El caso del hackeo a la página institucional del Ejército Argentino por una presunta rama del ISIS puede no ser otra cosa que una broma de mal gusto, pero viene bastante al caso como recordatorio de que vivimos en una nación que se encuentra en caída libre, en una picada sin freno. ¿Acaso no acaba el gobierno de colocar deuda en el mercado, a… cien años de plazo?
Argentina se está quedando indefensa en todos los planos que importan: el económico, el social, el militar y el educacional. Y día tras día la confusión se agranda. El ministerio de Finanzas ha anunciado la colocación en el mercado de una emisión de bonos en dólares que se reembolsaría a un 8,25 por ciento de interés anual a lo largo de un siglo. Aún si –como es probable- la tasa se redujese a un 7,99 por ciento, la perspectiva de esta operación seguiría siendo nefasta: diez generaciones de argentinos se aplicarían durante cien años a amortizar una deuda “eterna” que estrangularía las posibilidades de desarrollo del país.
No se trata de un fenómeno nuevo. Lo cual es una desdicha, pues viene a demostrar que el pueblo no tiene memoria o que esta se le ha perdido en el camino, debido al trauma que causa la inacabable sucesión de derrotas y traiciones que ha sufrido y al implacable lavado de cerebro que practican los medios de comunicación dominantes y una intelectualidad y un aparato académico confusos y semicolonizados.
A poco de andar en su vida independiente, en efecto, la Argentina se ató a su primer préstamo, el de la firma Baring Brothers, potencia financiera de principios del siglo XIX y agente del imperialismo británico en todo su dilatado dominio. En 1824 Bernardino Rivadavia, siendo ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, autorizó a pedir un préstamo a la Baring por un millón de libras esterlinas a un 6 % de interés. Como garantía del pago del capital y de los intereses de la deuda Rivadavia comprometió parte de las rentas de la aduana porteña y hasta porciones de tierra pública. Ninguno de los emprendimientos materiales para realizar los cuales se había contraído la deuda se llevó a cabo, en parte porque el consorcio que negoció el acuerdo retuvo 120.000 libras en concepto de comisión, en parte porque hubo un gran número de intereses por “servicios adelantados” y en parte también porque, en definitiva, del millón acordado quedaron 560.000 libras, de las cuales 500.000 fueron retenidas en Londres al cuidado del ente prestamista, que pagaba a Buenos Aires un interés del 3 % por esa guarda. De lo cual resulta que del empréstito Baring de un millón de libras se vieron sólo 60.000, y que si se pidió plata al 6 % fue para prestarla luego al 3 % al mismo prestamista.[i] … Negocio redondo. Para Baring.
La Argentina terminó de cancelar ese préstamo fatal, que inhibió la soberanía económica por más de un siglo, recién en 1947, a principios del primer gobierno del general Perón.
Fue una locura, pero ahora el gobierno Macri ya ha batido todos los récords de insania para con la sociedad que tiene la responsabilidad de dirigir. Ha contraído deuda externa por más de cien mil millones de dólares en apenas un año y medio, dineros que van por una parte a la bicicleta financiera y por otra a paliar un déficit fiscal provocado deliberadamente por el gobierno de Cambiemos cuando redujo drásticamente las retenciones del campo y devolvió a las corporaciones mineras las regalías que debían pagar por la explotación de nuestro suelo. Recibió la “pesada herencia” de una economía desendeudada y relativamente saneada, y rifó todo en un festival devaluatorio, desregulatorio y de apertura de importaciones.
La impotencia como contracara
Todo esto, con ser catastrófico, no es sino parte de la película de terror que estamos viviendo. La otra proviene de la atonía, la confusión, el egoísmo y la pobreza de miras de las fuerzas que deberían oponerse al gobierno, patentizadas por una oposición y un aparato sindical fragmentados, parte de los cuales pactan o han pactado por debajo de la mesa con el Ejecutivo, o bien se encuentran ensimismados en un juego de masacre en el cual se cobran cuentas atrasadas de carácter personal o se dirimen pleitos políticos de corto alcance, sin una idea clara acerca de cuál es la situación del mundo en el que nos encontramos inmersos. Porque el mundo se bambolea al borde de una crisis de alcances que pueden ser inéditos.
Sólo una fuerza cohesionada en torno de la defensa del interés popular y provista de una comprensión geopolítica e histórica de la situación en la cual nos encontramos –es decir, una comprensión antiimperialista- podría poner freno a esta decadencia. Muchos desearíamos creer que el frente Unidad Ciudadana lanzada por Cristina Kirchner podría ser el comienzo de esa clase de respuesta. Pero conviene no hacerse demasiadas ilusiones al respecto: a pesar del carácter positivo que tuvo el masivo acto encabezado por la ex presidenta en Sarandí, el pasado martes, la naturaleza de la crisis que nos envuelve no tolera el autoengaño. Cristina es la política más dotada de la oposición, pero, tal vez por esto mismo, suscita rencores y envidias tanto en sus enemigos como entre quienes podrían ser sus amigos, resentimientos que no pueden sino engrosar por la pertinaz negativa de la ex presidenta a elaborar su autocrítica. Que sería necesario y saludable que hiciese, pues sería la única, aunque precaria, garantía de que no volvería a cometer los errores que ya cometiera.
Este planteo deviene del hecho de que la cuestión no reside sólo en la revisión de lo actuado en los últimos quince años, sino en la asunción de que el movimiento nacional –al menos en su expresión más fuerte, el peronismo-, padece un trauma que arrastra de la década de 1970. Un examen lo más honesto posible de la escisión que ha dividido al campo nacional dentro de sí mismo desde los 70 para acá (una grieta dentro de la grieta, para usar la expresión de moda), y que sigue atenazándolo “con el peso de las generaciones muertas que oprime a las vivas”, para decirlo con el viejo Marx, será necesario. Para esto hay que comenzar con asumir un estilo no confrontativo dentro de un eventual frente nacional. Se dirá que Cristina, en el acto en Sarandí, estaba haciendo precisamente esto, pero no basta. No es posible lograr los objetivos de máxima sustrayéndose al autoexamen y hablar tan solo del presente y del futuro, sin reflexionar sobre las causas que precipitaron la derrota del 2015. Porque no se trató de una derrota cualquiera; fue un revés que volvió a entronizar al establishment en el gobierno, tal como sucediera en 1955 y 1976, aunque sin sangre y con votos esta vez, cosa que torna aún más grave el fenómeno en términos históricos. En un año y medio de gobierno neoliberal el incipiente y tímido ensayo de proyecto nacional iniciado en 2003 ha sido descalabrado a lo ancho y a lo largo; no quiero pensar lo que quedará de él para 2019 si el macrismo vuelve a sacar ventaja en las elecciones de octubre.
Como quiera que sea, hay que librar batalla con los medios que se tienen a mano. En las próximas semanas y meses se verá si en toda la gama del arco opositor surgen las coincidencias elementales que permitan acompañar un proyecto de unidad contra la restauración conservadora.
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[i] Precisiones extraídas por Internet de “La Gazeta Federal”.