Con la sola abstención de Uruguay, los gobiernos pertenecientes al Mercosur acaban de suspender la membrecía de la República Bolivariana de Venezuela, que venía presidiendo al organismo, de su pertenencia al mismo. Una coyunda de falsarios viene en ayuda del imperialismo -que desde siempre ha intentado desestabilizar y destruir al régimen fundado por Hugo Chávez-, con una medida que recuerda la unanimidad con que la OEA procedió a sitiar a Cuba en 1962.
Y digo coyunda de falsarios porque el gobierno de Paraguay es una emanación del golpe de estado parlamentario que derrocó al presidente Fernando Lugo, “legalizado” luego por un acto electoral; Brasil está presidido por un mandatario que resulta de una maniobra similar perpetrada por un parlamento corrupto contra la presidenta Dilma Rousseff, y en cuanto a la Argentina está pasando por una circunstancia a la que solo podría calificársela como confusa y desconcertante, en la cual un gobierno entronizado en comicios válidos pero ganados por tan sólo un punto y medio de ventaja, se ha permitido volver a las formas más probadamente catastróficas de la economía, convirtiendo una situación de estabilidad o si se quiere de relativo estancamiento, en un caos total, donde cae la producción, se derrumba el empleo, se favorece a los ricos, aumenta la pobreza, sube la inseguridad, se insinúa el hambre, la deuda externa aumenta de forma sideral y se pierde de vista cualquier perspectiva geoestratégica fundada en el subcontinente, para volver a incurrir en la adhesión mecánica a las grandes líneas de la economía del mercado globalizado. Y esto justo en el momento en que esas líneas de acción neoliberal son puestas en entredicho en los mismos países que las han propiciado y el mundo se asoma a una era de sequía en el crédito y de abroquelamiento proteccionista que contradice las expectativas de nuestros gurús económicos y bloquea incluso el torpe, agotado y criminal proyecto de vivir contrayendo siempre más deuda.
La suspensión de Venezuela es otro golpe de estado, esta vez perpetrado en el seno mismo del Mercosur y basado en un rigor legalista que los gobiernos que sancionan al país del Caribe no podrían ejercer sobre sí mismos. Se trata de un hecho que puede estar significando no ya el eclipse sino el definitivo ocaso de esta experiencia de colaboración suramericana iniciada por Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985, y que, con sus tropiezos y contradicciones, representaba un paso de enorme importancia en la medida que asociaba a las sociedades y economías más ricas de Suramérica. Si hasta ahora había sido un relativo fiasco, su potencialidad era gigantesca.
¿Y qué queda en su lugar? Nada. Hasta el proyecto en última instancia servil respecto de Estados Unidos, en el sentido de abrirnos hacia el Pacífico para formar parte del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPPA, por su sigla en inglés) ha quedado en agua de borrajas por la decisión presidente electo Donald Trump de retirar a su país de ese compromiso.
Esta sucesión de desastres está señalando la inserción de América latina en una etapa de reacción pura. Pero la regresión llega hasta extremos inéditos. Pues ya no parece ser necesario sacar los tanques a la calle para poner a las masas en vereda; basta con valerse de los enormes recursos económicos de que dispone el establishment para comprar o, mejor dicho, fabricar influencia mediática y paralizar a la opinión.
¡Qué panorama! Cipayos en el gobierno y demasiados oportunistas en una oposición dividida, caótica e incapaz de arbitrar alguna idea para enfrentar, así sea provisoriamente unida, a un régimen de fementida democracia que está llevando al país a una situación de descalabro casi irreversible. Costó 12 años sacar –a medias- a la Argentina de la situación en que la habían metido los mismos que hoy la dirigen, y ahora estos personajes, representativos de una oligarquía suntuaria, rentística, evasora y parasitaria, han vuelto por sus fueros para reconducirnos al desastre.
Sindicalismo al garete
¿Y qué hay de la CGT? Es el único factor orgánico dotado de peso suficiente como para plantarse con éxito ante una ofensiva que anuncia con desparpajo un programa al cual la central obrera se había opuesto tenazmente a través del tiempo. Y bien, el sindacalismo parece incapaz de esbozar un solo gesto efectivo de resistencia. Si hay sectores que pronuncian su rechazo frente a las políticas renunciatarias, la dirección colegiada de la central obrera trafica componendas con el gobierno, acepta que este prosiga con su ofensiva y como único haber exhibe con jactancia la convocatoria a dos actos de masa cuyo sentido de protesta y combatividad se cuida, sin embargo, de adoptar cuando llega la hora de ejercer una resistencia a la que prefiere postergar indefinidamente. Incluso llega a decir, a través de algunos de sus personeros, que se está esforzando en darle tiempo al gobierno para que este desenvuelva su accionar sin trabas en las ruedas. ¡Pero si ese accionar está a la vista, tiene metas que no pueden confundir a nadie y la pasividad frente a él implica dejarle todavía más espacio para que pueda desarrollarse! Es como otorgarle graciosamente tiempo al verdugo para que pueda cortarnos con más comodidad el cuello.[i]
Sé que todo esto suena sombrío. Se dice también que los pueblos no se suicidan. No estoy tan seguro. Cuando la descomposición de los sectores dirigentes ha calado muy hondo y cuando la anomia invade a grandes sectores de la comunidad, puede ocurrir que la revuelta contra el orden de cosas, si llega, asuma un cariz desordenado que haga infinitamente más costoso el rescate. En Argentina todavía hay órganos políticos operativos, que pueden canalizar el cambio y darle una orientación racional. Lo que parece faltar es la voluntad de usarlos. ¿Deberá parirse un nuevo país a partir de una ola de fondo que barra las excrecencias políticas y judiciales que lo sofocan? Las olas de fondo suelen remover mucho barro de las profundidades y destruir demasiadas cosas que convendría seguir conservando, amén de generar sufrimiento. Pero la otra alternativa es quizá peor, pues consiste en dejarnos morir como sociedad, hasta que de la posibilidad que fue una vez la Argentina no quede ni el recuerdo. Pero no será así.
Existe la posibilidad de construir un frente que cohesione la resistencia. Sin embargo ello tal vez sólo pueda hacerse si los actores de la recuperación tienen un proyecto para llevar adelante. De la falta de tal proyecto daría fe la frase atribuida a uno de los miembros del triunvirato que preside la central obrera: “Bueno, hacemos la huelga. Pero, ¿y después de la huelga, qué?”
El otro factor decisivo para organizar un frente con posibilidades de éxito para quebrar el nuevo tsunami neoliberal, sería cierta capacidad para renunciar al egoísmo político, incluso al mejor inspirado. Tal vez sea mucho pedir, pero sólo si Cristina renuncia a desempeñar un rol excluyente en ese frente y acepta existir sobre todo como referente ideológico e intelectual en un conglomerado donde hoy coexiste la admiración por sus dotes junto al encono para con algunos rasgos arbitrarios de su carácter que complican la adhesión a su figura, esa configuración frentista podría tomar cuerpo.
El intríngulis psicológico que se anuda en torno a estas contradicciones es exacerbado por la antipatía que en mucha gente despierta “La Cámpora”. La disposición a la militancia entusiasta en los jóvenes es un gran mérito, en efecto, pero debe ser asistida por una dirección ponderada, que sepa balancear el ardor militante con la evaluación táctica de las ambiciones estratégicas…
El peronismo (que sigue siendo todavía, nos guste o no, el principal vector de las aspiraciones populares) no se ha distinguido por ser muy esclarecido en sus luchas intestinas. Esto le costó al movimiento y sobre todo al país, muchos sinsabores. ¿Podrá corregirse ahora?
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[i] Conviene prestar mucha atención al artículo de Raúl Dellatorre, publicado el sábado en “Página 12” y titulado “Plan de desintegración”. Es un descarnado examen del llamado Programa Nacional para la Transformación Productiva, que no es otra cosa que un proyecto para crear un ejército de subempleados o desocupados y para definir un esquema de sectores de alta, mediana y baja competividad, de acuerdo a su capacidad de sustentabilidad en un modelo que los exponga a la apertura importadora. El grueso de la mano de obra argentina está concentrado precisamente en los sectores que se estiman como menos viables.