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24
OCT
2017
El festejo de Cambiemos.
El festejo de Cambiemos.
Aunque esperado, el triunfo del oficialismo en las legislativas supone un aumento en el rango de alcance del neoliberalismo que es notable, en democracia, para nuestro país.

El triunfo del oficialismo en las elecciones del pasado domingo ha sido indiscutible. Aunque resulte desagradable constatarlo, los resultados de los comicios han corroborado una hipótesis que hace tiempo se viene abriendo paso: la de que es posible llevar adelante un programa de reformas favorables al mercado en un país que ostenta un 30 % de pobreza. En este sentido hemos de tragarnos nuestras propias palabras cuando opinábamos, allá por el 2015, que aunque Cambiemos hubiese ganado las elecciones presidenciales de octubre de ese año, el paquete de medidas de ajuste que estaban implícitas, si no en su programa, sí en el ADN del PRO, iba a tropezar con inconvenientes mayores a la hora de verificarse frente a un Congreso mayoritariamente opositor y a un sindicalismo que se suponía maleado por la corrupción, pero que de cualquier manera habría de preocuparse ante el reclamo de sus bases. Y bien, nada de esto ocurrió. El peronismo cedió ante el infortunio, hizo visible sus múltiples cesuras, la oposición legislativa naufragó en un océano de tramoyas, pactos, renuncios y carpetazos varios; y el ajuste, los tarifazos, el desequilibrio impositivo y la traslación del peso de la fiscalidad a los que menos tienen se abrieron paso sin mayores resistencias. En cuanto a las bases, en términos generales, dieron muestra de una atonía que automáticamente deslavazó cualquier intento de resistencia callejera. Lo más grave de todo fue que la oposición más activa, la que se nucleó en el Frente para la Victoria tras perder algunos elementos en el camino, se reveló incapaz de efectuar una autocrítica a fondo de las razones que habían provocado la debacle de 2015, una actitud a la que no parece haber renunciado siquiera ahora. La tesis de la ex presidenta de hacer pie en una “minoría intensa” para reconstruir el poder perdido, si no pasa por una revisión de todo lo actuado por ella como dirigente y por la fijación de pautas programáticas claras que excedan el tema de la solidaridad social y hagan hincapié en la naturaleza estructural del problema argentino, no va a tener mucho recorrido.

Sin sombra de duda, las elecciones del domingo refrendaron el mandato que Macri recibiera en el 2015. Después de 30 años el bastión justicialista de la provincia de Buenos Aires fue tomado por asalto. Cambiemos asimismo obtuvo resultados favorables en la mayor parte de las provincias. El gobierno tiene el camino expedito ahora para plantear su reforma. La cuestión es saber de qué manera habrá de encararla, si continuando con el presunto gradualismo que se adjudica a la manera en que ha sido aplicada hasta el momento, o si se lanzará al experimento de un cambio a la brasileña, como reclama el ala dura de los CEO y de los predicadores más extremistas de la intransigencia de mercado. Se dice que, personalmente, el Presidente es, por naturaleza, un partidario de esta última postura. Para esta línea de pensamiento el éxito depende del crecimiento, este depende de la inversión y la inversión depende de un ajuste de tuercas sobre la sociedad que aliente al capital extranjero a volcarse en el país. Una vez más la teoría del derrame, sólo que hasta ahora esas experiencias se han sellado con fracasos, si no con desastres, toda vez que han llevado al estrangulamiento de la mayoría, a que los aportes económicos se vehiculicen en la bicicleta financiera y a que la deuda acumulada haga que las tensiones estallen y vuelvan el tema a fojas cero, sin que se insinúe un cambio hacia una sociedad sustentable.

Sin duda que a los extremistas del gobierno esa perspectiva no los asusta, porque no la pagan de su bolsillo ni con su persona. Pero conviene recordarles que experimentos de esta laya ya han sido probados con anterioridad –incluso con un refrendo democrático no inferior al actual. Durante la presidencia de Menem, concretamente. El riojano consiguió un segundo término en su mandato después de haber puesto en evidencia prácticas que estaban claramente direccionadas a la reversión del modelo del estado de bienestar que había caracterizado al peronismo; esto es, a la reorientación de su política económica hacia el canon neoliberal. Y luego el gobierno de Fernando de la Rúa fue elegido en elecciones irreprochables sin que abdicara un ápice de ese credo. La oleada “populista” que reaccionó poco después contra él y lo barrió de nuestro país y de la mayor parte de Suramérica, ahora ha remitido y ha dado lugar a un reflujo que abre el paso a la restauración neoconservadora, en un movimiento que parecería estar determinado por el orden de las cosas en la Argentina…

La aritmética electoral y el aire de la coyuntura parecerían estar autorizando, por lo tanto, a Mauricio Macri a especular con su reelección en 2019. No se puede pronosticar nada, en un escenario cambiante como el argentino y en un mundo donde las ondas de choque de la crisis global repercuten de inmediato en el seno de todas las sociedades; en especial en una como la nuestra, que ha sido abierta con procedimientos casi quirúrgicos al libre cambio y arrojada inerme al ruedo. Pero la situación, de momento, se le plantea favorable al gobierno, cuando la fatiga política de las mayorías, la dispersión del peronismo, la tozudez de su dirigente de mayor enjundia y las complicidades que el gobierno puede recabar entre sus personeros y formaciones parecen pesar más que los datos objetivos de la economía. Los peronistas antikirchneristas a veces parecen más macristas que Macri y, en cualquier caso, ante la presunta evanescencia de Cristina Kirchner como candidata con posibilidades de éxito para el 2019, tenderán a tratar de salvar lo que les queda en sus respectivos distritos sin ocuparse mucho de las posibilidades de formar un frente común con miras a pelear la presidencia en ese momento.

Habría que tener cuidado con el pronóstico que atañe a Cristina, sin embargo. Que retenga quizá el 37 por ciento del caudal electoral en la provincia de Buenos Aires en una situación que le es desfavorable, con el 90 por ciento de los medios en contra y con el piso inclinado en razón del acoso judicial de que es objeto, más el hecho de que su campaña dispuso de recursos monetarios mínimos, indican que conserva un importante predicamento. Que pueda ampliarlo habida cuenta de su carácter, de su perfil comunicacional y de la hostilidad casi irreductible que despierta su figura en amplios sectores de la clase media, es harina de otro costal. Las “minorías intensas” no sirven de mucho si no imantan al resto del electorado, si no pueden trascender  la proyección de un líder que se presume carismático y si no poseen una ideología que las erija en una vanguardia capaz de cohesionar al pueblo en pos de un programa concreto de cambios. 

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