01-12-2015 |
Es bastante evidente que el triunfo de Cambiemos, que tiene en su núcleo duro al PRO, va a expresar un "cambio". Pero, lejos de ser un cambio de carácter positivo respecto a la política exterior del kirchnerismo, va a representar una marcha atrás en todo lo actuado en relación al mundo, y fundamentalmente, en relación a América latina. La historia reciente y los antecedentes de quienes forman el equipo de gobierno de Mauricio Macri (con la extraordinaria, solitaria y probablemente provisoria presencia de Lino Barañao en Ciencia y Tecnología) aportan datos inequívocos. ¿Qué puede esperarse de un Stuzzenegger, Pratt Gay, Melconian y otros, piezas del engranaje financiero del universo neoliberal y que son, como lo es el mismo Macri, fervientes practicantes de la teoría del libre mercado? ¿Qué puede esperarse de los representantes del gran capital empresario, como Aranguren?
La política exterior de un país no puede ser disociada de los parámetros que sus dirigentes fijan a su economía y en este sentido el nuevo gobierno estará claramente orientado a la restauración de las premisas que distinguieron los 90. Esto es, a una reedición, maquillada, de las relaciones carnales con USA y al sabotaje de los organismos orientados a fraguar -de manera incipiente, convengamos-, la unidad del subcontinente suramericano. La pretensión de Mauricio Macri de aplicar "la cláusula democrática" para suspender a Venezuela del MERCOSUR, es un claro indicio en este sentido. Es un despropósito político, pues ofende a los otros países signatarios del acuerdo -que hasta aquí se han guardado mucho de proponer una medida semejante-, cuyos gobiernos han dejado trascender su malestar, pues airear semejante propuesta hubiera requerido, al menos, una consulta con ellos. Reprochar al gobierno de Nicolás Maduro una presunta falencia democrática porque ha encarcelado a quienes han provocado disturbios sangrientos y acusarlo de violar las normas de la democracia cuando ese gobierno ha sido elegido por una clara voluntad popular en un ámbito de libérrima libertad de expresión (valga la redundancia) es también un disparate.
Por otra parte, una eventual adhesión o apertura de la Argentina a la Alianza del Pacífico, sobre la que mucho se especula, tensionaría las relaciones dentro del MERCOSUR; ya bastante frágiles como consecuencia de la escasa atención prestada a sus miembros menores y por el deseo de la burguesía paulista de escapar a los condicionamientos de la cláusula 31 del tratado, que estrecha su posibilidad de manejarse con otras constelaciones económicas al prohibir a los integrantes del pacto negociar acuerdos con terceros. Un vuelco argentino hacia la Alianza del Pacífico vaciaría al MERCOSUR de sentido. Habría un cambio drástico y desastroso del parámetro geopolítico de nuestro país.
2) Tanto la Alianza del Pacífico (AP) como el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN o NAFTA) y el Acuerdo Transpacífico de Liberación Económica (TPP) se sustentan en el llamado "libre-comercio". ¿Qué elementos podrían definir este concepto? ¿Qué consecuencias tiene implementar el libre-comercio entre países profundamente desiguales en términos de desarrollo económico? ¿Realmente existe o forma parte de otra ficción liberal? ¿Implica la liberalización del comercio un mayor poder en manos de las corporaciones trasnacionales en detrimento de los Estados?
El libre comercio es una ficción inventada por los países fuertes para expoliar a los débiles. Es imposible, en efecto, establecer una relación igualitaria entre magnitudes absolutamente disímiles. Las naciones que favorecen el libre comercio lo hacen desde la posición privilegiada que les da su estadio mucho más avanzado de desarrollo, al que suman la potencia de su formidable concentración financiera. Lo cual no los inhibe, cuando les es conveniente, establecer aranceles que protegen a sus propios productores ante la competencia de las commodities que pueden provenir de los países en vías de desarrollo. Aunque esto último se atenuaría bajo el paraguas del libre mercado, el intercambio sería totalmente desigual pues el rendimiento de las commodities no se puede equiparar a los beneficios que recaudan los productos tecnológicamente refinados. Los miembros de la "burguesía compradora", es decir, los financieros y los exportadores locales de productos sin mucho valor agregado, se beneficiarían de este flujo, pero el grueso de la población padecería la baja del empleo determinada por la irrupción masiva de artículos manufacturados provenientes del extranjero, que acarrearía la clausura de muchas industrias locales, de las Pymes en particular, y con ella el naufragio del trabajo. Ya hemos conocido este fenómeno.
La Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) se mueve en un ámbito determinado por la estrecha colaboración de esos países con Washington. Es una especie de remedo del Tratado de Libre Comercio de las Américas. Al ALCA, oportunamente expulsado en la conferencia de Mar del Plata por la acción conjunta de Argentina, Brasil y Venezuela, hoy se intenta reingresarlo por la ventana, con el agravante de que la Alianza del Pacífico viene enganchada al TTP, el Acuerdo Transpacífico de Liberación Económica, que agrupa a Estados Unidos, Canadá, Japón, Brunei, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam. Entre todos representan casi el 40 % del PBI mundial, aunque los países señeros son desde luego Estados Unidos y Japón. La organización está dirigida a enfrentar y frenar la creciente expansión china, en una ecuación amplísima que involucra no solo a temas de carácter económico sino también diplomáticos, políticos y militares. La liberación del comercio lleva implícita la creación de un poder supranacional capaz de erigirse por encima de las constituciones y de las decisiones de los países firmantes, que dejarán de ser soberanos para adaptarse a los intereses del poder hegemónico.
3) Si bien el Mercosur cuenta con un origen comercial, la llegada de presidentes de corte nacional y popular a los países miembros permitió profundizar el perfil social y cultural del bloque trastocando su condición de mera unidad económica. Teniendo en cuenta el contexto actual donde triunfó la fórmula neoliberal "Cambiemos", ¿en qué medida será sostenible la permanencia de Argentina en este bloque regional y qué implicancias podría tener su salida del mismo?
El MERCOSUR en sus orígenes fue un tratado comercial dirigido a facilitar los negocios entre los sectores empresariales más dinámicos de Brasil y Argentina. No olvidemos que sus propulsores fueron Carlos Menem y Fernando Collor de Melo. La irrupción del chavismo, del kirchnerismo en Argentina, del PT en Brasil, el surgimiento de Rafael Correa en Ecuador y de Evo Morales en Bolivia, significaron un salto cuantitativo y cualitativo en el organismo, e hicieron posible la creación de la UNASUR, un instrumento de carácter no sólo económico sino también político, que evitó la fragmentación de Bolivia cuando se produjo una intentona secesionista en Santa Cruz de la Sierra, consiguió congelar un enfrentamiento entre Colombia y Ecuador que iba dirigido a una guerra, en ocasión de la incursión colombiana contra la cúpula de las FARC; y que, si no pudo evitar los golpes "institucionales" en Paraguay y en Honduras, por lo menos los sancionó enérgicamente. Estas respuestas soberanas a nivel regional contrastan con la debilidad o la complicidad de la OEA cuando en el pasado se produjeron episodios parecidos. Como en los casos de Guatemala, Panamá y Granada, para no hablar del bloqueo y la permanente agresión a Cuba o de la oleada de golpes militares de los cuales surgió la siniestra Operación Cóndor.
Es obvio que el ascenso de Cambiemos al gobierno va a resignificar la postura argentina no sólo en el Mercosur sino en el entero concierto latinoamericano. El experimento progresivo e integrador que nace con el Mercosur, ya bastante vulnerado por la incapacidad venezolana de diversificar su economía y por la recuperación de las palancas de la economía por los neoliberales brasileños de Joaquim Levy, va a experimentar un retroceso sensible. Que un gobierno de derechas y antinacional haya llegado al gobierno en Buenos Aires a través de procedimientos democráticos, es un golpe difícil de asimilar, pues afecta a la confianza que sustentaba a quienes entendían que esos virajes sólo eran posibles si eran impuestos por la fuerza. La capacidad de saturación informativa y la alienación producida por los monopolios de la comunicación -sin hablar de los errores propios, que no fueron pocos- han consentido este cambio. La Argentina probablemente continúe en el Mercosur, pero es casi seguro que este organismo experimentará un retroceso, esperamos que provisorio, al carácter limitadamente comercial que tuvo en sus orígenes.
4) El general Juan Domingo Perón fue un pionero en el fomento de una alianza estratégica entre Brasil y Argentina, considerándola un puntapié inicial para cualquier intento de superación de la dependencia estructural que soportan los países de América del Sur respecto de las grandes metrópolis mundiales. ¿Cuál es la importancia geopolítica de esta alianza? ¿Cómo será su futuro de cara a los próximos años y hacia donde podría converger? ¿Pueden las perspectivas regionales del macrismo afectar las relaciones de nuestro país con Brasil? ¿Qué consecuencias tendría para Argentina alejarse de Brasil y acercarse a Chile?
La importancia geopolítica de la alianza entre la Argentina y Brasil es decisiva para el destino del subcontinente e incluso para el conjunto de América latina. Sin ella no vamos a ninguna parte. Por lo menos nosotros, pues a Brasil puede quedarle el rol de potencia sub-imperialista que ejecute las políticas de Estados Unidos para la región, a la vez que saca provecho de esa relación privilegiada. Sin embargo, este sería un cálculo no solamente mezquino de su parte sino también muy peligroso, pues la andadura actual del mundo está abriéndose cada vez a la multipolaridad y Brasil es ya un socio muy importante del BRICS. Renunciar a este significaría un retroceso. La pretensión hegemónica de Estados Unidos y de sus aliados está agravando sin cesar las tensiones globales y el fantasma de una guerra en gran escala se diseña en el horizonte.
En este escenario, una Iberoamérica desunida sería un terreno propicio para una pérdida de gravitación regional y abriría al subcontinente a las más peligrosas injerencias extranjeras. En el caso de que Brasil derive aún más hacia la constelación neoconservadora y la Argentina se empecine en el rumbo que se apresta a inaugurar el nuevo gobierno, la identidad de miras que se establecería entre los establishment de ambos países no supondrá ninguna ventaja para el conjunto de nuestra población, pues si Brasil tiene ya una industria poderosa y la promesa de ir accediendo a un mayor nivel de empleo a través de ella, la división internacional de trabajo proyectará a la Argentina a poner aún más énfasis en el aprovechamiento de "nuestras ventajas comparativas", que no son otras que el incremento de la producción agraria y la explotación de nuestros recursos minerales a través de las empresas transnacionales. Se primarizaría la producción y se repetiría el modelo de economía rentística y parasitaria que ha distinguido a la mayor parte de nuestra historia. Con lo que la concentración del beneficio en pocas manos y la fuga de la mayor parte de este a los bancos del extranjero empujarán a una desindustrialización rápida, castigando al empleo y rediseñando una Argentina donde habrá lugar para pocos. Esto es suicida: ya vimos como terminó la experiencia de 30 años de ininterrumpido neoliberalismo en 2001.
Ahora bien, si Brasil en cambio persiste en el rumbo que le imprimió el gobierno de Lula, y nosotros nos replegamos al programa neoliberal, se cavará un foso entre sus programas y los de nuestros privatizadores seriales, basculando nuestro país hacia el horizonte que ofrecen Chile y los países de la Alianza del Pacífico y de la alianza Transpacífico. Adiós a un acuerdo estratégico con China. Perón, a principios de los años 50, había reflotado la teoría del ABC (Argentina, Brasil, Chile), con el claro propósito de romper la cuña que el imperialismo había introducido y tratado de ensanchar entre nuestros tres países. Pero el suicidio de Vargas acorralado por el imperialismo, la caída de Perón y el eclipse de Ibáñez terminó con esa prometedora esperanza antes de que hubiera cobrado forma.
Es preciso tener en cuenta todos estos factores a la hora de visualizar nuestro inmediato porvenir. El retroceso que han supuesto los comicios del 22 de diciembre es grave. Lo único que puede paliarlo es que desde el movimiento nacional se vayan fraguando las instancias políticas frentistas que son necesarias para resistir la ofensiva imperialista. Es necesario apearse de los sectarismos y de las políticas de capilla para convenir en un programa que establezca una oposición férrea a la desnacionalización, la privatización y la depauperación de amplios sectores sociales. Y se hará también indispensable dotarse de un aparato comunicacional que sea capaz de competir con la prensa monopólica. Sea con la creación y gestión de algunos canales realmente potentes que sean independientes del establishment, sea con la guerrilla de la prensa alternativa y de las redes sociales, siempre y cuando sus participantes se esfuercen en promover una discusión responsable y no cedan a la tentación del anarquismo vocinglero.
La Argentina no puede alejarse del eje que le marca su situación geopolítica. Este pasa por la integración con Latinoamérica, aunque los gobiernos del sistema liberal-conservador que han dominado por mayor tiempo la historia de nuestro país hayan intentado torcerlo para que mire hacia afuera en vez de hacia adentro, hacia Europa en vez de Iberoamérica. Hay que mirarse desde la proyección Mercator invertida, como advertía Arturo Jauretche, para comprender dónde estamos parados. Los personeros de la dependencia que se aprestan a abordar el gobierno se sitúan justamente en la perspectiva contraria. Pero no la tendrán fácil, pues no se encuentran con el país de rodillas que había dejado la represión y luego el maremoto neoliberal, sino con una economía que ha podido ir capeando la crisis que castiga al mundo desde el 2008, donde existe un razonable nivel de empleo que provee una masa trabajadora de peso y donde, más allá de las oscilaciones o el aturdimiento de una opinión movida por el discurso de los medios masivos de comunicación enfeudados al sistema, hay una sensibilidad herida y soterrada, pronta a erizarse si los fantasmas de los 90 vuelven a cobrar forma.
Reportaje de Belén Ennis.