La temperatura ha subido bruscamente en oriente medio. Y no se trata de un fenómeno climatológico. Aviones rusos han comenzado a bombardear con intensidad objetivos del llamado Estado Islámico en Siria. Aviones y helicópteros de esa procedencia operan desde la base siria de Latakia, mientras se rumorea la pronta participación de aviones chinos en esa misma tarea. Aviones rusos obligaron a alejarse a cazas F-16 de Israel de las proximidades de esa base, lo que implícitamente significa que el espacio aéreo sirio se encuentra ahora bajo la protección moscovita. Se observa un notable incremento del tránsito de navíos de guerra rusos por el estrecho del Bósforo, desde y hacia la base naval que Rusia posee en Tartus, en la costa siria. Tropas de Hizbollah han bajado desde el Líbano y están cooperando con el ejército sirio. El gobierno checheno ha ofrecido a Moscú participar con efectivos terrestres contra las tropas del EI. Grupos de combatientes iraníes ya están haciéndolo. El ejército sirio y los peshmerga kurdos preparan a su vez una vasta ofensiva para desalojar en forma definitiva a los terroristas del EI de sus bastiones pues, como es sabido, los bombardeos pueden ablandar al enemigo, pero la victoria sólo surge de una efectiva ocupación del terreno.
Contrariamente a lo que ha ocurrido con los episódicos bombardeos que los estadounidenses, turcos o franceses lanzaron contra las posiciones del EI en las últimas semanas o meses, los “raids” rusos parecen haber sido muy efectivos, destruyendo material, afectando las comunicaciones y complicando el despliegue logístico de las fuerzas del EI. Según medios independientes ello estaría determinando la evacuación por los fundamentalistas de algunos puntos y el envío de los familiares de los yihadistas a lugares allende la frontera.
La aparición en fuerza de los rusos en el escenario sirio ha suscitado las protestas del gobierno turco, aunque este haya sido este uno de los responsables primeros del abastecimiento, circulación e inserción de los terroristas de Daesh en ese espacio. La prensa occidental, por supuesto, denuncia la injerencia rusa, sin preocuparse poco ni mucho en destacar el intervencionismo descarado y brutal que la OTAN, piloteada por Estados Unidos, viene practicando en la zona durante dos décadas o más.
Una objeción que puede hacerse a la intervención rusa es la alegación que los rusos formulan en el sentido de que con ella protegen su propia existencia. El argumento ha sido usado muchas veces por Estados Unidos a propósito de sus propias intervenciones en el exterior. Conviene señalar, sin embargo, que sostener, como Washington lo ha hecho siempre, que las fronteras que garantizan su seguridad se encuentran en Vietnam, Corea, Afganistán y mil otros puntos remotos del globo es una manifiesta impostura, toda vez que Vietnam, por ejemplo, se encuentra a unos 14.000 kilómetros de Washington. Los rusos, en cambio, tienen a poca distancia del “vientre blando” de su frontera meridional, pueblos que han sido repetidamente intervenidos tanto por los rusos como por los adversarios globales de Moscú, pueblos en los cuales existe un campo propicio para el crecimiento del fundamentalismo, que puede ser dirigido, como lo ha sido muchas veces en el pasado, contra la Federación Rusa o contra los mismos pueblos musulmanes que ocupan esa frontera y que se integraran en general bien a la Unión Soviética.
Nueva situación
La nueva situación implica que el juego maquiavélico desplegado por Estados Unidos, Israel, Turquía y Arabia Saudita en Siria, al incentivar las disensiones internas de ese país y llevarlas al punto de una guerra civil que contabiliza ya 240.000 muertos, esté siendo contrarrestado por primera vez. No es poca cosa y demuestra que, probablemente, los tiempos del patronazgo imperial y de la arrogancia global han entrado en crisis.
Aunque Rusia se esfuerza todavía en mantener la ficción de una amistad con occidente que negaría la existencia de una posguerra fría, todo indica que, a causa precisamente de los desplantes y desmedidas ambiciones del sistema-mundo, el resurgir ruso después de la degradación posterior a la caída del comunismo es cosa cierta. Si no como polo ideológico opuesto al capitalismo, sí como potencia capaz de pesar en el escenario global. Cosa que viene muy bien a los países que tratan de escapar del cepo imperialista. La buena voluntad que Rusia había desplegado hacia occidente después de la caída del muro ha pasado a la historia. Vladimir Putin no pudo poner de manera más manifiesta su disenso con Washington y la Unión Europea que como lo hizo en el discurso que pronunció en la ONU a propósito del tema sirio. En su opinión, Bashar al Assad es el legítimo mandatario de un país soberano, debe permanecer en su cargo y ser parte de cualquier arreglo tendiente a finalizar con la guerra civil una vez que los terroristas del EI hayan sido eliminados.
Aunque presentado en el marco de una contribución rusa al esfuerzo que se supone están realizando Estados Unidos y Francia para frenar la barbarie de los energúmenos de Daesh, no se puede disimular la contradicción que existe entre estos conceptos y los proclamados por Barack Obama ante la misma asamblea, calificando a Assad como un tirano que no vacila en derramar la sangre de su pueblo y cometer atrocidades contra él, datos por los cuales automáticamente se excluye de la comunidad civilizada y se torna en un interlocutor imposible. Es por esta razón que Estados Unidos debe hacer todo lo necesario para echarlo del poder. La “excelencia” y la “singularidad ética” que el establishment norteamericano otorga por sí y ante sí a su propio país, marca a este la obligación y el derecho a intervenir allí donde haga falta…, y donde sus intereses estén en juego.
La batalla por la hegemonía
El cinismo de la política imperialista ha alcanzado registros insoportables, incluso para quienes se encargan de desmontar las palpables mentiras que adornan su discurso y están acostumbrados a hacerlo. Como se dijo en otras oportunidades, lo que se ventila en medio oriente es parte de la batalla por la hegemonía mundial -en el caso de Estados Unidos y la UE- o por el establecimiento de algún tipo de balance internacional que se articule en una multipolaridad de poderes tengan algo que decir y que decidir respecto a su propia suerte. Postura que comparten Rusia y China, y que asimismo es la que conviene a las sociedades de los países emergentes o en desarrollo.
Siria es el último en la larga serie de países que, por disponer de recursos estratégicos u ocupar una posición geopolítica muy importante, ha sido objeto de una agresión que combina todos los expedientes –económicos, comunicacionales, diplomáticos y militares- para lograr su cancelación como estado. Ya tuvimos, en tiempos recientes, los casos de Yugoslavia, Afganistán, Irak, Irán, y Libia. Si Irán no ha sido borrado del mapa y, por el contrario, parece haber llegado a un arreglo con Washington en torno al tema de la restricción de su política nuclear, ha sido porque es vecino de Rusia y porque su integridad en este momento importa mucho a esta y a China, que verían en su destrucción el prolegómeno de su propio destino.
La embestida contra Siria, en realidad, representaba un peldaño en el escalonamiento contra Irán. Resulta por lo tanto desconcertante y contradictorio que Barack Obama, tras haber solventado con bastante elegancia ese contencioso, prosiga haciendo alarde de su hostilidad hacia el presidente que representa a la fracción de la población siria que se siente más estrechamente unida a Irán por lazos religiosos: la alauita, una rama del chiismo. Esto es, una de las dos fracciones -la otra es la suní- en que se dividen los musulmanes en una región que tiene a Irán como punto focal del chiismo y que alcanza a zonas de Irak, Siria y Afganistán.
Tal vez la necesidad de mantener el tipo en el frente interno esté obligando al mandatario norteamericano a reafirmarse en su agresividad frente a al Assad, pero la verdad es esa actitud lo pone en un atolladero y lo más probable es que lo lleve a terminar perdiendo justamente lo que intentaría conservar: su credibilidad política.
El factor más imprevisible de la política mundial en este preciso momento es Estados Unidos. Porque si bien el proyecto hegemónico patrocinado por los “think tank” del NSC (National Security Council), del Departamento de Estado y del Pentágono (más las miríadas de especialistas que pululan en la CIA y en los restantes recovecos del poder) ha comenzado a hacer agua, los elementos que los integran están ahí. El lobby proisraelí en el Congreso también. La situación ha contribuido a exasperar al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien exteriorizó su ira en su alegato ante la asamblea general de las Naciones Unidas, donde sobre todo volvió a arremeter contra Irán, descalificando al tratado de desarme nuclear que ese país ha comprometido con Estados Unidos. Una combinación de esos factores con el frenesí de la derecha israelí puede generar una explosión de consecuencias. El senador republicano John McCain –un “halcón” en materia de política exterior-, denunció que los rusos habían bombardeado dispositivos de la CIA y solicitó del presidente Obama que se equipe a los rebeldes sirios (nos preguntamos si a los yihadistas también) con cohetes antiaéreos, en una reproducción del expediente que tan buen resultado táctico dio a los estadounidenses y a Osama Ben Laden en Afganistán.
Es improbable, creemos, que este tipo de expediente prospere. Podemos equivocarnos, desde luego, pero el acuerdo con Irán podría estar señalando que una parte del establishment ha comprendido la inviabilidad del proyecto de establecer una hegemonía global y que por lo tanto, paso a paso, habrá que arribar a una solución que contemple la remodelación del mundo de acuerdo a parámetros más sensatos. ¿Será así o se trata tan solo de un rasgo de racionalidad que no tardará en ser borrado por los demonios que incuba el sistema?