El fin de ciclo tan ansiado o tan temido se precisa. El resultado de las elecciones parlamentarias en Venezuela es uno de los hechos producidos en estas semanas que así lo demuestra. Por primera vez desde la eclosión del chavismo una ofensiva conservadora ha obtenido resultados espectaculares: en Venezuela, tras la victoria en las elecciones parlamentarias, la oposición ha obtenido la mayoría en el Congreso. El futuro del gobierno de Nicolás Maduro se oscurece, apretado entre una mayoría parlamentaria que le será implacablemente hostil y un clima social que también le es adverso. Al mismo tiempo Dilma Rousseff se ve acorralada en Brasil y expuesta al “impeachment”, pese a que su gobierno hace tiempo que ha cedido los controles de la economía a los discípulos de la escuela de Chicago. Y qué decir de nuestro país, donde hoy asume la presidencia un extremista de la práctica neoliberal. El incipiente edificio de la Patria Grande vacila.
Mauricio Macri ha entronizado en los puestos clave de la economía y la producción, sin que ello suscite mucho escándalo, a personeros del establishment financiero y empresarial caracterizados por su adhesión a los postulados de la economía “ortodoxa” y por su filiación claramente pronorteamericana y favorable a la colusión con los organismos financieros o empresarios internacionales. De lo cual dan prueba sus prontuarios: la banca J.P. Morgan es la matriz de donde proviene Alfonso Pratt Gay, el ministro de Hacienda, mientras que al frente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales ha sido puesto quien era el CEO de la Shell, Juan José Aranguren. Este señor no hesitó en afirmar hace poco que no es relevante recuperar el autoabastecimiento y la soberanía hidrocarburífera, y en proponer evaluar el plan de negocios de la compañía para recomendar o no la continuación de la gestión estatal de YPF. Que un representante de uno de los más gigantescos consorcios energéticos del mundo sea puesto al frente del organismo recién recuperado después de la devastación y el vaciamiento que sufriera a causa de su privatización durante la gestión Menem, es una enormidad que define de entrada las características del nuevo gobierno. Es como si se pusiera al zorro a vigilar a las gallinas, para recurrir a un dicho viejo y remanido, pero no por ello menos certero. El resto del gabinete comulga en las mismas convicciones, aunque no está de más señalar un par de designaciones que operan de manera clamorosa en el mismo sentido que la de Aranguren: las de la directora y subdirectora de Aerolíneas Argentinas, traspasadas desde la General Motors y LAN al control de la línea de bandera. El dato suministra otra indicación estridente de la clase de orientación que el nuevo gobierno imprimirá a su gestión.
Esto es lo realmente importante, y no el esperpento puesto en escena por Cristina Kirchner y Mauricio Macri en torno de las características que debe tener el acto de entrega de los atributos del poder presidencial. Aunque hay que convenir que la medida cautelar solicitada el martes por el PRO, concedida por el fiscal federal Jorge Di Lello y ratificada por la jueza Servini de Cubría, para que el presidente saliente cese en su cargo a partir de las 0 horas del jueves 10 de diciembre, le haya añadido un componente que desborda los límites del sainete e implica un innecesario agravio a la institucionalidad. Pésima manera de inaugurar su mandato, ingeniero Macri. Y pésima nota para la justicia argentina, ya ensuciada por la continua manifestación de flagrantes criterios de parte que la desacreditan ante el pueblo.
Regresión
¿Qué está pasando para que tan abruptamente se corte el proceso progresivo que recorría a América latina desde 1998? Hay dos series de factores que conviene retener. Uno es de carácter más bien endógeno. Más allá de las diferencias que existen entre las peculiaridades sociales de Brasil, Argentina y Venezuela, se pueden reconocer algunas líneas maestras que asimilan las dificultades que tienen los movimientos populares encarnados en el chavismo, el PT y el Frente para la Victoria, para resolver el nudo problemático que supone una oposición que combina el poderío económico y financiero, representante del capital transnacional (esto es, del imperialismo) con un poder mediático que es también la proyección de este y que dispone de una enorme capacidad para intoxicar la opinión. Esto lo logra no sólo a través de la desinformación, el escamoteo de la realidad y la saturación del espacio con una masa de materiales dispuestos con criterio artero, sino también del lavado de cerebros que resulta de la papilla cultural con la que día a día se degrada el nivel intelectual del público.
Esto es parte de las coordenadas que distinguen a nuestro tiempo, pero ellas no impidieron que durante 17 años se mantuviese el relevo progresista de la ortodoxia conservadora en los países clave de América latina. Ahora ese direccionamiento se ha debilitado, se ha invertido o se ha extraviado. La actuación de los gobiernos populares fue a todas luces insuficiente, ya que de otro modo no estarían perdiendo posiciones como ahora lo están haciendo. El FpV, por ejemplo, consiguió logros notables en la reducción de la pobreza, la mejora de las condiciones de vida, el incremento de la movilidad social ascendente, la definición de un modelo económico más distributivo, la potenciación de la disponibilidad energética e industrial y el diseño de una política regional que intentó ponerse a tono con la reconfiguración de un orden mundial que tiende a convertirse de unipolar en multipolar.
Todo esto no fue suficiente. Varios factores confluyen para explicar internamente este fracaso. En Argentina hubo incapacidad para proceder contra el núcleo del poder del establishment a través de una reforma fiscal progresiva, a lo que se sumó un exagerado respeto a las atribuciones de una corporación judicial entongada con el sistema. Esto puede ser atribuido no sólo o no tanto a la puntillosidad legalista sino también a una timidez –o complicidad- que expresaría la falta de voluntad para cruzar el Rubicón y atreverse a contrariar duramente a los reales factores de poder. Pero hay también otro elemento, intangible, que pudo haber influido en el retroceso y que es común a los tres países del Mercosur: la falta de memoria y la liviandad de los sectores medios recién promovidos a un escalón social superior gracias a las medidas del mismo gobierno al que ahora ellos contribuyen a derrotar en los comicios.
El tiempo transcurrido desde el tsunami neoliberal hace que muchos jóvenes no tengan idea del pasado, en especial teniendo en cuenta que desde los medios monopólicos se apunta a vaciarles el cerebro más que a instruirlos. En cuanto a los sectores pequeño burgueses recién advenidos a la condición de tales o que se encontraban ya allí sin preocuparse de otra cosa que de su pequeño destino, hay una predisposición a atribuir su progreso personal a sus propios méritos, ignorando la influencia que las condiciones generales marcan a sus peripecias individuales.
Los problemas de estilo –la magnificación hiperbólica de los logros obtenidos de parte del gobierno y la negación de algunos de sus problemas- no hizo sino agravar la contradicción existente las proclamadas bondades del modelo y la ambigüedad de su política de fondo, y terminó de enajenar a este tipo de público, que tiende a desentenderse de los problemas generales, pero que es sensible a los precios en el supermercado.
La ofensiva a todo o nada del Imperio
América latina, sin embargo, está inserta en el escenario global. El factor principal que condiciona el repliegue de los movimientos nacionales en nuestros países no es otro que la crisis general que vive el mundo capitalista y que es asumida por Estados Unidos como una amenaza a su aspiración a la hegemonía. El sector mandante del centro mundial entiende que la única manera de seguir incrementando su tasa de beneficio es aherrojando al mundo en una globalización asimétrica, donde nada se oponga a la maximización de la ganancia y a la concentración del capital. Lejos de atenuar esta ambición la crisis ha hecho que Washington exaspere la marcha norteamericana en pos del control global. Que no es otra cosa que la hegemonía del capitalismo en su etapa senil, es decir, la del capitalismo financiero. Esa agresividad se manifiesta en todos lados: en el dumping en el precio de las materias primas, en especial el petróleo, dirigido a destrozar la economía de rusa y venezolana, por ejemplo. Y en un dinamismo injerencista que se da en el oriente de Europa, donde se han instalado poderes y bases hostiles a Rusia; en el medio oriente, donde se procura estrangular al gobierno sirio de Bashar al Assad y se fomenta el terrorismo islámico a la vez que se finge contenerlo, como parte de una amplia maniobra orientada a controlar el área y sus reservas energéticas, amén de amenazar a Rusia desde el sur; en Asia y Oceanía, donde Washington teje una red de alianzas destinadas a contener o cercar a China; en África, trabajada por innumerables guerras intestinas que en el fondo tienen por móvil la explotación de los recursos minerales y bloquear el avance del rival más importante, China; y, por fin, en Latinoamérica, cuya situación ya hemos descrito.
En Europa la triste experiencia de Syriza y la traición de su jefe al mandato recibido para resistir a la troika ha repercutido en fuerzas alternativas como “Podemos”, en España, que ha perdido mucho del impulso que la había propulsado a la primera plana de la expectativa peninsular y eventualmente continental.
En esta oleada contrariedades la gran mayoría de los observadores ven al triunfo del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia como una contribución a la derechización del panorama político. Yo matizaría un poco esa conclusión. El Frente Nacional ha evolucionado bastante desde los días en que Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, contribuyera a fundarlo. Desde una orientación petainista y neo nazi ha evolucionado hacia posiciones que en algunos aspectos parecen una actualización del gaullismo.Hoy su orientación sigue siendo xenófoba, pero tiene la pretensión de abordar el problema de la inmigración no negando la existencia del sector de la población nativa francesa que se reconoce en un origen musulmán, sino cerrando con candado el ingreso de nuevos inmigrantes al hexágono. Podrá ser una actitud rechazable, pero tiene un fuerte atractivo para una gran porción de la opinión francesa. Por otro lado el FN se proclama republicano y laico, critica a los partidos de centro izquierda y de centro derecha que se alternan en el gobierno y que aplican la misma receta económica neoliberal y postula, en materia de política exterior, la no subordinación de Francia a las miras de Estados Unidos y una aproximación a Rusia; esto es, los mismos parámetros de la política internacional del general De Gaulle.
Como el núcleo problemático de la política global consiste en este momento precisamente en la resistencia al dinamismo agresivo de los “halcones” y del complejo militar-industrial-financiero que comanda a Estados Unidos, la posición del Frente Nacional no deja de ser interesante para quienes entienden que el mundo debe evolucionar hacia una multipolaridad de roles y no encerrarse en una globalización asimétrica que nos dirija al desastre. En fin, son demasiados temas y, en el caso del FN, demasiado complejos para abordarlos en una sola nota. En otra ocasión podremos retomarlos.
De momento, por una especie de reflejo cortés y sin esperar nada positivo de él, damos el saludo de práctica al nuevo gobierno argentino y a la “nueva-vieja” etapa que este inaugura en nuestro país. Aunque sus personeros no se lo merezcan y acaben de inaugurar su mandato con una patochada abusiva, que agravia a la presidente saliente y degrada la institucionalidad de la que la coalición Cambiemos dice ser tan respetuosa, se deben guardar las formas. .
No hay por qué elevar las copas, eso sí. Más bien levantemos los escudos y esperemos el ataque. No creo que haya que aguardar mucho tiempo.