Los voceros periodísticos del kirchenrismo promovieron hace un par de semanas un gran batifondo alrededor de un presunto rearme de las Fuerzas Armadas que implicaría una erogación de al menos 2.000 millones de dólares. Roberto Navarro, en su programa Economía Política, fue el que lanzó la “bomba” hace unos quince días atrás y quien primero puso el grito en el cielo ante semejante ocurrencia, contrastando el gasto previsto en armas con la sub-ejecución del presupuesto docente y la creciente pobreza que aflige al país. No vamos a discutir la importancia que reviste la contribución de C5N para romper la uniformidad opresiva de discurso sistémico-es casi la única voz disidente en el espectro mediático-, pero frente a esa contraposición, y también frente a los datos, las perspectivas y el estilo argumentativo con que el programa expuso el tema, es preciso reflexionar un poco.
En primer lugar hay tener en cuenta que la defensa es un ítem tan vinculado al desarrollo como la educación, la industria, la tecnología y la estructura socioeconómica de la nación. No hay país sin defensa, es decir sin la disposición a recurrir a la “última ratio” de las armas a la hora de un conflicto en que afecte la integridad nacional. El problema no son las armas, sino adónde apuntan; es decir, la naturaleza del estado que presuntamente las tiene bajo sus órdenes. Ahora bien, un gobierno no es el estado; un gobierno es una entidad pasajera, mientras que las FF.AA. son parte de una estructura permanente, cuya primera función está dirigida a proteger las fronteras de un país y, secundariamente, a servir de reaseguro a un orden social. Cuando se invierten estas prioridades, la institución traiciona su función y puede convertirse en el verdugo de su propio pueblo. Pero también puede partirse dentro de sí misma y reflejar internamente la misma dicotomía que divide a la sociedad. Ahí la balanza puede inclinarse para cualquier lado, dependiendo de la inteligencia de los hombres de armas y del sentido de autoconservación de la sociedad el que lo haga del lado correcto.
El primer caso -el de la fuerza armada como guardia pretoriana- suele darse en el seno de los países invertebrados y es frecuente en las seudo-naciones configuradas por la historia colonial: en las republiquetas surgidas de la injerencia imperialista en países demasiado débiles para resistir la amputación de su territorio. Como Guatemala y otros países de Centroamérica, fabricados por el imperialismo después del naufragio de la República Federal de Centroamérica; o Panamá, desgajado de Colombia para hacer lugar a la aspiración estadounidense al canal bioceánico; o en tantos otros lugares de Asia, África o el medio oriente.
Una trágica historia
La triste ejecutoria de las fuerzas armadas argentinas de septiembre de 1955 a abril de 1982 es expresiva, en cambio, del segundo caso. Es decir, el reflejo de una herida que no termina de cerrarse en el seno de la sociedad. La puja dentro de un país escindido entre las fuerzas que en 1955 pretendían restaurar el viejo modelo pastoril y las que pujaban por fraguar un modelo industrialista, mejor estructurado y socialmente más justo, encontró eco dentro unas fuerzas armadas que replicaban, primariamente, la dicotomía que dividía a la sociedad. Sin embargo, el derrocamiento del gobierno constitucional gestado por la “libertadora” no se produjo sin la anuencia o la complicidad de ese mismo gobierno, que se abstuvo de utilizar la superioridad de los elementos castrenses que le respondían, para sofocar una rebelión que vulneraba todos los parámetros institucionales y que además procedía con una brutalidad que provenía no sólo de los militares alzados, sino también del establishment civil que los prohijaba y que estaba largamente instruido en el uso de esas prácticas.
Que a pesar de ser conscientes de la naturaleza de este enemigo se le haya dejado avanzar hasta la captura del poder, fue una falta de la cual el peronismo no se ha redimido todavía. Es importante tenerla en cuenta, en especial cuando varias veces, en años posteriores, aunque con matices diferentes, repitió el mismo renuncio.
La fractura dentro de las fuerzas armadas continuó después de la caída del primer peronismo. Aunque la corriente “gorila” era la más activa, no significaba que no existiesen contrapesos que se le oponían. La enorme falta, el error táctico, por no decir el crimen, del ala izquierda del movimiento nacional-popular formada en los sesenta y que eclosionó en los setenta, fue despreciar esa grieta y soldarla en cambio con una arremetida ciega, desconsiderada respecto de los parámetros de la realidad, contra las fuerzas armadas como un todo. Qué determinó este acceso de estupidez, para excusar el cual no basta el argumento de sacrificio heroico o del martirio de los inocentes, no es fácil de establecer. Sin duda concurrieron muchas causas: la infatuación juvenil, la ignorancia que suele estarle asociada, el deslumbramiento causado por el mayo francés –otra experiencia que quedó en la nada, aunque no produjo el saldo catastrófico que dejó su réplica latinoamericana-; la influencia de la revolución cubana, fenómeno singular e irrepetible; el romanticismo y el voluntarismo del Che y, lo último pero no lo menos importante, el interés de la CIA en utilizar el activismo voluntarista de la guerrilla y de la ultraizquierda como factor desestabilizante de gobiernos y sociedades que, como la argentina, estaban en vías de recuperar su movilidad ascendente. La grieta militar se soldó y las fuerzas armadas golpearon como un martillo pilón sobre la cabeza del movimiento popular, consumando crímenes imperdonables como cómplices de la ofensiva imperial y engañándose tontamente con la creencia de que se habían convertido en socios menores de un “occidente” engarzado en la lucha final con el “marxismo” soviético. Pensar que todavía hay quienes opinan así…[i]
Pero incluso en esas circunstancias el carácter ambiguo y de doble faz de las fuerzas armadas en los países semi-dependientes como el nuestro tuvo ocasión de volver a manifestarse. Fue en la guerra de Malvinas. Tras fungir como agentes activos y feroces de la devastación neoliberal, decidieron dar un paso en sentido inverso. En parte por razones oportunistas –para conquistar una legitimidad popular que no tenían-, en parte manipuladas por el mismo enemigo que había instrumentado a la guerrilla y, como esta, víctimas de su propia ignorancia y su falta de sentido de las realidades, se lanzaron a una aventura bélica que las excedían. No sólo por la potencia del enemigo, que eran el Reino Unido y también la OTAN, sino porque los intereses particulares y la configuración mental de sus dirigentes tornaba imposible, traspasado cierto límite, llevar adelante la lucha. La de Malvinas fue, como dijo el general Martín Balza, una guerra justa, pero conducida por manos bastardas.
Esta compleja dialéctica de intenciones explícitas y deseos tácitos, de coraje en las filas y de un irreprimible deseo de los altos mandos de huir cuanto antes del lío en que se habían metido, provocó repercusiones interesantes en Suramérica a pesar de su carácter caótico. El subcontinente en general vibró con el desafío al imperio. Sin que por esto dejasen de existir excepciones, de la cual la más notable fue la de Chile. Otro dato para dimensionar la chapucería de los organizadores de la aventura, pues había que ser ciego para no comprender el riesgo de lanzarse a una empresa de esa envergadura sin tener cubiertas las espaldas en el campo de operaciones.
Después de Malvinas el país quedó casi desarmado y ese carácter no hizo sino acentuarse al extremo en la etapa kirchnerista. Pues para la psicología “setentista”, de la cual es deudora una amplia franja del progresismo argentino, la expresión Fuerzas Armadas equivale a nombrar al diablo. Esa psicología perpetúa una tragedia cuyo recuerdo algunos sectores de lo que fuera la “maravillosa juventud” y de quienes se reconocen en ella, pretenderían convertir en el hito máximo y en el “non plus ultra” de la historia argentina. Esta, sin embargo, es mucho más larga y compleja. Los 70 encierran contradicciones que, como hemos visto, no pueden resolverse en una rígida dicotomía entre “buenos” y “malos”, así como no pueden reducirse a la teoría de “los dos demonios”.
Mal abordaje de un tema muy serio
El capítulo del “rearme” de las FF.AA. no puede quedar librado al simplismo ni al oportunismo político excitado por la proximidad de un término electoral. El alegato de Navarro, el carácter estentóreo de su denuncia de una compra de armas presentándola como el producto de una investigación propia, aunque el diario La Nación la había anunciado ya a través de un artículo de Martín Obarrio del 16 de noviembre de 2016, representa al menos una falta de ponderación y equilibrio, que tergiversa la naturaleza del problema.[ii]
La forma en que Navarro salió a denunciar la presunta compra de material militar por la suma de miles de millones de dólares es una contribución más a un sensacionalismo que colinda con una especie de terrorismo psicológico practicado por vía de los medios y del que no parece estar exento ningún sector de la prensa argentina. Este tipo de aproximación no sirve para nada. El tema es demasiado importante para ser tratado de ese modo. El reequipamiento de las FF.AA., hoy reducidas a un mínimo nivel operativo y, en el caso de la Fuerza Aérea, casi al borde de la extinción, es una necesidad urgente. La cuestión es saber cómo, cuándo, por qué y para qué se lo hace. Aunque soy lego en la materia, me animaría a sentar algunos principios. La atención de los legisladores que deberán controlar ese proceso –cuando este se produzca, cosa que seguramente no será ahora pues para el gobierno de Macri tampoco el tema es una prioridad urgente-[iii] tiene que pasar por una serie de consideraciones. que deben estar en relación a:
1 - La disponibilidad económica.
2 - Las hipótesis de conflicto que se manejan.
3 – La naturaleza del armamento a comprar y la determinación de cuál será su función.
4 – Saber si al menos una parte de esos elementos puede ser fabricada aquí o en colaboración con Brasil.
4 - El grado de incorporación tecnológica y de know how que se logra a través de ella.
5 - La fuente de la cual procede el material, en el cuadro de las tensiones geopolíticas que existen en el mundo.
6 - El control contable de las operaciones de compra, pues la venta de armamento es tradicionalmente uno de los rubros más favorables para los negociados, por la ignorancia que suele existe en el público respecto al tema y por el gran volumen de dinero que se mueve en esas operaciones, lo que da lugar a que muchos vueltos puedan caerse de la mesa.
La disponibilidad económica es parte del problema estructural del país. No se trata de que se le saque plata a los docentes para dársela a los militares, sino de que toda la cuestión presupuestaria argentina está deformada porque la atribución de la masa de las ganancias es regulada por un sistema impositivo que favorece a un sector concentrado del establishment. Mientras se engorda al campo, a la minería, a la banca y a las empresas transnacionales, se destruye a la mediana industria, cunde el desempleo y la seguridad social y el nivel educativo retroceden. Y la defensa exterior se diluye en una niebla de indiferencia.
La hipótesis de conflicto
En lo referido a las hipótesis de conflicto resulta por lo menos extraño que de pronto Navarro y en general la guardia periodística de C5N, que hasta hace poco se llenaba la boca con el asunto de la Fortaleza Malvinas británica, hayan cambiado abruptamente de frente y descubierto que el país… ¡no tiene ninguna hipótesis de conflicto!
Nos encontramos en un mundo en trance donde se multiplican las guerras, se fomenta la inestabilidad, crece de manera vertiginosa la explotación de las fuentes de energías no renovables, se produce una explosión demográfica y se verifican grandes desplazamientos poblacionales, mientras el capitalismo financiero piensa sólo en sí mismo y en un ordenamiento asimétrico del planeta que conserve y aumente su tasa de ganancia. Los conflictos están al orden del día y nada impide pensar que Suramérica, con sus ingentes reservas acuíferas y minerales, y la feracidad de sus tierras, no haya de convertirse en una presa en la batalla global que está comenzando. Sin pretender que nuestro país vaya a empeñarse en jugar un rol activo en esa batalla, es poco sensato pensar que podrá escapar a ella. Contar con una fuerza armada en condiciones de existir al menos como factor disuasivo –en colaboración con Brasil y otros países del subcontinente- no es una aspiración desorbitada. Malvinas, enclavada como pivote en la vía de comunicación entre el Atlántico y el Pacífico, y como portada del acceso a la Antártida, tiene un valor estratégico que no puede desdeñarse. Si todo esto no configura una hipótesis de conflicto, ¿las hipótesis de conflicto dónde están? ¿En el combate al narcotráfico, que supondría convertir a las fuerzas armadas en un simple poder de policía, con potencial para eventuales represiones internas? Este es el modelo que el imperialismo preconiza para sus súbditos.
En lo referido al tipo de armamento que debería comprarse, con quién se podría hacer la operación y hasta qué punto esos elementos podrían ir siendo reemplazados por la producción local, nos parece evidente que la suplantación de esos elementos por otros de producción nacional sólo podría lograse después de mucho tiempo y siempre y cuando se apuntase a unas metas de desarrollo que hoy por hoy están lejos de cumplirse. Es más, que brillan por su ausencia. Hay que observar también que, en las listas dadas a conocer por C5N y por otros órganos de prensa, no se toma en consideración un elemento básico: la provisión de aviones para la Fuerza Áerea. Este es el flanco más descubierto que tienen las fuerzas armadas y el que mayor incidencia tendría en un eventual escenario bélico en el Atlántico Sur. Del proyecto de sumarse al reequipamiento de la fuerza aérea brasileña con los avanzados cazas Grippen, de fabricación sueca, compra negociada por los brasileños con un acuerdo paralelo de transferencia tecnológica, no se ha vuelto a hablar, como tampoco se ha vuelto a hacer referencia a un proyecto alternativo, la anunciada compra de una veintena de cazas Mig 29 a Rusia. En vez de esto se habló de comprar una serie de aviones de entrenamiento norteamericanos, cosa ahora desmentida, pero que de realizarse podría incidir negativamente en el proyecto del Pampa III y podría volver a paralizar la ya escasa actividad de FADEA.
El tema del mercado en el cual el país realizaría sus compras una vez que esté en condiciones hacerlas, es muy importante. Es obvio que adquirir armamento en Estados Unidos supone quedar librado a la contingencia de un embargo que cortaría el suministro de repuestos. No otra cosa sucedió desde el final de la guerra de Malvinas.
Se está ante un tema serio, que implica una política de estado, que debe ser discutido sin apelar a recursos demagógicos ni con fines electoralistas y del cual debería emerger la caracterización geopolítica y geoestratégica del país que casi todos nuestros gobiernos nos han debido (la excepción fue la de los mandatos de Perón) que permita definir la organización de las potencialidades de que dispone la Argentina para adentrarse en el siglo XXI. Que no son pocas, pero que requieren de políticas de fondo para organizarse.
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[i] Por supuesto que no fueron pocos los militares altamente situados que eran conscientes de su papel y que se convirtieron gustosos en los ejecutores voluntarios del proyecto neoliberal.
[ii] La única novedad aportada por la investigación de marras parece ser el documento, redactado en junio del año pasado, en el que el ex- embajador argentino en Washington, Martín Lousteau, se dirige al congresista norteamericano Paul Visclosky para interesarlo en la venta de armas a nuestro país.
[iii] De hecho, según informa Ámbito Financiero en su edición de hoy, ni siquiera la discutible compra de aviones de entrenamiento en Estados Unidos podrá realizarse, porque el presupuesto asignado a la Fuerza Aérea está reducido a la mínima expresión.