La implementación de la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini para aspirar a la presidencia de la República por cuenta del Frente para la Victoria, es la noticia política de la semana. Cayó como una bomba, aunque quizá tanta sorpresa demuestre que los argentinos estamos un poco desprovistos de imaginación y de propensión al cálculo lógico. Aunque se tejen y van a seguir tejiéndose montones de hipótesis en torno el origen de la iniciativa que juntó al gobernador de Buenos Aires -un hombre nada querido por el kirchnerismo duro-, con el secretario legal y técnico de presidencia, esto es, con el operador más próximo a Cristina, lo cierto es que esta conjunción disipa las especulaciones acerca de si Cristina Kirchner tenía una real disposición de librar batalla a fondo para que su movimiento gane las elecciones de octubre. Y pone de manifiesto que, por encima de diferencias, reales o imaginarias, que pueden existir entre los principales referentes del FPV, la cuestión de retener el poder está por encima de cualquier otro tipo de consideraciones.
Los kirchneristas extremos, de renuente identificación con el peronismo pero que han aportado una importante fuerza de choque intelectual y mediática a los Kirchner, entienden que se trata de una movida magistral de parte de la presidenta, ya que con ella pondría a un vigilante al lado de quien las encuestas dan como muy probable ganador de las elecciones de octubre. A pesar de que, hasta un momento antes, no habían hecho un secreto de su preferencia por Florencio Randazzo como candidato presidencial, acogieron la noticia de la llegada de Zannini a la candidatura a la vicepresidencia con placer. Es el excipiente que les permite aceptar la candidatura de Scioli a la presidencia sin hacerse problemas de conciencia. Aunque una candidatura de Randazzo hubiese probablemente puesto en peligro la consecución de la victoria en los comicios de octubre, hasta el martes daban la impresión de preferir correr ese riesgo antes que asociarse a alguien con fluida relación con el peronismo clásico y con el movimiento sindical en su conjunto. Amén de dueño de un estilo componedor poco propenso a las expresiones crispadas, que les inspiraba grandes dudas acerca de su compromiso con el “modelo”.
Ahora bien, la presidenta no parece haber comprendido las cosas de la misma manera que los defensores a ultranza del proyecto. Aunque se dedicara con bastante asiduidad a erosionar la figura del gobernador de Buenos Aires por la interpósita persona de Carta Abierta y de “6, 7, 8”, su realismo político la llevó a ver que si Scioli necesita de ella para circular con tranquilidad hacia las PASO y luego a las elecciones de octubre, no menos necesita ella de Scioli para garantizar que el gobierno no se escape de las manos del Frente para la Victoria y se deslice hacia ese conglomerado opositor cuya única manifestación coherente, el macrismo, no es otra cosa que la expresión del núcleo corporativo que desea volver a los 90. Con lo que esto significaría: endeudamiento, concentración de la ganancia financiera en manos de los menos y ajuste implacable contra los más.
Ahora bien, las reacciones de los medios que responden a lo que ahora se ha dado en llamar el “círculo rojo”, de alguna manera replican, invirtiendo los términos, la misma apreciación de los intelectuales kirchneristas acerca de la nominación de Zannini como segundo de Scioli. Lo incluyen en la categoría de “comisario político”, en alusión al rol que cumplían los más férreos y devotos miembros del partido comunista en las filas del ejército rojo durante la guerra civil y la segunda guerra mundial. Esto es, la función de vigilar de cerca el accionar de quienes tenían el comando efectivo de la tropa.
Esta clase de apreciaciones coinciden en pronosticar para Scioli el pobre papel de un presidente condicionado. Pero, ¿será realmente así? Se tiene la impresión de que al acuñar la fórmula integradora Scioli-Zannini las partes no están tan desparejas como pretenden los augures de centro izquierda y de derecha. A estar por algunas informaciones, la nominación de Zannini habría salido de conversaciones entre la presidenta y el gobernador que se prolongaron varios días. Randazzo, el candidato aparentemente emulsionado por la presidenta, estaba dando testimonio de una incontinencia verbal y de una agresividad contra su rival en la interna que no favorecían en nada su imagen, salvo para la progresía que cierra filas en el kirchnerismo más duro, dentro del cual ni siquiera hay que contar necesariamente a los jóvenes de la Cámpora. A sus desafortunadas salidas en la reunión de Carta Abierta y en otros lugares se sumó un estrepitoso choque con Luis D’Elia, quien disparó con munición muy gruesa contra una presunta” traición” del ministro del Interior y de Transporte a Amado Boudou, en torno de la causa Boldt - Ciccone. Randazzo se estaba convirtiendo en un incordio. Si la presidenta y su más próximo consejero habían tanteado la posibilidad de proyectarlo al máximo sitial, esta proclividad a tirar golpes al vacío contra un adversario elusivo y que se preocupaba en remarcar que su preocupación excluyente era confrontar con Mauricio Macri, exponente acabado del sistema neoliberal o neoconservador, dividía el FPV y ponía a Randazzo en una vía que lo proyectaba a flotar en el aire o a estrellarse contra la pared. Que fue lo que sucedió, en definitiva. Por otra parte la pataleta de nene caprichoso con que reaccionó después de la noticia de su relegamiento no habla bien de su madurez política.
De llegar Daniel Scioli a presidente de la República se disipará un mito que ha persistido en la política argentina. El de que el gobernador de la provincia de Buenos Aires nunca llega a ocupar la primera magistratura. Duhalde fue la excepción, pero en su caso no fue un ascenso producido a través de un normal proceso eleccionario sino la consecuencia de una situación de crisis generalizada en todo el país, que pasaba por los trances del derrumbe del proyecto neoliberal y del caos que se había producido después del corralito y de las jornadas de diciembre del 2001. El primer distrito electoral del país es una fuente de poder, pero por eso mismo su titular es observado con sospecha desde la primera magistratura, en especial si esta es ejercida por alguien que no admite a nadie que le haga sombra y desea perpetuarse o al menos prolongar su ejercicio del gobierno nacional. Fue el caso del coronel Mercante, quien, de tan íntimo colaborador que era de Perón, se convirtió en su posible reemplazante y en consecuencia comenzó a ser observado con suspicacia por aquel, hasta que finalmente fue radiado por el jefe del movimiento. Sin pretender establecer equiparaciones imposibles (Cristina no es Perón y Scioli está lejos de ser Mercante), hay cierto paralelismo entre la peripecia de Mercante y la de Scioli: la preferencia por la negociación antes que la confrontación son rasgos que los identifican.
Hay mucho por hacer en la Argentina. A pesar de lo avanzado desde 2003, faltan pasos fundamentales para recuperar los mecanismos claves de la economía y vivimos en el contexto de una crisis mundial que no lo pone fácil. De modo que el FPV necesita de una fórmula bien integrada para encarar los desafíos que vienen, sea para tomar por asalto los bastiones de la conservación, sea para resistir, proteger y consolidar lo hecho hasta ahora. Esperemos que el binomio Scioli-Zannini implique la síntesis y no la exasperación de las tendencias que hasta ahora han recorrido al movimiento nacional.