No coincido con la sentencia que sostiene que “la victoria no da derechos”[i]. ¿Para qué se librarían las guerras, entonces? Pero, aun aceptando que ese lema moralmente impecable sea de nula aplicación práctica, cabe esperar, sin embargo, que el triunfo en una contienda no dé lugar a abusos que a su vez, en el futuro, pueden pedir retaliación. Lo que viene sucediendo en nuestro país después de la victoria de Cambiemos es, por el contrario, un proceso no sólo de demolición de lo construido a lo largo de la década a medias ganada o a medias perdida –esta apreciación depende del optimismo o del pesimismo del observador que la mire- sino también de revancha pura y desnuda, dirigida contra figuras que de uno u otro modo resultan emblemáticas de ese período.
La cacería judicial contra Milagro Sala, Hebe de Bonafini y Cristina Kirchner incurre en este tipo de excesos. Excesos poco inteligentes, convengamos, porque, en el caso de Bonafini, ensañarse con una mujer de 87 años, cuyos dos hijos y una nuera fueron desaparecidos por la dictadura y que libró una batalla infatigable cuando nadie podía o se atrevía a testimoniar contra el gobierno militar, es de tontos o serviles. Más allá de los rasgos de irracionalidad que han solido caracterizar a las declaraciones y acciones de Bonafini -que la llevaron, por ejemplo, a adoptar como hijo putativo a Sergio Shocklender[ii] - tocarla de la torpe manera en que se intentó hacerlo es como verter ácido sobre una herida que no acaba de cicatrizar.
El gobierno o al menos algunos de sus sectores y ciertos miembros de la corporación judicial no parecieron preocuparse, en principio, por los contornos grotescos que iba a revestir una movilización policial a gran escala para detener a una anciana. Deben pensar que promover el escándalo y el ruido es útil para tapar el impacto de un ajuste que día a día aprieta cada vez más el torno económico que ciñe a la población. Pero, como suele decirse, “hay veces en que las lanzas se tornan cañas”. Dar la sensación de que se avanza en una serie de emprendimientos “justicieros” y luego la puesta en evidencia de la falta de fundamento de esos emprendimientos o simplemente la incapacidad para ponerlos en práctica –como en el caso de Bonafini- porque el alboroto que se suscita en torno a ellos amenaza con redirigir al tiro por la culata, no es una forma saludable de gestionar la política.
Los disfraces de la censura
No se pueden ignorar los peligros que acechan como consecuencia de la restauración conservadora por la que pasa la Argentina (así como otros países de América del Sur). Entre otros campos, en el de la comunicación audiovisual. La toma de ventajas tras el magro triunfo electoral de Cambiemos se está cobrando en nuestro país un pesado precio en materia de noticias y análisis informativo. La concentración oligopólica de la prensa, sea escrita, radial o televisiva, y la escasez de voces que disientan con las del discurso dominante, hace doblemente sensible cualquier nuevo avance sobre espacios que, hasta aquí, habían conservado un tono crítico respecto de lo actuado por la nueva administración. Es verdad que esos espacios estaban situados por lo general en el ámbito de la televisión y la radio oficiales, o bien, como en el caso de los SRT en Córdoba, en el de universidad, y que por lo tanto el cambio de autoridades en elecciones regulares otorga a estas una legítima potestad para rediseñar su programación. Sin embargo, conviene aclarar que la forma, que se presume indolora, en que se producen estos cambios, no deja de seguir acotando espacio a las voces que suenan divergentes respecto al discurso oficial.
Para poner un caso, un programa como “Mirá quién habla”, que se difundía por amplitud modulada (AM) por Radio Universidad de Córdoba, ha sido derivado a frecuencia modulada (FM) con lo que gana calidad de sonido, pero pierde alcance. Y como lo que sucede en programas como este, que se proponen como espacios de discusión más que como vectores musicales, el resultado es obvio: un estrechamiento del campo de debate.
Una deriva muy peligrosa
El rumbo que ha tomado la Argentina a partir de diciembre del año pasado es, como se lo ha señalado muchas veces en esta página, muy peligroso. La bronca social que suscitan el ajuste y la redistribución del ingreso dirigiendo este hacia los sectores que más tienen, se complica con la repugnancia que provoca en muchos el cambio de paradigma internacional y la adopción de políticas que, cada vez más, devuelven a la Argentina a una condición servil y dependiente. Estos sentimientos todavía están soterrados hasta cierto punto por el blindaje mediático y por el desconcierto, el oportunismo o la estrechez de miras de quienes deberían liderar la oposición, pero existen y crecen. Aparentemente las autoridades de Cambiemos creen que es factible practicar el capitalismo de shock sin prestar atención a que esta no es –todavía- una sociedad destruida, como lo estaba después del vendaval de la dictadura o de la crisis de 1989, que sirvió de preludio al menemismo.
El poderío del establishment es muy grande, sin embargo, y conviene no hacerse ilusiones sobre la seriedad de la hora. En realidad, pedirle al gobierno, como nos damos cuenta que en cierto modo lo ha hecho esta nota, moderación en sus actos, es como pedirle peras al olmo. El sistema es intratable y, al menos en el caso de sus personeros locales, poco inteligente. Hoy avanza a tambor batiente, de la mano de los monopolios de la prensa, sobre los sectores medios y bajos de la sociedad, abrazado al viejo bloque terrateniente y agroexportador que agrupa a las multinacionales del comercio de granos y a los herederos de la casta parasitaria de la oligarquía vacuna, con los gurúes neoliberales aposentados en los organismos de crédito y en los puestos decisivos del gabinete.
Aunque silenciados u opacados por la mayoría de los medios, las demostraciones de resistencia a este vendaval crecen. Los tarifazos son frenados por decisiones judiciales que atienden al interés general más que a los requerimientos del sistema y la apelación del gobierno a la Corte para que los apruebe se está transformando en un carozo difícil de tragar incluso para un organismo como ese, de íntima relación con el régimen. Las marchas en protesta por la situación, como la del Día de San Cayetano, el pasado domingo, que siguió a la imponente concentración obrera del 29 de abril; los reclamos vecinales por los recurrentes problemas en la provisión de energía, la agitación en las provincias patagónicas -las más afectadas por el cambio de modelo-, el rápido descenso en el nivel de vida de los sectores bajos y la inseguridad creciente, presagian una tormenta de proporciones. La cuestión, sin embargo, es si existe en la oposición y sobre todo en la corporación sindical la voluntad y la claridad de miras que son necesarias para que esa presión sea canalizada con eficacia y direccionada hacia la configuración de un frente popular capaz de generar una alternativa política que pueda modificar el curso que han tomado las cosas. Habrá que ver si esta coincidencia nacional puede lograrse con las cartas que están sobre la mesa, o si habrá de forjarse dolorosamente, a través de las pruebas de una lucha que, privada de una dirección orgánica, en una primera instancia podría ser desordenada y caótica.
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1] La frase es de Mariano Adrián Varela, ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, quien, al finalizar la guerra del Paraguay, intentaba refrenar con esa sentencia el apetito brasileño de expansión territorial contra el país guaraní... y proteger las expectativas argentinas en ese mismo campo.
[ii] Quien consumaría en ella su segundo parricidio al defraudar a la fundación que Bonafini preside.