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09
MAR
2018
Donald Trump y Kim Jong un.
Donald Trump y Kim Jong un.
El mandatario norteamericano vuelve al centro de la escena. Va a dialogar con Kim Jong un y ha lanzado una guerra comercial contra la Unión Europea. El escenario internacional se transforma y muchos países deberán adaptarse y marchar por lo suyo.

Bocón (o voceras como dicen los españoles), portador de un discurso provocador y que puede allegarle gratuitamente más enemigos de los que tiene, hombre de aparentes arrebatos y practicante de un estilo políticamente incorrecto, Donald Trump está consiguiendo resultados en su gobierno que tienden, voluntaria o involuntariamente, a desacomodar el orden unipolar que desde la caída de la URSS había caracterizado al mundo. Un orden, evidentemente, que no era ni es más que un desorden, concebido como una estrategia del caos que debía abrir a Estados Unidos el camino hacia la hegemonía global. No sabemos todavía si esta deriva renovadora forma parte del proyecto presidencial, si es o no es la demostración de que Trump ha comprendido la naturaleza de la declinación norteamericana y prefiere asumirla detrás de una cortina de palabras jactanciosas y arrogantes, mientras opera un repliegue que deja descolocado al sistema de alianzas que se cimentaba en la obediencia a Washington. Pero lo que está sucediendo es importante y puede estar representando la apertura de un camino a una nueva reconfiguración del balance de poderes en el mundo.

La cuestión es especialmente difícil de definir porque el “estado profundo” que es el gobierno real de Estados Unidos –esa amalgama de complejo militar-industrial con bancos, Wall Street y corporaciones mediáticas recorrida por los diversos lobbies que operan sobre el Congreso- conserva todo su poder de fuego y  porque el mismo  Trump es una expresión heterodoxa de este. Un indicio de si Trump posee o no la capacidad de intelección del problema en que está metido, y voluntad para enfrentarlo, lo dará su forma de manejar el desarrollo de la situación que  se está dando con Corea del Norte y en la cual se ha arribado a convenir una cumbre entre el presidente estadounidense y Kim Jong un, a verificarse en mayo. Noticia sensacional, si cabe.

Como se sabe, los juegos olímpicos de invierno que tuvieron lugar recientemente en Pieonchang, sirvieron de ocasión para una apertura entre las dos Coreas. A pesar de la tensión instalada por las prácticas nucleares de Kim Jong un y de las amenazas, sanciones y provocaciones que provinieron de la Casa Blanca, el equipo de hockey femenino que representó al país huésped estuvo integrado por atletas del norte y del sur, en un gesto inusual que sirvió de incitación a la reconciliación y la unificación de una nación escindida en dos por la guerra fría. De algún modo la conformación de ese equipo habría equivalido al episodio de la visita que un equipo de ping-pong norteamericano realizó a la China Popular en un momento en que arreciaba la guerra de Vietnam y se profundizaban las diferencias entre Mao y Khruschev. Esa movida, piloteada por Nixon, Kissinger, Mao y Chou en lai,  fue la señal de uno de los virajes políticos más importantes del siglo veinte, que rompió el bloque comunista y fue el preanuncio de la declinación de la URSS.[i]

Los encuentros entre personalidades de las dos Coreas durante los juegos olímpicos de invierno en febrero abrieron el paso al envío de una delegación surcoreana de alto nivel a Pyongyang para hablar con Kim Jong un, tras lo cual este se destapó con un sorprendente ofrecimiento que supuso una reorientación del sentido en que iban las cosas. El mandatario norcoreano, en efecto, anunció que estaba en disposición de negociar su programa nuclear con Estados Unidos.

Hasta ahora, Estados Unidos había insistido en que, para negociar con Corea del Norte, este país tendría que renunciar a su programa de armamento nuclear y dar pasos demostrables. Según el presidente de Corea del Sur, Moon Jae in, las condiciones preliminares, selectivas, fijadas por Washington, se han cumplido, dado que Corea del Norte se compromete a una moratoria en sus pruebas de armamento en tanto y en cuanto continúe el diálogo. Como contrapeso, a esto se ha añadido el informe de un importante diario norcoreano en el sentido de que en “ningún caso” el país se deshará de su armamento nuclear.

Comienza así un proceso que requerirá de mucho tacto e inteligencia política para arribar a puerto. Ahora bien, ¿a quién cabe adjudicar este éxito parcial que significa haber detenido la cuenta regresiva que parecía estar llevando  un choque frontal entre Kim Jong un y Donald Trump? ¿Puede suponerse que de las políticas intimidatorias que se intercambiaban entre Pyonyang y Washington se impuso finalmente la de Trump, aislando a Corea del Norte y obligándola a pensar en su supervivencia ante la amenaza que se cernía sobre su cabeza? Seguramente el presidente norteamericano sostendrá esta hipótesis, pero la realidad puede ser es más compleja. Norcorea siempre tuvo como principal objetivo zafar de la condición de estado paria y asimismo buscar la unidad con el sur de la península, donde el sentimiento unitario sigue siendo fuerte. La aspiración de Kim Jong un, como la de su padre y la de su abuelo, es arribar a alguna clase de arreglo que le permita aproximarse gradualmente a ese objetivo sin ser amenazado de muerte a cada segundo. Negociar cara a cara con Estados Unidos –que desde un principio fue el obstáculo principal a esa unificación-, le permitiría abrir un camino de diálogo en el cual el armamento atómico le puede servir como elemento de transacción dentro de un marco de obligaciones que restará definir.

Arancelamientos

Trump evoca la figura del oso en el bazar, pero lo de Corea puede reforzar su prestigio ante la masa de votantes que lo endosa y que con toda probabilidad tiene que haberse sentido encantada con el viraje económico ordenado por el primer mandatario al disponer la imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio provenientes de la Unión Europea, lo que permitiría proteger a la industria pesada e incrementar el empleo dentro del país. Esta maniobra es un ataque a la globalización neoliberal y ocasionará un grave perjuicio a la economía de la UE. La reacción no se hizo esperar, pero todavía parece ser una especie de advertencia desconcertada más que un contragolpe directo: la Comisión Europea prepara represalias que de momento parecen un chiste, pues solo afectarán a rubros secundarios, como el bourbon, las motos Harley-Davidson y los vaqueros Levi’s; pero las palabras de Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión, anticipan la posibilidad de una guerra comercial de proporciones. Juncker dijo que “Europa no se quedará de brazos cruzados mientras se golpea a nuestra industria con medidas que ponen en peligro el trabajo de miles de europeos”.[ii]

Algo está cambiando en el panorama internacional y en él se está haciendo evidente un aumento en la temperatura de los aprontes bélicos entre oriente y occidente. Posiblemente por inercia, la dinámica de la proyección agresiva de la OTAN contra Rusia y el medio oriente sigue en pie, aunque resulta imposible determinar desde aquí hasta qué punto Trump y su equipo son responsables de esta continuación; los escarceos de distensión con el Kremlin que Trump había insinuado en su campaña se han esfumado ante el contrataque del conglomerado belicista representado políticamente por Obama y los Clinton, y concentrado en el Pentágono, los mass-media, el Congreso, el lobby pro-israelí y Hollywood. La campaña por la supuesta injerencia  rusa en la campaña electoral podría incluso ser el paso previo a una tentativa de “impeachment” contra el presidente.

El caso es que Rusia, a través del discurso de Vladimir Putin ante el Parlamento, ha anunciado el fin de su relativa inferioridad militar ante Estados Unidos, y que esa presunción viene siendo confirmada desde hace más de un año por el involucramiento político-militar ruso en el medio oriente, donde ha conseguido revertir la tendencia adversa a Bachar al Assad que había tomado la guerra en Siria. El Kremlin aprovechó además el torpe intento de la CIA de derrocar a Tayip Erdogan para favorecer el desprendimiento de Turquía, si no de la OTAN, al menos de su papel de miembro obediente de esta, dándole la posibilidad de un manejo más autónomo de sus intereses. Las palabras de Putin sobre el empoderamiento militar ruso tienen además un sentido que no por silenciado está menos vigente: poner a Europa frente a los riesgos de una confrontación en la cual los primeros en hacer el gasto serían justamente los países de la UE.

Viraje a la italiana

La atmósfera social en gran parte del viejo continente tiende cada vez más a expresar el desencanto respecto a los partidos tradicionales, en especial a los de una izquierda ex-PC o ex-PS,  que se ha transformado en la correa de transmisión de las políticas neoliberales. De hecho, los términos de izquierda y derecha se han borroneado, y en su lugar está emergiendo un “populismo” muy denostado por el establishment que endosa el vestuario gastado de los partidos tradicionales. Estos observan más que inquietos la irrupción de fuerzas inclasificables dentro de los parámetros clásicos.  Las elecciones italianas del pasado domingo han venido a corroborar el creciente trastrueque de las inclinaciones políticas. Las dos fuerzas que emergieron primeras de los comicios fueron el movimiento “Cinque stelle” y la Lega, que preconizan la ruptura del esquema que ha venido rigiendo a Italia desde el fin de la guerra y la búsqueda de una representación más directa del electorado, sin la intermediación, que se juzga tramposa, de un parlamentarismo empantanado en coaliciones y negociaciones sin fin.

Paradójicamente, sin embargo, empieza a insinuarse la posibilidad de que solo de la negociación entre esas dos fuerzas antisistema podría emerger un gobierno posible para Italia. Y ambas tienen plataformas bastante diferenciadas e incluso contrapuestas, aunque ambas coinciden en una posición anti Unión Europea. Mientras el M5S, encabezado por Luigi Di Maio, quien sucedió al fundador del movimiento, Beppe Grillo, se define como ecologista y antirracista, la Lega se distingue por una dura posición antinmigratoria. Su actual dirigente, Matteo Salvini, sin embargo, desembarazó al partido de su tonalidad más regresiva al abandonar el apelativo de Lega Nord para el movimiento, que lo vinculaba al fragmento privilegiado del territorio italiano, la utópica Padania, y lo nacionalizó con éxito extendiendo su influencia al conjunto de la península. Tanto es así, que los mayores éxitos electorales los acaba de cosechar en el sur, donde los remanentes del fascismo han conservado cierta influencia. El mismo Salvini, de hecho, es acusado con frecuencia de querer explotar demagógicamente las nostalgias por el duce que todavía circulan en el trasfondo de la sociedad italiana. Salvini niega tales vínculos pero toma como referencia a Marine Le Pen en Francia, lo cual  estimula a sus detractores para endilgarle esa identidad de fondo. El fenómeno (al que podría sumarse a políticos como Viktor Orban, en Hungría), no puede ser simplificado de una manera tan esquemática: más que de fascismo se podría hablar de una suerte de gaullismo con tintes xenófobos para perfilar esa identidad política que se define como contraria a la Unión Europea en tanto esta no sea otra cosa que un instrumento de la globalización neoliberal. La opción de una “Europa de las naciones”, como la que preconizaba el general, es probablemente lo que está abriéndose paso en la confusa mezcla de corrientes que actualmente recorren a Europa.

Como quiera que sea, en Italia se necesitará un tiempo para saber si de esta compulsa electoral que ha dado la victoria a dos formaciones “antipartido” saldrá una combinación (improbable por lo esperpéntica) entre Cinque Stelle y la Lega, o si la península volverá a sumirse en el caos político singularmente ordenado que la ha caracterizado durante medio siglo.

Esta semana ha resultado ser un muestrario bastante espectacular de las tendencias que trabajan el presente a nivel político y social. Donald Trump parece afirmarse en su rol de renovador de la política exterior norteamericana y de representante de las fuerzas proteccionistas que buscan proteger a la gran industria y al empleo autóctono de las mareas del extremismo de la economía de mercado tal como la propulsan los fundamentalistas de la globalización neoliberal; y en el resto del mundo los estados y las sociedades apuntan a un reacomodo que se adecue a las nuevas circunstancias. Una observación final: el presunto o probable repliegue norteamericano en el Asia o en Europa, no significará que Estados Unidos vaya a perder de vista al trozo del planeta que le interesa más vitalmente: su trasfondo, su patio trasero, América latina. Pero de un reordenamiento global como el que parece estar insinuándose surgirán contrapesos y opciones estratégicas que permitirían a un eventual bloque regional reasumir las tendencias a la integración que se habían puesto de manifiesto a comienzos del presente siglo.  No todo está perdido y todo está por verse, todavía.

 

 

[i] En Pioenchang no faltaron otros signos de distensión, como la coincidencia, en un palco, de Ivanka Trump,  la hija del presidente norteamericano, con un alto funcionario de Corea del Norte.

 

[ii] No podemos evitar una digresión: mientras en los bastiones del capitalismo tradicional se está volviendo a las prácticas proteccionistas, en Argentina un gobierno presidido por fundamentalistas neoliberales se empecina en “abrirnos” al mundo en el momento en que todo el mundo se cierra. 

 

 

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