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26
NOV
2016
La muerte de Fidel Castro cierra una epopeya personal, pero abre un recuerdo luminoso que no podrá ser borrado.

Ha muerto Fidel Castro. Hay un vacío en el corazón de quienes han venerado, admirado o simplemente respetado su figura. Era el último exponente de la constelación de personajes  que promovieron la revolución en el tercer mundo después de la segunda guerra mundial. Nasser, Ho Chi Minh, Tito, Gandhi, Nehru, Mao y, en América latina, Juan Perón y Getulio Vargas, fueron parte de esa galería. Desde una base geográfica que, en comparación de los territorios donde emergieron esos otros caudillos populares, era apenas un punto en el mapa, Fidel Castro pudo sin embargo alzarse hasta la altura de un líder mundial, escuchado, estimado u odiado en todas partes. Ello se debió, empero, no sólo al vigor del personaje, sino al hecho, no siempre tomado en cuenta, de que era la encarnación de una realidad iberoamericana que todavía existe en estado de latencia, pero que puede ser la promesa de un mundo diferente y mejor.

Castro circuló durante toda su carrera por un corredor de ditirambos y diatribas. Ninguno tuvo efecto. El hombre contenía la suficiente grandeza en sí mismo como para pasar entre ellos y salir intacto.

La lectura del mundo que se hacía Fidel estaba impregnada de romanticismo y realismo. Ambos son necesarios en el hombre de acción, pero en el caso del cubano el pragmatismo corrigió al romanticismo a medida que pasaron los años, sin caer por ello en la abdicación de los ideales ni en la decadencia.

Aunque estaba alejado del poder efectivo desde hacía ocho años, su influencia en el gobierno presidido por su hermano Raúl debió haber seguido siendo grande. La voz de Fidel era necesaria. Y también sus silencios, como el que guardó cuando la visita del presidente Barack Obama a Cuba al abrir una nueva etapa en las relaciones entre la isla y el imperio; etapa cuyo futuro es hoy imposible de pronosticar ante el triunfo de Trump en los comicios norteamericanos y su relación con los descendientes del exilio cubano en Florida, cuyo peso electoral le dio una ventaja capital para vencer a Hillary Clinton. Esta incógnita hará más agudo el dolor por la ausencia de la voz del caudillo cubano. Una voz doblemente necesaria en una época en la cual la amoralidad, el cinismo y el oportunismo más burdo impregnan la conducta de los políticos y los jefes de estado. La antorcha del ideal se ha convertido en un candil, pero por esto mismo esa luz tenue es indispensable para iluminar “el corazón de las tinieblas”…

De la rebelión a la revolución

La biografía de Fidel Castro está hecha de rebeliones que fueron de menor a mayor. En el medio hubo un trabajo intelectual acelerado por los ritmos de la historia. No debería echarse en saco roto la formación católica del futuro líder marxista. El colegio jesuita en que se formó debe haber tenido bastante que ver con su manera de aproximarse a las cosas, con su sensibilidad para con los hechos de la política y con una concepción del mundo que, como la de los discípulos de Loyola,  tiene muy en cuenta a las masas y a la disciplina militante. Después de todo no es casual que el Papa Francisco sea el primer sumo pontífice surgido de la orden y que haya llegado a ese sitial en este preciso momento en que las crisis del comunismo y sobre todo del capitalismo ponen todo en un andarivel muy precario sobre el abismo.

El joven universitario que milita contra Batista es un progresista de marca registrada, aparentemente equiparable, en cuanto su encuadre ideológico, a un militante de  la FUBA o de la FUC en los años cincuenta. Fue esto lo que tranquilizó a Estados Unidos  cuando se lanzó a la lucha armada contra el régimen de Batista, y permitió que el joven disconforme y sus seguidores tomaran cuerpo como guerrilla en la Sierra Maestra. Después de todo, a ojos de la CIA no eran más que unos estudiantes que pasaban por el sarampión revolucionario; este pronto se les curaría con el crecimiento y las prebendas sabiamente dosificadas por Washington. La lucha de esos muchachos contra el dictador cetrino, corrupto y represivo que mantenía lazos con el hampa norteamericana, era bien vista por la prensa norteamericana. Fue uno de sus exponentes destacados, Jules Dubois[i], reportero para asuntos latinoamericanos del “New York Herald Tribune”, quien publicó un libro titulado con el nombre del revolucionario para presentarlo favorablemente ante la opinión norteamericana.

El equívoco creado en torno a la personalidad de Castro es un hecho fundamental (que no suele ser tomado muy en cuenta) para el triunfo de su lucha contra Batista. Estados Unidos nunca volvería a incurrir en ese error. A su vez este último hecho tampoco fue tomado suficientemente en consideración tanto por la dirigencia cubana como por los jóvenes latinoamericanos que se encandilaron con su ejemplo y que, encolumnados tras la teoría del foco del compañero de Fidel, Ernesto Che Guevara, sucumbirían cuando intentaron reproducir la experiencia cubana a lo largo y a lo ancho de Suramérica.

Los episodios de una aventura

El compromiso del joven Fidel con sus ideas lo llevaría a encabezar el asalto al cuartel de la Moncada, el 26 de julio de 1953. Sobrevivió a ese episodio sangriento y tuvo la capacidad de convertir su juicio por sedición en una tribuna para reivindicar su acción y promover su causa. “La historia me absolverá” dijo en ese momento. Salido de prisión se exilió en México y allí tejió lazos con un grupo de muchachos decididos a acabar con el gobierno de Batista. Un joven argentino, Ernesto Guevara, conocido como el Che, se perfiló allí, junto a Raúl Castro y Camilo Cienfuegos, como pilar de un emprendimiento con visos de disparate pero que, por obra y gracia de la consecuencia de los conjurados, de la inteligencia política y de la sensibilidad del jefe para conectar con las necesidades y aspiraciones de la población en medio de la cual se instaló la guerrilla, creció y a la postre, tras la batalla de Santa Clara, ocupó La Habana.

Era en un principio un gobierno de reformistas radicales, de mano pesada para castigar los excesos de los servicios de seguridad de Batista, y decidido a acabar con la corrupción y también con la humillación del sometimiento de la política cubana a los dictados de Washington. Su proyecto iba dirigido al saneamiento moral de la isla, a la educación popular y a la recuperación de los más elementales resortes de la soberanía.  Sin embargo, apenas tocaron los intereses de las grandes empresas norteamericanas asentadas en la isla, hubieron de enfrentarse a la enemistad manifiesta de Estados Unidos, que creció hasta el desaire –el presidente Dwight Eisenhower se negó a recibir a Castro en la Casa Blanca en ocasión de la visita del cubano a las Naciones Unidas. Pronto la fricción entre Cuba y la Unión resultaría en la expropiación de las empresas norteamericanas y en el sabotaje desembozado de Estados Unidos contra la isla, con incursiones de grupos de acción que se dedicaron a quemar cosechas y asesinar incluso a maestros lanzados a la campaña de alfabetización masiva propiciada por el gobierno. El embargo progresivo contra la economía cubana, la supresión de la compra de la cuota azucarera y la negativa a procesar el petróleo soviético con el que la isla trataba de paliar la negativa a hacerlo de las empresas norteamericanas asentadas en Cuba, harían crecer la tensión, que llegaría a un pico con la voladora del barco francés “La Couvre”, que estaba desembarcando armamento en el puerto de La Habana y que produjo al menos un centenar de muertos y 200 heridos. La conjura de los necios –los servicios de inteligencia norteamericanos tanto bajo la guía de Eisenhower como de Kennedy, y los furiosos exponentes del exilio refugiados en Miami- seguiría perfeccionando la campaña contra el gobierno revolucionario que llevaría, un año después, al desembarco en la bahía de Cochinos, un fiasco monumental para la CIA. La consecuencia inmediata de esa agresión fue la proclamación por Fidel Castro del carácter socialista  y marxista de la revolución cubana y la basculación de la isla del Caribe hacia el bloque soviético. No había otro remedio, pues Cuba estaba sometida a asedio y a permanentes conjuras contra la vida del propio Fidel y los otros miembros del gobierno; pero costó caro, al permitir que las fuerzas regresivas de Latinoamérica argumentasen el carácter extranjerizante, subversivo y expropiatorio del movimiento cubano.

La crisis de los cohetes apretó aún más el abrazo del oso. Sin embargo, la misma demostró que Cuba no era la marioneta de Moscú: de hecho los cubanos se sintieron ofendidos y protestaron por haber sido utilizados como una carta de recambio por Nikita Khruschev, que negoció la retirada de los misiles soviéticos a cambio de la salida de los cohetes norteamericanos de Turquía.

El sueño imposible

Encerrado con su sueño en la isla, Castro sintió la necesidad de escapar a la dependencia de Moscú practicando una política independiente en Latinoamérica. La base insular y social con que contaba para generalizar su movimiento era sin embargo exigua, insuficiente para potenciar el proyecto. No está del todo claro si la principal responsabilidad de la iniciativa dirigida a fomentar las guerrillas en el continente fue compartida en partes iguales por Fidel y por el Che, pero el hecho es que la iniciativa de poner en práctica la teoría del foco del argentino a lo largo del espinazo de Suramérica –“la cordillera de los Andes será la Sierra Maestra de América latina”- contó con el conocimiento y el apoyo inicial de su superior y amigo. Como no podía ser de otra manera y cómo se lo advirtió en ese momento desde varios lados, la aventura en este caso había de acabar en un desastre. Estados Unidos había aprendido la lección y no iba a dar otro paso en falso. Los movimientos insurgentes fueron utilizados para servir un propósito exactamente contrario al que se proponían los guerrilleros. Se los exterminó y esa derrota facilitó el estrangulamiento de los movimientos populares, creando una tabula rasa sobre la que prosperarían las teorías de la escuela de Chicago y el neoliberalismo.

 Cancelada esta empresa, el compromiso revolucionario, mezclado con las razones de la guerra fría, hizo persistir a Fidel y a su gente en operaciones geopolíticas de envergadura, como la participación del ejército cubano en la guerra de Angola y su decisiva contribución a la derrota de la guerrilla de la UNITA y de las tropas sudafricanas asociadas al intervencionismo occidental. Esta contribución desinteresada costó a Cuba más de 2.000 muertos, pero fue decisiva para resquebrajar el poderío del apartheid en Sudáfrica.

La grisalla burocrática envolvió poco a poco al régimen. La persecución a la disidencia fue abusiva y a veces estúpida. La censura nunca fue tan grande como se ha pretendido (ahí están las novelas de Leonardo Padura para testimoniarlo), pero sin duda fue disolviendo el sueño revolucionario de Fidel. Su esfuerzo por mantenerlo brinda sinembargo un ejemplo inmarcesible de consecuencia en los propósitos y sin duda evitó a Cuba una implosión similar a la de los países del este de Europa cuando se derrumbó el Muro de Berlín. 

La caída de la URSS produjo un efecto traumático en la isla del Caribe, que ingresó por entonces al “período especial”: al perder el vínculo que oxigenaba su economía hubo de pasar por estrecheces sin cuento. El embargo impuesto por Estados Unidos en 1961 (que subsiste aún hoy) cobró entonces toda su significación. La escasez provocó grandes penurias y por un momento se supuso que tocaría a muerto por el régimen. La conducción férrea de Fidel y por cierto la capacidad de sacrificio del pueblo contuvieron los estragos y a partir de 1995 comenzó la recuperación sin que hubiesen retrocedido los indicadores sociales que ponen a Cuba al nivel del primer mundo, como el elevado nivel educativo y la baja mortalidad infantil. Con Hugo Chávez en el poder en Venezuela se pudo paliar la escasez de petróleo y se encontró un socio comercial de primer orden. Sociedad que ahora, con la oleada neoconservadora que barre al continente, puede verse comprometida. Como quiera que sea, el período especial sirvió de trampolín para que el país se esforzara por un consumo más responsable de sus recursos y por el comienzo de una reforma económica que, guiada hasta ahora con mano firme, le ha permitido crecer sin renegar de los principios básicos de la revolución.

Aunque retirado del manejo directo de los asuntos, Fidel Castro seguía siendo una presencia implícita pero vigente. Era un consejero y una pauta moral. ¿Se podrá conservar lo esencial de lo conquistado sin él en tiempos como los que corren? Mientras Raúl siga en el gobierno nos animaríamos a afirmar que sí. La transición a un régimen de capitalismo dirigido es factible, siempre y cuando las cosas no se precipiten en el escenario internacional. Trump acaba de denostar la memoria del líder muerto. Las preguntas son muchas y no pueden contestarse. Pero de una cosa no hay duda: Fidel ha ingresado al Olimpo de los héroes y su ejemplo no podrá ser desatendido nunca. Por mucho que hoy se regocijen algunos en Miami.

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1) Dubois era también un cuadro de la CIA y un oficial de inteligencia que había servido en Panamá, el norte de África y Europa durante la segunda guerra mundial. También había sido instructor y amigo del coronel Carlos Castillo Armas, el golpista guatemalteco que en1954 derrocó al presidente nacionalista Jacobo Arbenz y organizó después los primeros escuadrones de la muerte en América latina.  

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