La televisión estadounidense ha venido suministrando apreciables testimonios sobre las tendencias políticas, el humor social y las manipulaciones propagandísticas en Estados Unidos. En el rubro de la ficción más que en el documental, pues en el primero la libertad de invención dramática permite a los autores accesos de imaginación más reveladores que el inevitable apego a los datos fácticos al que obliga el documental, datos a los cuales es posible deformar en su sentido, por supuesto, pero que no pueden inventarse. La ficción, en cambio, consiente muchas volteretas argumentales en las cuales cabe la fantasía dramática. Esta, sin embargo, si bien puede ilustrar sobre la veracidad profunda de las cosas, también puede convertirse, para los productores, en un mero instrumento dedicado a sostener el interés del público por una temporada más. Y si en primer caso la narración puede poner en evidencia cosas que el discurso oficial niega o trata de velar en la medida de lo posible, lo segundo puede terminar desvirtuando los valores del relato.
Esto viene a propósito de la quinta temporada de “House of Cards”, la serie de Netflix creada por Beau Willimon, a la que ya nos hemos referido en otras ocasiones. Como sabemos, trata de la aventura de una pareja de políticos, Frank Underwood y su mujer Claire, que se proponen encaramarse a la cima del poder de la nación imperial sin escatimar las intrigas, los delitos y los homicidios a que dé lugar la consecución de tan ambiciosa meta. Uno de los datos inquietantes –aunque recurrente en el ámbito de la ficción- es el apego que el público llega a desarrollar hacia esos dos personajes. Mucho más que el J.B. de la serie “Dallas”, los Underwood son seres abominables; pero de alguna manera suscitan una adhesión que proviene, tal vez, más que de cualquier otra cosa, del hecho de que a pesar de todas sus trapisondas, poseen la seducción que provee la astucia y, sobre todo, el éxito.
Convengamos que en el plano de la eficacia dramática la serie da hoy signos de agotamiento. En parte esto podría deberse al alejamiento de su creador, Beau Willimon, pero quizá este haya partido porque sentía que el piso argumental cedía bajo sus pies. Es el problema que tienen las series: después de cierto tiempo los caracteres ya han puesto en evidencia todos sus repliegues y, para que la historia no se enrede en los hilos de su propia intriga, habría que condensar y acelerar los conflictos para darles un corte. La caja registradora dice otra cosa, sin embargo, y tenemos así que “House of Cards” ha culminado su quinta temporada con la promesa explícita de que habrá una sexta el año que viene. Claire (Robin Wright) se encarga de ello al anunciar frente a la cámara, ya ungida presidente por la renuncia de su marido, que ahora es “su” turno.
Los signos de agotamiento de la serie se ponen de manifiesto en la imposibilidad de atar todos los hilos de una intriga donde afloran cada vez más figuras, y en el gran guiñol (o sea en el efecto melodramático y de gran impacto), al que tienen que recurrir los caracteres para seguir habitando la piel de sus personajes. Que el presidente de la república empuje a la secretaria de estado por una escalera para matarla o al menos para causarle heridas que la inhabiliten a asistir a una audiencia en el congreso, ya cae en el exceso, y no menos puede decirse de la primera dama, que envenena a su amante -aparentemente porque lo ha convertido en depositario de secretos para los cuales puede no ser un seguro receptor- y asiste a su muerte mientras practica con él el acto sexual…
Se dirá que Shakespeare también era truculento. Sí, pero “House of Cards” está lejos de ser una tragedia isabelina. A ello se suma la complicación que resulta del hecho de que, tratándose de una historia que desde un principio se ha manifestado atada a una realidad actual, tiende a ser sensible a los vaivenes de la contingencia. Y en este sentido esta última en los últimos tiempos ha producido variantes que la hace todavía más retorcida y siniestra que la carrera de los personajes de la serie televisiva.
Así y todo “House of Cards” conserva buena parte de su capacidad de impacto y de su potencia reveladora en la descripción del cinismo que envuelve a las cimas del poder. La inverosimilitud que están cobrando ciertos personajes no proviene de lo desaforado de sus ambiciones sino de que estas son atribuidas a su perversidad intrínseca, mientras que de hecho provienen de un contexto donde lo increíble ha obtenido carta de ciudadanía, donde se extermina a cientos de miles de personas por razones sedicentemente “humanitarias”, donde se envenena a líderes populares con expedientes químicos indetectables –Arafat, Chávez-, y donde se fraguan provocaciones desvergonzadas para proveerse de los pretextos necesarios para ir a la guerra sin que una opinión pública atontada por esos mazazos psicológicos sea capaz de rebelarse.
Sobre el final de la serie hay una insinuación que, si el público norteamericano se la tomase en serio, debería provocar polémica. Podemos estar seguros de que ello no ocurrirá, no porque no sea verosímil, sino porque escapa a la comprensión de ese público que, respecto a todo lo que sucede en el ámbito internacional, suele encontrarse en el limbo. La presidencia (en la serie) recibe el aviso de que el régimen sirio se apresta a desatar un ataque químico contra la ciudad de Homs. Es posible impedirlo denunciándolo en las Naciones Unidas antes de que se produzca, pero el poder ejecutivo prefiere retener la información y se apresta a actuar a posteriori para proceder a una intervención en fuerza, basada en razones “humanitarias”, contra el gobierno sirio.
En el plano de lo real esto ha ocurrido ya al menos en dos ocasiones, y de una manera más cruda aún, pues se trató de agresiones perpetradas por los mismos jihadistas o, en el mejor de los casos, de un verdadero montaje. En la primera ocasión sólo la mediación o la presión rusa frenó el ataque cuando este se encontraba ya en su rampa de lanzamiento. En la segunda provocó la primera intervención directa de la fuerza aérea norteamericana contra territorio sirio.
Estos giros en la trama permiten sobrellevar la confusión creada por el exceso de personajes y por el enredo de las líneas de la intriga, y consienten esperar la sexta temporada con buena expectativa.
Aunque el curso de la historia real, de lo que ocurre fácticamente en el mundo, puede dejar anticuadas en cualquier momento a las aventuras de Frank y Claire Underwood y a las de la cohorte de personajes que deambulan por los corredores de su ficticia Casa Blanca.
“House of Cards” (5ta. Temporada”). Directores: Alik Sakharov, Agniezka Holland, Daniel Minahan, Michael Morris, Robin Wright, Roxann Dawson. Guionistas: Frank Pugliese, Melissa James Gibson, John Mankiewicz. Música: Jeff Beal. Intérpretes: Kevin Spacey, Robin Wright, Michael Kelly, Patricia Clarkson, Neve Campbell, Mark Borkowski, Campbell Scott Michael.