¿Qué lectura cabe hacer del feroz atentado contra “Charlie Hebdo” realizado en París? Ante todo una lectura en dos tiempos. El primero, de franco y absoluto repudio a un hecho que ha provocado la muerte de profesionales de la información y de los policías que los custodiaban. Exterminar a la gente por el solo hecho de ejercitar su libertad de expresión frente a la marea ascendente de la imbecilidad fundamentalista y de una barbarie que no tiene nada que ver ni con los valores de la civilización occidental ni con los fundamentos de la religión islámica, es un hecho repugnante, expresivo de la cerrazón intelectual y de la locura que posee a los enajenados que lo realizan. Tanto más que “Charlie Hebdo” hacía gala de un humor cuya irreverencia se aplicaba no sólo al islamismo sino también al judaísmo y el cristianismo y, más en general, al mundo enloquecido que nos rodea.
El segundo tiempo es el del análisis de las causas de este salvajismo. Esto nos pone frente a un tablero mucho más complejo y para nada proclive a la esquematización fácil. Porque en él cabe observar que la brutalidad y el terrorismo se ejercen en todas las direcciones, y que sus víctimas, en su inmensa mayoría, son inocentes. Un atentado en París dirigido contra miembros de la comunidad de prensa e imbuido de una religiosidad perversa es en efecto un hecho importante, en particular porque se suscita en el seno de una sociedad que es o ha sido símbolo de debate intelectual y de una racionalidad capaz de dominar las ideas y finalmente reorganizarlas, a pesar de la gran intensidad de sus luchas sociales. Es un hecho indicativo de la grieta o fractura que en Europa se está generando a partir del desequilibrio que supone la inevitable irrupción de la inmigración proveniente de los países antes colonizados y ahora expuestos a un desasosiego causado por las políticas del neo-imperialismo, que los sumergen en la desigualdad, la indignidad, la pobreza y el hambre.
En este cuadro, no se ve muy bien por qué el atentado contra “Charlie Hebdo” deba separarse de los horrores de la política de Israel y de la OTAN en el medio oriente o del bombardeo de la televisión de Belgrado por la aviación norteamericana, que costó la vida a varios periodistas serbios.
Aquí entramos de lleno en el quid de la cuestión. Las proyecciones más feroces del fundamentalismo islámico se desarrollan al mismo tiempo que el neoliberalismo salvaje. La globalización asimétrica propuesta por Estados Unidos y el norte desarrollado arrastra un cortejo de miseria y de paro laboral que incuba presiones que deben explotar en algún lado. Los arquitectos del engendro neocapitalista lo saben y buscan una vía de salida falsa para ellas y que al mismo tiempo les permita aprovecharlas. El wahabismo, núcleo religioso del islamismo terrorista, es un atributo de la monarquía saudita, estrecha aliada de Estados Unidos en el diseño de un medio oriente cortado a la medida de los intereses de este. ¿De dónde salen los fondos que han permitido financiar a Al Quaeda y han consentido la invención del delirante Estado Islámico, que hoy señorea gran parte de Irak y Siria?
Los terroristas de París son de la misma ralea que los que fabricó Estados Unidos para derrotar a los soviéticos en Afganistán, para fomentar la guerra en Chechenia, para voltear y asesinar a Mohamed Gadafi en Libia (con el apoyo entusiasta del gobierno “socialista” de François Hollande), y para lanzarlos al asalto del gobierno legal de Bachar al Assad en Siria, dando lugar a una guerra civil que lleva causadas 200.000 muertes y la emigración masiva de una población desesperada. Los gobiernos de occidente han fabricado un genio del mal, como el de las Mil y Una Noches: basta con frotar la botella para que salga lleno de siniestros propósitos. A veces puede escapar de control, pero en general cumple con su cometido, que no es otro que el derrocamiento de los regímenes regidos por parámetros más o menos modernos en el mundo árabe y el de la provocación para precipitar reacciones militares de Washington que sirvan al propósito de la “guerra infinita” propiciada por el establishment para controlar un mundo que amenaza escaparse de sus manos.
No es un dato menor que el golpe terrorista haya tenido lugar en París en estos precisos momentos. Hay en Europa un creciente cuestionamiento al sistema neocapitalista que hoy comienza a apretar duramente a la misma Europa y que será reforzado por la firma del TTIP (Trasatlantic Trade and Investment Partnership; es decir Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión) que instaurará una especie de ALCA trasatlántico, una zona de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, que servirá de marco a la instauración de las políticas de ajuste que devastaron a gran parte del mundo menos desarrollado en las décadas finales del pasado siglo. El ajuste va a suscitar fuertes resistencias, en especial en países como Francia, que tiene una larga y combativa historia de su movimiento obrero y que está informada por una tradición liberal de raigambre jacobina que persiste –así sea en forma moderada- en su clase media. El golpe a “Charlie Hebdo” es un golpe al corazón de ese núcleo de resistencia, porque suscita una llamada instintiva al atrincheramiento en la diferencia, a una “Unión Sagrada” entre los blancos, laicos o no, y una división de la sociedad europea en dos bandos bien diferenciados: los que “son de aquí” y los que “vienen de fuera”. Cosa que no podrá sino debilitar los esfuerzos que se hagan para rechazar una política globalizadora que tiene como trasfondo el principio doctrinario de “la guerra o el choque de las civilizaciones”, y como propósito práctico la continua concentración de la ganancia en la oligarquía financiera y los políticos y los medios que la sirven.
No es que los pistoleros que ametrallaron a los redactores de “Charlie Hebdo” estén respondiendo conscientemente a las directivas del sistema, sino que forman parte de la funcionalización de los activos primarios de la barbarie del pasado, re-instrumentalizados para actuar de una manera muy moderna en contra de la modernidad misma. Que debería suponer integración social, mestizaje racial, igualdad y un equilibrio económico que asegure la plena expansión de las posibilidades humanas en un cuadro de incesante desarrollo.