recuperan puntos al reanimarse el mercado por una señal oficial. Como puede ser el “bail out” por 700 mil millones de dólares anunciado por Bush y que tantas dificultades tuvo para pasar en el Congreso.

De hecho, lo que el Tesoro y la Reserva Federal hacen, es tomar el salvataje de las entidades financieras y derivárselo a una red de bancos privados que hacen su negocio con el proceso de compras y fusiones. Es decir, que se trata de una “nacionalización” de la deuda privada a pagar por los contribuyentes comunes.

Es imposible discernir las complejidades de este juego de masacre. Uno tan sólo puede constatar que a través de él se sigue verificando el cumplimiento de la regla de hierro que comanda el sistema capitalista: la maximización de la ganancia, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Y esa regla nos llevará a un incremento de las tensiones mundiales que sólo podría ser repelida por unas acciones de masa provistas de directivas políticas claras. Cosa que resulta improbable porque no hay dirigencias importantes que aparezcan comprometidas con un cambio en profundidad y ello determina que los pueblos estén sin brújula, sumidos en un universo mediático que los atonta y en el cual pueden encontrar, a lo sumo, alimentos para incrementar su cólera, pero poca o ninguna alternativa para orientarla creativamente.

Pero por esto mismo la inquietud cunde en la administración norteamericana. Las razones dadas sobre el retorno de la primera brigada de combate de la 3ra. División, de servicio en Irak, en el sentido de que será desplegada en Estados Unidos en el caso de ataques terroristas que siembren pánico en la población y obliguen a tomar medidas de control que contengan a las multitudes, no convencen a nadie y hacen presumir más bien que esa disposición de las autoridades apunta a estar en condiciones de lidiar con posibles tumultos civiles derivados del colapso financiero y su seguro impacto en la caída del empleo y de los fondos de pensión.

Es probable que el paracaídas monetario que la administración lanzó al mercado y que in extremis sorteó los obstáculos con que chocaba en el Congreso, más los esfuerzos que puedan cumplir los bancos europeos para asegurar sus plazas, permitan acotar los efectos inmediatos de la crisis. Pero esta va seguir, y las disposiciones tomadas son impopulares tanto entre los habitantes de Estados Unidos como entre los de la Unión Europea. Y lo serán cada vez más a medida que se incrementen la contracción del crédito y la disminución del consumo.

La fractura de poder unipolar y sus posibles consecuencias

La loca carrera para apropiarse de la riqueza a través de la manipulación financiera es el motor que explica la crisis actual. Es la razón del torbellino económico y de la devastación social. En ella la guerra juega un papel importante. Guerra y globalización van de la mano ¿O acaso el 11 de septiembre no suministró el pretexto que Estados Unidos necesitaba para lanzarse concretar su proyecto hegemónico? Aunque este, día a día, se enfrenta a mayores dificultades. La debacle económica tal vez marca el final del mundo unipolar, pero va a acarrear consecuencias que no serán fáciles de afrontar. El hecho de que se vaya a una multiplicación de las fuentes de poder en vez de al predominio de una sola de ellas, es positivo, en la medida que limita la capacidad de Estados Unidos para seguir expandiendo su gasto militar en gran escala; pero, por otra parte, también implica que otras superpotencias emergentes ingresarán a disputar el control de áreas geográficas, materias estratégicas y mercados.

En medio de este desquicio, Rusia despunta de nuevo como el gran poder que fuera hasta hace poco. Con sus finanzas en orden como consecuencia de la regulación estatal, con un poderío militar acrecentado y con las serias advertencias que lanzara en los últimos tiempos por los intentos de la Otan de cercarla y reducirla a poco más que una potencia asiática, puede hacer valer el dato nada menor de que dispone de la llave que cierra y abre la traslación de energía –en forma de petróleo y gas- a una Europa necesitada de esta.

Conviene echar un vistazo a la nueva configuración política mundial que puede estarse gestando, aunque nos haría falta un mapa para expresarla de manera bien inteligible. Si vemos el proceso actual con los ojos de la historia del siglo 20, observaremos que la situación de Europa occidental, con Alemania como fuerza centrípeta, está volviendo al juego pendular que tenía a Rusia y a las potencias anglosajonas como referentes contrastantes de atracción. En la teoría geopolítica de Halford Mackinder, la Región Cardial o Isla Mundial (Rusia, Asia central y China) es la que podría predominar en el mundo si gana o arrebata a los países del “Creciente exterior” (el hemisferio occidental e Inglaterra), la adhesión de los países del “Creciente interior” (el Asia Menor y Europa occidental). Este juego ya costó dos guerras mundiales, más allá de los datos específicos que caracterizaron a cada una de ellas. La Unión Europea podría estar asomándose así a un dilema como el encarnado, por ejemplo, en el pacto Hitler-Stalin, si dejamos de lado a las personalidades en juego y a las comparaciones ideológicas y nos ceñimos a los datos crudos de las políticas de poder.

Estas ecuaciones pueden parecer inverosímiles, pero sólo si no vemos a la historia como una continuidad. Así como, se me permite la digresión, también hay una continuidad lamentable entre nosotros, donde por estos días nos volvemos a encontrar con el sabotaje urdido por la coalición de estancieros y chacareros –el “partido del campo”-, que quiere reducir al país a sus estrechos intereses de grupo, al pretender una maximización de sus beneficios absolutamente desproporcional a su importancia económica y a su peso demográfico. Pero este es otro tema.

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