La provocación, la hipocresía y la absoluta irresponsabilidad siguen siendo los rasgos centrales que distinguen a la administración de Estados Unidos, con Donald Trump o sin él. El ataque con 59 cohetes Tomahawk contra una base aérea siria próxima a la ciudad de Homs así lo demuestra. El presidente anunció el ataque con el habitual despliegue de lugares comunes sobre la responsabilidad del “país excepcional”: velar por la justicia, la paz y el bienestar de los inocentes en todo el orbe; es decir, para actuar como gendarme mundial. La excusa para el bombardeo esta vez fue un ataque efectuado con armas químicas contra una zona situada en territorio rebelde, que se encontraba repleta de niños y civiles y que los “mass media” occidentales han atribuido al gobierno de Hafez el Assad.
El coro de incondicionales de Washington no tardó un segundo en manifestarse: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Israel, Arabia Saudita, Qatar, Italia y España, más otros que no recuerdo, expresaron su apoyo a la operación de castigo. También Turquía lo hizo, aunque su relación con Washington tiene matices que no condicen del todo con la sumisión absoluta. Irán y Rusia protestaron con fuerza, y China expresó diplomáticas reservas y exhortó a no agravar la situación. A este propósito no se puede dejar de señalar, con cierto asombro, la falta de tacto de Trump, que ordenó una acción de semejante envergadura cuando en territorio norteamericano se encontraba el secretario general del partido comunista chino, Xi Jingping, que se ha manifestado varias veces en respaldo a Siria y con quien Trump se aprestaba a mantener conversaciones en su residencia en Florida.
Tras ceder a la presión del “estado profundo”, que él prometía sanear, y haberse desprendido de sus más inmediatos colaboradores en materia de política exterior, a Trump lo ha fagocitado el mismo “pantano de Washington” que él decía venía a secar. Esto quizá le valga un boleto de supervivencia para su mandato, aunque no hay ninguna garantía de que tal cosa sea segura: ganarle las elecciones a los cuadros del establishment apelando a la opinión plebeya y lastimando muchas susceptibilidades con su estilo bocón y destemplado, le ha valido rencores que le costarán caro a medida que siga debilitándose.
Pero Trump ya no reviste mayor interés. Es un fanfarrón invertebrado. Lo que pesa ahora es el abanico de posibilidades que se abren en la medida en que los planes de los “neocons” sigan marchando sin resistencia interna, como parece ser el caso. El Pentágono y la CIA parecen no encontrar obstáculos a su plan del “medio oriente ampliado”, es decir, a su programa de seguir fragmentando los estados de la zona, como ocurrió con Irak y debería suceder también con Siria, como prólogo a la solución final del diferendo con Irán, el bocado mayor que la dupla neoconservadora y proisraelí de Washington, que aspira a acabar con la amenaza que representa la nación más poblada, bien armada y refractaria a las directivas de la OTAN e Israel medio oriente. Esto, por supuesto, abriría la puerta a una guerra en gran escala en toda el área, lo que a su vez representaría el anticipo de una posible guerra mundial; pero nada de esto parece vaya a amedrentar a los extremistas de Washington, que sienten que el suelo huye bajo sus pies en razón del crecimiento chino y la recuperación rusa y, aparentemente, quieren actuar antes de que sea tarde.
Mecánica de la provocación
La mecánica de la crisis que acaba de desencadenarse debería ser familiar para cualquiera que tenga memoria. No vamos a remontarnos a la historia de la voladura del “Maine”, que sirvió de pretexto para que Estados Unidos superase la línea del imperialismo continental para lanzarse a la era del imperialismo global con la guerra hispano-norteamericana de 1898; pero basta recordar el proceso que precedió a la invasión de Irak en 2003 para observar como un montaje periodístico atronador, fundado en falacias y en mentiras crudas y desnudas, sirve para desencadenar una guerra devastadora. Hay que acordarse de Colin Powell exhibiendo una probeta con algo que podía ser pasta dentífrica en el Consejo de Seguridad, como prueba de que Saddam Hussein disponía de ántrax y de armas de destrucción masiva, para constatar el nivel de desvergüenza con que se manipula a la opinión pública. Ahora resulta que el régimen de Assad usa armas químicas contra un lugar lleno de civiles y niños… y de médicos y fotógrafos prestos a testimoniar y retratar los horrores de una matanza de esa naturaleza. Pero, ¿EE.UU. no había verificado a través de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) la eliminación de las armas de destrucción masiva sirias en 2013, fruto de un acuerdo tramitado por Rusia? Y, ¿no estaba y está el ejército sirio derrotando a los jihadistas en todos los escenarios, gracias en parte a la colaboración rusa? ¿Qué sentido tiene proceder a crimen tan repudiable cuando se está ganando la guerra? ¿Y no sabemos acaso que las fuerzas del estado islámico poseen y han usado armamento químico en varias oportunidades, tratando de echar la culpa de esos sucesos al gobierno de Damasco? ¿No habrá sido alcanzado uno de esos arsenales por el ataque de la fuerza aérea siria, difundiéndose así el gas? ¿O no puede haber ocurrido que los mismos fundamentalistas (o sea el conglomerado de mercenarios, fanáticos y terroristas armados por Estados Unidos, Arabia Saudita, Gran Bretaña y Turquía durante años) hayan provocado deliberadamente el estrago para crear una diversión propagandística que distraiga de las derrotas que están sufriendo y brinde el pretexto para una operación de castigo dirigida a restablecer el “estatu quo ante”?
La voluntad norteamericana para acabar con el jihadismo nunca ha sido fuerte; en realidad, más que combatirlo ha dado siempre la sensación de respaldarlo para minar así al gobierno de Siria y otros países. Con el pretexto de atacar a Daesh en más de una ocasión han bombardeado las infraestructuras sirias, y es probable que hayan invertido más dinero en suministrar cemento para los búnkeres de los terroristas que en bombas para destruirlos. Sólo la aparición de la aviación rusa ha cambiado las tornas.
El bombardeo de la noche del jueves a viernes ha causado pocas bajas a pesar de su carácter masivo. Aparentemente hubo un aviso de Washington a Moscú acerca del ataque poco antes de que este se produjese, o bien los medios de detección rusos en Siria emitieron un alerta que permitió a los sirios evacuar la base, que por otra parte fue impactada por sólo 24 de los 59 proyectiles que se le arrojaron. Al mismo tiempo hay que tomar en cuenta que las defensas antiaéreas rusas no reaccionaron al ataque. [i]
¿Cómo se entiende esto? Parecería que todavía no hay voluntad de trepar el último peldaño de la escalada. En todos estos años de crisis Rusia no ha reaccionado a las provocaciones de que ha sido objeto –en Georgia, Ucrania, medio oriente-, a menos que sus intereses vitales se hayan visto directamente amenazados. En Georgia actuó para repeler una invasión motorizada por un títere de la OTAN; en Ucrania se limita a sostener desde afuera al pueblo y a las organizaciones rusófonas que se mantienen en Novorossia, y sólo actuó en forma directa y urgente reincorporando a la península de Crimea al suelo patrio cuando se hizo evidente que la OTAN se aprestaba a poner bajo su tutela a la base naval de Sebastopol, centinela ruso sobre el Mar Negro y su única posibilidad de salir hacia el Mediterráneo. En cuanto a Siria, consentir su derrota y fragmentación implicaría perder la base naval de Tartus y abrir el paso a la demolición de su actual aliado estratégico: Irán.
Pero la prudencia tiene un límite. Si Washington continúa con el actual curso de acción –la embajadora norteamericana en la ONU acaba de prometer nuevos ataques contra Siria si su país lo considera necesario- la guerra, una guerra regional a gran escala o algo peor, estará a la vuelta de la esquina. Como suele decirse: es cosa de locos. Ahora bien, ¿no hay quién le pare los pies a la superpotencia militar? ¿Cuál es el mecanismo mental que está en sus mandantes, fuera de la indiferencia de robot del capitalismo salvaje, que los utiliza para perpetuar el ciclo cada vez más concentrado y explosivo de la acumulación por la acumulación misma?
La clase dirigente norteamericana parece hipnotizada por la arrogancia y la tecnología. La infatuación, sin embargo, es mala consejera. ¿Qué pasaría si tras tanto jugar con fuego se quemasen las manos? Un compromiso militar a gran escala no puede mantenerse indefinidamente bombardeando al enemigo con drones o la aviación, o con barcos que circulan a gran distancia y golpean el blanco con relativa precisión, o con tropas de tierra suministradas por los aliados en el terreno. En algún momento el compromiso puede volverse en contra, en el aire, en el mar o con las tropas de tierra que habrá que poner en juego. ¿Qué va a pasar entonces? ¿Los votantes de Trump que lo respaldaron porque prometía acabar con los compromisos bélicos en el exterior y calificaba a Barack Obama de “loco” por sus aventuras militares, van a seguir tolerándolo?
Es hora de que un revés militar clamoroso devuelva a los “neocons” al sentido de las realidades. Probablemente sea lo único que puede hacerlo. Son coriáceos y estúpidos. Pero una vez que se echa a rodar la bola, como puede ser en este caso en Siria, nunca se sabe adónde puede ir a terminar su recorrido.
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[i] The Vineyard of the Saker: Important update on the US attack on Syria, del 7/04/17.