No he visto las películas anteriores de Santiago Mitre, “La patota” y “El estudiante”, muy bien recibidas por la crítica. Mi primer encuentro con el cine de este director ha sido “La cordillera”. No estoy por lo tanto en condiciones de establecer comparaciones ni de efectuar evaluaciones sobre el potencial narrativo de Mitre en proyección al futuro, pero debo decir que este primer encuentro, si no me decepcionó, me dejó frío. Ante todo me pareció un film descompensado, con un guion partido en dos espacios que no se conectan. La cumbre de presidentes latinoamericanos en plena cordillera de los Andes para crear un ente petrolero que explore y explote las riquezas energéticas de la región, corre por un lado y, por otro, sin conexión necesaria con ella, va la historia de la hija del presidente argentino (Ricardo Darín) que padece un desorden nervioso fruto de conflictos psicológicos de orígenes imprecisos. Esta fractura en el guion distrae y no creo que ilustre para nada la línea argumental que se presenta como el plato fuerte del filme, el encuentro en la cumbre. Incluso incluye escenas –como un desnudo y un acto sexual- que no se entiende bien para qué están ahí, pues no tienen secuela. Da la sensación de que el tema filial ha sido traído a la película forzadamente, un poco como se trae a Dolores Fonzi (la hija del mandatario) desde Buenos Aires a ese lugar aislado en la alta montaña.
Pero tampoco el tema nuclear, la negociación en torno al petróleo, termina de definir un perfil neto. Se tipifica a una serie de personajes, en ocasiones con agudeza y con una vívida interpretación, como es el caso del presidente mexicano; se contrastan posiciones políticas que se hacen explícitas y otras que no lo son tanto, como las afinidades entre los contertulios en lo que hace a las antipatías de piel respecto del Gran Ausente, el Amigo Americano: “Seamos francos, somos vecinos, no hermanos de los Estados Unidos…”, dice alguien por allí. Pero falta tiempo, por la presencia insistente de la otra trama paralela referida a la hija de Darín, para explayar los problemas de fondo. Algunos personajes políticos rozan la “macchietta”, como el imperioso presidente brasileño, nuestro aliado estratégico, al que sin embargo nuestro mandatario traiciona sibilinamente negociando a sus espaldas con un enviado de Washington y consintiendo así un arreglo que permite a Estados Unidos colarse de rondón en el nuevo ente que ha de fundarse.
El problema de los filmes políticos es que es muy difícil trabajarlos en una dimensión abstracta. La actualidad se cobra su precio. Ni una ficción tan desenfadada como “House of Cards” puede escapar a esta fatalidad y es por eso que renquea cada vez que se arriesga a salir de las intrigas de la cocina del poder y se atreve a meterse con el terrorismo o las relaciones con Rusia. Quizá se pueda atribuir a Mitre la intención de definir a nuestros países por su gravitación geopolítica y su perfil psicológico, más que por su realidad fáctica, pero en tal caso el proyecto se me ocurre que resulta inabarcable por la magnitud del problema y por la imposibilidad de abordarlo de otra manera que no sea la alegoría poética. Y así y todo…
Si renunciamos a esto, es decir, a la alegoría, es muy difícil escapar a la comparación involuntaria entre los personajes de la ficción y los tristes monigotes que nos rodean. ¿Michel Temer como un arrogante emperador de Brasil? ¿Mauricio Macri atreviéndose a desafiar a un enviado norteamericano?
“Dunkerque”
Alguien –creo que John Ford- decía que puesto a elegir entre la realidad y la leyenda para contar una historia, elegía la leyenda. Este es el caso del filme de Christopher Nolan “Dunkerque”, que recoge una vez más el tema de la catastrófica retirada del ejército británico de Francia, en 1940, durante la arrolladora ofensiva alemana en mayo y junio de ese año. Pero, aunque al final se vuelve sobre la versión churchiliana de la evacuación y se restituye al mito lo que el mito requiere, la película se propone, más que como un análisis histórico, como una recreación de la batalla en un espacio cerrado sobre sí mismo, aunque esté filmada en la playa, el mar y el aire. El director y guionista Christopher Nolan ha elaborado una trama compleja, que está dominada por una percepción relativa del tiempo. Mientras que lo que ocurre en tierra dura casi una semana, lo que sucede en el mar transcurre en un día, y la batalla aérea no puede consumir más de una hora, todos esos acontecimientos se enciman y parecen transcurrir al mismo tiempo. Al otorgar a estos diversos segmentos de acción y de tiempo una igual cantidad de pietaje, Nolan hace que todos ellos se estiren hasta el final de la película. Esto puede inducir cierto desconcierto en el espectador, hasta que este acepta que ese es el modus operandi del director y de la orientación que da al responsable del montaje. Los subtemas que integran esta especie de sinfonía fílmica se acoplan sin una solución estricta de continuidad y pueden estirarse o acortarse dependiendo del crescendo o del decrescendo dramático que se pretende dar a la acción. Un barco es torpedeado en la noche mientras otra acción paralela se desenvuelve en pleno día. El tiempo se comprime o se expande a gusto del autor, y tenemos por ejemplo que una misión aérea que no puede durar sino unos minutos, se prolonga a lo largo de un tiempo imaginario que dura días, hasta que se agotan los otros hilos de la trama y la batalla, y la película, llegan a su fin.
“Dunkerque” es una película que vale la pena, pero, conviene decirlo, no por su exactitud histórica, sino por su atractivo formal, su singularidad narrativa y su capacidad para combinar máquinas, hombres, fuego, tierra, cielo y mar con una fuerza épica notable. De haber querido que fuera de otra manera no hubiera podido soslayar la demolición de la leyenda heroica.[i] Al no proponérselo, se ciñe a la descripción intensa y acotada a un fragmento de la batalla por medio de la experiencia de varios seres a través de los cuales se patentiza el desamparo, el terror, el miedo, la mezquindad, el pánico, el arrojo y el denuedo que pueden darse entre quienes se encuentran hacinados en la playa batida por la metralla y las bombas, o en el mar erizado de peligros.
La maestría de Nolan es sostenida por la estupenda fotografía de Hoyte Van Hoytema, y por la solidez a que nos tienen acostumbrados los actores británicos. Haría falta un técnico para explicar la complejidad del trabajo de cámara y de montaje que manifiesta el film, en especial las implicancias del uso de la cámara IMAX 65 como herramienta para valorizar la inmensidad del paisaje. También para analizar las particularidades de la excelente banda de sonido, tan exploradas en el cine de guerra desde “Salvando al soldado Ryan” y que aquí alcanza la mejor dimensión. Los actores son un sólido bloque de talentos, donde descuellan, a mi modo de ver, el trabajo de Tom Hardy, que consigue la hazaña de transmitir tensión y emociones con el rostro casi tapado por la máscara de oxígeno de un piloto de Spitfire, y el de Mark Rylance (el coronel Abel de “El puente de los espías) como el patrón de la lancha Moonstone que acude, con muchísimas más, al rescate de los soldados acorralados contra el mar.
[i] El War Office estaba alarmado por el estado del ejército después de la evacuación. Privadamente el director de Estadísticas de ese ministerio contó a un periodista, más adelante, que los hombres que volvían de Dunkerque estaban tan desmoralizados que arrojaban sus rifles y equipo fuera de los vagones que los devolvían a sus cuarteles. Algunos pedían a sus mujeres que les enviasen ropas civiles, se las ponían y retornaban a casa. También en privado, Churchill dijo a algunos de sus ministros que Dunkerque era “la derrota militar británica más grave en muchos siglos”. (Clive Ponting: “1940, Myth and Reality”, Elephant Paperbacks). En este sentido el film “Expiación”, de Joe Wright, basado en la novela homónima de Ian McEwan, aunque no es una película de guerra, da una visión más ajustada de los hechos.