Los temas políticos de la semana, sea nacional o internacional, son muchos y picantes. Podríamos volver sobre la farsa cínica que los medios oligopólicos tejen en torno al tema de la deuda y a su trémulo servilismo frente a la insolencia de, por ejemplo, un editorial del Wall Street Journal, que nos define como quejicosos derivadores de responsabilidades propias en gobiernos ajenos; o a las elecciones de este domingo en Brasil. Pero a estas últimas las dejaremos para después de que se verifiquen –vaya nuestra más encendida simpatía a la candidata del PT, Dilma Rousseff-, y cuanto al primer tema creemos haberlo abordado con asiduidad en estos días, de modo que nos ahorraremos el dolor de muelas de volver sobre este.
Pero ya que la realidad es recurrente, tanto en América latina como en el vasto mundo, puede ser más interesante volver sobre el dramático escenario global, en especial si tenemos en cuenta la escasa atención que los medios de comunicación argentinos (salvo en el caso de algún programa especializado, como el excelente Visión 7 Internacional) dedican a relatar y fijar las coordenadas de un decurso mundial que reviste, en estos momentos, una gravedad suma.
El observador, cuando se aproxima a este escenario convulso, no sabe muy por dónde empezar o en cuál lugar depositar preferentemente su atención. Si en Ucrania, donde el ejército de ese país violó la frágil tregua establecida por el acuerdo de Minsk, bombardeando a la ciudad de Donetsk; si en Hong Kong, donde se insinúa una de las típicas revoluciones de color que tanto rédito han dado al imperialismo norteamericano; o bien en el medio oriente, donde, una vez más, so capa de la intervención humanitaria, Estados Unidos se está dando el gusto de continuar con su proyecto de rediseño de la zona.
Lo esparcido de todos estos conflictos contribuye, sin embargo, a determinar el rasgo que mejor define a la política imperial de esta época: el caos programado. Mientras tanques y tropas norteamericanas se preparan para desembarcar en los países bálticos, Putin arregla con el presidente egipcio Abdelfatah al Sisi la entrega de armas rusas a Egipto; los bombardeos anglonorteamericanos sacuden a Irak y Siria tomando como blanco a los combatientes del EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante) y a los pozos petroleros de los cuales los terroristas sacaban provecho; y, en Hong Kong, cientos de miles de estudiantes propugnan reformas democráticas inobjetables, pero que minarían el delicado equilibrio geoestratégico en la región, en la medida en que se pretenda extenderlas a la China continental. Estará en la inteligencia de los gobernantes de Pekín la posibilidad de ceder parcialmente ante esos reclamos sin ver desequilibrada su estabilidad. Cándidos, inocentes e ignorantes del peso de las realidades en la política de poder, hipnotizados por los lugares comunes de la versión neoliberal o de la anarquista de la democracia –como antes podrían haberlo estado con la utopía de la revolución- los estudiantes de Hong Kong son material gastable que sirve, sin embargo, para tantear los reflejos defensivos del despotismo chino y para minar la estabilidad y sobre todo el prestigio internacional de la potencia que se apresta a alcanzar la categoría de primera economía del globo.
Este último dato es probablemente el más determinante para significar el caos que avanza en el escenario internacional. Porque el capitalismo salvaje fincado en la especulación financiera y el sistema económico concentrado, que hace de la maximización de la ganancia su única razón de ser, se encuentra en un declive inexorable y es incapaz de proporcionar al mundo un ordenamiento mínimamente armónico. En vez de esto le inyecta un desequilibrio financiero que desordena todas las coordenadas y agrava sin necesidad las contradicciones sociales derivadas de la distribución cada vez más desigual del ingreso. Chupa el beneficio y no lo vuelca, así sea en parte, sobre quienes lo producen. En este esquema la regresión en los países subdesarrollados se profundiza y alcanza incluso a los que no lo son a través de la destrucción de las bases que sostenían al estado de bienestar. Una conquista populista en el primer mundo que odian los alumnos de la escuela de Chicago, profetas del darwinismo social.
El modelo neoliberal o neoconservador se afinca en los países noratlánticos, capitaneados por Estados Unidos, la mayor potencia militar del planeta. En oltros lugares hay estados que, cualesquiera sean sus problemas o sus defectos, tienen la fuerza suficiente esquivar la total financiarización de la economía y mantener un ritmo de desarrollo fundado en el estímulo a la producción. Por lo tanto se niegan a convertirse en meros apéndices de la coalición de los fuertes y entienden mantener su capacidad para darse el tipo de evolución que les convenga. El hecho de que una serie de países emergentes o reemergentes –Rusia en este último caso- estén en una etapa de crecimiento rápido y algunos casos en apariencia imparable, como China, y que en poco tiempo más puedan encontrarse en una condición político-militar capaz de desbancar al poderío de los países hasta aquí dominantes, plantea un peligro para el sistema que debe ser eliminado.
La punta del ovillo
La existencia de países dueños de enormes recursos energéticos y capaces de negociar entre sí, está poniendo en tela de juicio la primacía del dólar. De este inmediato factor de riesgo proviene la agresividad y el dinamismo desenfrenados que se pone de manifiesto en la política de Estados Unidos y sus aliados. Por un lado se hostiliza a Rusia y se la va encerrando en una especie de callejón sin salida. Por otro el presidente Obama proclama al área del Pacífico de importancia vital para USA y se planta en forma inequívoca como factor de contención respecto a China. Y en el medio oriente, se asiste a un crescendo de la actividad bélica complicado con una guerra informativa que se esfuerza en ocultar los datos centrales de la ecuación bajo el manto de una desinformación sistemática. Es obvio que el EIIL es una criatura de Estados Unidos. El 45 % de sus combatientes son mercenarios (o voluntarios encendidos por una fe fanática, o ambas cosas a la vez) provenientes de Arabia Saudita. Otros son libios, jordanos, chechenos y de otras nacionalidades. Fue equipado principalmente por la monarquía saudita y por Turquía, y existieron contactos entre su jefe, Ibrahim Al Baghdadi, y el senador republicano y ex candidato a la presidencia John McCain.
Si ahora el EIIL se ha vuelto contra sus creadores es un tema opinable. Quizá sus militantes crean haberlo hecho, pero el resultado objetivo de sus repugnantes acciones, como la matanza de prisioneros y civiles, y la intimidación masiva de las poblaciones que se ven obligadas a migrar, encaja en un cuadro de limpieza étnica que Estados Unidos no desea realizar por sí mismo, pero que se adecua perfectamente a su proyecto de rediseño del medio oriente. La actual oleada de terror y de combates que se extiende por el norte de Irak debería consagrar, en la forma, lo que en los hechos ya se ha producido, esto es, la partición de ese país, aislando el gobierno de la mayoría shiíta y sacando a esta etnia de su rol como factor dominante en la zona. Por otra parte la situación brinda un inmejorable pretexto para comenzar con la demolición sistemática de las infraestructuras de Siria. En efecto, aduciendo que el pretendido califato islámico extrae sus recursos económicos con el petróleo extraído en la zona que controla en Siria, la aviación norteamericana ha destruido una docena de refinerías ubicadas en el este de ese país. Las refinerías se cuentan entre las instalaciones industriales más costosas y el daño que se ha inferido a Siria con esas operaciones no puede ser mensurado. Como tampoco puede calcularse el perjuicio que se derivará de las venideras incursiones.
El complicado ajedrez del medio oriente y el Asia central no es sino parte de una enorme batalla que comprende al mundo en su totalidad. Es una guerra mundial en sordina que el público no registra como tal, porque la devastación física se ejerce en áreas puntuales. Pero la destrucción económica, social y psíquica que este desequilibrio provoca, y las continuas tensiones que origina y que repercuten en la vida de los países y de las personas, obligan a prestarles atención. Las batallas por las materias primas –el gas y el petróleo en primer término-, los recorridos que ha de tener su comercialización y la pelea en torno a cuál o cuáles han de ser las divisas que se constituirán en referentes del mercado global, se encuentran en el primer plano de los múltiples casus belli que proliferan en el planeta.
Fuentes: Global Research, Red Voltaire.