No me simpatiza la mediatización de la política y la reducción de la discusión de sus temas a las reglas del rating. O sea, a las normas de la política-espectáculo. De todos modos esta práctica es inevitable en la sociedad en que vivimos y la única manera de organizar esos encuentros es recurriendo a atribuir espacios graduados a reloj y pautados de acuerdo a estrictas medidas de tiempo atribuidas a cada uno de los contrincantes. Esto contribuye a que muchos tiendan a ver esos cotejos como matches de boxeo o partidos de fútbol, preocupándose más de las formas de transmitir un mensaje que del mensaje mismo.
La “contienda” Scioli-Macri que tuvo lugar el domingo pasado ha dado lugar a interpretaciones varias referidas a cuestiones de estilo. Los analistas de la oposición simularon regodearse con una presunta rigidez del candidato del FpV frente a la no menos presunta “soltura” del referente de Cambiemos. Sin embargo, no se trata de “ganar” o “perder” en estas confrontaciones cara a cara, sino de tratar de percibir lo que los protagonistas transmiten en lo referido a las cuestiones de fondo. Y en este sentido hubo un claro vencedor: Daniel Scioli. Dejó escapar algunas oportunidades para herir a su antagonista a fondo, como cuando este le espetó cifras sobre el desempleo absolutamente inexactas y le disparó un precio del dólar que colocó al nivel del dólar blue o ilegal. Todos saben que el mercado del blue es mínimo, restringido y marginal, mientras que todas las importaciones o exportaciones y el grueso de la economía se rigen de acuerdo a la pauta oficial. La afirmación de Macri sobrevaluando ese precio es un indicio claro acerca de adónde piensa –o piensan sus referentes económicos- llevarlo si llega al poder. Pero estas distracciones de Scioli –explicables quizá porque debía concentrarse en la exposición de su propuesta- no alteraron la tónica general del debate.
En lo referido a las cuestiones de fondo lo que se percibió con absoluta claridad fue la presencia de un programa concreto, el del gobernador de Buenos Aires, y la inanidad absoluta de un discurso declamatorio, el del ingeniero Macri, cuya liviandad trae a la memoria a un personaje al que daba vida con mucha gracia el actor Mario Sánchez y que se distinguía por sus accesos de lirismo bobo, durante los cuales se regodeaba pronunciando “pajaritos, pajaritos…”
La tónica de Macri fue la de una espontaneidad fingida, que repitió frases aprendidas por el estilo de “Qué te ha pasado Daniel, en qué te han convertido, si parecés un cassette de 6 7 8, hablando mentiras…”
¿Qué mentiras, nos preguntamos? ¿Ligar al intendente de Buenos Aires con lo más reaccionario del establishment corporativo y financiero? ¿Reprocharle su toma de posición en contra del retorno de las jubilaciones al estado y en contra de las nacionalizaciones de Aerolíneas e YPF, demostrada hasta el hartazgo en las votaciones en el Congreso y en declaraciones reiteradas con frecuencia obsesiva, hasta que descubrió unas semanas atrás que esas afirmaciones no rendían en el plano electoral?
Frente a la retórica gaseosa de Macri, el discurso de Daniel Scioli apuntó a señalar un programa preciso, decidido a continuar el énfasis industrializador del actual gobierno y a atender las prioridades esenciales de cualquier gestión: la promoción del empleo, la educación y el cuidado social, a través de un compromiso explícito y directo.
Desde luego, cualquiera sea el resultado de los comicios del próximo domingo, el país habrá de enfrentarse una coyuntura muy dura, pues la crisis económica internacional y los brutales manejos del establishment financiero global intentan ceñir el dogal en el cuello de las economías emergentes y periféricas, entre las que nos contamos. Pero por esto mismo es necesario que dispongamos de un gobierno que, en la medida de sus posibilidades, sepa nadar contra la corriente y preservar los recaudos esenciales de la soberanía. Es seguro que Mauricio Macri y quienes él representa no harán nada de esto y que se aplicarán a desarrollar el programa que siempre han sostenido pero que en este momento quisieran esconder detrás de los globos de colores. Flexibilizar el Mercosur hasta convertirlo en una entidad vacía, apretar los tornillos del ajuste y regresar, a través de expedientes legales o del vaciamiento sistemático de las empresas recuperadas, al pozo de los noventa, ese es su proyecto.
Daniel Scioli, en cambio, si bien no es el paladín de la revolución social, aparece asociado a las representaciones de la pequeña y mediana empresa, a la masa trabajadora que se mueve en las centrales sindicales y a un sinnúmero de exponentes de la ciencia y la técnica que no quieren volver a los tiempos de las políticas de Cavallo, que los enviaba a lavar los platos y los expulsaba sin misericordia del país. Y en el debate se ocupó de dejar meridianamente en claro que esta es su posición.
El domingo estarán en juego dos modelos de nación. Uno moderadamente nacionalista y preocupado por el equilibrio social, y otro que no está interesado en otra cosa que en la concentración de la ganancia en manos de unos pocos y en la inserción plena de Argentina en la trama de la dependencia. El primero nos consentirá seguir respirando y eventualmente saltar a una etapa más vigorosa del desarrollo; si es factible, con los pueblos hermanos de América latina. El segundo nos condenará, quién sabe por cuánto tiempo, al retroceso social y la miseria.