Pocas veces en los últimos tiempos el Día de la Soberanía sorprende a quien esto escribe tan embargado por la amargura de percibir que somos pasajeros de un avión en barrena. El caso del ARA San Juan, el submarino que actualmente se encuentra en paradero desconocido en el Atlántico Sur, viene a añadirse a los muchos que salpican una ejecutoria nacional salpicada de reveses y sin sentido. Pero en él coinciden de una manera particularmente dolorosa muchos de los parámetros que caracterizan a nuestra decadencia nacional: el desinterés del Estado respecto a las fuerzas armadas, consecuencia directa de la ausencia en sus sucesivos ocupantes de una perspectiva geopolítica centrada en sí misma; la estupidez y superficialidad de los medios de comunicación, y la atonía de la opinión pública, entretenida con los escándalos de Ciccone, la AFA, etc., y predispuesta a engancharse en cualquier bobería que se le arroje y tenga un carácter más o menos sensacionalista, que permita pensar mal del otro y sentirse cómodo en el rol de un Catón de entrecasa, sin el más mínimo atisbo de discernimiento para distinguir entre los trozos de carne podrida que se le echan para saciar el instinto carroñero, y la infernal pudrición que consume al mundo.
No me voy a disculpar por este exordio iracundo. Hay 44 compatriotas que agonizan en el fondo del mar, si es que viven, y recién después de cinco días de que se produjo el primer comunicado la noticia empieza a asomar en las primeras planas.[i] La incompetencia, por no decir la maldad, del aparato informativo que nos circunda es apabullante. Los interrogatorios a los representantes de la Armada abruman por la inoperancia de los periodistas a la hora de repreguntar y de orientar a la opinión. A la pregunta de por cuánto tiempo hay oxígeno a bordo de la nave, la respuesta fue siempre elusiva: “la tripulación puede disponer de aire por noventa días, gracias al dispositivo que permite tomar aire del exterior”. Y a nadie se le ocurría interrogar al vocero de la armada acerca de qué es lo que ocurre si el submarino no puede acercarse a la superficie lo suficiente como para sacar ese dispositivo, el snorkel. Y luego, si el barco se hunde sin control, ¿hasta qué punto puede hacerlo sin que ceda su estructura? En el caso del San Juan creo que puede sumergirse hasta una profundidad de 350 metros, y por fortuna el lecho marino en la zona en que se habría accidentado la nave, esa profundidad no rebasa los 200 metros. Pero esta información no ha surgido del interrogatorio periodístico, sino de un atar cabos provenientes de varias fuentes.
Lo más doloroso de todo, sin embargo, es que vuelve a palparse, como en otras ocasiones, la insuficiencia de recursos que padecen las Fuerzas Armadas. Los elementos para el seguimiento y el rescate brillan por su ausencia, consecuencia de la orfandad en que se las ha dejado y que ya se ha manifestado en varias oportunidades en accidentes de aviación y hasta en el hecho de que un barco de la Armada, el destructor Santísima Trinidad, se dio vuelta y naufragó en su mismo amarradero por falta del más elemental mantenimiento. No basta como excusa aducir que el barco se encontraba en desguace y estaba siendo “canibalizado” para suplir las necesidades de otras unidades.
Este triste panorama es consecuencia de un complejo de causas atadas a una comprensión superficial y sobre todo oportunista de la realidad. Lo que cuenta, para los factores de poder conducentes del país, cualquiera sea su signo, parecen ser las variables oportunistas de la coyuntura política. De políticas de estado, nada, aunque con frecuencia se las invoque. Así, en el caso de las FF.AA., la horrible ejecutoria de estas durante el proceso del 76 al 83 ha gravitado más que cualquier otra consideración en los gobiernos de corte popular o centrista posteriores a 1983. No se tomó en cuenta el papel contradictorio que las Fuerzas Armadas tuvieron en las largas y ásperas luchas de nuestra historia, ni el papel que jugaron como elemento del desarrollo industrial del país, ni el rol objetivo que revisten como factor de reaseguro de las fronteras del país.
¡No hay hipótesis de conflicto!, se exclama con frecuencia para justificar el estado de abandono en que se encuentran el ejército, la marina y la aeronáutica. ¿No hay hipótesis de conflicto para un país inserto en un mundo en llamas, recorrido por tiburones ávidos de hegemonía y que tiene enormes recursos naturales y una parte de su territorio ocupado por una potencia extranjera?…
De este gobierno no hay mucho que esperar: sus genes lo ponen en el bando de la anti-nación. Las Fuerzas Armadas le interesan cuando mucho como instrumento represivo y como comodín para misiones de paz internacionales. Respecto a su funcionalidad como instrumento de defensa de la soberanía no le importan particularmente: baste decir que la única adquisición importante de equipamiento que se le conoce es la reciente compra de cinco Super Etandard franceses fuera de servicio y modernizados para la ocasión, que en medio de la indigencia generalizada han comenzado a ser disputados por la Fuerza Aérea y la Armada como propios. E incluso esta compra podría ser imputada, más que a un interés genuino en reequipar a las fuerzas aéreas, a un episódico problema de representación: la Argentina necesita reforzar la custodia del espacio aéreo durante la cumbre del G-20, que se realizará a fines del año próximo en Buenos Aires.
Del resto del espectro partidario se puede decir cosas aún menos positivas. Como las FF.AA. han jugado a lo largo de la mayor parte de nuestra historia el papel de un “partido militar” dotado de autonomía política propia, aunque inclinado a ponerla en juego de acuerdo a opciones cambiantes, inspiran sospechas y recelos a todo el mundo, que hacen que se las tema y se haya terminado por buscar neutralizarlas a través del expediente más simple: el vaciamiento y el desaliento. Alfonsín, Menem y los Kirchner lograron desarmarlas y reducirlas a su mínima expresión en sucesivas etapas, sin reflexionar que, más que ocuparse de sacarles el aguijón, lo que tenían que procurar era educarlas para que sirvieran a los fines para los que habían sido creadas. Como escribió Daniel Arias en una nota publicada en El blog de Abel:
“Hemos destruido a nuestras Fuerzas Armadas del modo más idiota. Había que cambiarles el “software”, la educación militar, no dejarlas sin “hardware”. Peor aún fue impedirles que fabricaran su “hardware”, en lo que al menos el Ejército y la Aviación tenían alguna costumbre.”
Respecto al destino de los 44 tripulantes del ARA San Juan aún queda un resquicio de esperanza. Roguemos para que este resquicio se ensanche y esos compatriotas emerjan a la luz. Que así sea.
El caso Víctor Hugo Morales
Otro dato oscuro del fin de semana fue la desaparición de pantalla del periodista Víctor Hugo Morales en el disputado canal C5N. La de Víctor Hugo en esa emisora era una de las escasísimas presencias antagonistas al actual gobierno que podía manifestar sus pareceres desde una tribuna dotada de cierta capacidad de alcance, dentro de un espectro mediático dominado de forma abrumadora por los oligopolios de la comunicación.
No por esperada la noticia deja de ser pésima. No sólo porque nos priva de la posibilidad de escuchar una campana en contrapunto al redoblar dominante, sino porque se trata de un periodista de gran calidad y que sabe articular su discurso de acuerdo a un criterio profesional, cosa que se echa bastante de menos por estos días. Pero el dato más preocupante es el hecho de que la censura explícita o inexplícita se está cerniendo sobre el panorama comunicacional argentino hasta extremos prácticamente desconocidos en democracia.
Esto es doblemente pernicioso. Por un lado porque sofoca la expresión del disenso y en consecuencia bloquea una válvula de escape por donde puede evacuarse al menos una parte de las presiones. Y por otro porque con esto también se suprime el manómetro, el indicador que puede suministrar a un gobierno las señales de alarma que pueden inducirlo a corregir su rumbo; al menos para evitar una deflagración a gran escala. El estrangulamiento de las voces disidentes y contrapuestas al discurso único está preanunciando un futuro denso de pronósticos de tormenta. Lo que nos devuelve al símil del avión en caída libre que usamos al principio de este artículo.
¿Se podrá recuperar a tiempo el timón de manos de los fundamentalistas del mercado?
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[i] Salvo en La Nación, que siguió el tema en forma adecuada desde el primer momento. El diario de los Mitre, aunque se encuentre en las antípodas de la noción de país que sostenemos, siempre ha tenido un instinto claro respecto a lo que es importante. Posible herencia de su fundador que, nos guste o no, conformó a la Argentina de acuerdo una comprensión cabal, aunque detestable, del encuadre geopolítico en que se movía.