La historiadora norteamericana Bárbara Tuchman escribió, casi medio siglo atrás, un apasionante libro detallando el engranaje que había llevado a la primera guerra mundial. Lo tituló Los cañones de Agosto, por el mes en que estalló ese conflicto. Como se ha dicho en un artículo anterior, la situación actual que se perfila en el vasto arco que va del Cáucaso al Asia Central, pasando por el Medio Oriente, contiene muchos de los elementos del mecanismo de desencadenamiento que actuaran hace exactamente 96 años. Para comenzar, el sistema de alianzas automáticas y de contrapesos que pueden entrar en juego si las cosas se agravan. El problema se hace mucho más siniestro si tomamos en cuenta que estamos frente a la posibilidad no sólo de una guerra convencional (lo cual sería ya gravísimo) sino también de la eventualidad de un desastre nuclear. Los medios masivos de comunicación, sin embargo, hasta ahora no han reaccionado con la alarma que sería de esperar, y dan la impresión de seguir el juego confusionista de la usina de poder ubicada en Washington, verdadero deus ex machina del explosivo momento que está viviendo el mundo.
Poner a este ante el hecho consumado, podría ser el juego de suma cero que se está montando entre el Pentágono, la CIA y la Casa Blanca. Con la diferencia de que, aunque esos organismos no lo admitan, en este caso no se trataría de que los jugadores de la partida la acabasen con un mismo balance de pérdidas y ganancias, sino de que ambos terminasen igualmente muertos.
No queremos oscurecer en demasía el panorama, pero la verdad es que se circula por un andarivel riesgoso. Siempre dijimos que los meses finales de la gestión Bush serían peligrosos. Los acontecimientos parecerían darnos la razón, por desgracia. Simultáneamente al ataque georgiano contra Osetia del Sur, concebido de acuerdo a los esquemas de una limpieza étnica que no podía dejar indiferentes a los rusos y que provocó la contundente reacción de estos, se está produciendo un despliegue naval masivo en el Golfo Pérsico y en el Mar Rojo orientado contra Irán y que podría tener como primer objetivo establecer un bloqueo efectivo contra esa nación, aunque de momento a toda esa movilización se la describa como “maniobras conjuntas”.
Un sector del gobierno ucraniano, por su parte, solicita acelerar el ingreso de este país a la Otan, “para prevenirse de situaciones como la suscitada en el Cáucaso”. El gobierno de Georgia clama por la misma medida. De acuerdo a las regulaciones de la Otan, cualquier ataque a uno de sus países miembros de parte de una potencia ajena a la organización, debe determinar la solidaridad automática de los restantes miembros para con el país atacado y la asunción de las medidas efectivas para concurrir a su defensa. Para redondear la ecuación, hace menos de 48 horas Estados Unidos y Polonia llegaron a un acuerdo para estacionar en territorio de este último país las bases misilísticas norteamericanas dirigidas a “interceptar eventuales ataques de los “Estados delincuentes”. Todo el mundo sabe –o debería saber- que esas bases no están dirigidas a prevenir ataques provenientes del Medio Oriente, sino apuntadas contra Rusia, en la medida que otorgan a la Otan una superioridad excepcional, según la doctrina de la Primacía Nuclear. Esta entiende que la disposición de una cohetería desplegada en las fronteras de un eventual enemigo brinda una ventaja decisiva contra este, si el bando que posee el mecanismo interceptor decide atacar primero. Una fuente rusa reaccionó de inmediato indicando que Polonia sería el primer blanco en caso de un conflicto en el cual el escudo antimisiles jugase un papel. Pues todos estos acontecimientos están dejando a Rusia arrinconada y casi sin otra capacidad de respuesta que la amenaza de una retaliación nuclear en gran escala y de resultado incierto.
Distraer la atención
La acumulación de efectivos navales de Occidente en aguas del Golfo Pérsico, el Mar de Arabia y el Mar Rojo es impresionante. Después de realizar ejercicios conjuntos en el Atlántico, alrededor de 40 buques norteamericanos, británicos, franceses, italianos y tal vez hasta uno brasileño (¡!) se están sumando a las fuerzas ya estacionadas en el área mesoriental y se están poniendo en condiciones de estrangular a Irán, cosa que configuraría para este último país un auténtico casus belli. La coincidencia de este despliegue con la conflagración estallada en el Cáucaso, más la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, suministran una cortina de humo que puede distraer provisoriamente la atención del público respecto del objetivo final de estas movidas.
Ahora bien, ¿cuáles son los principales riesgos que encierra este curso de acción? Por un lado está la respuesta iraní, que podría convertir al estrecho de Ormuz y al Golfo Pérsico en un cementerio de barcos. Pero lo más importante sería la réplica aliada a una eventualidad semejante, que podría poner en escena una guerra nuclear preventiva (principio admitido por la “Gran Estrategia para un Mundo Incierto”, que la Otan habría elevado ya al grado de doctrina), guerra basada en el empleo de armas atómicas tácticas de impacto circunscrito y dirigidas sobre todo a blancos situados bajo tierra. Como estos proyectiles en cualquier caso tienen un poder destructivo que multiplica al de la bomba de Hiroshima, la posibilidad de una masacre sin precedentes entre la población iraní es un peligro real, sin hablar de lo que implicaría la ruptura del tácito tabú que existía respecto del uso de armas atómicas contra contrincantes que no dispusiesen de ellas.
No hay movimiento alguno que se oponga de forma consistente a esta intoxicación doctrinaria y, de hecho, los medios occidentales invierten la verdad cuando insisten en los riesgos emergentes del terrorismo musulmán, siendo que los primeros y más auténticos terroristas son las naciones de Occidente, con Estados Unidos en primer lugar, pues ellas son las que han desatado una política de agresión, apropiación de recursos naturales y expansionismo estratégico que sólo puede estar motivada por el deseo de establecer un patrón hegemónico en un mundo que necesita de planteos muy distintos para escapar a su creciente crisis.
De verificarse este escenario de pesadilla, ¿podrán China y Rusia, aliadas de hecho con Irán y objetivos últimos de de las políticas de coerción militar de Occidente, mantenerse al margen de semejante conflicto? Es de observar que Rusia no fue invitada a la última reunión del G8 para tratar el conflicto caucásico, con lo que este grupo de naciones desarrolladas ha vuelto a comprimirse en un G7, y que Irán ha vuelto a insistir el mes pasado en su deseo de incorporarse como miembro pleno del Grupo de Shangai, que vincula a Rusia, China, la India y a varios estados del Asia Central.
La vieja maldición china –“ojalá te toque vivir en una época interesante”- parece estar resultando cada vez más apropiada para describir nuestro presente.