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30
OCT
2018
Bolsonaro con militares.
Bolsonaro con militares.
En Brasil, como estaba previsto, ganó la ultraderecha. Pero su triunfo acarrea la victoria de las FF:AA. El escenario latinoamericano se complica.

Que no me vengan a hablar de democracia. El balotaje en Brasil dio un triunfo contundente al candidato ultraderechista Jair Bolsonaro. ¿Fue esta victoria consecuencia de su mayor predicamento popular o el resultado de la reducción de las fórmulas de la democracia a su remedo más caricaturesco? La fuerza arrolladora de los oligopolios mediáticos que se ocuparon en sepultar al bando popular bajo el peso del discurso único, y la infiltración y saturación de  las redes sociales por especialistas en fomentar la confusión que, ya de por sí, generan en todas direcciones estos foros de comunicación irresponsables, ¿pueden garantizar una transmisión limpia del mensaje político? ¿Puede considerarse un cotejo leal, una competición regular de campaña,  a un debate al cual uno de los dos candidatos decide no someterse a él invocando “razones médicas” mientras despotrica impunemente contra su adversario desde la seguridad de su casa? Y, por fin, puede considerarse democrática una elección en la cual el líder indiscutido del bando popular, Luiz Inacio Lula da Silva, se encuentra en prisión como consecuencia de un proceso amañado en su contra? En cualquier otro contexto esto habría sido definido como un fraude.

Esto dicho, no puede negarse que la ola reaccionaria que se desploma sobre el subcontinente tiene características masivas, y que la permeabilidad de los sectores medios y parte de los bajos al discurso neoliberal en economía y securitario en el nivel social, es indiscutible. La prédica contra la corrupción también ha calado hondo –y es normal que así sea, aunque, en el mensaje de los medios, esa corrupción sea desfigurada como perteneciente predominantemente a los gobiernos de origen popular y al sindicalismo, mientras se pasa por alto el hecho de que, en realidad, corresponde en sus cuatro quintas partes al establishment financiero y empresarial, en contubernio con las oligarquías tradicionales y con una parte importante de la corporación judicial, cooptada por el sistema.

Ahora bien, ¿basta esto para explicar el sorprendente ascenso de Jair Bolsonaro, ex capitán de paracaidistas, quien tras veintitantos años como parlamentario en los cuales no se había caracterizado por ninguna iniciativa importante, ha hecho irrupción como el Mesías señalado para purgar la acumulación excrementicia que sofoca al estado? Uno no dispone de información suficiente como para emitir una opinión categórica, pero a estar por lo que es posible oler a partir de la información de prensa y de la historia de nuestros países creo que, con la elección de Jair Bolsonaro a la presidencia, el ejército brasileño acaba de reconquistar el poder. Sin necesidad de recurrir a golpes de fuerza ni a desplegar tanques en las calles, los militares brasileños acaban de reimplantar su preeminencia en el escenario político brasileño, tal como lo hicieran entre 1964 y 1985. Eso se advierte en el gran número de hombres de armas que ganaron puestos electivos en la primera vuelta, en el hecho de que tanto el presidente como el vicepresidente sean militares y en las declaraciones explícitas de las más altas autoridades de las fuerzas armadas en el sentido de que bloquearían el acceso al poder a Lula da Silva, en el caso de que a este se le permitiese competir como candidato, dando así una señal inequívoca de apoyo al líder del PSL. Y también en las declaraciones de un alto jefe al periodista argentino Marcelo Falak, de Ámbito Financiero, a las que aludimos en esta página en la nota publicada el 8 de octubre ( Brasil: ¡Vista a la derecha!). En ellas el candidato del Partido Social Liberal emergía como una criatura de los militares, que se habían encargado de aleccionarlo y ponerlo en forma. Los golpes de estado viejo estilo son, por ahora, innecesarios: el “lawfare” y las “fake news”[i] los sustituyen con eficacia y  consienten, en un terreno nivelado por la crisis y por el descrédito de los partidos tradicionales, la implantación de políticas que hasta hace poco y en condiciones normales, hubieran sido inviables debido a la oposición masiva que hubieran levantado.

El sesgado retorno de los militares a la cúspide del estado en Brasil abre una serie de interrogantes de difícil respuesta. El carácter “anticomunista” (es decir, conservador y ordenancista en materia socioeconómica, pues el comunismo hoy por hoy no existe) del próximo gobierno se da por descontado, pero el abanico de preguntas que plantea la naturaleza de ese nuevo orden es una incógnita. Seguramente será un enemigo decidido de la izquierda “alegre”, del progresismo caracterizado por cierta liviandad hedonista que enfatiza el orgullo gay, el matrimonio igualitario y la política de género, cosas que rechaza la mayor parte del público; pero, en materia de efectividades concretas, habrá que ver cómo resolverá, si es que puede, las contradicciones que se plantean entre el discurso neoliberal puro y duro, representado por el principal asesor económico de Bolsonaro y futuro ministro de economía, Paulo Guedes, un Chicago boy con todos los pergaminos, y el nacionalismo que ha sido siempre la ideología fundante de las fuerzas armadas brasileñas, dotadas como pocas de un agudo sentido geopolítico y defensoras a rajatabla de la soberanía sobre los recursos del país y sobre los de la “Amazonia azul”, las cuantiosas reservas petrolíferas descubiertas en la cuenca del mar brasileño. Guedes en cambio ha proclamado la decisión de privatizar Petrobras y Eletrobras, la independencia del Banco Central y un ajuste estructural que abarcará la seguridad social y el empleo, y que seguramente va a conmocionar la ya resquebrajada economía brasileña.

La agenda exterior del nuevo mandatario corre sobre el andarivel norteamericano. Bolsonaro admira a Donald Trump, del que se propone imitar su defensa de la libre portación de armas por los ciudadanos corrientes como paradójico método para combatir la violencia, y ha anunciado su voluntad de mover también él la embajada brasileña en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, a la vez que  ha decidido cerrar la representación palestina en Brasilia. También se propone encuadrar más severamente las relaciones con China, manteniendo las exportaciones de soja, pero restringiendo o controlando las inversiones del gigante asiático en su propio país. En cuanto al Mercosur las recientes declaraciones de Guedes en una rueda de prensa donde estaba presente un cronista de Clarín, fueron expresivas de su desdén por este instrumento. “Nuestra prioridad no es el Mercosur”, le dijo al periodista del diario argentino. “¿Eso es lo que quería oír? No estamos preocupados por agradarle”.

En las declaraciones a Falak de un alto jefe militar, a las que hicimos referencia más arriba, este oficial  indicó que Bolsonaro se abrió al diálogo con sus colegas, aceptó sus sugerencias y cambió muchas de sus posturas. Como, por ejemplo, pasar del nacionalismo económico al neoliberalismo. Ahora bien, las recomendaciones en este sentido de los militares que aleccionaron al candidato, ¿fueron de carácter táctico o estratégico? ¿Indican un acatamiento a las normas de la globalización asimétrica o implican una adecuación a ellas sin perder de vista el interés central de su país? De lo que no parece haber duda es de que, de momento, las fuerzas armadas brasileñas se propondrían como socias del proyecto norteamericano en América del sur. De ser así estaríamos ante un problema de dimensiones mayúsculas, pues la perspectiva de un Brasil como procónsul del imperialismo norteamericano en el subcontinente suramericano no es una perspectiva tranquilizadora. El presidente Maduro, en Venezuela, tiene razones para preocuparse.

Esperemos que no sea así, y que de las contradicciones que puedan surgir entre la táctica y la estrategia de este reverdecimiento del poder militar broten las chispas que puedan conducir a un reordenamiento del proceso. Para que tal cosa suceda, sin embargo, hará falta que las fuerzas populares sepan diagnosticar la marcha de los acontecimientos y sean capaces de hacer la autocrítica que necesitan como actores que coadyuvaron a su propia derrota. Los elementos corruptos que preexistieron a la involución del PT, el carácter inconcluyente de sus reformas y la incapacidad para dimensionar la complejidad y sofisticación que reviste la comunicación política en nuestro tiempo, son elementos que deberán ser tenidos en cuenta si no se quiere desaparecer barridos por la onda expansiva de la reacción. Los mismos datos, adecuados a la peculiaridad de nuestra propia situación, deberán ser considerados por las fuerzas populares argentinas si quieren ponerse en condiciones de ganar la contienda electoral del 2019 y, sobre todo, ponerse en capacidad de sobrellevar el peso de la pesadísima herencia que recibirán si logran la victoria. 

 

 

[i] “Lawfare”, contracción gramatical del inglés “law” (ley) y “warfare” (guerra). Implica el uso ilegítimo de los recursos de la ley nacional o internacional para dañar a un oponente, por lo general de insuficientes recursos para oponerse a la persecución jurídica. Las “Fake news” (noticias falsas) implican una distorsión deliberada de la realidad, presentando hechos falsos como si fueran reales, repitiendo la maniobra ad infinitum hasta instalar una suerte de “posverdad”. Ambas son formas de la guerra asimétrica que asola a estos tiempos de restauración imperialista y neoconservadora.   

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