La jornada del 25 de Mayo estuvo señalada por el contraste entre la celebración oficial y la concentración opositora que tuvo lugar alrededor de Obelisco. La diferencia fue tan marcada que se cargó de una significación simbólica imposible de ignorar. Por un lado Macri y la comitiva presidencial se dirigieron a la Catedral metropolitana para recibir la bofetada de la homilía del cardenal Poli, desfilando en el vacío de una Plaza de Mayo vallada; y por otro en la avenida 9 de Julio una muchedumbre de cientos de miles de personas voceó su rechazo al gobierno y al Fondo Monetario Internacional, cuyas políticas el actual gobierno ha puesto en práctica desde hace dos años y medio y que ahora se apresta a acelerar y profundizar bajo el impacto de una crisis autogenerada.
Esta contraposición espectacular y casi melodramática es ilustrativa del deterioro del gobierno, pero no debería alentar esperanzas respecto a que este último vaya a modificar su conducta ni, importante es señalarlo, debería hacer presumir que la expresión de repulsa que suscitó vaya a bastar para frenar el curso que llevan las cosas. Estamos, cuando mucho, al principio de un camino. Pero se trata de un camino que hay que recorrer en un lapso muy breve si se quiere que para noviembre del año próximo exista una opción electoral capaz producir un gobierno apto para frenar la ofensiva que el establishment conduce a tambor batiente desde que asumió Cambiemos, ofensiva que ha forzado un retroceso brutal en la economía y el bienestar de los argentinos, a lo que se suma la hipoteca de una deuda externa que nos está atando nuevamente a la servidumbre del inacabable ciclo de los empréstitos y sus obligaciones.
Es evidente que no será con concentraciones episódicas ni con tan solo una huelga general que se podrá frenar a la apisonadora neoliberal. Es necesaria una acción concertada y permanente, pautada en un plan de lucha que esté apuntado a objetivos estratégicos, para poder revertir el actual estado de cosas e ir formando un frente nacional y popular que sea capaz, si no de fabricar desde el vamos una alternativa de cambio profundo, sí que pueda contener el deterioro y que sirva para establecer un dique de contención a los estragos del actual estado de cosas. Y debe haber una coincidencia político-sindical para que ese instrumento pueda forjarse.
La obcecación del sistema
Es lo menos que se puede pedir frente a un sistema que, a la vuelta de dos siglos de historia, persiste en su noción de capitalismo dependiente, concebido para el provecho de pocos y el sufrimiento o el estancamiento de muchos. Federico Pinedo se encargó de señalarlo cuando dijo días pasados que el peronismo se equivocaba si creía que cuando no esté Macri “la Argentina va a ser la misma de antes y que no cambió nada”. Es decir que para el senador del PRO la larga batalla entre la oligarquía y el pueblo ha quedado definida con el triunfo de Cambiemos en las elecciones de noviembre de 2015, pues por primera vez el conglomerado de fuerzas elitista y antinacional ha conseguido la victoria en las urnas sin tener que apelar al fraude o a la fuerza de las armas para lograrlo. Y no piensa largar el poder sin antes haber causado tal desparramo que la reconstrucción de lo previamente existente sea imposible.
La oligarquía en sus distintas capas –terratenientes, financistas, empresarios, especuladores, más la flotante cohorte de libélulas pequeño-burguesas que revolotean en su torno, atraídas y entontecidas por su luz- ha sido el hecho fatal de la historia argentina. Y la falta de determinación, más que de fuerza, del otro lado del tablero, ha sido el complemento necesario de este largo impasse que ahora creen, desde el PRO, ha llegado el momento de quebrar definitivamente a favor del estamento rentístico. Es una composición de lugar ilusoria, desde luego, propia de CEOS que no saben nada de política ni de historia, pero que no deja de seguir expresando la vigencia un estancamiento que frustra al país y lo somete a un esquema de desarrollo que no es tal sino la permanencia de un estatus quo cortado por intervalos de progreso que no terminan de cuajar ni de afirmarse definitivamente.
La unión –circunstancial o no- de las fuerzas populares debe darse, como lo hemos dicho otras veces, no en base a zancadillas entre sus diversos sectores para ganar protagonismo, sino a partir de coincidencias esenciales en torno a las cuales se puedan concertar políticas precisas. El regreso de las retenciones al agro y la minería, el control de cambios, una reforma fiscal progresiva en serio, el repudio a las deudas que el actual gobierno está contrayendo, la defensa del sistema de paritarias, la reforma del movimiento sindical, la defensa de la soberanía en todos los ámbitos (territorial, económico, científico, cultural, militar) y la lucha contra los monopolios de la comunicación son algunos de esos puntos elementales. Sobre los que habrá montarse en el futuro un plan estratégico de desarrollo estructural. En cuanto a los lugares de preeminencia a los que cabrá aspirar en base a estas metas, la disputa ya no podrá ser canibalesca: un cierto grado de desprendimiento y de rechazo a eso que los alemanes llaman “schadenfreude" - es decir al contento por la desventura del otro, aún si el otro comparte tus puntos de vista-, van a ser necesarios. Cada sector, cada movimiento, habrán de aceptar la existencia de los otros aunque, por supuesto, todos deberán reconocer el peso de cada uno a la hora de especificar fórmulas electivas. Dentro de ellos, sin embargo, sólo cabrá la organización democrática; someterse a las internas y olvidarse de las coronitas va a ser indispensable.
Retroceso y resistencia
Latinoamérica está experimentando un retroceso que parece querer enterrar a la etapa progresiva vivida en los tres primeros quinquenios de este siglo. Por lo mismo que la regresión es tan radical, sin embargo, se hace doblemente evidente la necesidad de enfrentarla y, andando el tiempo, neutralizar definitivamente a las fuerzas que pretenden imponerla. La capacidad para hacerlo existe, si se tiene la determinación de ponerla en práctica. En Brasil, la potencia líder del subcontinente, la huelga de los camioneros que protestan contra el sideral aumento de las tarifas decretado por Petrobras, está suministrando un ejemplo que hemos de tener en cuenta, muy en especial en estos días en que en Argentina ese gremio liderado por Pablo Moyano, y el bancario que orienta Sergio Palazzo, están pugnando por izarse hasta el control de la CGT o al menos a la conducción de una parte sustancial del movimiento obrero, aglutinador a su vez de otras coincidencias provenientes de las otras centrales y de las organizaciones de base.
Brasil, como se sabe, está pasando por una experiencia de retorno al capitalismo salvaje que arrancó con el golpe institucional que derrocó a Dilma Rousseff y que ha tocado un pico con el encarcelamiento de Lula da Silva con pretextos fraguados y con la intención de impedir su acceso a la presidencia. El paro de los camioneros, iniciado con manifestaciones aisladas en algunas autopistas del inmenso territorio brasileño, ha contagiado al menos a la mitad de los miembros de ese gremio y ha paralizado la vida de la nación, hasta el punto de que el presidente Michel Temer convocó a las fuerzas armadas para enfrentar la situación. Desabastecimiento, rutas bloqueadas, paralización de vuelos y una sensación general de incertidumbre y de fin de época afectan a Brasil, el país que más depende de las carreteras en el mundo.
Este es un ejemplo que debería anoticiar a los mandamases de Argentina en el sentido de que los problemas no se resuelven con vetos ni con decretos ley sino que deben ser encarados con arreglo a una disposición negociadora que tome en cuenta que la contraparte también existe y que con diálogos que no dicen nada –o que repiten un mismo discurso, lo que viene a ser lo mismo- sólo se logra exasperar a la resistencia.
Desdichadamente nuestros gerentes en el gobierno nunca han ostentado una comprensión rápida de los problemas. Y es de temer que, como de costumbre, se obstinen en el recurso a la fuerza para imponer las cláusulas del ajuste que se aprestan a montar sobre el ajuste ya existente. En este sentido el rumor de que también aquí se desearía apelar a las FF.AA. para que acudan en refuerzo de las fuerzas de seguridad no sólo despierta temores y excita rencores respecto al pasado, sino que plantea un interrogante muy serio y al que hay que atender con sumo cuidado. ¿Vamos a brindar la ocasión para una reviviscencia de los odios fratricidas? ¿No será eso lo que el gobierno puede estar buscando para ganarse una casta militar convertida en paria o descuidada por todos los gobiernos de la democracia, incluido este? Y, por último, ¿van a dejarse convencer los militares para jugar el papel de castigadores si no de verdugos, para provecho de las políticas de ajuste y de una clara orientación antinacional y antipopular? Es dudoso. En otros tiempos pudieron considerarse –equivocadamente- los salvadores de la patria y cumplir bobamente con el papel de verdugos voluntarios del imperialismo porque muchos de ellos creían que jugaban un papel en la lucha global contra el comunismo y porque estaban furiosos por los ataques de los que la guerrilla los hacía objeto, pero hoy la “conspiración bolchevique mundial” no puede ser inventada. No existe, simplemente. En su lugar están las rivalidades intraimperialistas y los espantajos del narcotráfico y del terrorismo fogoneados desde los centros de inteligencia de las grandes potencias para usarlos según su conveniencia en el momento que juzgan apropiado. Convertir a las FF.AA. en una fuerza policial que golpea a la gente en la calle o desocupa rutas por la fuerza equivaldría a olvidarse de su misión primordial, que es la de ser custodios de las fronteras y resguardos de la proyección geopolítica de la nación. Aun en las condiciones deplorables de equipamiento en que se encuentran hoy. Por lo tanto su trato de parte de un eventual frente popular que tenga presencia callejera requerirá de tacto y de inteligencia antes que de ninguna otra cosa.
Decíamos al principio de esta nota que cualquier acción dirigida a potenciar la resistencia al sistema debería operar sobre áreas de sensibilidad estratégica. La presencia de camioneros y bancarios como factores aglutinantes de esa lucha es un dato a tomar en cuenta. Como en Brasil, los camioneros son capaces de paralizar la vida económica. Y los bancarios, en un país híper-financierizado como este, tienen un rol clave que desempeñar.
Todas estas son especulaciones. Pero especulaciones que tienen asidero en la realidad y que pueden cobrar forma si el deterioro de la situación social continúa.