El viaje de la presidenta Cristina Fernández a Brasilia con ocasión de los festejos del Día de la Independencia del país hermano, suministró la ocasión de airear una serie de acuerdos muy importantes y asimismo para revelar, de parte del presidente brasileño, que el Senado de su país está listo para aprobar la incorporación de Venezuela como socio pleno al Mercosur, una medida a la que la cámara alta de Brasilia se resistía empeñosamente desde hace ya varios años.
El establecimiento de un eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires puede ser un formidable punto de partida para la consecución de una gran Sudamérica capaz de establecerse como un factor de peso en el escenario internacional. No tanto para litigar dentro de él, como para poder escapar a los torbellinos día a día más peligrosos que lo recorren, optando por el desarrollo dentro de sus propios límites, que le permita mejor defenderse y mejor interactuar en la corriente de una globalización que, hasta aquí, discurre de acuerdo al interés y el dictado de las grandes potencias.
Las resistencias que se han percibido en el Senado brasileño, así como las que detectan en los sectores encumbrados del establishment argentino y en la mayor parte de la parafernalia mediática de ambos países, indica que esos avances no van a ser recibidos con buenos ojos y que cabe contar con la oposición resuelta de sectores incapaces de ver más allá de sus intereses inmediatos y habituados por largo tiempo a vivir en connubio con el imperialismo. La cobardía histórica de estas clases (pues forman un frente variado, de sectores que no siempre han concordado entre sí) va de la mano con la ferocidad que, una y otra vez, han exhibido para quebrar los movimientos populares que, de alguna manera, intentaban acercarse a metas señaladas por un espíritu de mayor justicia social y de soberanía efectiva. Objetivos estos que no podrán consolidarse si la región no se constituye en un ente orgánico.
El imperialismo, a su vez, no se va a quedar quieto y las incesantes movidas desestabilizadoras, en las cuales los separatismos juegan un importante papel; la cizaña que se puede sembrar a partir de ellos entre países vecinos, aunados al golpismo mediático y al golpismo desnudo, cuando la ocasión se presenta, implican obstáculos ante los cuales se debe estar muy atento.
Una coyunda contra natura
Por supuesto, los medios de prensa que reflejan el interés de los grupos tradicionalmente dominantes seguirán burlándose o tildando de utópicos estos esfuerzos. Pero su seguridad es superficial. No por eso son menos peligrosos. En Argentina están esbozando un nuevo tipo de configuración del frente que se opone al cambio. En estos meses se ha producido aquí una alianza en apariencia contra natura entre lo que fuera la vieja oligarquía agraria de la pampa húmeda, unida a las transnacionales dedicadas a la apropiación de la tierra y al fomento de los cultivos transgénicos, y la clase de los productores campesinos medianos y pequeños que antes se oponían a la Sociedad Rural y a Confederaciones Agrarias Argentinas y que ahora se han aliado con ellas. Esta coyunda terminó en una victoria para el sector dominante de ese frente y en un revés para los medianos productores, a pesar de que estos suministraron la fuerza de choque que bloqueó al país. Al rechazar el Senado la ley de retenciones agrarias, tal como venía modificada desde Diputados, los medianos y pequeños productores últimos dejaron de favorecerse de ciertas exenciones en los márgenes de tributación al Estado. Aunque gracias al alza en los precios internacionales de las commodities y en especial de la soja, mantienen un nivel de ganancias suculento. Prolongarlo durante los próximos años parece ser lo que más les interesa.
La cuestión pasaría entonces por la formación de un “partido del campo”, que no se interesaría tanto en la gradación de los impuestos como en erigirse en un bloque de poder decidido a concentrar el grueso del producto nacional bruto y a desentenderse de la suerte del resto de la sociedad. Terratenientes y kulaks, en una palabra, para apelar a un vocabulario de siniestra resonancia histórica que, a 80 años de la revolución rusa, parece haber conservado cierta actualidad. Con la diferencia –decisiva, por supuesto- de que aquí no existe un campesinado pobre cuya entidad poblacional pueda contrabalancear el desmesurado apetito de ganancia de los campesinos mayores. Muchos de aquellos han sido desalojados y han pasado a engrosar la marginalia de las grandes ciudades, mientras que quienes trabajan la tierra son peones mal asalariados cuya cantidad se torna cada vez más irrelevante en razón de la tecnificación creciente de la producción agraria y de la relativa sencillez del cultivo de la soja.
Este núcleo social duro (henchido de dinero, pero no muy numeroso), aunado a los especuladores de la City, se puede perfilar como el principal enemigo de la consolidación de una alianza estratégica con Brasil. A menos, claro está, que esta alianza se diseñe de acuerdo al proyecto imperial que reservaba a Brasil el papel de potencia industrial (tutelada por Estados Unidos, por supuesto) y a nosotros el simple rol de abastecedores de grano, cualesquiera fuesen los costos sociales de tal medida.
Es por esto que se hace necesario que las autoridades políticas de Brasil y Argentina - que reflejan, así sea tímida y cautelosamente, un proceso positivo-, se doten de los instrumentos y los discursos mediáticos aptos para esclarecer a la opinión pública, de otro modo abandonada a un discurso martillante que convence o atonta por saturación.
Puntos decisivos
La prensa adicta al sistema neoliberal que ha esquilmado al país tiende a minimizar los acuerdos refrendados en Brasil. Estos son, sin embargo, si se los propulsa con voluntad y coherencia, de una gran significación estratégica. Dejar el dólar de lado e instituir al peso y al real como monedas de intercambio es un primer paso para la integración monetaria regional, de especial importancia si se toma en cuenta que el intercambio anual entre ambos países ronda los 30.000 millones de dólares. La impulsión de proyectos estructurales comunes, como la represa de Garabí, una estrecha colaboración en materia nuclear por medio de consorcios productivos y el desarrollo de un satélite de observación, así como la firma de diversos acuerdos puntuales en torno de la fabricación de equipos para uso civil y militar, son decisivos si se los observa en su conjunto. La ministra de Defensa argentina, Nilda Garré, expresó, en declaraciones a la prensa formuladas en Guayaquil, que “en Brasilia quedó constituido el grupo de trabajo para la Defensa entre Argentina y Brasil, con tres subcomisiones: una terrestre, otra naval y otra aeronáutica”. ¿Su objetivo? La fabricación de motores diesel y motores navales, la modernización de motores para misiles y un intercambio los componentes técnicos de los sistemas informáticos. Junto a esto se perfiló la posibilidad de una asociación entre el Área Militar Córdoba con Embraer para la fabricación de aviones. Esta última firma podría hacerse cargo del reequipamiento de Aerolíneas Argentinas, desguazada por una privatización de 18 años.
En materia de cooperación antártica, un lugar donde la colaboración estrecha de nuestros dos países es esencial para contener al menos dentro de ciertos límites la garra que Gran Bretaña y Estados Unidos están extendiendo sobre el continente blanco, sus aledaños y sus potencialmente enormes riquezas minerales y energéticas, Argentina y Brasil se pusieron de acuerdo para fabricar dos buques polares (uno para cada país) destinados a realizar campañas antárticas, con el ariete que significará un rompehielos como el Almirante Irízar, una vez reparado del incendio (¿accidental?) que lo pusiera a dos pasos de su pérdida unos meses atrás.
Los astilleros de Río Santiago participarían asimismo en la construcción de 37 buques patrulleros de ultramar para Brasil y, si el gobierno nacional potencia su capacidad productora, de 130 buques de apoyo para reforzar los recursos que requerirá Brasil a fin de explotar los yacimientos de petróleo submarino que acaba de descubrir.
En un cono de sombra quedaron las conversaciones para la construcción de un submarino nuclear con superestructura brasileña y motor argentino. Es comprensible, pues hay temas que conviene no menear.
Ahora bien, este espléndido panorama requiere de cuadros para ser sostenido. Sólo con resolución y la gestación y conformación de nuevos grupos dirigentes, que reemplacen en forma paulatina a muchos de quienes ocupan funciones administrativas dentro del Estado y que conciben a la política como un modo de vida y no como una voluntad de servicio, se podrá ir consolidando lo que, de todas maneras, parece ser una voluntad unitaria que escapa al modelo extrovertido y dependiente que hasta aquí informara a los países de nuestra América.
Para ello hacen falta desde luego escuelas de cuadros –es buena la idea de la Universidad Nacional de Córdoba en el sentido de lanzar una Escuela de Formación Política orientada a mejorar la calidad de los futuros dirigentes-, y leyes de radiodifusión que rompan el monopolio mediático, moderen o contrabalanceen el idiotismo y la aculturación que se deriva de la explotación mercantil de los grandes medios de comunicación y, sobre todo, que imbuyan en la conciencia pública la necesidad de conformar un plan integral de desarrollo que aúne los objetivos –inmediatos, mediatos y lejanos- de los países involucrados en un proyecto unitario.
El Estado bonapartista (es decir, el sistema administrativo capaz de fungir vicariamente para reemplazar a una clase burguesa incapaz de asumir y ni siquiera comprender su misión) es una herramienta fundamental para apurar el proceso en el que nos estamos insertando y que es el único que puede salvarnos de ser subsumidos en el huracán de un mundo en crisis. Pero este Estado no puede ser despótico, como sucediera en el pasado, sino estar fundado en una democracia no ya representativa sino participativa, en la cual el pueblo tenga la ocasión de refrendar o rechazar, en un lapso prudencial y de acuerdo a una compulsa responsable de la voluntad pública, el curso que se impone desde arriba a las cosas. Es la única forma en que las clases populares se pueden ir educando y adquiriendo responsabilidades, en vez de delegarlas en el caudillo o en unos partidos siempre propensos a encerrarse en sus propios juegos de capilla.
Algunos dirán que esto es utópìco; pero, veamos: ¿acaso Hugo Chávez y Evo Morales no han salido fortalecidos de diversas experiencias de este género? Es también la mejor manera de impedir que los humos se le suban a la cabeza a quien asume el papel del Elegido y, por consiguiente, de ahorrarse el servilismo que suele acompañar esos procesos, impidiendo que estos se corrompan y ofrezcan el flanco que busca el enemigo para derrumbarlos.