El resultado de las elecciones brasileñas genera alivio. Pero hasta ahí nomás. Se ha soslayado un resultado adverso a Dilma Roussef y con ello se mantiene la política de inclusión social establecida por las gestiones de Lula y Dilma, y, sobre todo, sigue abierta la vía integradora para la región que inauguraran Ignacio Lula de Da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. También continúa la presencia activa de Brasil en el BRICS. Pero ha sido una victoria por estrecho margen. El candidato de la derecha sistémica, Aécio Neves, obtuvo el 48 ,36 por ciento de los votos, apenas tres menos del índice que marcó la presidenta: 51,64 por ciento. A esto hay que sumar una notable abstención en la concurrencia a las urnas, lo cual, en el cuadro de polarización extrema que existía entre los programas de los dos candidatos, indica una fatiga o un desinterés del público que augura mal respecto del compromiso militante que el simple mantenimiento del curso seguido hasta hoy por el gobierno del PT va a requerir en el futuro. Un futuro signado por la recesión internacional y por la renovada pretensión neoliberal de volver agresivamente al pasado.
En el Congreso el panorama es difícil. El PT mantiene la mayoría, pero solamente si sigue contando con la contribución del PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) una agrupación centrista que se mueve en base a intereses regionales e incluso individuales, y que en consecuencia es capaz de virajes y espantadas subitáneas entre sus personeros, según sea el grado de concesiones que obtengan de parte del gobierno. Lo cual arroja muchas dudas acerca de la capacidad que tendrá este para promover sus proyectos más en vista: la reforma constitucional y la promulgación de una ley de medios que mira precisamente a romper la sofocante muralla de campañas informativas destinadas a sembrar la sospecha, el desprestigio y las calumnias a mansalva contra la presidente y sus colaboradores, incluido el influyente Lula. El día de cierre de la campaña electoral, precisamente, la revista Veja lanzó una auténtica puñalada trapera contra Dilma y Lula, sacando a la luz las declaraciones de un ex colaborador del gobierno en las que se los responsabilizaba de haber sabido de la trama de corrupción existente en Petrobras y no haber hecho nada para desmantelarla. Era una acusación sin pruebas, desde luego, al mejor estilo de las que realiza Jorge Lanata entre nosotros, pero la intención del medio era transparente: se trataba de introducir la duda entre los electores, sin tiempo para que estos pudieran racionalizarla antes de emitir el voto. Y al día siguiente del triunfo de Dilma se hundió la Bolsa, se desplomaron los valores de la petrolera estatal y el dólar alcanzó su máximo desde 2008.
El hecho de que el núcleo duro de la oposición esté en San Pablo, la zona más industrializada y financieramente poderosa del país, augura que continuará la implacable presión contra la orientación moderadamente dirigista de la economía practicada por los gobiernos del PT. El ariete usado para atacar esa orientación ha sido –como lo es en Argentina y en el resto de los países del área- el oligopolio que se ha conformado en los medios de comunicación, un enemigo doblemente peligroso porque condiciona incluso a quienes, en la oposición, podrían tener un discurso algo más responsable frente al accionar gubernamental, pero que temen verse ninguneados o convertidos en muertos civiles por el silencio o el desdén que los medios tengan respecto de sus personas.
Las similitudes con la situación que se vive en Argentina son realmente notables. Por supuesto que salvando las distancias: Brasil es ya una potencia mundial y nuestro país está lejos de serlo. Pero la naturaleza del enemigo interno (al que la corrección política propia del sistema de democracia blanda en que vivimos impide denominar como tal, pero que lo es a todos los efectos) es la misma. Finanzas, capital concentrado, interés en mantener el vínculo de dependencia respecto del imperio; carencia, o mejor dicho rechazo, de una concepción estratégica autocentrada, desinterés hacia Iberoamérica, son los rasgos que lo distinguen. Desde luego que Brasil encuentra en su propio desarrollo los contrapesos que impiden que esa tendencia sea absolutamente gravitante, pero su influencia se hace sentir y podría conducirlo a jugar, en algún momento, el papel subimperialista que Estados Unidos le ha acordado y al cual una parte de su elite de poder se siente llamada. Brasil es la clave o la llave maestra de una integración suramericana; su renuncia a cumplir con esa misión sería una catástrofe. Hay una amplísima gama de asuntos que dependen de la manera en que en el palacio de Planalto se comprenda a ese cometido. El comercio, la potenciación industrial, la existencia de un mercado autosustentable, la adopción de una estrategia fundada en la comprensión geopolítica de los procesos, todo depende de esta potencia. Y también, por supuesto, de la forma en que los otros países latinoamericanos, con Argentina en primer término, puedan acompasar su marcha a ese tipo de orientación y de desarrollo.
Para citar un caso, por estos días se ha sabido que Argentina comprará 24 aviones caza interceptores de cuarta generación Saab Gripen, de fabricación sueca, dentro del programa denominado FX 2 que concretó Brasil para dotar a su propia fuerza aérea. El acuerdo se vincula a la complementación e integración aeronáutica que vincula a FADEA con Embraer y tiene como rasgo destacado el hecho de que Brasil consigue con esa compra la transferencia irrestricta de tecnología para poder fabricar esos aviones en territorio brasileño y equipar así a la fuerza aérea del país. Si la complementación e integración aeronáutica entre nuestros dos países y que se aplican hoy en la fabricación del transporte KC390, se hace extensiva al campo de los aviones de combate, resulta indudable el valor que para nuestra raquítica industria de defensa supondría tal aporte, amén de la significación estratégica que tendrá el reemplazo de los vetustos Mirage de nuestra fuerza aérea.
Este tipo de avances, como tantos otros que suponemos deben estar en carpeta, se hubieran casi seguramente frustrado si Aécio Neves hubiese llegado a la presidencia. Su proyecto era (y es) bajar la significación del MERCOSUR, junto a la reimplantación de las políticas de ajuste que exigen el FMI y los organismos internacionales de crédito y que en estos momentos, tras la devastación que sembraran en Latinoamérica, se están cebando con los pueblos de los mismos países donde dichos organismos sientan sus reales.
No puede pronosticarse cuáles serán los próximos desarrollos de la política en el país hermano. Una manera de “ondear” cuáles podrán ser ellos será seguir la suerte que en el nuevo gobierno de Dilma podrán jugar o no Guido Mantega o Aloízio Mercadante, o quienes se encuentren alineados en la estela de uno u otro. Ambos son figuras determinantes en materia de tecnología y orientación económica. El primero goza de la simpatía de Lula y el segundo se encuentra distanciado de este y, según se afirma, concita su cordial rechazo.
Todo está por verse. De cualquier manera la elección del pasado domingo ha alejado, al menos por cuatro años, el dogal del cuello del MERCOSUR. No es poca cosa.
Fuentes: Ámbito Financiero, La Nación, La Jornada (México).