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20
AGO
2008

Argentina indefensa

Se ciernen amenazas sobre el mar austral, que no encuentran hasta ahora una respuesta de parte de la Argentina oficial. Pero todo es parte de una batalla continental que debe librarse a la escala de Latinoamérica.

Entre las muchas falencias del público argentino ante la realidad –la mayor parte inducidas, otras hijas de cierta incapacidad para salir del horizonte estrecho del propio interés individual- se encuentra la curiosa predisposición a mirarse desde afuera y, a modo de refracción, una cierta incapacidad para verse a sí mismo en el mundo.

Y la verdad es que los tiempos que corren requieren de una urgente necesidad para mirar en rededor desde nuestro propio eje y juzgarnos no como objetos de la admiración o, lo que es mucho más frecuente, de la conmiseración de los otros, sino como seres capaces de forjarnos nuestro propio destino, tarea para la cual el principal requisito es entender las cosas desde aquí y ahora. Comprenderemos así que los tiempos no están para bromas. La crisis mundial se agiganta, el apetito por los recursos naturales, renovables o no, (de los cuales nuestra tierra está bien provista) crece día a día y las políticas agresivas de un expansionismo estratégico que protagonizan las grandes potencias mundiales dejan poco tiempo para dilapidarlo en disputas en torno de asuntos de mayor o menor interés, pero que en cualquier caso no hacen al fondo de la cuestión. El cual no es otro que el de saber si seremos capaces de determinarnos a nosotros mismos, de consuno con otros países de América latina, o si naufragaremos en la bobería mediática y en las riñas de gallinero que caracterizan a la casi totalidad de nuestra clase política, experta en maledicencias, valiente apenas para enfrentar a un león muerto cuando se trata de los derechos humanos y activa sólo cuando tiene que alborotar en torno de lo accesorio, mientras teje un espeso manto de silencio a propósito de los temas fundamentales.

Es la percepción de estos defectos caracterológicos lo que nos hace estremecer cuando leemos la denuncia del ex diputado Mario Cafiero a propósito de la avanzada inglesa en la Antártida. Si bien no estamos calificados técnicamente para evaluar el asunto en detalle, el informe es abrumador. El tema de la soberanía sobre la plataforma continental argentina, el Mar Argentino, las Malvinas y el sector antártico está en entredicho y no se han tomado los recaudos jurídicos para preservar, al menos legalmente, nuestros derechos sobre una reserva de recursos minerales, pesqueros y biogenéticos en una “inmensa Pampa sumergida” de 400 millones de hectáreas correspondiente a la ampliación a 350 millas de la plataforma continental. Aunque la ministra de Defensa y el Canciller de la República proclamaran que se han delimitado los límites exteriores del Mar Argentino, de hecho, a estar por el informe Cafiero, no ha habido ni presentación ante el Congreso ni aprobación de parte de este de dato alguno. Sólo existiría una recopilación de datos parciales y aun pendientes de procesamiento.

Las tareas de delimitación continental sólo terminarán cuando la presentación argentina sea aprobada por las Naciones Unidas. La cuestión surge en 1982 –el año de Malvinas-, cuando las Naciones Unidas adoptan la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, conocida como CONVEMAR. En su articulo 76 la CONVEMAR fija un límite mínimo de 200 millas a partir de la costa y permite su extensión hasta 350 millas o más en casos excepcionales para los Estados cuyo lecho y subsuelo marinos presenten ciertas características geológicas y orográficas definidas en ese mismo artículo. Por las características de nuestras costas la Argentina podría incorporar a su territorio una superficie adicional de alrededor de 4.000.000 de kilómetros cuadrados.

Pero –y aquí salta la madre del borrego- el plazo para presentar los límites ante el organismo mundial vence en menos de un año, en mayo de 2009, y nuestro país no parece estar en condiciones (o en disposición) de concurrir ante aquel, munido de la información correspondiente. Los buques necesarios para realizar las tareas de relevamiento que son indispensables se han hundido, se han incendiado o están obsoletos. El caso del rompehielos “Almirante Irízar” es ejemplar al respecto. ¿Qué se sabe de él tras el incendio que lo inutilizó y lo puso a dos dedos de su pérdida en Abril de 2007? Pero lo más grave parecería ser la falta de interés con que los escalones administrativos a los que les corresponde ocuparse de la cuestión se plantan frente al asunto.

Los recursos de la inmensa cuenca marítima a que aludimos son enormes. El único país sudamericano provisto de una conducta coherente en materia de sus derechos continentales es Brasil. Cabría mencionar también a Chile, pero este país arrastra una larga historia de voluntaria insularidad política que lo pone lamentablemente un poco al margen de la necesaria alianza que es preciso establecer en la región para asegurar sus derechos en su plataforma continental. Cabe preguntarse si la actual coyuntura no le suministra una oportunidad de oro para apartarse de esa tesitura y abrazar el interés común.

Ahora bien, Brasil acaba de informar el descubrimiento de una riquísima plataforma petrolera frente a sus costas. Y se afirma que el gobierno brasileño ha comunicado a su par argentino, en las más altas y decisivas instancias, que sus estudios sísmicos permiten determinar que la magnitud del potencial petrolero submarino argentino es similar y podría incluso ser mayor que el de la plataforma continental brasileña.

Según expertos británicos el volumen del petróleo existente bajo el agua sólo en la región de Malvinas ronda en los sesenta mil millones de barriles de crudo. Este dato debería bastar para confundir a quienes siguen creyendo que la guerra austral de 1982 fue lanzada por la dictadura militar por una cuestión de prestigio. Fue más bien un atrevido intento para reafirmar nuestros derechos en la zona. Ese intento encerraba con toda probabilidad, sin embargo, una emboscada fraguada por Londres y Washington, emboscada que permitiría consolidar el poder de la alianza atlántica en el área. Nuestros gobernantes de entonces se metieron así en la boca del lobo sin tener en claro las relaciones de fuerza mundiales. Cosa que viene a comprobar el aserto antes formulado en el sentido de que los argentinos tendemos a jugar los papeles que nos asignan, en lugar de elegirlos nosotros mismos.

El caso es que hoy Gran Bretaña se plantea poco menos que anexarse el Atlántico sur colindante con la Antártida. Sus reivindicaciones se superponen con las que podría plantear nuestro país. Y como los acuerdos negociados entre las cancillerías de ambos países a lo largo de la última década no se conocen, o no se conocen plenamente, ello podría inducir a suponer que Argentina podría estar renunciando a buena parte de sus derechos.

La división del mundo

Procesos como el que señalamos indican la necesidad de replantear el tema de las opciones que la Argentina tiene ante la actual coyuntura mundial, caracterizada por una carrera desenfrenada hacia el control de los recursos naturales y por unos planteos geoestratégicos que ostentan ya características muy definidas.

De un lado, tenemos al bloque capitaneado por Estados Unidos y Gran Bretaña, que arrastra tras de sí a la Unión Europea y al Japón, bloque fundado en los criterios del neoliberalismo más desenfrenadamente capitalista y que son propios de la sociedad de mercado. Es la globalización entendida a la medida de los intereses del mundo híperdesarrollado y armado hasta los dientes, cuyo activismo militar se percibe ya a través de fenómenos como los conflictos que han proliferado o proliferan en los Balcanes, el Medio Oriente, el Cáucaso y el Asia central, y que se despliega también en la Europa del Este, donde se está empujando la influencia de la Otan más allá del límite de lo tolerable para Rusia.

Del otro lado se encuentran esta y China, exponentes de un capitalismo de Estado que recoge muchos elementos del dirigismo y del centralismo económico que distinguieron a los procesos revolucionarios de corte socialista de los que esos países fueron protagonistas durante el siglo pasado. Son hoy procesos capitalistas, en efecto, pero que, en lo esencial, se apoyan sobre criterios que optimizan el reconocimiento de la dignidad de la propia nación –cualquiera sea la fórmula doctrinaria y el proyecto económico sobre la que esta se apoye.

Ahora bien, emancipación nacional y liberación social son las dos plataformas sobre las cuales los países atrasados o relativamente atrasados deben apoyarse para resistir los embates del imperialismo de lo que el polítologo y economista egipcio Samir Amin llama la Tríada, conformada por Estados Unidos, la UE y Japón. En este sentido el rol positivo que implica la existencia de un contrapeso al poder del bloque occidental debe ser tomado muy en cuenta por los países como el nuestro. Pero siempre y cuando exista una clara conciencia de cuáles son los límites dentro de los cuales se puede jugar esa carta.

Sujetos y no objetos de la historia

Por estos días, por ejemplo, empezaron a proliferar rumores en el sentido de que Rusia se propondría contrabalancear la instalación del sistema antimisiles norteamericano en suelo polaco replicándolo con otro similar a implantar en Venezuela o en Cuba. Lo más probable es que este tipo de hipótesis sea el fruto de las usinas de desinformación que proliferan por el mundo y a las que no escaparían ni siquiera algunos órganos de prensa rusos, que están fogoneando esta noticia.

Una opción de esta naturaleza, por supuesto, es inadmisible no sólo para Estados Unidos –que ya estuvo a un dedo de barrer a Cuba del mapa y desencadenar una guerra nuclear global en 1962, cuando Nikita Khruschev intentó asentar cohetes de alcance medio en la isla del Caribe-, sino también y muy en especial para los países de América latina, que no pueden olvidar su posición en el mapa y que deben guardarse mucho de reproducir el error que están cometiendo hoy los polacos, al ofrecer su suelo como base para una red misilística norteamericana que en teoría protegería a Occidente de las amenazas de los “Estados delincuentes”, pero que de hecho amenaza a Rusia. Los polacos en 1939 ya incurrieron en la estupidez de buscar un apoyo lejano para cubrirse de un peligro inmediato y feroz, al que excitaron precisamente con esa búsqueda de reaseguros inútiles. Y así les fue. (1)

Es evidente que la seguridad de los países de América latina reside en América latina misma. Se podrán buscar apoyos, se podrá permanecer neutral en caso de un conflicto abierto entre las partes, pero es obvio que la pertenencia al hemisferio occidental no puede ignorarse y que la relación con Estados Unidos no puede jugarse a cara o ceca.

Pero, para mantener esa tesitura, se hace preciso que nuestros países se hagan valer, tanto en el plano de la economía como en el de la política y muy especial en el de la defensa. Unos países latinoamericanos coaligados en un frente único contra las asechanzas del mundo, en condiciones de explotar, industrializar y exportar sus recursos y provistos de una capacidad de defensa que, obviamente, no amenazaría a nadie pero que supondría un desafío muy difícil de combatir en el caso de que el Norte desarrollado intentase hacer pie firme en alguna parte de Sudamérica, son las bazas fundamentales de un juego que, si bien ahora está apenas empezando, reconoce sus raíces en la dispersión latinoamericana posterior a la Independencia. Esa “balcanización” nos arrojó, inermes, a la conformación de una serie de nacionalidades minúsculas, impotentes frente a los imperialismos británico y norteamericano. En los estratos superiores de esas naciones fictas –que vivían del connubio con el imperialismo- y los sectores medios que eran sus clientes, arraigó una falsa conciencia configurada por la admiración acrítica de todo lo extranjero, lo que en forma automática los excluía de la comprensión de la naturaleza que revestían los modelos adoptados y que habían crecido y se habían hecho grandes gracias a su capacidad para pensar por sí mismos. Sólo las masas marginalizadas de nuestros países, cuyo atraso económico las preservaba de ese contagio, se erigían en reservorios del nacionalismo latinoamericano. (2)

Después de casi dos siglos de verificado ese proceso y tras la abolición, por el crecimiento demográfico y la expansión de los medios modernos de comunicación- de gran parte de los obstáculos geográficos que incomunicaban a nuestros países, la tarea pendiente es tomar conciencia de este hecho y deshacernos de la rémora de lugares comunes y de deformaciones de una historia fabricada en muchas de sus piezas. No será tarea fácil, pero al menos los obstáculos más pesados que impedían la toma de conciencia –las distancias y la compartimentación de la peripecia de nuestros países en narraciones separadas- están siendo removidos. Hacerse cargo de esta situación compete a todos, aunque desde luego la mayor esperanza reside en la curiosidad de las nuevas generaciones. Es importante que esta curiosidad no sea anulada por el triste espectáculo de la politiquería y, en este sentido, la batalla por los medios de comunicación –tanto convencionales como, sobre todo, alternativos- es esencial.

 

 

[1] Puestos a elegir entre la asociación con la Alemania nazi o la Rusia Soviética, potencias enfrentadas entre las cuales Polonia oficiaba de Estado colchón, los gobernantes polacos de aquel entonces prefirieron buscar la protección de Francia y Gran Bretaña, diplomáticamente muy importante, pero incapaz, en el plano militar, de aportarles una ayuda útil e inmediata en el caso de una confrontación armada. El resultado fue el pacto Ribentropp-Molotov y la invasión alemana del 1 de Septiembre, seguida por la rusa lanzada el 17 del mismo mes, tras la cual los futuros contendientes de la guerra mundial se repartieron el país. La geografía, en estos casos, prevalece sobre los artilugios de la política y los presupuestos doctrinarios.

 
[2] Jorge Abelardo Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, Edición del Senado de la Nación, 2006, página 335.

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