nota completa

16
DIC
2016

El baile de los hipócritas y el retorno a la realpolitik

La Sala Oval espera a Donald Trump.
La Sala Oval espera a Donald Trump.
El triunfo de Trump desenmascara la ola de pseudo humanitarismo y mentiras que ha distinguido a la política norteamericana en la era de Obama y Hillary, devolviendo a Estados Unidos su verdadero rostro de potencia agresora.

La victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas que tanto horroriza a los bienpensantes tiene al menos un mérito. El de dar al traste con la hipocresía reinante en el ámbito de la política global. La piel sensible de los progresistas al uso se eriza ante los exabruptos y las intemperancias del líder de la derecha norteamericana, pero no se ve bien por qué hubieran debido sentirse más tranquilos con la continuación de la vomitiva zarabanda de los hipócritas por el estilo de Hillary Clinton o Barack Obama, responsables directos de las “guerras humanitarias” y de las “revoluciones de color”, que camuflan una globalización neoliberal fundada en la  agresión militar, mediática, económica  y diplomática ejercida contra todos los que, de una manera u otra, no terminan de acomodarse a los preceptos de ese proyecto mundial. La renuencia a aceptar a Trump de parte del conglomerado mediático que es uno de los arietes del proyecto neoliberal, revela la incomodidad que causa el billonario devenido en presidente entre al menos una parte del establishment. Pues, ¿cómo acomodar la moralina de un discurso oficial madurado durante años, que presume de la naturaleza benefactora y del rol de guardián de la democracia de EE.UU. en el mundo, con otro que prescinde del “pacifismo democrático”? Este pacifismo es un invento en todas sus letras, desmentido por la historia, pero tiene un curso tan corriente que ha adormecido a buena parte de la opinión norteamericana, permitiéndole tragarse los bulos con que el gobierno y los medios tratan a los hechos de la política mundial.

El más reciente ejemplo de esta farsa fue suministrado por las declaraciones John Kerry, condoliéndose de la suerte de los civiles atrapados en los combates en Alepo y llevándolo incluso a rendir homenaje a los miembros de la resistencia rebelde atrapados en esa ciudad, “que libran un combate desparejo contra un enemigo formidable”. Es decir, contra la aviación rusa y las unidades del ejército de Bashar al Assad equipado por Moscú. Obvió el secretario de Estado señalar que esos combatientes son militantes de Al Qaida (o de Al Nusra, o de cualquiera de las organizaciones cuyos apelativos intercambiables disfrazan una identidad detrás de la cual se adivinan los dedos de la CIA tirando  de los hilos). Pero en Mosul, donde los norteamericanos pilotean –sin demasiado entusiasmo- al ejército iraquí para reducir al Isis, esa misma clase de “combatiente por la libertad” se transforma en un brutal terrorista hijo de mala madre.  

Con Trump al comando, habrá que rever esa cómoda retórica. Las designaciones que el presidente electo está realizando son indicativas de una orientación llamada a cambiar el  tablero, aunque sin patearlo ni afectar las corrientes de fondo que hacen de Estados Unidos el factor más peligroso de la política internacional del presente. Desaparecerá el cosmético y los contornos del realismo geopolítico se exhibirán más crudamente. Lo cual quizá enseñe mejor a la opinión pública el carácter de los abismos a los que nos asomamos.

Designaciones peligrosas

Los  nombramientos anunciados por Trump tienen algunas contradicciones, que el nuevo mandatario tendrá que balancear o corregir, pero una cosa es evidente: su propensión a escoger, como hombre de negocios que es, a figuras que se significan por su capacidad ejecutiva. Algunas aparentan tener diferencias en torno de las prioridades básicas de la política exterior, pero estas pueden componerse. Además de ser significativas del extremo pragmatismo de la nueva administración, esas nominaciones pueden estar anticipando los bruscos cambios de frente que Trump estará dispuesto a realizar allí donde le parezca que es necesario.

Los militares ocupan un lugar destacado entre los primeros nombres arrojados sobre la mesa. Pero también lo tienen los hombres de negocios. Reflejando una tendencia que se expande en buena parte del mundo, los ejecutivos reemplazan a los políticos en el nuevo gabinete. Los empresarios y los jefes de las finanzas se despliegan en los nombramientos que adelanta Trump. Con escasa coherencia respecto de su retórica anti Wall Street, el presidente electo  ha designado a Steve Mnuchin, un ex Goldman Sachs, como Secretario del Tesoro; a Wilbur Ross, un “hedge fund” o fondo buitre como se los conoce aquí, como secretario de Comercio, y a Betsy DeVos, una billonaria  sostenedora de las “run-charter schools”,[i] como secretaria de Educación. DeVos se caracteriza por ser una resuelta enemiga de los sindicatos de educadores y de la educación pública. Al ministerio de Trabajo ingresará Andrew Puzder, un CEO de las empresas de “comida rápida”, que se opone a los sindicatos y al aumento del salario mínimo. Coherentemente con su credo, aunque inconsistente respecto a las alegaciones de su líder sobre la inmigración extranjera, Puzder es un entusiasta de la mano de obra barata que allega la inmigración ilegal. Por otra parte, el núcleo íntimo de los asesores económicos del nuevo presidente está conformado por ejecutivos “top” del mundo de los negocios.[ii]

Pero quizá lo más significativo de la orientación que asoma con el próximo gobierno norteamericano sea la proliferación de militares caracterizados por su relevancia teórica y su experiencia de combate, combinados con figuras civiles provenientes en parte también del mundo de los negocios y de la escuela geopolítica significada por figuras como Henry Kissinger.

Ya nos referimos en una nota anterior al general Michael Flynn, ex jefe de inteligencia del Pentágono y resuelto anti-islamista. Será jefe de seguridad nacional, el mismo cargo que ocupara Kissinger durante las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford. Es un sostenedor de una aproximación a Rusia. Lo mismo debe decirse de Rex Tillerson, designado como Secretario de Estado. Es director ejecutivo la petrolera Exxon Mobil y tiene buen contacto con Vladimir Putin y con la petrolera rusa Rosneft, con la que pretendía o pretende realizar una “joint venture”. El general de marines James Mattis, por otra parte, será propuesto como Secretario de Defensa ante el Senado. Contrariamente a los personajes anteriormente mencionados, no cree en la conveniencia de una distensión con Rusia, tiene un perfil duro combinado con la que se dice cierta inclinación intelectual –es un lector entusiasta de Lawrence de Arabia y de Marco Aurelio y posee una biblioteca de 7.000 volúmenes- y ha acuñado una  frase que el USMC podría adoptar como lema: “Sé educado, sé profesional, pero ten un plan para matar a cualquiera que encuentres”. Y esto es sólo un botón de muestra de una galería de expresiones tan poco tranquilizadoras como la siguiente: “Encuentra al enemigo que quiera acabar con el experimento de la democracia americana y mata a todos, hasta que (el enemigo) se sienta enfermo por tanta matanza y nos deje con nuestras libertades intactas”. Es decir, con “nuestra libertad para hacer lo que queramos”…

Como vemos, a estar por la selección de sus colaboradores hay una escasa propensión a la “corrección política” en el inminente presidente de los Estados Unidos. Aunque divididos en relación al nexo que Washington debería tener con el Kremlin, tanto Flynn como Mattis son definidamente contrarios a  Irán y por supuesto al presidente sirio Bashar Al Assad, lo que anticipa un obstáculo para la disolución de las tensiones con Rusia, en este momento interesada con mantener estrechos vínculos militares con esos dos países.

China

La clave de bóveda de la política exterior de Donald Trump se construiría alrededor del problema de las relaciones con China. En este sentido no parece apartarse de las preocupaciones exhibidas por el gobierno demócrata. Barack Obama había lanzado el Tratado Transpacífico (TTPA) como herramienta para coaligar tanto económica como militarmente a un amplio espectro de naciones que debían oponerse a China e incluso amenazar su tránsito por el Mar de la China del Sur. Trump ha decidido deshacerse del TPPA como parte de su esfuerzo para desalentar la emigración de las empresas norteamericanas al exterior e inducirlas a radicarse nuevamente en Estados Unidos, pero en materia militar todo induce a suponer que será aún más agresivo que su predecesor.

El objetivo fijado por Trump es contener a China. Incluso ha comenzado a hablar con la presidente de Taiwán, parte integrante e inalienable del territorio chino según Pekín, escindida de la República Popular después de 1949 y reconocida por las Naciones Unidas como única representación de China hasta los acuerdos entre Nixon y Mao, a principios de los ’70, que revocaron esa situación. La comunicación con el presidente de Taiwán fue interpretada como lo que es, una provocación monumental, destinada a marcar la cancha e intimidar a los chinos. Pero hay que convenir que el emprendimiento anti chino resulta un proyecto muy complejo y peligroso. Es factible que los coqueteos con de Trump con Rusia tengan en parte como propósito seducirla para apartarla de su asociación con China. Pero ya no estamos ante la Rusia de Yeltsin sino frente a la de Vladimir Putin. Este, sus organismos de seguridad e incluso una opinión pública educada por la memoria histórica, conocen al dedillo a su enemigo global, sienten su amenaza en Ucrania, los estados bálticos y Europa oriental y muy difícilmente vayan a renunciar a una vinculación con el gigante chino, con el cual se orientan ya hacia la formación del bloque geoestratégico que Halford Mackinder profetizaba como dominante en su teoría del Heartland. El auge chino de momento no amenaza a Rusia, como sí lo hacen en cambio las teorías de Zbigniew Brzezinski y su puesta en práctica por Washington, que se esfuerza por desmembrarla y realizar, por vías indirectas, la distopía hitleriana de empujarla más allá de los Urales.

También resulta difícil de cumplir el deseo de Trump en el sentido de desenganchar a EE.UU. de su dependencia del socialismo de mercado chino. La interconexión económica de los dos países es muy fuerte y cualquier iniciativa norteamericana para cortarla podría provocar las represalias del gran tenedor de dólares chino y hundir a la economía tanto norteamericana como global en un berenjenal incontrolable. Pero si Trump quiere hacer algo por la base electoral que le dio la victoria en las elecciones (la masa laboral blanca del norte y del medio oeste resentida por la destrucción del empleo y de su hábitat) el retorno del gran capital a fronteras adentro es lo único que podría garantizarle sustentabilidad en el futuro. ¿Esto permite presumir que el bimillonario Trump se va a convertir en un campeón del mundo del trabajo?  Permítasenos suponer que esta es una hipótesis ridícula.

Por lo tanto lo que cabría esperar más bien es un intento de generar una mayor cohesión nacional detrás de unas ideas-fuerza que dejen atrás las reivindicaciones de clase, pero que le otorguen consenso y carisma. Como el gigantesco plan de obras públicas que ha anunciado, el fortalecimiento de la industria del armamento y la conversión del inmigrante y a los pobres-pobres en los chivos expiatorios del descontento generado por factores que nada tienen que ver con ellos.

Más fácil es pronosticar en la era Trump la declinación del imperio, el abandono del proyecto de hegemonía unipolar y el ingreso a una zona de tormentas en un escenario internacional abierto. De lo que resultará de este proceso todavía no puede inferirse nada.  Ahora bien, todo proceso de decadencia suele ir acompañado de bruscos sobresaltos para intentar revertirlo. La elección misma de Trump es una evidencia de esto. Y el carácter explosivo del nuevo presidente puede propiciar muchos chispazos capaces de iniciar cualquier incendio.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

[i] Híbridas en su sistema de financiamiento, que conjuga aportes públicos con donaciones privadas, las “run-charter schools” se caracterizan por la necesidad que tienen de registrar un nivel de aprendizaje de alto rendimiento, sin el cual las autoridades pueden disponer su clausura. (Wikipedia)

 

[ii] Datos tomados de “Counterpunch”, del 14.12.16, en un artículo de Paul Street. 

Nota leída 16373 veces

comentarios