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04
NOV
2014

Los límites de un modelo de cambio

Las elecciones brasileñas ponen de relieve las barreras con que tropiezan las renovaciones a medias en los países de Iberoamérica.

La ceñida, cuando no angustiosa, victoria de Dilma Roussef en Brasil, obliga a volver sobre un tema que siempre ha estado presente en forma explícita o implícita a lo largo de muchas notas aparecidas en esta página; pero que debe ser recapitulado cuántas veces sea necesario. Esto es, ¿cuáles son los límites de la experiencia latinoamericana que sucedió a la catástrofe neoliberal de los últimos treinta años del siglo pasado y que, al menos en el discurso, ha intentado revertirla?

Al contrario de lo que afirman no pocos de los que participan de los intentos superadores del fenómeno neoliberal en Brasil, Argentina y Venezuela, no nos parece que lo adquirido en estos años sea irreversible. No hay irreversibilidad en política; para ilustrarlo basta señalar lo que ocurrió con la Unión Soviética. Y en procesos tan débiles, erráticos y carentes de programas firmes como los que se desarrollan en nuestros países esa fragilidad es diez veces más grande.

Desde luego, a pesar de su endeblez, es preciso apoyar a las experiencias a medias progresivas que se cumplen entre nosotros. Es necesario apoyar a Dilma y a Cristina contra el embate del poderío sistémico que combina el agronegocio, las empresas transnacionales, los bancos, la especulación financiera y los oligopolios de la comunicación, aunque los gobiernos a los que respaldamos no se hayan decidido nunca a atacar los puntos claves en los que aquellos cimentan su poder. Porque en este momento lo único que podría reemplazarlos es la noche. Pero al mismo tiempo es preciso señalar que si no se transgreden los límites dentro de los cuales estos gobiernos se encierran, la suerte de esta experiencia estará sellada a corto o mediano plazo.

El logro más importante de estos gobiernos fue potenciar el Mercosur, paliar la miseria social y recuperar para el estado un tímido rol dirigista de la economía. Falta mucho sin embargo para que la concepción geoestratégica del bloque regional se consolide y aparezca valorada en sus reales proyecciones; para que se instaure una correlación equitativa entre sus protagonistas mayores, Argentina y Brasil, y sus miembros menores, Uruguay y Paraguay, y para que se forjen los instrumentos adecuados para su defensa armada, sobre todo en Argentina. La conciencia del valor potencial de esta constelación brilla por su ausencia en el que debería ser el factor que la motorizase: las burguesías de Argentina y Brasil, nucleada esta última sobre todo en el sector paulista, que ha sido el que con más frecuencia y más enfáticamente se ha pronunciado contra ese instrumento.

El hecho de que Aécio Neves, candidato de la derecha, haya recabado un apoyo abrumador en esa parte de Brasil es significativo en este sentido, pues entre los puntos centrales de su plataforma programática figuraba, explícitamente, el deseo de restar importancia al Mercosur y abrirse a la alianza del Pacífico respaldada por Estados Unidos. Es decir, proceder a la reversión del curso geopolítico favorecido por Itamaraty bajo Lula y Dilma y que culminara en el BRICS, que es un intento de establecer un nuevo equilibrio en la economía global que contrarreste la influencia deletérea de una globalización cortada a la medida de Estados Unidos y expresiva del interés del capital concentrado.

Pero la votación abrumadoramente favorable a Neves en San Pablo y en Río Grande no pudo deberse sólo a la orientación de los grandes grupos económicos que lo apoyaban. También resulta de un considerable grado de apoyo popular. O, también, si se quiere, del desinterés de quienes deberían habérsele opuesto y prefirieron abstenerse. Esto puede parecer sorprendente si se toma en cuenta en esa región se encuentra también la mayor proporción de la población obrera. El respaldo al PT provino no tanto de su base tradicional sino sobre todo del nordeste y de Río de Janeiro, de los sectores que han encontrado durante sus gobiernos un escape de la miseria y una posibilidad de crecer hacia un estatus social más consolidado y evolutivo gracias a las políticas asistenciales que derivaron una parte importante del superávit fiscal al programa Bolsa de Familia.

Es difícil pilotear un barco en medio de una tormenta y la actual coyuntura económica mundial no ayuda al crecimiento ni hace las cosas más fáciles para estos gobiernos. Pero si nos atenemos a nuestro país, Argentina, esta situación de debilidad relativa frente a la crisis mundial que repercute sobre nuestro nivel de vida y sobre nuestras posibilidades de crecimiento económico, podría haber sido paliada si oportunamente se hubieran tomado las iniciativas que correspondían para quebrar el espinazo del sistema, apelando a una reforma tributaria progresiva, a la estructuración de un programa de desarrollo industrial ambicioso fundado en ese desplazamiento del eje de la distribución de la riqueza; a un control firme del intercambio con el exterior; a la búsqueda de fuentes de financiación alternativas a las clásicas a las que tradicionalmente ha estado enfeudado el país; y, sobre todo, a una movilización ideológica que hubiere apelado a las bases populares. Es notable que nunca se haya adoptado un programa explícito en este sentido, a pesar de que al menos uno se encontraba a disposición del gobierno, el Plan Fénix, y de que la pata sindical del movimiento justicialista durante gran parte de la experiencia kirchnerista estaba disponible.

En vez de esto se prefirió despreocuparse del primero y romper vínculos con el sector menos transigente del movimiento obrero. Un movimiento –nos referimos en especial a Hugo Moyano- que adolece de todos los defectos que se quiera, pero con el que se podía negociar. En vez de eso se lo rechazó hacia el vacío político. Lo cual derivó, por las carencias de ese dirigente y su falta de una visión abarcadora y responsable, en una serie de idas y vueltas que lo aproximaron a lo peor del movimiento sindical (Barrionuevo, Momo Venegas, etc.) e incluso lo llevaron a coquetear con Macri, quintaesencia de la derecha neoliberal.

Lo que eligió el gobierno del FPV fue la opción de acordar con el empresariado las pautas de un desarrollo donde no hubiera olas. Pero la crisis mundial mandó a paseo esta visión bucólica y nos ha puesto en una ruta sembrada de obstáculos, en la cual la burguesía “nacional” ostenta una vez más su cortedad de miras y el establishment oligárquico ha dado rienda suelta a sus perros de presa mediáticos, mientras una oposición carente de ideas se mueve a remolque del oligopolio comunicacional.

Ahora bien, no hay nada orgánico que se ofrezca como una alternativa al kirchnerismo. Si los partidos tradicionales son traccionados por el sistema, la izquierda más o menos ultra cae en el simplismo irresponsable. No parece haber aprendido nada pues en el fondo de su caletre aparentemente sigue creyendo que “cuanto peor, mejor”. Ecuación que suele terminar en lo peor de lo peor, como quedó demostrado en tantas de las experiencias que han recorrido a América latina a lo largo del siglo pasado.

La presidenta, por fortuna, más allá de sus errores, tiene una notable capacidad reactiva y, lejos de ser amedrentada, se siente estimulada cuando los riesgos crecen. Pero este coraje no basta; no se puede aguardar a que el enemigo pegue para responder al castigo. Son necesarias políticas activas que apunten a generar un fuerte protagonismo de las masas, a reactivar la alianza plebeya que se insinuó en la primera época del kirchnerismo. A recuperar la oportunidad perdida entonces. Lo cual requiere de una efectiva democracia interna, de un descarte de las tentaciones de la obsecuencia y de cuadros provistos de cierto desinterés en hacer una carrera política determinada por la ambición personal, y dispuestos en cambio a actuar en forma coordinada y a largo plazo en la consecución de una serie de objetivos que no han de pasar por el mero logro de un puesto burocrático o un escaño parlamentario. Desde luego, esto ya no será posible en el lapso breve que resta del actual ejercicio. Pero debería existir un consenso respecto de la necesidad de esforzarse por implementar ese curso, cualesquiera sean los resultados de las próximas elecciones.

Las experiencias populistas de Brasil y Argentina (y también de Venezuela, qué duda cabe) estarán muy amenazadas en los próximos años. En parte por la crisis económica global, que socavará la estabilidad económica de estos países, y en parte porque Estados Unidos, como hemos señalado otras veces, está embarcado en una política de control hegemónico que está tropezando con graves dificultades en el medio oriente, en Europa oriental y en Asia. En la medida que esos problemas se agraven tenderá cada vez más a tener controlado a su “patio trasero”. Al cual todos sus presidentes (con la solitaria excepción de Lincoln, quizá), han reivindicado siempre como su inalienable coto de caza. La naturaleza de esta amenaza debe convocar a todos quienes importa el destino de la región y la prosperidad de sus habitantes. Debe ser una convocatoria sin exclusiones ni diferenciaciones fundadas en antipatías de piel. Verbigracia, entre otras, la que provocan los militares. Cosa difícil para los cultores del progresismo al uso.

Se vienen años problemáticos. Sin embargo, si se tienen presentes estos datos y si se entiende que la batalla se disputa en un escenario muy amplio donde juegan actores de diverso peso y procedencia, se comprenderá que nada está perdido y que es siempre posible barajar y dar de nuevo.

 

 

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