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11
OCT
2014

Brasil de cara a la segunda vuelta

Rousseff y Neves: proyectos contrapuestos.
Rousseff y Neves: proyectos contrapuestos.
América del Sur se juega mucho en el balotaje brasileño. Una victoria de Aécio Neves podría significar un colapso del proceso integrador suramericano. Pero Dilma Rousseff tiene mucho resto todavía.

El resultado de las elecciones brasileñasdel pasado domingo implica que habrá una reñida segunda vuelta entre Dilma Rousseff y el candidato del PSDB, Aécio Neves, expresión de la derecha neoliberal pura y dura. El resultado es vidrioso porque, aunque la suma de los votos de Neves y de Marina Silva, la otra postulante a la presidencia, fue superior al total recaudado por Dilma, existe la posibilidad de que no pocos de los partidarios de Marina prefieran votar a la actual presidente, desoyendo el consejo de su jefa, si es que esta se decide finalmente a darlo, de respaldar a Neves. Pues hasta ahora ha sido su partido y no su máxima representante -que se ilusiona con negociar su apoyo- la que se ha expresado en ese sentido.

La prensa monopólica y las Bolsas de San Pablo y Buenos Aires han festejado el resultado, dando por sentado que se aproxima el fin del ciclo del PT en Brasil, como aquí, suponen ellos, el del kirchnerismo. Por una singular paradoja, esta alegría compartida pone una vez más en evidencia que la batalla política de América latina tiene el carácter unitario que es justamente lo que repele a los profetas del libre mercado. Pues estos desearían ver al Mercosur, a la CELAC y a la Unasur volando en pedazos o reducidos a simples canales de intercambio comercial, olvidando su enorme potencial político. Ese deseo revela que la batalla es una, que el subcontinente refleja sus contradicciones en conjunto y que entre ellas figura la voluntad de los establishments locales de mantenerlo atado a su actual condición fragmentada. No en vano responden todos a un mismo interés externo, cuya voluntad es impedir la configuración de América latina como una entidad regional articulada.

El tema brasileño es espinoso de analizar, pues unos 30 millones de personas superaron la pobreza durante los gobiernos de Lula y de Dilma y, sin embargo, una parte significativa de los miembros de ese sector respaldaron a los candidatos de la derecha. Esto se vincula tal vez a los complejos de una pequeño-burguesía recién advenida, algunos de cuyos integrantes sienten que ese ascenso no durará por siempre y por lo tanto tienden a oponerse a las políticas que promueven el acceso de nuevos sectores, que competirían con ellos y pondrían en riesgo su estatus. Otros grupos, en especial los jóvenes, no tienen una idea muy clara del pasado y son susceptibles a los cantos de sirena de los medios oligopólicos y a sus denuncias de corrupción. Ese inconformismo superficial, aunque dañino, se nota en muchas partes del mundo, desde Kiev hasta Hong Kong. Y los mass-media saben sacar provecho de esa inmadurez, centrándose en una denuncia obsesiva de la corrupción existente en cualquier gobierno, mientras olvidan la corrupción sistémica del tramado de intereses que funciona en colusión con el capital concentrado y del cual ellos mismos forman parte.

Los resultados más inquietantes de la elección brasileña, desde nuestro punto de vista, se registraron en San Pablo, donde la derecha triunfó en toda la línea. Ahí se concentra una enorme masa poblacional, ahí se asienta la gran burguesía industrial brasileña y también una miríada de pequeñas empresas. El punto de vista de sus mandantes –a los que Aécio representa bien- es fortalecer la vinculación con Estados Unidos, lo cual significaría el alejamiento del polo de naciones emergentes que se ha formado con el BRICS y también el redimensionamiento a la baja del Mercosur, una aproximación a la Alianza del Pacífico y la búsqueda por Brasil del rol de un subimperialismo asociado al imperialismo norteamericano. Se trata de un cálculo renunciatario, típico de la mentalidad dependiente respecto del destino del país y del pueblo que se quieren gobernar. Pero esa ha sido siempre la naturaleza de nuestras castas dominantes y no va a cambiar ahora.

En este caso esa ecuación siniestra no tiene por fuerza que cumplirse. En primer lugar porque la experiencia petista no ha transcurrido en vano y mucha gente no ha olvidado los estragos del neoliberalismo. Dilma dista de estar vencida, aunque se encuentra en una situación peligrosa. En segundo término porque la cancillería brasileña tiene tiempos que no son los de avatares coyunturales de la política; sus cuadros son duchos en evaluar los datos tanto de la realipolitik como de la geoestrategia. Saben que la asociación estrecha con un poder implacable y codicioso como es el del “hermano” del Norte remedaría la fábula del caldero de hierro y el caldero de barro. En algún momento de su deriva por el río el primero despedazará al segundo. En especial porque Brasil acumula reservas naturales que el norte desarrollado ambiciona dominar.

Ocurre que en Brasil, como en Argentina o todavía más que acá, ciertas medidas de fondo que deberían haber sido asumidas para alterar radicalmente los parámetros de la realidad no han sido puestas en práctica. Persiste la regresividad tributaria y el sector especulativo de la economía es muy fuerte. Pero no van a ser los opositores a la actual presidenta los que enmienden tal situación. Todo lo contrario. Es por lo tanto necesario que Dilma emerja vencedora del balotaje. La búsqueda del apoyo proveniente de los sectores del partido verde a los cuales Aécio Neves y lo que significa les resulta intolerable, y de la opinión que prefirió abstenerse en los últimos comicios, deberá por lo tanto circular a través de carriles agresivos, que no sólo hagan valer los méritos de la anterior gestión del Partido Trabalhista, sino que postulen una profundización de las medidas encaminadas a hacer de Brasil una sociedad más justa, independiente y soberana.

En Argentina, aunque falta todavía un año para la instancia electoral, las cosas no deberían discurrir de diferente manera. Aquí desde luego todavía faltan definir las candidaturas, pero se tiene la impresión de que si desde el Frente para la Victoria se puede perfilar una fórmula capaz de proponer un discurso que, amén de justificar lo hecho, sepa hacer creíble una profundización del proceso de reformas iniciado, no existiría frente a él un conglomerado político capaz de disputarle el poder. Los manejos de la politiquería pequeña están desprestigiando a una oposición ya de por sí oportunista, desprovista de nervio y carente de meta; como no sea, en el caso de Macri, la de devolver al país a los brazos de la dictadura neoliberal de los 90.

Los grandes medios del monopolio periodístico son en definitiva la única herramienta eficaz que le está restando al sistema para desgastar al kirchnerismo, y a fe que se prodigan en esa tarea. Su prédica incansable, venenosa y derrotista para el país y respecto de cualquier proyecto provisto de una visión que apunte a escapar a la dependencia integrando un bloque regional dotado de poder, puede ser eficaz hasta cierto punto, de no existir un fuego de contrabatería que desmenuce críticamente su discurso. Pero incluso esa pócima, con todo su potencial deletéreo, se revelará insuficiente si no cuenta con una fuerza política idónea para encarnarlo. De ahí el furor de un Lanata contra los políticos de ese sector, a los que tapa con groserías de un calibre que nunca se había escuchado antes en la televisión y frente a las cuales los afectados no hacen otra cosa que agachar la cabeza y excusar a quien los injuria. Lo que da cuenta de su absoluta orfandad de recursos, tanto ideológicos como personales…

Capear la crisis económica que recorre al mundo es el primer deber de los gobiernos latinoamericanos que surgieron de la oleada populista que a principios de siglo consiguió, en esta parte del mundo, frenar la ofensiva neoliberal y consintió a países como Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia evadirse del lazo corredizo del ALCA. Sin embargo los defensores del sistema hegemónico piloteado por Estados Unidos nunca han abandonado sus planes y tienen sobrados elementos económicos y mediáticos para mantener sus aspiraciones. Ante la pobre performance de los que deberían ser su brazo político, apelan a la desestabilización económica y psicológica del país y del electorado. Apuestan al desgaste y el cansancio que, combinados con la capacidad abarcadora de un discurso omnicomprensivo que machaca los lugares comunes del relato neoliberal, podrían, en algún momento, suscitar una desestabilización susceptible de ser aprovechada.

Ahora bien, el domingo se vota en Bolivia. Todos los pronósticos indican una amplia victoria de Evo Morales. Vendrá bien para fortalecer la esperanza. 

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