Entre inflación, despidos, retracción económica, pagos a los fondos buitres, incrementos tarifarios y una incipiente protesta callejera (sin hablar de la inseguridad, que ha recrudecido en vez de decrecer) la Argentina va viviendo los primeros tramos de la administración Macri. Frente a esto el gobierno promete salud para 2017, por el ingreso de los 16.500 millones de dólares que nos lloverán como recompensa a nuestra “apertura al mundo”. Esto es, al mundo entendido como los países centrales gobernados por el capital sistémico homogeneizado por Estados Unidos y la City de Londres, y articulado a través de instituciones como el Banco Mundial y el FMI.
Tras caer este maná, gran parte del cual -9.500 millones de dólares- irán a satisfacer la deuda con los hold-outs, el país se bañaría en agua de rosas, pudiendo crecer en el marco de una economía “previsible”. Cómo podrá suceder esto si previamente se ha devastado el empleo y se han paralizado industrias estratégicas como el plan atómico y el proyecto ARSAT, lo que a su vez afecta al futuro del Instituto de Investigaciones Aplicadas (INVAP), es un misterio en el que se nos solicita que creamos más allá de toda esperanza racional. Nada de lo ocurrido autoriza a pensar que se va en dirección a un crecimiento moderno, sino más bien induce a suponer que Argentina retomará su rol de exportador de materias primas sin valor agregado y que el grueso de la población habrá de prepararse una vez más a “pasar el invierno”. En especial si se toma en cuenta que el estado actual del mundo también evoluciona hacia la depresión y que los capitales del sistema global no se manifiestan atraídos a invertir en países que pasan por una transición incierta. El titular del Comité Financiero del FMI se encargó de destacarlo cuando señaló que, aunque los avances del gobierno de Mauricio Macri “son un enorme progreso en las tentativas del país para recomponer sus relaciones con los mercados de capitales e instituciones multilaterales de crédito…, las expectativas de crecimiento para la región son negativas”.
El regreso de Cristina
Frente a este panorama poco alentador, las perspectivas políticas están en la nebulosa. La semana pasada estuvo señalada por el regreso de Cristina Kirchner al primer plano del escenario, al concurrir a responder a la citación formulada por el juez Claudio Bonadío por el tema del dólar a futuro. Ya hemos dicho lo que pensamos del acoso judicial transformado en arma para hacer política, junto a la manipulación institucional generada por los parlamentos. Los casos de Lugo, Zelaya y ahora Cristina, Dilma y Lula nos eximen de más comentario. Los procedimientos de destitución o bien de bloqueo político por vía oblicua se han puesto de moda en América latina y expresan la voluntad del establishment en el sentido de aprovechar la deflación de los procesos de reforma progresista que nacieron con el siglo, para restablecer el orden.
Lo que inquieta más, sin embargo, es la inconsistencia de la respuesta que se da a esta ofensiva desde los sectores afectados. En nuestro país, al menos. El retorno de Cristina fue sonoro, con una considerable movilización juvenil, pero, hasta aquí, sin apertura a nada nuevo. Su invocación a formar el “frente ciudadano”, que es a todas luces necesario para resistir la ofensiva del sistema, se empobrece y parece reducirse a una manifestación retórica en la medida que en ella no se observa ni un destello de autocrítica. ¿Vamos a conformar un movimiento popular resistente tan sólo con los jóvenes de la Cámpora? ¿Qué pasa con los errores que llevaron a la derrota electoral de noviembre del año pasado y que redundaron en la debacle actual? ¿Y qué sucederá tras la fractura del peronismo en torno a la derogación de la ley cerrojo que ha permitido refrendar institucionalmente la capitulación ante el imperialismo financiero?
La crisis (permanente) del peronismo
Cualquier intento de constituir un movimiento de corte popular y nacional que sea capaz de perfilarse de cara al futuro tendrá que tomar en cuenta la desintegración por la que está pasando el peronismo, que ya había sido preludiada por la corrupta y entreguista gestión de Carlos Menem durante la década de 1990. Pero ese era un país aturdido por un golpe de mercado y todavía herido por la memoria de la represión de la dictadura, mientras que hoy –hasta fines de noviembre del año pasado, al menos- era un país que se sostenía a pesar de estar inmerso en un escenario mundial golpeado por la recesión y la oleada neoliberal que por primera vez alcanzaba a las costas de Europa y de los mismos Estados Unidos. El naufragio peronista al que estamos asistiendo ahora no deja lugar para suponer que con ese movimiento, por sí solo, podrá hacerse algo que permita escapar del torno que nos oprime. Desde luego que debe ser tomado en cuenta como parte muy importante de cualquier frente popular, pero el espectáculo inmoral de las corridas y los cambios de frente de gran parte de sus dirigentes antes y después de las elecciones, desalienta a cualquier observador y no deja mucha esperanza de que con ellos se pueda construir algo. Por lo tanto un frente ciudadano, como lo llama la ex presidenta, habrá de abarcar a una variedad de tendencias que requerirán de mutua tolerancia y de una capacidad de construcción que establezca prioridades irrenunciables. Entre las cuales, por supuesto, la potenciación del empleo y el diseño de un país comprendido en una proyección geoestratégica esencial, sujeta tan sólo a revisiones o acomodamientos tácticos, será fundamental.
Quién o quiénes encabezarían este proyecto es todavía una incógnita. El rechazo que Cristina provoca en el seno de importantes sectores del partido, y sus propios defectos, hasta cierto punto recortan sus posibilidades de convocatoria, a pesar de que es, de lejos, la figura de mayor enjundia política con la que cuenta el movimiento. Su principal culpa, sin embargo, desde nuestro punto de vista, no proviene tanto de su arrogancia –que le enajenó muchas voluntades- como de la torpeza con que manejó la cuestión sindical. Su política para con la que el fundador del justicialismo consideraba la columna vertebral del movimiento, fue al menos torpe y derivó en la pérdida del apoyo del aparato gremial. Y por corruptos que sean algunos de sus dirigentes y por inexcusable que resulte su pasividad ante la embestida neoliberal en los primeros meses después del 10 de diciembre –se llegó al extremo de trocar los fondos de las cajas sociales por un distanciamiento aséptico de lo que pasaba en el campo del trabajo y del proyecto de país-, con él se perdió la que probablemente sea la única fuerza capaz de mantener una presencia pesada y combativa a nivel de calle, y de confrontar económicamente con el núcleo fuerte del establishment con cierta esperanza de neutralizar, al menos, sus peores ataques. Tal vez la presión de las bases y la persistencia del plan devastador que baja desde el gobierno puedan sacudir la pasividad de las principales CGT y empujarlas a la acción. La decisión de las diversas centrales obreras (5 en total) para concurrir juntas a la manifestación del 29 de abril, es un hecho inédito, que permitirá tomar la temperatura de las masas y del grado de combatividad de las organizaciones gremiales. Parafraseando a Borges, lo que el cálculo político no ha podido conseguir, tal vez lo logre el espanto.