En esta semana se ha acentuado el descenso de Argentina a la mediocridad existencial. El impacto del triunfo de Cambiemos sigue siendo aprovechado por los beneficiarios del refrendo legal brindado por electores que no comprendieron cuáles eran sus intereses y muchos de los cuales, según algunas encuestas, persisten en su tesitura. Por tozudez, por vergüenza a reconocer que se equivocaron o por simple ignorancia, se empeñan en creer que el maná de las inversiones va a venir a salvarnos gracias al ajuste, a la apertura de la economía y al disciplinamiento de los trabajadores. Incluso cuando las medidas de tal programa empiezan a caerles sobre la cabeza, no son pocos los que persisten en la ilusión. Los beneficiarios reales del veredicto electoral, los miembros del establishment que tradicionalmente ha regido a este país, no pueden sino sentirse agradecidos por esta voluntaria ceguera y siguen apretando el acelerador de una política que, en apenas nueve meses, ha reventado lo conseguido en doce años, durante el evidentemente frágil período de recuperación que el país había conocido después del tsunami neoliberal. Y sin que se produzca, hasta ahora, una reacción coherente de parte de una oposición dispersa y en general perdida en la persecución de objetivos particulares y de corto aliento.
Aquí nos queremos referir a apenas dos hechos que integran la danza macabra en la que estamos metidos y que definen muy bien el sentido renunciatario y frívolo que ostenta el manejo de los asuntos exteriores y de la soberanía económica del país.
Susana Malcorra –funcionaria de la burocracia diplomática internacional repescada por el presidente Macri para desempeñar el papel de canciller de la Argentina- se ha movilizado para generar un acuerdo (que esperamos sea rechazado por el Congreso) de entendimiento con Gran Bretaña en torno al contencioso austral. El documento, pre-acuerdo, “paper” o lo que sea, exhibe como dato fundamental el hecho de que se soslaya el tema de la soberanía en la agenda bilateral. El asunto quedaría otra vez bajo un “paraguas” diplomático. El documento se concentra en cambio en una serie de medidas prácticas que tenderían a disolver tensiones entre ambos países y a hacer más fácil y “mutuamente” aprovechables los recursos que rodean a las islas Malvinas.[i]
Por este acuerdo Argentina removería todos los obstáculos para la explotación de los recursos naturales, renovables y no renovables que hay en la zona de influencia de las Malvinas. Es decir, se franquearía el paso para el aprovechamiento transnacional de esos bienes, cosa que constituye el interés principal que en materia económica tienen el Reino Unido y los isleños. Se permitiría así la explotación de los hidrocarburos por manos extranjeras, sin interferencias judiciales y otorgando una especie de cobertura legal a la extracción o al saqueo de recursos naturales no renovables.
Desde luego que la indefensión militar a que nuestro país sido gradualmente reducido por todos los gobiernos de la democracia, excluye desde hace mucho tiempo cualquier intento de hacer valer nuestros derechos por la fuerza. Por otra parte, la experiencia de la derrota de 1982 desautorizaría desde el vamos ante la opinión pública -y ante el buen sentido también- una política de ese género. Pero el hecho de no evidenciar siquiera la voluntad de llegar a disponer de una fuerza armada capaz de proyectarse como un valor a futuro de parte de nuestro país, condena a la Argentina a la irrelevancia regional. ¿O alguien puede tomar en serio, en el mundo, las protestas fundadas en una moral abstracta o en unos principios jurídicos que, como la cotidianeidad lo comprueba, existen sólo para ser violados?
Ahora bien, esta inferioridad de condiciones, que es tanto física como psicológica, no debería apartarnos del intento de tutelar nuestros recursos con políticas que al menos no sienten precedentes legales que pueden ser usados en contra nuestra. Las Naciones Unidas han refrendado una y otra vez la necesidad de que nuestro país y Gran Bretaña se sienten a negociar el tema de la soberanía en un asunto que el organismo mundial ha clasificado como una cuestión colonial irresuelta. ¿Puede honestamente argüirse que, al hacer concesiones en torno al petróleo, la pesca y la navegación, con abstracción del problema de fondo, Argentina no está renunciando a ese principio de la soberanía, que estima indiscutible?
Los negocios son los negocios, pero no se ve claro cómo nuestro país puede beneficiarse en una transacción en la cual los ingleses dispondrían de los recursos económicos, el know-how y el utillaje necesario para la exploración petrolífera y la explotación pesquera, mientras que nosotros deberíamos esperar, desde aguas periféricas, a que nos lluevan algunas migajas del banquete que ellos se han servido y que sentaría un precedente jurídico difícil de contrastar más adelante.
Por otra parte las conexiones aéreas con las islas, que mejorarían las condiciones de vida de los kelpers, según el acuerdo podrán hacerse, sin contraprestación alguna, a través de Uruguay y Brasil, terminando de esa manera con la exclusión del tránsito aéreo desde y hacia las islas que imperaba en esos países. Se mantendría en cambio la exigua conexión de un vuelo por mes desde Río Gallegos a Puerto Argentino.
A cambio de esta batería de dádivas, el Foreign Office se allanaría a que expertos de la Cruz Roja establezcan la identidad de los restos de los soldados argentinos enterrados en el cementerio de Darwin como NN. Es un gesto, pero nada más que eso.
Para coronar esta evaluación del pre-convenio acordado entre Malcorra y el vicecanciller británico, Alan Duncan, algunas sospechas se deslizan a propósito de las motivaciones personales que podría tener la Dra. Malcorra. Es sabido que nuestra ministra de Relaciones Exteriores prestó sólo por un tiempo su persona al actual gobierno argentino, pues ha desarrollado su carrera en la ONU y su proclamado objetivo es acceder a la Secretaría General de las Naciones Unidas, en reemplazo del coreano Ban Ki Moon, a punto de terminar su mandato. La recolección de voluntades entre los miembros del Consejo de Seguridad que podrían imponerle su veto es por lo tanto imperiosa para nuestra ministra, quien tiene ante sí un obstáculo importante, Gran Bretaña, con seguridad poco interesada en tener al frente del organismo mundial a alguien cuya nacionalidad podría predisponerla a contrariar el punto de vista inglés. En este sentido, la propuesta concertada por Malcorra con Duncan en torno a Malvinas remueve en parte ese obstáculo y satisface plenamente las cualidades negociadoras, prudentes y casi anodinas que debe tener tan alto cargo. Pero esas cualidades no son las que convienen al ministro de Relaciones Exteriores de un país que, como el nuestro, tiene un conflicto secular con Inglaterra. Los desmentidos y explicaciones que se producirán en la estela de este episodio, no van a convencer a nadie, salvo a quienes están predispuestos a ser convencidos.
El regreso del Fondo
El Fondo Monetario Internacional vuelve a auditar las finanzas argentinas. Después del esfuerzo que significó saldar la deuda con ese organismo para devolverle autonomía a la política económica del país, las actuales autoridades complementan sus políticas de ajuste (en un todo a tono con las medidas que el FMI suele prescribir a sus estados miembros) con el retorno formal de sus inspectores. En sí mismo el regreso de los técnicos del Fondo no significa nada; todos sus postulados han sido satisfechos a priori por el gobierno argentino. Lo significativo es que la re-entronización del organismo internacional en el país implica una proyección a futuro de las políticas que en el pasado y no solo en la Argentina sino en toda América latina y en el mundo entero, estuvieron atadas a la regresión de las condiciones laborales, sociales y económicas que la masa poblacional pudo alcanzar en la época del estado de bienestar. Es la promesa del retorno a la ortodoxia más estricta y al sometimiento del estado nacional al “diktat” de los organismos internacionales de crédito.
Los próximos meses no serán menos difíciles que los que acabamos de pasar. El blanqueo de capitales no arroja resultados, las inversiones no vienen y aunque vinieran lo más probable es que no fueran a la inversión productiva sino que estuvieran atadas al clásico vaivén de los capitales golondrinas y las bicicletas financieras. Y mientras tanto el flujo importador continúa, el consumo cae, las Pymes se tambalean y se destruye el empleo.
Se rumorea sobre un frente gremial que trataría de asumir las riendas del partido justicialista. Si esto fuera así la iniciativa merecería ser saludada. Pues sólo la vertebración de ese partido a partir de lo que constituyó su componente más importante aunque el menos influyente en los últimos tiempos, y la aproximación del movimiento obrero a las organizaciones sociales, podría empezar a configurar una alternativa electoral que dé el cambio al actual estado de cosas. La coherencia de miras y la consecuencia en los propósitos son rasgos que brillan por su ausencia en las filas sindicales, es cierto, pero la necesidad, a veces, tiene cara de hereje. En cualquier caso, sin embargo, siempre es prudente no tomar deseos por realidades.
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[i] El amateurismo del presidente Macri en materia de política internacional se puso de relieve en ocasión de su visita a la ONU, con sus declaraciones en el sentido de que la primera ministro británica, Theresa May, había convenido con él en que había que volver a hablar de soberanía en el tema Malvinas. Tan sensacional noticia surgió de un cruce informal en los pasillos de la ONU. El Foreign Office negó la versión y la canciller Malcorra debió salir a desmentir la alegre afirmación del presidente y a poner las cosas en su punto, indicando que se trató de un intrascendente intercambio de amabilidades al pasar.