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ENE
2017
Trump: preanuncio de tempestad.
Trump: preanuncio de tempestad.
El enigma Trump domina las expectativas para este año. Lo que haga o deje de hacer, paliará o profundizará la crisis del sistema-mundo.

2016 fue un año de cambios. El triunfo de Donald Trump en las presidenciales norteamericanas, la reaparición de Rusia como gran potencia diplomática y militar, la crisis de la Unión Europea cuyo rasgo más clamoroso fue el triunfo del Brexit; el cambio de las tornas en el Medio Oriente como consecuencia de la  derrota del ISIS en Siria, el frustrado golpe en Turquía y la deriva de este país –pilar del flanco sur de la OTAN- a una aproximación muy marcada con Rusia; el quiebre del TPPA (Transpacific Partnership Agreement) como resultado de la victoria de Trump y de la decisión de países como Vietnam y Filipinas de abrirse de él, ponen en evidencia que el sistema global y la pretensión hegemónica del neoliberalismo, personificada y propulsada por Estados Unidos, se encuentran en un tembladeral. La única región del mundo donde esta tendencia no sólo no se pone de manifiesto sino que por el contrario se revierte es, lamentablemente, América latina, donde en este momento asistimos a la emergencia de gobiernos identificados con el modelo neoliberal, mientras que los gobiernos provenientes de la oleada contestataria que empezó a manifestarse en 1998 y que aún restan, resisten con dificultades el asedio al que los somete el imperio.

Ahora bien, si el 2016 ha registrado una serie de transformaciones que indican lo insostenible del modelo actual a escala mundial y preanuncian una crisis de este, el 2017 se presenta como el momento en que estos signos premonitores habrán de cobrar cuerpo y de manifestarse. No hay duda de que el resultado de la elección norteamericana, en la medida que puede suponer una fractura en el seno de la clase dirigente de Estados Unidos, abre el paso a una serie de fenómenos que tendrán que ser seguidos de cerca, pues los USA siguen siendo el factor determinante en la evolución de los sucesos en el mundo y han sido sus iniciativas las que han precipitado o dado forma a los fenómenos sísmicos por los que hemos pasado o estamos pasando.

La aparición de un líder inconvencional y en apariencia impredecible como Donald Trump es el factor que va a dominar los próximos meses. Al  mandatario electo se le abren tres caminos: adecuarse al sistema, es decir, ir contra la base que lo ha elegido, que desea una política industrialista y de pleno empleo; contemporizar con el sistema (lo más probable), adecuándose a sus exigencias mientras hace ruido con la cuestión inmigratoria y se concentra en el punto que realmente le interesa, que es la rebaja de la carga impositiva a la riqueza; o bien, por último, proseguir con iniciativas que, sin romper con el esquema de poder del capitalismo imperial al cual él mismo pertenece, traten de adecuarlo a una perspectiva más realista de las cosas. Esto es, renunciando a ejercer la hegemonía global y aceptando que la única manera de “hacer a América grande nuevamente”, consiste en tratar de llegar a algún tipo de acuerdo con al menos uno de los dos poderes a los que enfrenta: Rusia y China.

Es obvio que Trump privilegiaría a Rusia en esta ecuación; pero esto significaría ir contra el establishment neoconservador, que ha dictado la política norteamericana desde la época de los Bush y de los Clinton. Los think tank o grupos de influencia que dominan en los dos partidos de la oligarquía política norteamericana, sean demócratas o republicanos, son aún más fundamentalistas en su hostilidad hacia Rusia que hacia China, y en este sentido disponen también de lo más sustantivo de los mandos del Pentágono, de las agencias de inteligencia y de los medios masivos de comunicación; estos últimos funcionando en una suerte de conexión simbiótica con todos ellos. Esta constelación de poder es la que ha marcado la tónica global desde 1980 y no va a ceder en su proyecto sin ofrecer fiera resistencia.

¿Hacia una revolución de color en EE.UU.?

El activismo de estos sectores está en plena vigencia, en efecto, y se ha acrecentado con la victoria de Trump. Casi no pasa día en que no fluyan las noticias que tienden a exhibir las presuntas injerencias moscovitas en el proceso electoral norteamericano y en que los medios no cooperen para difundir la paranoia en la opinión pública a propósito de las intenciones agresivas de Rusia en Europa oriental y el medio oriente. El todavía presidente Obama está aprovechando los últimos días de su gestión para echar más leña al fuego y para estorbar una eventual aproximación de su sucesor a Rusia: lanza denuncias inflamadas de patriótica indignación por el supuesto “hackeo” por el GRU a las comunicaciones del partido demócrata durante la campaña electoral, decide la expulsión de decenas de diplomáticos rusos por el cargo de espiar contra Estados Unidos; envía nuevas tropas a Europa del Este con el pretexto de defender la región de una hipotética y fantasmagórica agresión rusa y reconfirma y aumenta las sanciones económicas con las que pretende castigar a Moscú. A lo que se suma la difusión por la prensa de una especie que alardea sobre la presunta existencia de videos comprometedores para Trump en poder de los espías moscovitas, con los que los servicios de ese país podrían extorsionar al presidente electo amenazando difundir imágenes que cuestionarían su vida sexual. Y hay más: la difusión de manifestaciones callejeras contra Trump, que podrían estar preanunciando una “revolución de color” en Estados Unidos, gestionada por los mismos servicios de inteligencia que las pusieron en movimiento en tantas partes del mundo, y que ahora se aprestarían a ponerlas práctica en el seno del país donde se las ha inventado.

Intoxicaciones

La inconsistencia, irrelevancia y estupidez de este tipo de expedientes deberían condenarlos al ridículo, pero, como se sabe, la repetición y la saturación de un mensaje intoxica a la opinión pública, sobre todo cuando es masivo y no encuentra una respuesta proporcional a su magnitud. Es la persuasión por el embrutecimiento. Y si no, que lo digan los argentinos, día a día bañados en la difusión de datos que hablan de la corrupción en los gobiernos Kirchner, mientras que poco o nada se dice no sólo de las trapisondas de la administración actual -¡un gabinete de CEOS que representan a las transnacionales rivales de las empresas del Estado!- o de la corrupción estructural que supone la evasión fiscal y la fuga de capitales consentidas por todos los gobiernos de la oligarquía. Sin hablar de muchas otras cosas que requieren capítulo aparte.

Pero volviendo al tema Trump, llama la atención que en los exámenes o audiencias (“hearings”) que efectúa el Congreso norteamericano para dar su aprobación o desaprobación a los miembros designados por el poder ejecutivo para ejercer cargos en la administración, los elegidos por el neo-presidente  tomaron distancia de los dichos de su jefe. El general James “Mad Dog” Mattis, designado Secretario de Defensa del próximo gobierno, tuvo palabras de aprecio y respeto acerca de los servicios de inteligencia –que habían sido atacados por Trump-, mientras que admitió que Rusia debe ser reconocida como una preocupación mayor para los Estados Unidos. Algo parecido ocurrió con Rex Tillerson, el nuevo secretario de Estado, ex máximo directivo de la Exxon Mobil y con fuertes lazos con Rusia. Todos los interrogatorios estuvieron claramente dirigidos a generar la sospecha acerca de la injerencia rusa en los asuntos internos de Estados Unidos (¡la soga se asusta del ahorcado!) y a preparar el terreno para llevar adelante, si es necesario, una campaña que lleve al “impeachment” del aún no asumido presidente.  

Si las consideraciones de los  personeros de Trump ante el Congreso son sinceras o son un simple expediente para adecuarse a las relaciones de fuerza que hay allí, está por verse, pero todo indica que hay una guerra interna en el establishment norteamericano. Y ya se sabe que en esta materia menudean las puñaladas traperas y los golpes bajos. El asesinato de Kennedy y los “impeachments” contra Nixon y Clinton, que llevaron a la renuncia del primero y a la humillación del segundo, han evidenciado que nada le será ahorrado a cualquier presidente de la primera potencia del mundo si este roza los intereses o la sensibilidad del “estado en la sombra” –servicios, medios, Pentágono, corporaciones- que guía los pasos de la Unión. La corriente del neoliberalismo globalizador que ha predominado desde los años 80 hasta acá no tiene intenciones de renunciar a sus planes, por mucho que estos lleven al mundo al borde de una guerra nuclear. De modo que habrá que ver. De persistir Trump y su equipo en su jugada, las tensiones dentro de los USA pueden terminar con su mandato en breve tiempo. Aunque, por supuesto, si se acomoda a las circunstancias podrá convivir incómodamente con un establishment al que por supuesto él también pertenece, aunque responda a una facción que tal vez preconice vías diferentes a la de la hegemonía global para salir del atolladero.

El frente externo

La cuestión de fondo, sin embargo, es que el atolladero existe y que exige una respuesta. El sistema está en un callejón sin salida: para seguir privilegiando al capital financiero a fin de continuar con la concentración y maximización de la ganancia en poquísimas manos hay que acomodar el mundo al dictado de Estados Unidos y de sus vasallos. La vía de los halcones demócratas o republicanos que  expresan al sistema es la de seguir aumentando la presión sobre Rusia y el medio oriente, apoyándose en una cada vez más destartalada coalición europea y en un estado de Israel que día a día se desboca más en sus aspiraciones. La gente de Trump es posible que apoye parte de esos proyectos, pues algunos de sus personeros son reconocidamente anti-iraníes y desean, en consonancia con Israel, liquidar el acuerdo nuclear alcanzado con Teherán. Y a los iraníes con él.

Pero, cualesquiera sean sus propósitos, el hecho es que la correlación de fuerzas mundial ya no tiene la misma configuración que revestía hace unos años, durante la década posterior a la caída de la Unión Soviética. En gran medida esto es así debido al impulso totalizador que Estados Unidos imprimió a su carrera por la hegemonía, que exacerbó las resistencias a esta. Hoy es el día en que Rusia ha vuelto a pesar en el escenario mundial. La alianza con China convierte a estas dos potencias en un factor de peso imposible de eliminar si permanecen unidas.  Con el añadido de que su asociación las convertiría en el factor determinante de la política global en Asia y Europa, con una proyección muy definida hacia África y América latina. La aspiración de los mentores de Donald Trump en política exterior -empezando, se dice, por Henry Kissinger- es la de romper el eje Moscú-Pekín atrayendo a Rusia, pero no está claro cómo podrán lograrlo. Ni los chinos ni los rusos son precisamente ingenuos…

Rusia es hoy, nuevamente, gracias a la gestión de Vladimir Putin y a su innegable altura de estadista, un factor insoslayable en el tablero mundial. Los políticos norteamericanos de todos los colores suelen minimizar su importancia y hasta parecen creer que es factible manipularla o engullirla de un bocado; pero si realmente creen tal cosa, son más incompetentes de lo que podía imaginarse. El senador John McCain afirmó, por ejemplo, que Rusia  “no es más que una estación de servicio disfrazada de nación” y Barack Obama la degradó al nivel de un “poder regional”. Frases así son el reflejo grosero de los sofisticados razonamientos de Zbygniew Brzezinski, pero por eso mismo su inconsecuencia e imbecilidad son más reveladoras. Esas barbaridades emitidas por personajes de gran relevancia política, no son menos lamentables que los exabruptos y memeces de Trump a propósito de China, México y otras cosas. Pues aunque el tamaño de la economía rusa sea todavía relativamente pequeño en comparación a la estadounidense o a la china, es muy importante y le ha permitido cerrar la brecha  tecnológica que se había abierto después de la caída de la URSS: las fuerzas armadas rusas son hoy probablemente las más avanzadas –aunque no las más grandes- del presente, y su eficacia se beneficia por la inteligencia de la orientación geoestratégica que les ha  impreso su gobierno.

A la agresión supuesta por el golpe propulsado por Washington en Ucrania y a la desestabilización y devastación provocada en Siria por la OTAN, Moscú ha sabido responder con ponderación e inteligencia. Crimea fue reincorporada a Rusia; Putin no se dejó arrastrar a una intervención abierta en el Donbass (aunque tal vez hubiera debido ingresar allí al mismo tiempo que golpeaba en Crimea) y, finalmente, todo el sangriento estropicio montado por el ISIS en Siria con el apoyo de Estados  Unidos, Arabia Saudita, Qatar, la Unión Europea, Turquía  e Israel para acabar con ese estado y su presidente Bachar Al Assad, abriendo de paso el camino para la agresión a Irán, se derrumbó  bajo los golpes de la aviación rusa y del ejército sirio remozado por el apoyo del Kremlin. En el ínterin, tras el golpe que intentó el derrocamiento y probablemente la eliminación física de Erdogan, el socio turco congeló los lazos e inició una deriva hacia Moscú.

Son datos que hablan de una crisis general del globalismo plutocrático. Ahora bien, no está claro cómo Trump podrá responder al desafío que supone arreglar este estropicio, toda vez que los asesores que ha elegido para guiarlo componen un equipo poco equilibrado y que exhibe una urgencia que parece hija de la desesperación más que de una conceptualización meditada. El general Mattis, su secretario de Defensa, al que mencionamos antes, es un  rusofóbico que piensa que Putin es capaz de mandar bombardear Estados Unidos sin provocación previa, mientras que el general Michael Flynn, el Consejero Nacional de Seguridad, es partidario de la aproximación a Rusia, pero al mismo tiempo es anti-iraní y un creyente en el excepcionalismo norteamericano. “Mi mensaje es muy claro. ¡Despierta América! No hay substituto para el liderazgo y el excepcionalismo americanos”, bramó Flynn en una manifestación de campaña.

Con toda esta serie de datos y de indicaciones contradictorias sería temerario diagnosticar el futuro que nos aguarda. De lo único de lo que se puede estar seguro es que ocurrirán “cosas interesantes”.  Estamos, como hubiera dicho Winston Churchill, “frente a un acertijo dentro de un enigma envuelto en un misterio”.

 

 

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