Será muy difícil que las fuerzas de corte progresista puedan invertir el resultado de la primera vuelta de las elecciones brasileñas. Si lo son, seremos los primeros en felicitarnos. Pero los porcentajes son abrumadores. Jair Bolsonaro, el exmilitar y derechista radical surgido como un meteoro en el firmamento político brasileño con un discurso autoritario, securitario, racista, homofóbico y pasablemente misógino, ha sorprendido a las fuerzas de izquierda. Obtuvo el 46 por ciento de los votos contra el 29 por ciento de Fernando Haddad, el candidato del PT ungido por Lula desde la cárcel. Se esperaba la victoria de Bolsonaro, pero con una proporción de sufragios mucho menor. Después de todo Lula era el favorito indiscutible en las encuestas antes de que, por una maniobra de birlibirloque judicial, el régimen lo mandara a prisión.
No hay duda de que la victoria del jefe del PSL (Partido Social Liberal) es un golpe a las ilusiones de la opinión ilustrada en el sentido de que la alquimia electoral, si es jugada libremente, favorece siempre a los partidos que se definen como antisistema o que al menos dan a entender que sí lo son. El triunfo (provisorio hasta el balotaje) de Bolsonaro ha dado al traste con esta convicción ingenua, viniendo a confirmar lo que la victoria de Mauricio Macri en Argentina, tres años atrás, había ya demostrado: que ante un bando progresista tendiente a perderse en rencillas particulares o en batallas marginales (como la igualdad de género, el matrimonio igualitario, el aborto, etc.), rebosante de retórica y falto de un programa de cambio en profundidad que proclame y batalle por las reformas esenciales, la intoxicación mediática instilada por los oligopolios de la comunicación y el respaldo económico del capital concentrado son capaces de volcar la balanza del lado de las fuerzas regresivas, antinacionales y antipopulares.
Pero en Brasil se está dando, según algunos informes y algunas contundentes evidencias, un fenómeno aún más serio. Según consigna Marcelo Falak en Ámbito Financiero[i], detrás del ascenso de Bolsonaro está la estrategia de las fuerzas armadas para construir un presidente propio, que debería imponer un programa político ultraconservador y un programa económico ultraliberal, con la misión de dar acceso a los militares a la vida política y de erradicar a la izquierda, al menos a la izquierda “alegre”, que actuaría, según un alto jefe al que entrevistó Falak, como una fuerza que se ocupa sobre todo de imponer un discurso excesivo en torno a lo “políticamente correcto”, intentando imponer en el congreso el matrimonio homosexual y “las cuestiones de género”. Según este militar, Bolsonaro se abrió al diálogo con sus colegas, aceptó sus sugerencias y cambió muchas de sus posturas. Como pasar del nacionalismo económico al liberalismo. En otro orden de cosas admitió ordenar su vida personal: “Se casó con su tercera mujer, tuvo una hija e hizo dos años de psicoanálisis”.
¿Puede ser todo esto una opinión caprichosa? Viniendo de un oficial de alta graduación y recordando las afirmaciones del jefe del ejército, el general Villas Boas, contra Lula y la amenaza que profirió acerca de un golpe militar si este volvía a ser presidente, uno tendería más bien a otorgar peso a lo dicho en ese reportaje. Más allá de cualquier otra consideración, el señalamiento del paso del nacionalismo económico al liberalismo tiene que llamar la atención, así como la referencia respetuosa pero llena de conmiseración que en otro paso del mismo reportaje el militar en cuestión se refirió al ejército argentino. ¿Se trata sólo de un saludo al pasar o de la insinuación a la constitución de una nueva “internacional militar” en el Cono Sur? La geopolítica tiene razones que la política no entiende, y entrevistas como la citada no se conceden por casualidad.
La madeja de problemas y contradicciones que podría subyacer a un proyecto de esa naturaleza, si es que existe, es muy grande y por supuesto escapa a nuestro entendimiento. Pero de cualquier manera hay un interrogante central que cabe plantearse: sea que el proyecto se ciñese a Brasil o abarcase una región más amplia, de contornos indefinidos, ¿sería viable con una concepción ultraliberal en economía y el consentimiento que le iría anejo respecto la cesión o coparticipación de los recursos naturales a unas potencias extranjeras? A Brasil le caben dos papeles en Suramérica: liderar la región con miras a integrarla como una entidad relativamente homogénea y autónoma que esté en capacidad si no de competir sí de hacerse valer en el mundo multipolar que viene asomando; o convertirse en el procónsul de Estados Unidos en el subcontinente. Capitanear el área o fungir a modo de subimperialismo, en una palabra.
Todo esto no está en un remoto futuro. Al paso en que se mueven las cosas, la redefinición del estatus de nuestros países está en plena marcha. Es por esto que todos los estremecimientos de los espíritus sensibles ante la “monstruosidad” del candidato de PSL, las comparaciones tiradas de los pelos con Adolfo Hitler y el temor que infunde respecto a un retroceso en los derechos civiles ya muy malparados de que disponemos, están bastante fuera de lugar o deben encuadrarse dentro de un debate mayor que tome en cuenta los problemas centrales que nos aquejan: la persistencia de un estamento oligárquico que convive con el imperialismo, el saqueo de los recursos naturales, la desindustrialización, la falta de rumbo de la política exterior, la pobreza, la inseguridad y la violencia que son su secuela; la destrucción de la escuela pública y la abolición de la cultura.
Sólo si se tienen en cuenta estos factores se hará posible evaluar a fenómenos como los del “resistible ascenso del excapitán” y saber cómo dotar a las políticas progresivas de ruptura, de los elementos que le eviten derrotas como la que acaba de sufrir en Brasil o las que ha padecido en los últimos años en Argentina.
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[i] “Bolsonaro, un líder construido en pos de un nuevo proyecto de poder militar”, de Marcelo Falak, Ámbito Financiero del domingo 7 de octubre 2018. Falak no da el nombre del oficial al que entrevista, pero lo sindica como ubicado en los más altos rangos de la jerarquía castrense.