El Papa ha finalizado la gira suramericana prevista para este año. No puede decirse que haya sido una gira protocolar ni ausente de definiciones. Todo lo contrario. Nunca, que recordemos, un Sumo Pontífice había acumulado tantas y tan revolucionarias declaraciones dentro del encuadre de la Iglesia romana, como las que se formularon en esta ocasión. Recordemos por ejemplo lo que el Papa manifestó en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia: "¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? Si es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra, como decía San Francisco".
¿Alguien puede disimular lo que se entiende por “sistema” en la lógica de este discurso? El sistema no es otro que el capitalismo. El “sistema-mundo” del que habla Ismael Wallerstein y al cual hacemos referencia todos los que escribimos sobre la realidad política y social cuando queremos evitar la redundancia… Desde luego, desde el Vaticano mismo luego se podrá salir a matizar estas declaraciones, revistiéndolas del aura de ambigüedad que es común a las expresiones eclesiásticas cuando tratan de los asuntos de este mundo, pero ello no va a engañar a nadie: el sentido general de esas palabras y el contexto social en el que fueron pronunciadas comportan una señal inequívoca.
Todo el viaje estuvo salpicado con referencias que hasta hace poco parecían polémicas, como el pedido de perdón por el papel jugado por la Iglesia durante la conquista del nuevo mundo. Pero esta declaración no se formuló en un encuadre abstracto, similar a los tantos otros que nos hemos acostumbrado a escuchar, pronunciados por los herederos remotos de los verdugos de antaño, sino que se engarzó también con el reconocimiento de la realidad mestiza que resultó de la contienda de la colonización de América. Francisco, en efecto, instó a la recomposición de la Patria Grande. La mención de este concepto no es casual; se vincula a la propia experiencia del Papa Bergoglio en su juventud, en la época en que se encontró próximo a la Guardia de Hierro peronista, y al flujo de ideas proveniente de un manantial del cual brotan las influencias de la Teología del Pueblo, del nacionalismo popular y de la izquierda nacional en el Río de la Plata, que encontraron en Alberto Methol Ferré a un magistral sintetizador.
Tampoco ha sido casual, sino que se encuentra relación con lo acabamos de apuntar, el itinerario de la visita papal. Ecuador, Bolivia y Paraguay son países que fueron castigados por la guerra y por injusticias sociales muy profundas, muchas de las cuales siguen vigentes. Los tres países perdieron guerras contra sus vecinos: Ecuador fue afectado por las consecuencias de dos conflictos de baja intensidad con Perú, en 1941 y 1993; Bolivia perdió su salida al mar durante la guerra del Pacífico que libró junto a Perú contra Chile entre 1879 y 1884, y, en el siglo XX padeció una guerra contra el Paraguay; y Paraguay fue arrasado entre 1865 y 1870 por la infame coalición de la Triple Alianza conformada por Brasil, Argentina y Uruguay. Alianza que, conviene señalar, sólo representaba a las burguesías “compradoras” enquistadas en Río, Buenos Aires y Montevideo, que hacían la guerra por cuenta del capital inglés y por las migajas de este que caían en sus bolsillos. Ese conflicto fue el más terrible que padeció el continente americano. El 90 por ciento de la población masculina del Paraguay pereció en él, la mortandad por el hambre y la peste se llevó también a gran parte de sus habitantes, el territorio fue devastado y el experimento industrial y económico autosuficiente que representaba ese país en ese momento fue borrado de la superficie de la tierra, a modo de ejemplo para disuadir a posibles imitadores.
La tesitura papal al escoger el recorrido de esta visita a Suramérica se corresponde, por otra parte, con sus primeras salidas del Vaticano. Su primera incursión tras la asunción del pontificado fue a la isla de Lampedusa, donde se reunió con miles de “desheredados de la tierra” que huyen de la guerra y del hambre con la esperanza de colarse en Europa; su primera salida de Italia fue hacia Albania y Bosnia, y las sucesivas se dirigieron a Brasil, el Medio Oriente y el sudeste asiático. Estos viajes se han realizado por lo tanto hacia “las periferias emergentes”, anteponiéndolas a las visitas al mundo desarrollado, la primera de las cuales recién tendrá lugar en su próximo viaje a Estados Unidos.
Si a esto sumamos las actividades concretas del actual Papa en la gestión de los asuntos internos de la Iglesia –reforma de la Curia romana, intervención de las finanzas del Vaticano, depuración de las redes de pedofilia que habían cobrado escandalosa evidencia en tiempos recientes; declaraciones aperturistas a propósito de la permanencia de los divorciados en el seno de la fe- la figura del Papa Bergoglio asume contornos tan simpáticos para el común de los mortales como inquietantes para el sistema establecido.
“Los bolcheviques de la Iglesia”
Ahora bien, es obvio que todos estos fenómenos difícilmente puedan deberse a la actividad de un hombre solo. No somos expertos ni mucho menos en las internas que se cocinan en la Iglesia, pero parece evidente que Bergoglio es representativo de uno de sus sectores y, cosa a la que conviene prestar atención, es el primer Papa jesuita que da su historia. Esta es milenaria, pero entre los muchos hitos que contiene, para nosotros los legos los episodios de la Contrarreforma y del Concilio Vaticano segundo tienen un perfil muy especial. Y en ambos la Compañía de Jesús desempeñó un papel singular.
Los jesuitas nacieron como una orden militante, destinada a corregir los errores que habían puesto a la Iglesia al borde de su disolución en el momento de la Reforma protestante, y orientada a expandir el evangelio en el mundo. Lo singular de la experiencia de Loyola consistió en que, a pesar de haberse dispuesto a remediar los excesos de “la cínica bacanal romana”, en ningún momento cuestionó la autoridad del papado, “que seguiría siendo, para él, el punto de referencia, el polo intangible en torno al cual debe gravitar el servicio de Dios en el vasto mundo”.[i]
Este carácter militar de la orden y su compromiso con la política práctica sería reconocido por amigos y enemigos. Entre estos últimos -que, grosso modo, expresaban las fuerzas del capitalismo naciente-, ese rasgo excitaría el encono y sería la fuente de inacabables críticas y calumnias. El comunismo moderno, que combatía el ordenamiento capitalista del mundo y que también era opuesto a los jesuitas, fundaba su enemistad, sin embargo, en una apreciación más objetiva, devenida también del tipo de organización que se encarnaba en él. “Los jesuitas son los bolcheviques de la Iglesia”, apuntó en una ocasión León Trotsky. ¿Y acaso el lema lanzado por Francisco “Techo, tierra y trabajo” no tiene una cadencia parecida al pronunciado por Vladimir Lenin en los inicios de la revolución rusa, “Paz, pan y tierra”? Antes de su quiebre por la acción mancomunada de la burguesía y del despotismo ilustrado, la Compañía, como en cierto modo lo demuestra su gestión de las misiones en todo el mundo y en especial en América latina, pareció dar lugar a una especie de capitalismo de estado o paternalismo capitalista que rivalizaba con las fuerzas del capitalismo en sí: egoísta, despiadado y ferozmente dinámico. Luego de la derrota experimentada en el siglo XVIII a manos de las fuerzas del ascendiente iluminismo,[ii] la Compañía se vería expulsada, proscrita y sus bienes incautados en todo el mundo. Ello arrojaría consecuencias graves en la América hispana, pues supuso un deterioro muy grande del proceso educativo. Tras su restauración en 1814, la compañía se convertiría –manteniendo sin embargo rasgos de originalidad y de agudeza intelectual- en sostén del orden establecido, tratando de frenar a las corrientes más radicales de la Ilustración, adosándose a los poderes constituidos y ocupándose predominantemente en la educación de las élites.. Sólo mediando el siglo XX comenzaría a recuperar presencia propia, resurgiendo con autoridad durante la gestión del vigésimo octavo General de la orden, el padre Pedro Arrupe. En la estela del concilio vaticano convocado por Juan XXIII los jesuitas volvieron a tener una proyección social vigorosa y se comprometieron en muchos casos con la “iglesia de los pobres”, en una maniobra audaz que encontraría un freno en Juan Pablo II, el papa polaco, que procedió a cortarle las alas y reprender severamente a los exponentes de la orden que más resueltamente habían avanzado en ese campo, incurriendo quizá en no pocas imprudencias. Por lo tanto, entre el pontificado de Juan XXIII y la asunción de Francisco se interpuso el largo interregno regresivo que representó el Papa Wojtyla. La abdicación de Benedicto XVIII vino a demostrar que el desorden interno de la iglesia requería de manos enérgicas y de un cambio de orientación para remediarlo y para ponerla en línea respecto del mundo moderno. Todo indica que el papa Francisco está entregado a esta tarea.
Esta evolución seguramente está malquistando al actual Papa con las sedes de poder occidentales, sin hablar de los rencores e intrigas que tiene que estar suscitando en el seno de la propia Iglesia. La distancia física que Francisco ha tomado respecto al que hubiera debido haber sido su alojamiento oficial en el Vaticano, tal vez no hable tanto de un acto de humildad como de la aplicación del instinto de supervivencia, en el sentido más literal de la palabra.
La traición de Alexis Tsipras
No podemos cerrar esta nota sin mencionar la puñalada por la espalda que el pueblo griego ha sufrido a manos del jefe del movimiento Syriza, precisamente el que había conducido la lucha contra la troika y contra el deterioro de las condiciones de vida de la población, resultado de las políticas neoliberales y del enajenamiento económico generado por la deuda. Uno se pregunta qué sentido tenía convocar un referéndum si después de este se iba a hacer caso omiso de la voluntad popular expresada en él. ¿Se trató de un gesto para sacarse de encima la responsabilidad de desafiar a la UE, descontando un resultado desfavorable al gobierno o muy estrecho a su favor, lo que hubiera permitido agachar la cabeza sin perder la cara? ¿O fue un intento ingenuo de asustar a la UE con la magnitud de un resultado propiciando el No, como el que se obtuvo? De haber sido este último el caso, el desengaño vino muy pronto. Al durísimo ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, no lo iban a correr con la vaina. La capitulación del gobierno de Syriza explica lo que ya sospechábamos: que el ex ministro de Economía, Yanis Varufakis, no renunció para facilitar las negociaciones, sino porque no era viable para el acto de sometimiento que se preparaba.
Seis días después del referéndum que rechazaba los términos fijados por la Unión Europea para “rescatar” a la economía griega, Tsipras y su gabinete terminan aprobando un memorándum aun peor que el que habían rechazado en junio. El tratado, que tiene carácter de ultimátum pues debe ser aprobado por el parlamento antes del 15 de julio -es decir, al momento de cerrar esta nota-, implica una drástica reducción del gasto público, recortes en las jubilaciones y pensiones, retardo de la edad de retiro a los 67 años, privatización de las empresas públicas, incluyendo la compañía de electricidad, los aeropuertos y los puertos del Pireo y Salónica. Los impuestos serán incrementados de manera drástica y se suprimirán los subsidios al campo, lo que acarreará la bancarrota de los granjeros.
Es una humillación para Grecia, equivalente a la bofetada que su pueblo había proporcionado a la UE con su rechazo masivo al acuerdo. Pero es también una cachetada al buen sentido, pues implica la destrucción completa de la soberanía nacional a cambio de nada, pues la troika apenas insinúa un eventual alivio en el ritmo de los pagos de la deuda, pero de ninguna manera una quita de la misma. Que los griegos cumplan y después se verá, como dijo el ministro finlandés de economía.
Es superfluo señalar lo que una derrota de esta magnitud, si se la acepta mansamente, representará para Podemos y para los movimientos alternativos en el resto de Europa. La sumisión de Syriza es un golpe para todos ellos y podría rubricar el final de las ilusiones en el sentido de que se puede enfrentar al sistema sin una doctrina dura capaz de organizar el esfuerzo popular con un propósito continuado y sistemático, que apunte a destruir el andamiaje del capitalismo salvaje sin fijarse plazos ni contemporizaciones. Sólo con la reconstrucción del socialismo y de su praxis doctrinaria se puede emprender ese camino. Esto no significa que se vaya a volver al pasado y sus errores, sino que se abreve en sus fuentes para comprender el decurso de las fuerzas que mueven al mundo y generar opciones de poder que se adecuen, caso por caso, a la naturaleza de las circunstancias y a las posibilidades que estas suministran.
1) El mismo Francisco se encargó de introducir un contrapeso a sus palabras cuando denunció a las "ideologías", condenando los excesos a que conduce el dogmatismo. Lo que puede ser leído como un ataque a los extremismos que desfiguraron el siglo XX más que como un acto de contrición respecto a los actos de la misma iglesia a lo largo de su historia. Fue un olvido deliberado acerca de la necesidad de contar con un encuadre crítico de carácter sistemático para empezar a liarse con los problemas.
2] Jean Lacouture, “Jesuites”, Seuil, 1991.Hay una edición castellana relativamente reciente.
3] La Compañía de Jesús sería suprimida por el Papa Clemente XIV en 1773. Fue restaurada en 1814 por Pío VII.