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20
DIC
2016
El asesino del embajador, Mevlut Altintas.
El asesino del embajador, Mevlut Altintas.
El año se cierra con un pico de atentados que pueden ser puestos en relación con las modificaciones en el campo de batalla sirio y con la histeria que provocan.

El asesinato del embajador ruso en Turquía y el atentado con camión que en Berlín dejó un tendal de muertos en una reedición del acto terrorista que hace poco provocó una masacre en Niza, vienen entenebrecer aún más el fin de un año que ha sido pródigo en fenómenos perversos. Ambos episodios aparecen vinculados al islamismo radical, pero no hay duda de que se conectan con una madeja de confabulaciones y complicidades detrás de las cuales se encuentran los servicios inteligencia occidentales, empeñados en seguir con un proyecto de globalización asimétrica y de hostigamiento económico y militar que quiere dejar fuera de juego al enemigo ruso y chino. Es una operación pautada desde hace décadas por el establishment anónimo enquistado en el aparato financiero internacional y por los teóricos que operan como su cabeza visible. No importan cuáles sean los costos y los riesgos de esas maquinaciones: los protagonistas de esta aventura están empeñados en seguir jugando con fuego.

El atentado que se cobró la vida del embajador Andrei Karlov fue consumado por un policía antimotines turco, posiblemente reclutado por una filial terrorista del Isis y que estaba convencido de estar cumpliendo una misión. Este tipo de fanáticos, preferiblemente jóvenes –el asesino en cuestión contaba 22 años- pueden actuar solos, pero siempre o casi siempre, a veces sin que sean conscientes de ello, florecen al amparo de alguna organización que, o les ordena cumplir una misión o los orienta, en aparente libertad, a buscar un blanco cuyo abatimiento puede ser útil a la secta, mientras que los que tiran de los hilos esconden la mano. Fue el caso de Gavrilo Princip, el joven serbio que disparó los dos pistoletazos que darían comienzo a la primera guerra mundial, abriendo el paso a los tiempos modernos y a la era de catástrofes que estamos viviendo.

Las cosas han cambiado desde entonces y sabemos que el objetivo de quienes han estado detrás del atentado contra el embajador ruso, que no puede ser otro que provocar una ruptura en el acercamiento ruso-turco-iraní-sirio, no puede ser alcanzado. Se trata de un acuerdo que cambiará la geoestrategia del medio oriente. A menos que el gobierno ruso reaccionara en forma inmoderada, Ánkara no será Sarajevo. Y no hay indicios de que los rusos vayan a caer en la trampa, en especial si se toma en cuenta el calibre político de su jefe Vladimir Putin, seguramente el único hombre de estado merecedor de este título en la actual constelación de presidentes y jefes de gabinete europeos.

Las cosas se han puesto difíciles para los neoconservadores o neoliberales (las calificaciones son indistintas pues ambos nombres implican lo mismo). El triunfo de Trump y la caída de Alepo en manos del ejército sirio asistido por los rusos, que denota que finalmente la balanza se está inclinando del lado del gobierno de Bashar Al Assad después de una guerra civil que no es sino la resistencia contra una agresión externa, está sacando de quicio a la tríada de poder configurada por los bancos, el complejo militar-industrial y los medios de comunicación de masa. Portadores, estos últimos, de un discurso único que ha conseguido saturar la mente de una inmensa cantidad de gente, reduciéndola a la atonía o al pasmo intelectual.

El tino de Putin no le va a dejar cometer una insensatez. En 16 años, cuando mucho, ha podido sacar a Rusia de la situación de quiebre en que la habían dejado la caída de la Unión Soviética y el desbarajuste provocado por la irrupción de una neoburguesía mafiosa conformada por elementos de la nomenklatura y por los pistoleros de las finanzas y del petróleo que habían prosperado al calor de Boris Yeltsin; él también exponente de la decrépita y corrupta burocracia del partido que se lanzó al asalto de sus restos no bien hubo caído. Pese al hostigamiento mediático y económico occidental, Putin insufló confianza a su pueblo, reorganizó y modernizó a las fuerzas armadas y gradualmente se ha ido liberando, aunque aún no lo haya conseguido del todo, de la tutela del segmento oligárquico que eligió sostenerlo en provecho propio. Aunque sin la carga ideológica de otros tiempos, el fortalecimiento de los lazos con China reconstituyó el bloque oriental que se había esbozado en época de Stalin y Mao, antes de que la torpeza de Khruschev lo tirara por la borda. Al mismo tiempo ha neutralizado la amenaza de occidente en Osetia, ha devuelto Crimea al seno de la federación rusa y ha frenado la absorción de la totalidad de Ucrania por el estado títere encabezado por Poroschenko. No va a ser un atentado ni una operación de seducción a destiempo operada por Estados Unidos (que imaginan tal vez Trump y sus asesores) lo que vaya a torcer una dirección ya muy firme y dirigida a consolidar al grupo de Shangai. Si la situación se distiende con Washington, mejor para Putin. Pero la única cosa que podría distraerlo de sus actuales objetivos sería una amenaza realmente grave en las fronteras rusas. La posibilidad de un casus belli sólo podría surgir de un crecimiento cuantitativo y cualitativo de la presión militar de la OTAN en Ucrania, Polonia, los estados bálticos o el Cáucaso.

Ahora bien, al otro lado del tablero, la confusión está creciendo. El gen político del partido demócrata en Estados Unidos parece haberse alterado. La elección de Donald Trump (que cae gorda incluso al establishment republicano) es resistida de manera inédita por el establishment. Y no sólo por las manifestaciones callejeras, sino también por los intentos de impedir el acceso a la presidencia del billonario electo a través recursos jurídicos que ponen en tela de juicio el mecanismo de votación. A los que se suma la denuncia –formulada por el mismo Barack Obama- de una injerencia rusa en los comicios, según la cual el GRU o el FSB[i] habrían “hackeado” y hecho publicar mails que perjudicaban a la candidata demócrata, justo un par de días antes de la elección. Esa denuncia, empero, no desmiente la existencia de los mails ni su naturaleza ilegal o al menos poco ética. ¡Pero, sobre todo, no toma en cuenta que se trata de un procedimiento que los medios y las agencias norteamericanas, oficiales o privadas, emplean hasta el hartazgo para mentir, extorsionar y destruir la reputación de quienes no les simpatizan ni en la Unión ni, sobre todo, en el extranjero!

Todo esto es ridículo, pero significativo de una inquietud que crece. Trump no va a contribuir a apaciguarla. No porque este campeón del patriotismo aislacionista vaya a promover una reforma de las estructuras anti-igualitarias del sistema norteamericano, sino porque necesita al menos seducir a la “América profunda”, tan desatendida por el turbocapitalismo y el vértigo especulativo, y porque representa a la parte del establishment estadounidense que conserva cierto sentido de la realidad y se niega a echarse volar en el huracán de una globalización caótica, que más bien tiende a destruir que a consolidar el proyecto hegemónico.

Este persistirá, sin embargo, cualquiera sea la configuración que cobre. Y los tentáculos que le han crecido están, hoy por hoy, fuera de control. El asesinato del embajador ruso en Turquía así lo demuestra.

 

[i] GRU: Departamento Central de Inteligencia Militar de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa y antes de la Unión Soviética; FSB: Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, ex KGB. 

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