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13
ABR
2015
Obama y Cristina: miradas con carga implícita.
Obama y Cristina: miradas con carga implícita.
En la reciente cumbre de las Américas volaron las palabras con una franqueza que hasta hace unos pocos años era imposible encontrar en los cónclaves panamericanos. Ello es un comienzo, pero airear los problemas no significa haberlos superado.

La Cumbre de las Américas en Panamá fue notable aunque no haya aportado resultados.Contempló la reaparición de Cuba en el escenario panamericano y el encuentro entre el presidente norteamericano Barack Obama y el presidente cubano Raúl Castro. Cuba vuelve así, con la cabeza alta, a un cónclave del que había sido excluida en 1960 por decisión del mandamás del norte, con la anuencia o la resignación de los restantes estados americanos agrupados en la OEA. Pero ni ese retorno ni el hecho de que días atrás Obama haya intentado atenuar o matizar su  designación de Venezuela como una amenaza para su país –algo así como estimar que un mosquito es peligroso para un elefante- pudieron ocultar el abismo que existe entre la América que habla inglés y la América que se expresa en español y portugués. Al final de la conferencia ni siquiera hubo posibilidad de articular una declaración conjunta dada las discrepancias existentes. Los países latinoamericanos se diferenciaron de forma abierta de sus pares de Estados Unidos y Canadá sobre el enfoque de la Declaración Final: mientras los países del Nafta proponían una visión técnica centrada en el desarrollo, los integrantes de la Unasur replicaban con la necesidad de priorizar una mirada política para discutir los problemas de la región.

Mucho ha cambiado en la tesitura de los países iberoamericanos desde la época en que en ellos estaban vigentes los gobiernos -de fuerza hacia adentro y de sumisión hacia afuera- que caracterizaron a la segunda mitad del siglo XX en esta parte del continente.

Los medios de prensa del monopolio Clarín ignoraron este tipo de precisiones y prefirieron enfatizar en cambio el apretón de manos entre Raúl y Obama, poniendo de relieve el reconocimiento que el mandatario cubano otorgó al estadounidense por su promesa de poner fin al absurdo aislamiento al que Cuba ha sido sometida y que tantos sufrimientos le ha costado. Y contrastaron esa actitud con la de nuestra presidenta, que habría tenido una tesitura beligerante respecto a Estados Unidos, abroquelándose en el grupo conformado por Venezuela, Bolivia, Ecuador y Venezuela, que esgrimieron las posiciones más duras hacia Washington. Raúl Castro, sin embargo, antes de pronunciar sus palabras de agradecimiento hacia el presidente norteamericano, no había ahorrado a este una sucesión de precisiones que puntualizaban la ferocidad de la agresión imperialista contra Cuba y contra el conjunto de Iberoamérica, desarrollada desde el principio de nuestra historia independiente. Incluso aludió al asesinato de John Kennedy, descargando la culpa de este magnicidio en una conspiración originada en los mismos Estados Unidos. No fue, el discurso de Castro, un modoso reconocimiento a la gentileza de su colega norteño, sino una recapitulación implacable de los agravios y las agresiones sufridas y una invitación a la reflexión para iniciar una nueva etapa en las relaciones hemisféricas que no padezca los males de los que ha adolecido hasta el momento.

Eso sí, la cumbre de Panamá, no menos que la de veras histórica de Mar del Plata, fue expresiva de una franqueza de tono que la pone a años luz de los juegos florales del panamericanismo al uso en la época de la política del buen vecino o de la Alianza para el Progreso. En este sentido el discurso de Cristina Kirchner fue impecable. En poco rato puso sobre la mesa los temas básicos de las relaciones interamericanas. El asunto del narcotráfico fue abordado con una sinceridad inusual al poner la responsabilidad principal de los estragos que produce la droga en el mercado que absorbe el producto. No hay producción de droga, evidentemente, si no hay un mercado que la consume. Y ese mercado son los países desarrollados, donde su comercio clandestino consiente el giro de cantidades inconmensurables de dinero. El contragolpe de ese círculo vicioso repercute sobre todo en  las sociedades más débiles, que ponen los muertos en la guerra larvada que promueven los cárteles con las armas que importan desde el norte para exterminarse unos a otros y para extorsionar a la sociedad civil. "La droga y el narcótráfico pueden convertir a Estados de esta región en estados fallidos. Si no se aborda la droga desde el problema de los países consumidores, no hay salida”. ¿Adónde se lava el dinero del narcotráfico?, preguntó la presidenta. Miles de millones de dólares se lavan en los paraísos fiscales que responden a sedes que también se encuentran en los países centrales.

Cristina puso también de relieve la farsa que supone ascender a Venezuela al rango de una amenaza militar a la seguridad de Estados Unidos y comparó esa apreciación con la afirmación británica en el sentido de que las Malvinas se encuentran militarmente amenazadas por la Argentina. Y por último formuló una apreciación obvia, pero que viene bien para ajustarle los puntos al presidente norteamericano. Replicando a una apreciación de Obama acerca de que es mejor mirar hacia el futuro que recordar la historia, la presidenta señaló que “la historia enseña, no para recordarla, sino para entender como pasaron las cosas”. Lo que ayuda, añadimos nosotros, a mejor preparar el futuro.

La cumbre de Panamá no representará ningún punto de inflexión en las relaciones panamericanas. Incluso el hecho de que ese lugar haya sido seleccionado para realizar el encuentro constituye una “ironía de la historia”. Panamá fue desgajado de Colombia en 1903 por un golpe prohijado por Wall Street y Washington a fin de propiciar la apertura del canal interoceánico a través del istmo. El emprendimiento fue sancionado por el tratado Hay-Bunau Varilla (este último un ingeniero y militar francés que fungía de ministro plenipotenciario del gobierno panameño) entre Panamá y Estados Unidos. Desde entonces Panamá fue una marioneta de Washington, salvo en el período que estuvo comandado por Omar Torrijos, quien llegaría a un acuerdo con el presidente Carter para “manumitir” el estatus del canal, que en 1999 comenzó a ser administrado por los propios panameños. Torrijos murió en un sospechoso accidente de avión en 1981, a tres meses de asumir Ronald Reagan la presidencia de Estados Unidos. En 1989 su sucesor, Manuel Noriega, fue expulsado del poder por una invasión norteamericana que provocó miles de muertos entre la población civil y cuya devastación fue silenciada por la prensa global, ocupada en ese momento en inventar la “masacre de Timisoara”, en Rumania, que sirvió de pretexto para el derrocamiento y asesinato de Nikolae Ceasescu y su esposa. Tanto Ceasescu como Noriega se habían convertido en testigos peligrosos de los tratos entre bambalinas de las agencias norteamericanas con personajes y gobiernos que sirvieron de peones para conspirar contra Torrijos o para contribuir a resquebrajar al deteriorado bloque comunista en Europa oriental.

Sí, la historia contemporánea se parece a veces a un gran guiñol. Pero la evidencia está ahí, para quienquiera que desee atar cabos. La Cumbre de Panamá no debe llamarnos a engaño. Eso de que “pasó la época en que dábamos órdenes”, como dijera el vicepresidente Joe Biden tiempo atrás, es una amable pirueta retórica. De hecho, la presión de los fondos buitre, el decreto ejecutivo contra Caracas y las campañas favoreciendo un golpe “blando” -o  no tanto- en Brasil, Argentina y Venezuela, dan la pauta de que el imperio posee una amplia cantidad de instancias y recursos a los cuales acudir y que los empleará de acuerdo a las circunstancias. Tanto aquí como en el resto del mundo.

 

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