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20
OCT
2015

"Sicario": un viaje por el infierno

Benicio del Toro en
Benicio del Toro en "Sicario".
Nueva aproximación cinematográfica al tema del tráfico de droga. Un filme duro, magníficamente ejecutado y provisto de un trasfondo ético del que cabe decir que es, por lo menos, ambiguo.

El narcotráfico y la llamada guerra contra las drogas se han convertido en una de las variables de la realidad en el mundo moderno y en especial en América latina, donde las guerras entre carteles se han convertido en una presencia diaria, horrible y aparentemente imposible de erradicar. Por eso no sorprende que muchas películas borden variaciones en torno de este tema. Sin embargo, salvo en alguna serie televisiva, esos abordajes cinematográficos no proceden de los países latinoamericanos, directamente afectados por la plaga, sino más bien de Estados Unidos. Ello no es necesariamente impropio, puesto que este es el país de lejos más consumidor y en consecuencia el gran mercado hacia el cual la droga se dirige. Pero esto, al mismo tiempo, hace que la óptica de los filmes esté generalmente influida por la perspectiva de la cultura oficial de ese país.

“Sicario”, una película del director canadiense Denis Villeneuve, basada en un brillante guión de Taylor Sheridan, hasta cierto punto aparenta alejarse de esa mirada, pero no lo consigue del todo. Y cabe preguntarse si intenta realmente hacerlo o si, como producto salido en última instancia de la usina de Hollywood, se preocupa menos de ir a fondo que de mantenerse dentro de las pautas que marca la industria: las de una prudente audacia. Y lo que sería aún peor: la de un intento por naturalizar la violencia y la ferocidad ínsitas en la obra como factores inevitables y fatales, que han de prolongarse indefinidamente  en el futuro.

La realidad es siempre ambigua, nunca se propone como una antinomia tajante entre el bien y el mal. Está poblada de espacios grises, donde los contornos de las cosas se confunden. “Sicario” se mueve en esa zona. Pero una cosa es reconocer la existencia de esos lugares y otra asumir que son irrecuperables o imposibles de erradicar. En todo caso, lo que cabría sería poner en relación su presencia con la existencia de un sistema de poder, de relaciones sociales y económicas  que –en un determinado estadio- hacen inevitable la persistencia de tal estado de cosas. Es verdad que, como señalaba Chéjov, el arte está para plantear los problemas, no para darles una respuesta. Pero justamente en “Sicario” se expone la exterioridad del problema, y se escamotea su raíz profunda. Es en este plano que la película de Denis Villeneuve no termina de ser convincente.

Sin duda la trama y el desarrollo de “Sicario” son vertiginosos y poseen sustento dramático. Poco tienen que ver con las estupideces al estilo de “rápidos y furiosos”, donde los autos que corren y se estrellan, y las rociadas de balas, se convierten en el centro vacío de una violencia gratuita. Aunque “Sicarios” es por momentos salvaje y sorprendente, nunca es exagerada o sensacionalista. Las balaceras tienen consecuencias, tanto para quien recibe los tiros como para el que  aprieta el gatillo.

La historia está vista desde la óptica de una agente del FBI, personalizada por Emily Blunt, que se ve arrastrada, en parte por una intriga corporativa que la necesita para llenar un objetivo –sacar de México o eliminar allí a un par de capos de la droga- y en parte por su propio deseo de vengar a dos agentes de su escuadrón, muertos en un operativo en Arizona al allanar una casa con paredes repletas de cadáveres vaya a saber de quiénes: si miembros de otros carteles rivales o inmigrantes a los que se eliminó una vez que pagaron el pasaje para cruzar la frontera.

 Kate Macer (Blunt) es puesta bajo la tutoría de dos personajes fuertes, cuya ubicación  administrativa no está muy clara, pero que indudablemente forman parte de un equipo inter-agencias represivo del narcotráfico. Uno es Matt Graver (Josh Brolin), un cínico, escéptico e inconvencional miembro, probablemente, de la CIA, y el otro Alejandro (Benicio del Toro), un personaje misterioso, reconcentrado y sombrío que termina siendo un ex-fiscal mejicano, cuya familia ha sido exterminada por los narcos y que desde entonces está en busca de venganza, quizá a las órdenes de la DEA. Él es, en definitiva, el sicario del título.

El mayor mérito de la película, el que le confiere su más fuerte carácter y su naturaleza dramáticamente más persuasiva, está dado por las excelentes interpretaciones de esos  actores y por un relato duro y gris que se apoya en un montaje sin grietas y en una fotografía impresionante. Es difícil manejar una película de acción que se proponga también como un ejercicio de reflexión, sin caer en un híbrido entre el compromiso social y la acción pura; pero el director Villeneuve consigue, casi siempre, mantener el suspenso sin que el propósito narrativo se diluya en el dinamismo retórico.   

Pero en el meollo argumental de la película hay una grieta o, mejor dicho, una presencia,  sobre las cuales la obra sobrevuela a toda velocidad. Es el tema de las causas y las consecuencias. ¿Por qué existe el narcotráfico? ¿Por qué son tan salvajes los hechos que se producen a su alrededor? ¿Por qué la culpa recae principalmente sobre los que explotan el tráfico y no sobre el sistema económico y el clima cultural de las sociedades que le brindan el campo para que se expanda?

Un mundo en el cual el interés y el beneficio ocupan el centro de la escena, un mundo alienado por el entretenimiento mediático y por la incentivación de un consumo al que no se puede acceder en la mayoría de los casos, es un mundo condenado. La infección de la droga es, esencialmente, la consecuencia de esta disolución de los parámetros de la vida social. El filme de Villeneuve apenas insinúa, a través de un enunciado fugaz, la naturaleza profunda de este fenómeno: cuando un personaje dice que si el 20 de la población estadounidense que consume droga dejase de hacerlo, el problema desaparecería. Esta afirmación al pasar es justa, pero insuficiente. El núcleo argumental de la película aborda la dialéctica entre el bien y el mal, discursea alrededor el eterno problema acerca de qué importa más, si el fin o los medios. Pero este dilema ético, propuesto en abstracto, sin una indagación sobre el contexto en el que se produce esa contradicción, tiende inevitablemente a quedarse corto. O, peor, puede servir, a través de una visión fatalista de las cosas, para fomentar la conformidad –incómoda, pero conformidad al fin- respecto del infierno en que vivimos.

El reciente cine norteamericano juega con este tipo de ecuación tanto en el registro furioso  de los filmes de acción pura, como en algunos otros que ensayan una aproximación más sutil a las cosas, siendo por eso mismo los más significativos e inquietantes. Hay que reconocer que del personaje que Emily Blunt encarna en esta película trasciende una inquietud moral y una desazón al comprobar cómo se la ha utilizado para proveer de una cobertura jurídica a una operación manifiestamente ilegal, que hace de ella un ser mucho más aceptable que la Jodie Foster de “El silencio de los inocentes” y, sobre todo, que la  Jessica Chastain en “La noche más oscura” (“Zero Dark Thirty”) de Kathryn Bigelow. Ya no es novedad que el cine de Hollywood enarbole la bandera del feminismo, pero cuando transforma a una mujer en una fría torturadora –como en el caso de Chastain- y la dota de las vestes de una heroína,  difícilmente esté dando pruebas de generosidad hacia el bello sexo. El personaje de Blunt en “Sicario” escapa a una masculinización de esa clase y, bajo su exterior decidido, deja escapar una sensibilidad que la distancia de ese arquetipo.

“Sicario” merece ser vista. Su fotografía, montaje, interpretación y banda sonora son impecables. Su visión del paisaje fronterizo entre México y Estados Unidos y la naturaleza de la trama nos reconecta con la inolvidable “Breaking bad”. El cierre de la película es implacable y sutil, jugando a un contrapunto con la violencia ciega que señorea en el resto de él. En Ciudad Juárez, como siempre los domingos por la mañana, los chicos van a jugar un picado al baldío. Los acompañan sus madres, porque los padres han desaparecido todos.Y a la distancia comienzan a escucharse las ráfagas que anuncian que la guerra también ha despertado. Es un impecable y pesimista final que nos resume el callejón sin salida en que se encuentra el futuro, tanto en el plano de la realidad concreta como en el de la dimensión moral de los problemas. Dentro, al menos, del modelo cultural y económico que nos rodea.

 

“Sicario”. Dirigida por Denis Villeneuve; guión, Taylor Sheridan; fotografía, Roger Deakins; montaje, Joe Walker; música, Johann Johannsson; dirección artística, Bjarne Sletteland; sonido, William Sarokin; intérpretes, Emily Blunt, Benicio del Toro, Josh Brolin; Daniel Kaluuya, Raúl Trujillo, Julio César Cedillo.

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