El capitalismo muestra, en el estallido de la riqueza financiera ficticia sobre la que se sostenía la economía globalizada, que carece de respuestas coherentes a la crisis. De momento al menos. El Tesoro de Estados Unidos, el Banco Central Europeo y otras instituciones inyectaron esta semana una descomunal cantidad de dinero para sostener el mercado bancario, pero en el primer caso la iniciativa está chocando con la hostilidad del Congreso norteamericano y, de todos modos, no va más allá, me parece, que de suministrar aire a una burbuja financiera que se aleja cada vez más de los datos de la economía real. Es decir, de la producción de bienes y servicios. Por de pronto se trata de un intervencionismo estatal que no va dirigido a rescatar a las víctimas del sistema –pequeños propietarios despojados de su vivienda, empleados y obreros a punto de perder su trabajo-, sino a los victimarios. Es decir, al sistema financiero globalizado.
Mientras unos ámbitos del sistema concentran las herramientas para hacer dinero –los monopolios bancarios que se absorben unos a otros sin solución de continuidad-, la crisis acarrea la eliminación de miles de puestos de trabajo en Wall Street, pero también una brutal restricción del crédito que generará desocupación a gran escala en Estados Unidos y en el conjunto del sistema mundial. El desinfle de la ficción económica que regía al orbe, impactará duro tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. En otras palabras, habrá una “socialización de las pérdidas”, que no otra cosa es el rescate por el Estado de los bancos en quiebra. La depredación especulativa privada será pagada por los contribuyentes tanto en el primer mundo como en los países emergentes, que verán caer el precio de las commodities.
Que en medio de este terremoto las sociedades emergentes se cierren sobre sí mismas para escapar a los círculos concéntricos que genera la crisis, es una posibilidad; positiva por cierto. Pero el sacudón incentivará el belicismo de las potencias imperiales, incluso aunque estas consigan reciclar el sistema, apelando a expedientes keynesianos, de los cuales Barack Obama tal vez pueda convertirse en intérprete. Sin embargo, de verificarse, esta hipotética vuelta al New Deal podrá paliar, pero no resolver, la revolución de los mercados mundiales. Estos se encuentran atados al dólar como única divisa de cambio y no pueden abandonarla sin provocar un desastre que arrastraría a todo el sistema capitalista.
Suba de precios, caída del consumo e inflación financiera es una combinación que recuerda a la Gran Depresión de los años ’30, que sirvió de portada a la segunda guerra mundial. No es para ahora la reedición de este último desastre, en especial porque la posibilidad que establece la destrucción nuclear mutua es un elemento disuasivo, pero no es insensato presumir que el planeta ha ingresado a un tobogán que lleva a todo tipo de choques. Que venía en pendiente desde que los Chicago boys se hicieron con las palancas de la economía mundial, era cosa sabida y denunciada desde múltiples tribunas, pero en estos momentos se empiezan a tocar las consecuencias concretas de la doctrina del capitalismo salvaje en las sedes centrales del sistema. ¿Y cuál va a ser la reacción?
El capitalismo no va a caer por sí solo. Aparentemente ha agotado su progresividad histórica y no puede hacer otra cosa que repetirse a sí mismo. Pero, si no existe una posibilidad alternativa a él, el capitalismo no hará sino replicarse una y otra vez, bajo distintas formas. Hoy por hoy no existe tal posibilidad alternativa. Con la estratégicamente insignificante excepción de Cuba, no hay un estado que no sea capitalista, a través sistemas que pueden variar de color, que pueden incluso reclamar para sí el apelativo de socialista, pero que están bien atados al capitalismo.A menos que se produzca una deriva de veras democrática en sus sociedades, que se desinterese del bienestar de las clases o castas dirigentes y no les importe nada mandarlas al cuerno. Proceso, éste, difícil de verificar dado el estado de indefensión, anomia cultural y vaciamiento ideológico producido a lo largo de las últimas décadas en el seno de las grandes masas.
El sistema capitalista no va a caer por sí solo, decimos. Para comprenderlo basta mencionar que más del 80 % de las transacciones internacionales se realizan en dólares y que el grueso de las reservas mundiales está en esa moneda. China, Rusia, Japón, Brasil y el resto del mundo, con la relativa excepción de la Unión Europea -que tiene euros pero que sin embargo también posee dólares-, no pueden darse el lujo de liberarse de esa divisa insondablemente deficitaria para apelar a otra moneda, porque en ese caso todo el tinglado norteamericano se hundiría y arrastraría en su caída al resto del mundo.
¿Qué va a suceder entonces? Es posible que el Tesoro norteamericano siga inyectando dinero a la burbuja, siga dándole a la maquinita de hacer billetes. Y simultáneamente se multiplicarán las disputas por las áreas de influencia donde se atesoran las reservas energéticas y naturales cuyo papel en la acumulación de poder es decisivo. Esto nos trae a un escenario de confrontación en el cual la panoplia militar es importante. De pronto la inversión en gasto militar (una de las causas de la situación actual porque distrae la inversión en el gasto social), cobra su siniestro sentido y se erige en la ultima ratio de un sistema en crisis.
Estupefacción
Ahora bien, ¿por qué, entonces, en medio del desplome financiero y de la caída del muro de Wall Street, nuestra Presidenta elige este momento para anunciar en las Naciones Unidas que está dispuesta a negociar el pago de la deuda con los “fondos buitres”? No soy competente en economía, como he dicho en otra oportunidad, pero el buen sentido puede ayudar, si no a superarla, al menos a no tragarse ruedas de molino. Y me remito a una autoridad en la materia. Alfredo Zaiat decía los otros días en Página 12 que no hay duda de que se está redefiniendo un nuevo mercado internacional, que no será como el anterior. Y uno no puede sino compartir la insinuación de Zaiat en el sentido de que la reapertura al canje de los hold-out en este momento para “reinsertarse en el mercado global” resulta al menos extraño. Como lo observa muy bien el articulista, “si la Argentina no ha padecido hasta ahora los efectos negativos de la actual crisis ha sido por un defecto convertido en virtud: el default y la posterior reestructuración de la deuda que la aisló del casino global que acaba de derrumbarse”.
No hay, para nosotros, tanto como país o como región sudamericana, otra salida mejor que desconectarse. Ser parte de la globalización financiera en el actual momento internacional es volver a meter el dedo en el ventilador. ¿Por qué Cristina Fernández lanzó semejante propuesta en un discurso en otros sentidos brillante, que señalaba el carácter depredador del libre mercado y del capitalismo salvaje, y acabó con un refrendo a este al señalar, de alguna manera, que la Argentina está dispuesta a “hacer bien los deberes?” ¿Misterio psicológico, o complicidad de algunos de sus asesores con el sistema? La inversión extranjera -aquí, al menos-, no ha servido de nada, como no sea para operar como embudo succionador de las riquezas y los ahorros del país, y si nos metemos de nuevo en ese vórtice acabaremos deshechos. Pues nada va ablandar a los tenedores de bonos en default. ¿Por qué entonces habríamos de esforzarnos en pagar a los ladrones lo que nos han robado?
Para obtener “credibilidad”, dicen, que permitiría el ingreso de capitales. Pero, ¿si acumuláramos a partir de una reforma fiscal progresiva y del impuesto a la renta financiera? Son preguntas de un lego, insisto, pero agradecería que alguien competente, nacional y creíble –un Aldo Ferrer, un Eric Calcagno o un Salvador Treber-, las respondiera.