Tal como suponíamos probable, no ha habido que esperar nada para que la nueva administración de Argentina hiciera llover sobre nuestras cabezas un alud de decretos de necesidad y urgencia (DNU) que nos remiten a lo peor de los años del neoliberalismo. Esto sucede porque Macri y sus asesores quieren madrugar las posibles reacciones y aprovechar el lapso que media entre la asunción presidencial y la apertura del Congreso para poner a la gente ante los hechos consumados y, en el ínterin, ir elaborando los tejemanejes necesarios para allegarse el apoyo o al menos la connivencia de los sectores del justicialismo que hace tiempo han consumado la ruptura con el peronismo, como Sergio Massa, o que se muestran proclives a ello y a la constitución de un partido más atado a la ortodoxia económica. Como José Manuel de la Sota o Juan Manuel Urtubey. En el campo sindical las nuevas autoridades operan sobre la corporación gremial a través de la política del bastón y la zanahoria: se espera que el traspaso de las cajas de los servicios sociales a los sindicatos contribuya a mellar la combatividad de estos ante las medidas de ajuste que se prevén.[i]
En estos días el gobierno ha tomado una serie de decisiones ejecutivas. Para mencionar a algunas enunciemos las siguientes: la designación a dedo de dos jueces de la Suprema Corte, salteándose el necesario acuerdo del Senado; el decreto que en materia educativa restablece el esquema vigente en los 90, volviendo a la Polimodal y aboliendo las escuelas técnicas y las paritarias - si bien es cierto que luego se dio marcha atrás y se remitió el tema a una revisión tras efectuar consultas con el Ministerio de Hacienda y Finanzas. En el plano de las comunicaciones nos encontramos con la modificación –inconstitucional- de las funciones de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), creada para regular el mercado de las comunicaciones, y de la Autoridad Federal de Tecnología de la Información y las Comunicaciones (Aftic), para subsumir a esos dos organismos autárquicos, regulados por sus respectivas leyes, en la órbita del Ministerio de Comunicaciones que dirige Oscar Aguad. Se emplazó a Martín Sabbattella para que abandone el cargo de presidente del Afsca. Al emplazamiento siguió la acción. Ambos organismos fueron intervenidos en expresa violación a la letra del artículo 14 de la ley de medios, que establece las condiciones para la elección del presidente del Afsca. Ese articulado precisa que "el presidente y los directores durarán en sus cargos cuatro años y podrán ser reelegidos por un período. La conformación del directorio se efectuará dentro de los dos años anteriores a la finalización del mandato del titular del Poder Ejecutivo nacional, debiendo existir dos años de diferencia entre el inicio del mandato de los directores y del Poder Ejecutivo nacional"…
A esto se suma el reemplazo de los científicos que fungían como segunda línea de Lino Barañao, titular del Ministerio de Ciencia , Tecnología e Innovación Productiva, único de los ministros de Cristina Kirchner que sigue activo, por ahora, en el nuevo gobierno. Y como al hierro se lo machaca en caliente, se acaba de anunciar también la revisión de los contratos de 75.000 empleados públicos. Más allá de que las medidas de control puedan ser necesarias en lo referido a la funcionalidad y el rendimiento del trabajo, la medida se insinúa también como un expediente para el achicamiento del estado, la censura ideológica de su personal y como un recurso para hacer del desempleo una variable del ajuste económico, sin importar el costo social que una medida de ese género pueda suscitar.
El padre de todos los decretos
Por el encima de todas estas medidas se instala el padre de todos los decretos, el levantamiento del cepo cambiario y la libre flotación del dólar. A ellos se suma el levantamiento de las retenciones a la exportación de los productos del campo, con la sola excepción de la soja, que sin embargo experimentará una reducción del 5 % del tributo que debía rendir al estado. También se anuncia, en cumplimiento de las promesas de campaña, la eliminación o la reducción de los subsidios al agua, la electricidad y el transporte.
El encarecimiento del dólar y la apertura de las importaciones que se han dictado, más la supresión de las retenciones a las exportaciones del campo y la suba de las tarifas al consumo, significan, por un lado, un vaciamiento de las reservas fiscales que sólo puede ser paliado con una nueva contracción de deuda; y, por otro, una brutal transferencia de recursos del sector menos privilegiado de la población, mayoritario, al sector minoritario más acomodado, donde el campo y el capital concentrado juegan un papel preponderante. Esto nos remite a un panorama que muchos creían cancelado: el de la vuelta a una Argentina gerenciada desde el poder económico concentrado, simbióticamente vinculado a los organismos financieros internacionales y a la política imperialista.
Nada de esto es casual ni cae desde el cielo: es la sumatoria de una serie de debilidades que afectan no sólo al cuerpo social argentino sino también a la cortedad de miras de quienes, en el FpV, teniendo la oportunidad de conservar el poder, lo rifaron en aras de una interna mezquina, y que hicieron –y siguen haciendo- cálculos para un supuesto retorno al gobierno en 2019. Si se cumple este regreso, sin embargo, ¿con qué clase de país habrán de encontrarse? Más allá de la retórica de la “revolución imaginaria”, como califica Jorge Asís a “la década ganada”, y del hecho decisivo de que durante ese tiempo no se hayan tocado los resortes básicos del poder del establishment, no hay duda de que en ese lapso se realizó una tarea muy importante. Se recuperaron muchas de las empresas enajenadas durante los años del consenso de Washington, se produjo una moderada redistribución de la renta, se amplió el empleo, se fomentó la cultura, la ciencia y la tecnología y se atendió a la salud de las mayorías. Y la política exterior del país, por primera vez en décadas, se abrió a un mundo que es mucho más grande y lleno de posibilidades que el espacio restringido y subordinado que nos asigna el sistema imperial presidido por Estados Unidos.
De esos logros, en cuatro años puede no quedar nada. La frivolidad con que algunos desestiman el hecho de que un sector del peronismo, estando en el poder, haya rematado este por preservar la regencia de Cristina sobre el movimiento, cortando el paso o abandonando a suerte a Daniel Scioli, la única figura –cualesquiera sean sus limitaciones- que podía preservar los logros obtenidos en la última década, es imperdonable, y representa un hecho del que deberán dar cuenta tanto ellos como la ex presidente en el libro de la historia argentina.
Una tarea de Sísifo
La historia de los movimientos nacional-populares argentinos reproduce el mito de Sísifo: una y otra vez hay que trepar la montaña empujando una roca enorme y pesada, para dejarla luego rodar abajo y obligarse a subirla de nuevo… Pero esto no es la consecuencia de una fatalidad que nos condenaría eternamente a la improvisación y a la impericia. Es el resultado de la existencia de dos modelos de país, enfrentados desde la independencia. No vamos a hacer su historia, pero sí a poner de relieve que si uno está bien articulado, el otro adolece de falta de claridad en sus miras y de voluntad para alcanzar sus metas; fruto, esto último, creo, sobre todo de una cobardía de clase que le impide encarar con resolución los expedientes necesarios para llegar al objetivo.
El primer modelo es el que se impuso tras el ciclo de las guerras civiles del siglo XIX, que terminaron definiendo un modelo de país agropecuario y exportador, funcional al período de auge del imperio británico. Ese esquema es el avalado por la corporación judicial y sigue siendo el añorado por nuestras clases poseyentes; claro que adecuado al presente y con un amo de distinto cuño, Estados Unidos. El problema es que ese proyecto para ocho millones de personas se agotó hace más de ochenta años, y que la Argentina actual no puede asumirlo sin condenarse al desempleo, al hambre, a la marginación de las mayorías y a su represión por un estado gendarme, aunque este guarde las formas de una democracia ficticia.
Hasta aquí el eterno retorno de la configuración conservadora había tenido que apelar al golpe de estado para lograr sus fines. Lo singular de este momento es que ahora ni siquiera necesitó hacerlo; le bastaron los errores y la estrechez de miras del FpV, y el cansancio que estos generaban en la opinión pública, para que la demolición psicológica, emulsionada por el oligopolio mediático, terminara llevándose todo por delante.
Ahora bien, la persistencia de esta ecuación reaccionaria, cualquiera sea la forma que adopte, si la del golpe militar o la de un triunfo legal, demuestra la existencia de un corpus ideológico y sistémico consolidado, que nunca pierde vista su objetivo. Esto le otorga una ventaja sobre el movimiento nacional, que es polimorfo, contradictorio, inmaduro y sobre todo carente de la vertebración que le daría un carácter de clase. En efecto, el movimiento nacional no puede ser en este momento otra cosa que un frente que agrupe a los estamentos obreros y trabajadores en general, empresarios e intelectuales que se reconozcan en un proyecto de país soberano, entendiendo por soberanía una economía integrada a un proyecto de fortalecimiento regional que pase por la unión suramericana.
Hasta el momento, en el seno del movimiento nacional (o movimientos nacionales, si incorporamos al radicalismo de la época yrigoyenista) las diferencias han solido superar a las coincidencias. En la etapa kirchenerista, pero no sólo en ella, la cortedad de miras ha prevalecido. En un notable trabajo de Atilio Borón aparecido en su página, este rasgo está muy bien definido al describir la labor de zapa cumplida contra Daniel Scioli: “No sólo Cristina no perdió ocasión de humillarlo y hostigarlo durante ocho años…, sino que el entorno presidencial se solazó en hacer lo propio, en una especie de demencial competencia para ver quien disparaba los dardos más afilados y mortíferos contra el único político que podía haberles evitado la debacle. Pocas veces se vio una demostración de estupidez política tan grande como la que los argentinos presenciamos este año”.
Es un cuestionamiento muy duro, pero al que conviene atender. La multitudinaria despedida a la ex presidente demostró que hay grandes reservas de entusiasmo en el pueblo argentino. Hay una gran base sobre la cual trabajar. El problema que tenemos por delante no es sólo la reconstitución del movimiento nacional para recuperar el gobierno, sino la construcción de este mismo vector o de otro que integre los factores positivos que hay en el actual, más una aportación ideológica y programática que siente las bases de un debate interno librado con flexibilidad democrática y provisto de una voluntad de poder que va a requerir probablemente de una expresión vicaria, encarnada en el estado, pues entre ese proyecto y las masas que podrían y querrían sostenerlo existe una intermediación afligida por los intereses creados de las corporaciones empresariales y sindicales, y por los vicios de una práctica política demasiado atravesada por los cálculos cortoplacistas y la corrupción.
¿Quién o qué fuerza podría erigirse en conductora de este movimiento? Yo no podría dar una respuesta, aunque otros quizá la tengan. La misma deberá plantear un punto de decisiva importancia, cuyo abordaje requerirá energía, tacto y voluntad política. Pues, ¿ese movimiento se enfrentará a un rival o un enemigo? El problema de la sociedad argentina es el de toda sociedad dependiente: hay un sector que está inescindiblemente ligado al imperialismo que controla las palancas del poder económico y mediático, y que en general ha sabido manipular a las fuerzas armadas. Lo grave proviene no sólo de que la correlación de fuerzas global hace que sea muy difícil amputar ese brazo, esa proyección local del imperialismo, sino que esa amputación podría matar al organismo que requiere ser amputado…
Por esto es necesario no perder las ocasiones para proceder contra ese núcleo duro de poder cuando la ocasión pasa frente a nuestros ojos, atacando su híper-concentración de la renta y rebatiendo su discurso a través de un desvelamiento crítico que vaya al corazón de nuestro problema: la necesidad de concientizar nacionalmente a los sectores de clase media que están lejos de ser favorecidos por el modelo (oligárquico financiero, se entiende), pero que no terminan de deshacerse de su viscoso abrazo, ganándolos a la causa. Para esto hará falta la maduración de esos sectores, siempre proclives a furores caprichosos que oscilan entre el racismo larvado contra los “peronchos” y el sectarismo estéril de las capillas políticas cerradas.
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[i] “Una semana después de ocupar la presidencia, Mauricio Macri entregó a “Los Gordos” de la CGT de Caló el manejo de la millonaria caja de obras sociales, concentrado en la Superintendencia de Servicios de Salud, la Súper, como la llaman los sindicalistas. La Superintendencia de Servicios de Salud es una codiciada oficina que tiene a su cargo la distribución de los fondos para las obras sociales y maneja unos 7 mil millones de pesos al año”. La Política on line, del 17.12.2015.