Cuando estábamos cerrando esta nota la Armada comunicó que se daban por terminadas “las operaciones de búsqueda y salvamento de personas” en el caso de la desaparición del submarino San Juan. Lo que equivale a reconocer que no hay posibilidad de encontrar sobrevivientes del episodio, cosa que se presumió casi desde un primer momento pero que, por respeto humano, se mantuvo entre paréntesis hasta ayer. Desde aquí no podemos hacer otra cosa que expresar nuestro pesar ante lo ocurrido y hacer llegar este sentimiento a los familiares y camaradas de esos 44 servidores de la patria muertos en el cumplimiento de un deber que contrajeron desinteresadamente.
La tragedia del ARA San Juan ha conmocionado, con justicia, a la opinión pública. Era hora de que esto sucediera, aunque buena parte de la faramalla mediática que ha intentado e intenta cubrir la noticia lo haga de forma atropellada, sin tino y barajando de manera sensacionalista hipótesis a veces probables, a veces descabelladas, pero casi siempre arrojadas al ruedo sin el más mínimo sentido de las proporciones. A pesar de que algunos especialistas han aportado sensatez a los análisis, los comunicadores corrieron de un punto a otro del espectro de posibilidades sin priorizar ninguna importante e incurriendo, además, en la difusión de despropósitos como el de un ataque exterior o “la agresión de un pesquero”. (¡!) Y siempre está rondando el deseo de aprovechar la tragedia para cultivar un propósito político subalterno. Cosa que hace intolerable la visión de la mayor parte de las emisiones televisivas.
Como quiera que sea, la experiencia que hoy se vive ha traído al primer plano las falencias en la situación de las fuerzas armadas y ha movilizado emociones que deberían llevar a promover una reevaluación del papel que estas desempeñan y de su recorrido en nuestra historia. Difícilmente esto suceda de la noche a la mañana, pero la necesidad de un debate a fondo acerca de su función es evidente. Este debate, si se lo asume honestamente, va a conllevar no pocos desgarramientos y pases de factura, entre los que no debería estar ausente ni la misma opinión pública, tan poco propensa (o tan poco estimulada) a preocuparse por los dilemas estratégicos que resultan de nuestra situación geopolítica y del juego de las fuerzas económicas y sociales que operan en ella.
La tragedia del ARA San Juan pone al país ante un hecho catártico que debería movilizar un cambio no bien se aquiete el remolino. En efecto, más allá de proceder a las modificaciones que serían necesarias en las cúpulas militares (cosa que estaba ya prevista), habría que terminar también con el parachutaje de socios políticos que son incompetentes para sus cargos, como el actual ministro de Defensa, quien tras demostrar su supina ignorancia en el cargo de titular de Comunicaciones, llegó al edificio Libertad llevado por la habitual ola del oportunismo político. Por esto mismo hay que evitar que el dolorosísimo episodio del submarino San Juan se convierta en el pretexto para otro escándalo mediático-judicial que se encierre sobre sí mismo y deje las cosas como están, tras un cosmético recambio de figuritas. O que, peor aún, funja como móvil para terminar con el desguace de las fuerzas armadas, cosa que, por esas emboscadas de la historia argentina, durante las últimas décadas parece haberse constituido en el objetivo tanto de los partidos como del establishment económico-financiero. De los partidos porque las temen, y del establishment porque las querrían reducidas al rol de represores en materia interna, con una mínima preparación que las haga aptas para intervenir, a escala microscópica, en las misiones de las “fuerzas de paz” ocupadas en servir los encargos de las potencias hegemónicas o que se pretenden tales.
Un debate necesario
Este debate debería partir, primero, de un resumen estadístico indicativo del estado en que se encuentras las FF.AA.; segundo, de un análisis, desapasionado en la medida de posible, acerca de cuál ha sido su rol en nuestra historia; y, tercero, de cuáles deberían ser sus objetivos estratégicos de cara al futuro. Escuetamente, nos atrevemos a delinear las que entendemos deberían ser sus líneas de fuerza.
En el primer rubro es necesario indicar que, según el artículo sobre la tragedia del submarino publicado por Rosendo Fraga en Nueva Mayoría (www.nuevamayoria.com) del 24/11/17, “la Argentina dedica a su defensa nacional sólo el 0,9 de su producto bruto interno. Es el porcentaje más bajo de América del Sur, cuyo promedio de gasto en defensa es del 1,6 del PBI. El promedio mundial está en el 3 %. Sobre este 0,9 el 85 por ciento se dedica a retiros y salarios, el 12 % a funcionamiento (combustibles, alimentación, etcétera) y queda sólo el 3 por ciento para reequipamiento. Esto se traduce en algo muy concreto: el 90 % del equipamiento de las fuerzas armadas tiene entre 30 y 50 años de antigüedad. Si tomamos el caso del submarino San Juan, se incorporó a la Armada hace 32 años y era uno de los buques más modernos.El nivel de accidentes en las tres fuerzas ha estado por encima de lo normal y ello ha tenido que ver con la antigüedad y con la limitación de recursos para mantenimiento y adiestramiento. Es un problema que lleva más de tres décadas y no se ha originado con el actual gobierno”.
De lo expuesto por Fraga resulta que el país se encuentra en estado de virtual indefensión. La aseveración de que esto es así porque Argentina no tiene hipótesis de conflicto no se sostiene: vivimos en un mundo en crisis y ocupamos un espacio rebosante de recursos naturales que, como todos los del subcontinente, atraen el interés (o la concupiscencia) de las potencias imperiales. Esto sin mencionar la abrumadora evidencia de que una parte del territorio nacional que reivindicamos está en posesión de una fuerza extranjera. Pero el hecho de que corra con relativo éxito este tipo de afirmación (la de que no tenemos problemas con el mundo) es expresiva no sólo de ignorancia de la realidad de al menos una parte de los sectores dirigentes, sino también demostrativa del grado de pasmo en que una parte de la población pareciera encontrarse. Las crisis en una escena internacional cambiante se manifiestan de pronto, pueden tomar rumbos imprevisibles y es imposible enfrentarlas si no existe una preparación previa, adecuada por supuesto a las necesidades y capacidades del país, pero sostenida en el tiempo. Ningún ejército, ni ninguna marina o aviación, se improvisan.
Es inevitable hacer un poco de historia para aferrar algunos de los hilos maestros que han tejido nuestro destino y que han afectado el perfil militar de la nación. No hace falta remontarse a la antinomia Urquiza-Rosas o Mitre-Roca para comprender cuáles han sido las líneas generales por las que ha discurrido la discordia argentina y el papel que en ella ha jugado “el partido militar”. Basta remontarnos al año 1955 para percibir como a partir de entonces las tres armas ingresan a un progresivo desquicio. Las culpas están repartidas: las más importantes, desde luego, competen al sistema de poder conservador u oligárquico que a partir de ese momento gravita decisivamente en las FF.AA. para que estas se transformen en el factor determinante para la proscripción del peronismo, cosa que habría de envenenar la vida social argentina al suprimir, durante 18 años, la libre expresión popular. Este fenómeno intoxicó y deformó la política. Pero también hubo una culpa -menor, aunque correlativa- en el movimiento derrocado en septiembre del 55. Al no defenderse cuando pudo haberlo hecho, condenó al país y a las mismas fuerzas armadas de las cuales había surgido su jefe, a un largo calvario que a la postre provocó más derramamientos de sangre, mucho más sufrimiento y una crisis de planeamiento estratégico que está lejos de haber sido superada.
Las fuerzas armadas vienen a los tumbos a partir de entonces. En parte por la incapacidad de la clase política para diseñar un modelo de nación que supere la mezquindad partidista, en parte por su propio ensoberbecimiento y empoderamiento, las fuerzas armadas se convirtieron en el árbitro de un debate interno que las recorría también a ellas, pero en el cual pesaba ya la atracción que ejercía el imperialismo, muy interesado en embarcarlas en su proyecto “antisubversivo” que apuntaba a controlar el subcontinente y a reprimir –con el pretexto del anticomunismo- cualquier manifestación de corte independiente, soberanista y popular que surgiera en él.[i] En el caso argentino los altos mandos no tuvieron la inteligencia de los de Brasil, que supieron adaptarse y sacar cierto provecho de la asociación con Washington, sin resignar nunca el control de la política exterior ni proceder a la cesión de las llaves de la economía. Cosa que en cambio sucedió en la Argentina en todas las ocasiones en que las fuerzas armadas dieron sus golpes de estado a partir de 1955. Hubo tensión en este proceso pues, aunque hesitante, persistió en las fuerzas el reflejo del nacionalismo económico e industrialista que las había animado en los tiempos de Baldrich y Mosconi, manifestándose en la prosecución de proyectos como el plan atómico y el apoyo a la realización de obras de infraestructura. Pero la corriente del liberalismo económico fue la predominante y se hizo fuerte justo en el momento en que las tres armas instalaron la brutal dictadura de 1976 a 1983 cuando, gracias a la provocación insensata de las "formaciones armadas” y de la ultraizquierda, rompieron la ola popular ascendente que había devuelto a Perón a la presidencia e hicieron una tabula rasa de toda resistencia a la implantación del modelo neoliberal. Todos sabemos la catástrofe y la masacre que siguieron a este emprendimiento, inserto en el marco de la “doctrina de la seguridad nacional”. Con ellas se realizó, a la inversa y en forma de pesadilla, el sueño de la Patria Grande: la “operación Cóndor” unificó al subcontinente en el orden de los cementerios, en beneficio del gran hermano del Norte, primer expoliador de sus recursos.
La tentativa de las fuerzas de escapar a este fracaso levantando una legítima causa nacional, la recuperación de Malvinas, terminó en un desastre. Se enredaron en sus propios cálculos, se dejaron arrastrar por una soberbia que nada justificaba y terminaron comiéndose una derrota que terminó de desprestigiarlas. Se convirtieron así en el blanco de la vindicta pública por la ruina que había acarreado el proceso; el cual, a decir verdad, junto a ellas había tenido también otros responsables. En primer lugar, el pulpo económico que realizó el programa de los “Chicago boys” fogoneando el saqueo, y que hoy ha vuelto a adherirse al estado, con todas sus ventosas, en la composición del actual gobierno. Para colmo, con la anuencia legal que supone una consagración electoral avalada por la mayoría de los argentinos e incluso por al menos el 90 % de los integrantes de las fuerzas armadas…
El desconcierto en que vivimos es muy grande. Las antenas de los medios de comunicación se afanan en captar y reciclar cuanto elemento se preste a incrementarlo. Se soslayan los temas cardinales o se los fragmenta en segmentos separados entre sí cuando en realidad son parte de un mismo problema. Reforma laboral, reforma previsional, denuncias de presuntas mafias sindicales, apertura indiscriminada de importaciones, pérdida del poder adquisitivo, devaluación practicada por el gobierno inaugurado en diciembre de 2015 y automática espiral inflacionaria generada por esa decisión; incrementos de tarifas, reducción o eliminación de impuestos a los más ricos, cambio del modelo económico pasando de una frágil economía de producción y empleo a otra de extracción y mano de obra flotante, disponible como ejército de reserva del trabajo, etc. El festival de la deuda externa crece también en progresión geométrica, condenando al país a la bancarrota a corto plazo; y la corrupción es endémica, pues los presuntos corruptos son cazados por sus mismos corruptores, que asimismo cargan con culpabilidades mucho más grandes. Y así sucesivamente, hasta cerrar una rueda que continuará rodando mientras no se rompa el círculo vicioso que nos aprisiona.
Soldar la grieta
Las fuerzas armadas son parte de esta misma problemática que pasa, básicamente, por la incapacidad para hacerse cargo de las razones de la grieta que hiende a la sociedad argentina. Esta grieta ha existido siempre y está determinada por el dilema que la define: ¿hemos de ser siempre un apéndice de los poderes de turno, en un esquema extractivo y exportador que concentra la ganancia en una porción no digamos ínfima pero sí muy minoritaria de la población; o hemos de construir una nación autocentrada, socialmente justa y, en un plano más amplio, referida a una concepción geoestratégica regional? Esta discordia atraviesa a las fuerzas armadas, aunque algunos no lo sepan, convirtiéndolas, alternativamente, en potenciadoras del desarrollo industrial o en verdugos vacilantes de este, para terminar convirtiéndose, gracias al desatino de los mandos que las condujeron desde 1955 a 1983, en chivos expiatorios para todos los fautores de este periplo decadente de la historia nacional y que han compartido, con ellas, la responsabilidad de lo actuado. De lo hecho y de lo no hecho.
Las fuerzas armadas deben transformarse con el país. Pues la capacidad que una nación tiene para sobrevivir está correlacionada al grado de su evolución social y de su poderío económico, que permiten integrarla y dotarla de los hombres y los instrumentos aptos para su defensa. En el plano militar es obvio que Argentina no puede tener otros objetivos que la custodia de sus intereses estratégicos, vinculados a, y delimitados por, los del área geopolítica en la que se inserta. Es evidente que no puede sobredimensionar a sus fuerzas armadas pues nuestro pueblo no lo necesita ni quiere tener una política ofensiva proyectada al exterior. Pero sí debe disponer de un esquema de defensa sólido, capaz de hacerse valer en el mar, en el aire y en la tierra, que sea flexible y esté comandado por un estado mayor conjunto capaz de limar las rivalidades inter armas hasta ponerlas en un plano de cooperación racional. La compra y, mejor aún, la fabricación, probablemente en tándem con Brasil, de equipamiento nuevo, es esencial. Pero, como no hay que poner al carro delante de los caballos, este emprendimiento debería ser acompañado e incluso precedido por una capacitación intensiva del personal así como por el desarrollo de una infraestructura logística acorde a las nuevas necesidades.
Imaginar que una política de este tipo pueda articularse y dar resultados a corto plazo sería hacerse ilusiones, en especial si atendemos a los genes del gobierno de Cambiemos y al curso que le ha impreso a la economía, con la contracción de una deuda que amenaza quebrar a la Argentina a breve plazo. Pero el diseño de un plan orientado en ese sentido y su gradual puesta en práctica con los recursos de que se disponen o se puedan arrancar del presupuesto nacional, sería un paso importantísimo después de tantos años de extravío, alienación y ausencia de sentido respecto al papel que las fuerzas armadas deben cumplir en la forja del país. Como en los restantes aspectos que hacen al destino de la nación, mucho, o casi todo, depende de la capacidad de autoconciencia a que puedan arribar los argentinos y de su aptitud para hacerla cuajar en una actividad política concreta.
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[i] Siempre fue así. Nunca faltaron pretextos para condenar a los movimientos que ensayaron oponerse al sistema endilgándoles complicidad con las bestias negras del imperialismo. El nazi-fascismo durante la segunda guerra mundial, el comunismo en la época de guerra fría, y ahora el terrorismo y el narcotráfico, sirven de coartada a las potencias dominantes para mantener un estatus quo que las favorece.