En medio de la tormenta autogenerada por el gobierno de Cambiemos, el presidente Macri y su dos veces renunciante ministro de Hacienda Nicolás Dujovne se pronunciaron en torno a la crisis. Tras el montón de palabras vanas dedicadas a echarle la culpa de la situación a la “pesada herencia recibida” (¡todavía!), a las fotocopias truchas de la Operación Cuadernos, a la guerra comercial de Estados Unidos con China y a la lira turca, el saldo de los dos discursos no fue otro que el de la confirmación del mismo plan económico que nos ha traído al lugar en el cual nos encontramos. Es decir a la profundización del ajuste que está convirtiendo a la Argentina en un país de producción primaria exportable y de financiarización puesta al servicio de los pool de siembra, de la minería, de las transnacionales, de la Bolsa y de los bancos, tras cuyo cumplimiento pleno sobrará la mitad de la población del país, destinada a constituir el ejército de reserva del trabajo o a sobrevivir precariamente en la marginalia social. La inflación en curso debida a la disparada del dólar ha conseguido por fin reducir el tan denostado “costo del trabajo argentino” solicitado por los gurúes del neoliberalismo y por el FMI, y producir una formidable transferencia de ingresos desde el pueblo trabajador hacia el sector minoritario más rico y concentrado de la economía. También se anunció el retorno -provisorio- de las retenciones a las exportaciones de grano. Su supresión, apenas asumió Macri, fue el puntapié que echó a rodar la bola de la contratación de préstamos masivos del exterior, necesarios para financiar el hueco que generaba en el presupuesto el favor que el presidente hacía al sector rural. Ahora bien, de alguna manera esta información privilegiada referida al retorno de las retenciones llegó muy rápida a los oídos de los exportadores, quienes se apresuraron a liquidar 6 millones de toneladas de grano antes de que la noticia tomase estado público, lo que les permitirá hacer una excelente diferencia; a menos que las mencionadas retenciones –que por otra parte son en pesos y no en dólares- tengan carácter retroactivo.
El motor de la carrera al abismo que corre la Argentina es la deuda. Una deuda contraída de forma deliberada e innecesaria por el actual gobierno, a toda velocidad y en cantidades que suponen una exigencia de repago que trabará –una vez más- las posibilidades de inversiones productivas dirigidas al mercado interno. Por supuesto, como se desprende del último pronunciamiento presidencial, no será este gobierno el que asuma tal camino. Esa tarea competerá al que lo siga. La doctrina del gobierno de Cambiemos implica, de hecho, más allá de las palabras huecas de conmiseración y consuelo, el cumplimiento de su más íntima esencia, que es dejar detrás de sí una tierra baldía. Tal como lo hicieran los gobiernos de la dictadura o la gestiones de Menem y De la Rúa, Macri y los suyos dicen querer gobernar guiando al país hacia la modernidad y para eso abrirlo al mundo. No hay duda de que la vocación del PRO es abrir el país al mundo; lo que es necesario comprender es que ese mundo no es otro que el que concibe la óptica globalizadora del imperialismo, al que sólo le interesa de nosotros la manera de mejor sacar provecho de nuestras ventajas naturales, sin brindar nada a cambio, salvo al sector que vive en connubio con él desde los orígenes de la nación.
Se ha dicho muchas veces que un proyecto de este talante no cierra sin violencia. Los síntomas de esta pululan, siendo el último la muerte de niño de 13 años abatido un balazo en el pecho durante un saqueo en el Chaco. La tensión social, en un país que tiene a más del 30 por ciento de su población por debajo de la línea de la pobreza, no podrá sino ir creciendo exponencialmente a medida que se profundice el ajuste, con su secuela de desempleo, ahogo económico y desesperanza que no es imposible se convierta en desesperación y rabia. ¿Hasta cuándo, en efecto, podrán aguantar los refuerzos que se han asignado a las asignaciones por hijo y a los planes sociales para atenuar la emergencia, en un contexto de recesión y de voluntad de seguir profundizándola? La coalición entre los sectores alternativos del movimiento obrero y el tenor combativo del poderoso sindicato de camioneros está traccionando a sectores de la CGT y no es imposible que, en un escenario de inestabilidad cada vez mayor, el pesado mastodonte de la calle Azopardo sea arrastrado a la acción o que su cúpula sea revocada por las bases. Al mismo tiempo los masivos paros docentes, la expresión multitudinaria del descontento de profesores y alumnos en las calles de Buenos Aires y en otras ciudades del país, vienen a exacerbar el tumulto. Por otra parte, decisiones como las emanadas de la reconfiguración ministerial que borran de un plumazo el rango de ministerios que tenían Trabajo, Salud Pública y Ciencia y Técnica, confirman por si hiciera falta el rumbo retrógrado, antipopular, antimoderno y antinacional que ostenta el plan del gobierno de CEOS que el 51 por ciento de los argentinos tuvo a bien elegir en noviembre de 2015.
Frente opositor
Con la legitimidad roída por la evidencia del desastre, este gobierno debería tener pocas chances de afrontar con éxito las elecciones del año próximo. Sin embargo, la cuestión no pasa sólo por allí sino también por la capacidad y la calidad de sus adversarios, por su éxito o fracaso en formar un frente opositor dotado coherencia y de un programa de mínima que comience a contener y revertir como se pueda las consecuencias del desastre. Me parece que es este, más que lo que puede hacer y decir el gobierno de Cambiemos, el núcleo del problema que debe ocuparnos. La mezquindad y el oportunismo, sumado a algo más puro, pero más difícil de combatir aún, que es la mentalidad sectaria, complican la conformación de una fuerza que sea capaz de devolver un poco de racionalidad a este dislate.
Las rajaduras por las que se escaparía la voluntad unitaria de ese eventual bloque nacional y popular son legión. La izquierda más o menos ultra, el radicalismo de prosapia alfonsinista, los peronismos diversos, el kirchnerismo que juega a estar y no estar en el justicialismo (recuérdese su elusión de las PASO en 2017), el sindicalismo fragmentado en su cúpula, y casi todos peleando contra todos, no terminan de enviar un mensaje convincente a una masa popular que no sabe a qué santo encomendarse.
Es evidente que hay que formar un frente, la cuestión es cómo y entre quienes. El ex presidente Duhalde los otros días lanzó una consigna simplista a y a mi entender engañosa para empezar a conformarlo. Dijo que los argentinos (así, en general) deberíamos dejar el pasado atrás y abocarnos a vivir el presente y el futuro. Sus palabras fueron, más o menos (cito de memoria), trabajar sobre una receta que contuviese un 10% de pasado, un 50 por ciento de presente y un 40 por ciento de futuro. Estoy de acuerdo en que el pasado no debe fijarnos en un rencor interminable que nos paralice, pero de allí a olvidarlo o a reducirlo a una entidad insignificante hay un largo trecho. Más bien al contrario, la conciencia de los componentes de ese pasado debe iluminarnos respecto de la naturaleza de nuestra evolución y aconsejarnos para no repetir sus errores. Una cosa es renunciar a las vendettas y otra muy diferente es empecinarse –por pereza intelectual, capricho o ignorancia- a no sacar las lecciones que ese acontecer ha arrojado acerca de la naturaleza de los actores sociales que se mueven en la escena. ¿Qué otra cosa que un ejercicio de desmemoria fue la elección de noviembre de 2015? ¿Cómo pudieron olvidar los sectores de clase media que en el 2001 se rompían las manos contra las puertas de los bancos, los sindicalistas hartos de Cristina, los militares enojados por el desamparo presupuestario y los mismos peronistas que compartían el escozor de los gremialistas por el destrato de la presidenta, cómo podían ignorar la naturaleza antiobrera, antipopular y antinacional de los personeros de todos los golpes de estado y de cuanta maniobra reaccionaria se produjo en el país desde 1955 para acá? ¿Cómo pudieron darles el salvoconducto constitucional para volver a hacer de las suyas, apoyados en un aparato judicial corrompido -que osa juzgar a la corrupción desde la corrupción misma- y unos oligopolios de prensa que simulan poseer fueros intangibles en materia de libertad de expresión, pero que los niegan a su personal, condenado a seguir una línea editorial rígidamente predeterminada, so pena de expulsión?
Cualquier intento de conformar un frente nacional habría de empezar por diseñar un programa de coincidencias mínimas que acepten todos sus componentes. Aunque cada cual pueda exteriorizar sus preferencias ideológicas, habrá que comprender no se tratará de la revolución de Octubre ni de una vuelta al 45, sino de un programa de emergencia que se ocupe de activar la industria, recomponga la renta pública propugnando una reforma fiscal progresiva, impida la fuga de capitales, repudie la deuda externa; aliente el empleo y el consumo, vuelva a poner en marcha el plan nuclear, los proyectos de infraestructura y el Invap; estimule la educación devolviendo dignidad a los docentes, recupere la salud pública, detenga el deterioro de las jubilaciones y reforme el poder judicial a través de una asamblea constituyente que dote al país de un instrumento legal que sea capaz de afrontar las nuevas necesidades.
Ya sé: en la situación a que hemos llegado, semejante enunciado suena a utopía. Pero no lo es; sólo lo parece debido a deterioro de la opinión pública, castigada por el discurso único que fluye del conglomerado mediático (salvo honrosas y amenazadas excepciones) y por el cansancio que se deriva de la acumulación de derrotas sufridas por el bando nacional y popular. Pero esas derrotas fueron revertidas una y otra vez, la última en 2001. Es cierto que la situación en Suramérica en aquel entonces era diferente: se asistía al agotamiento de la aventura neoliberal que duraba desde la segunda mitad de los años 60. Pero esta otra aventura del mismo tenor se está agotando ahora, a la vuelta no ya de 30 años sino de dos años y medio.
La cuestión no reside en ser optimistas ni pesimistas; la cuestión reside en ser realistas. Hay que arrancar con objetivos de mínima para llegar a los de máxima, y en el camino ir encontrando las herramientas para ir forjando el futuro. Conocer el pasado, comprenderlo en sus variaciones y en la calidad y características de las clases y castas que han jugado en él nos permite hacernos una idea de hacia dónde vamos y hacia dónde no queremos ir. Una cosa es, a nuestro entender, segura: no se puede permitir que las fuerzas de la anti-nación, si son desplazadas de su posición en el control de las palancas del estado, vuelvan a adueñarse otra vez de ellas. Habrá que tomar los recaudos constitucionales y efectuar las reformas económicas y sociales de fondo que hagan inviable su retorno. Quién no conoce o no recuerda el pasado está condenado a repetirlo, dice una célebre frase. Y bien, hay que tener memoria y aprender a manejarla.