Había grandes expectativas ante el retorno de Cristina Fernández a Buenos Aires. Sin embargo, su primera aparición pública o mejor dicho semi-pública, pues lo hizo a través de una entrevista telefónica de C5N, fue más bien decepcionante. En primer lugar por su ausencia del plató: Cristina tiene presencia escénica, posee una gestualidad comunicativa y es una excelente, fluida y, cuando quiere, ácida expositora. Pero esta vez prefirió sustraerse a la mirada del público y ello, sumado al carácter naturalmente acomodaticio del reportaje de Roberto Navarro, le quitó filo al reportaje. En segundo término, lo que expresó estuvo lejos de responder a las dudas e inquietudes que se agitan en ese amplísimo sector de la opinión pública que, de forma entusiasta, moderada o con ponderación crítica, apoyó a la gestión del kirchnerismo a lo largo de 12 años de gobierno.
La mayor parte de la exposición de Cristina estuvo dedicada a hacer el balance de lo hecho durante ese lapso y a establecer la diferencia que existe entre lo concreto y cuantioso de los objetivos alcanzados durante la gestión kirchnerista, y los hechos de corrupción que se imputan a esas administraciones, así como a castigar las brutales políticas de ajuste practicadas por el actual gobierno.
Todo esto estuvo muy bien, pero no se vislumbró ningún sentido de autocrítica en lo referido a la vertiente política de la derrota en el balotaje del 22 de noviembre. La ex presidenta criticó a la oposición al gobierno de Mauricio Macri por su falta de ideas. Señaló así una carencia que es perceptible para todos. Pero un personaje de su talla no puede poner sobre la mesa este asunto sin aceptar al mismo tiempo la apertura de un debate a fondo acerca de las razones del fracaso electoral del FpV. Y ello inexorablemente lleva a cuestionar su papel a lo largo de todo ese proceso, papel que esta página señaló en repetidas ocasiones antes y durante la campaña. La centralización del rol de La Cámpora y su actitud excluyente respecto de otras corrientes del partido justicialista, no sólo de aquellas que daban y dan muestra de su proclividad a recostarse en el establishment, sino incluso de las que pretendían cierto nivel de autonomía respecto del tutelaje presidencial; el desinterés (que algunos calificarían de sabotaje) bastante evidente de Cristina respecto a la candidatura de Daniel Scioli, son asuntos que no pueden ser pasados por alto y que requerirían de un debate a fondo y a la luz pública de parte de todos los interesados, prólogo de una discusión que abra las puertas de las capillas políticas e involucre a la opinión nacionalmente comprometida en su conjunto.
Nada de esto se percibió a lo largo del reportaje. Incluso en él volvió a repetirse una frase que parece haberse convertido en un mantra para la oposición al macrismo: “deseo que a este gobierno le vaya bien”. El corolario de esta expresión de buenos deseos es que si es así, se supone que le va a ir bien a todos los argentinos. Y bien, esta es una contradicción en los términos si, como la historia y la experiencia de estos meses lo demuestra, este es el gobierno de la oligarquía y de las grandes corporaciones financieras.
Los buenos modales, la aceptación de la disparidad existente en la relación de fuerzas con el sistema global que nos incluye, y por consiguiente el reconocimiento de la realidad, son datos indispensables a la hora de hacer política en Argentina y en cualquier parte. Pero esto no implica hacerse ilusiones ni inducir a otros a que se las hagan. No es cuestión de agitar la utopía revolucionaria ni de llamar a la insurrección popular, pero sí de definir con precisión cuáles son las raíces del problema nacional, de discernir cómo este se ha articulado siempre en torno a dos modelos de producción y cómo uno de ellos –el rural-financiero ligado al exterior- se ha contrapuesto siempre a otro industrialista con una pertinacia y una malevolencia que han excluido la posibilidad de una concertación que hubiese consentido a la Argentina elevarse hasta el rango de una nación burguesa cumplida. Rango que naturalmente implica una visión geopolítica que tome en cuenta la inserción latinoamericana de nuestra porción del Cono Sur.
Sin una apreciación de estos condicionantes, sin una crítica radical a las fuerzas que se conjugan en el actual gobierno, sin una organización del campo popular y sin una alianza plebeya que incluya a la clase media y a la clase obrera y a los especialistas en el campo de la tecnología y la defensa, el futuro se anunciará negro. Y ninguno de estos temas afloró a la superficie durante la exposición de la ex presidenta en la entrevista que reseñamos.
¿Lo harán en algún momento?