Hace apenas unos días el presidente Obama declaró a su país en estado de guerra con el Estado Islámico y decidió el bombardeo de los objetivos vinculados a este en Irak y… Siria. Nos encontramos así con un nuevo incremento de la participación norteamericana en unos conflictos, los del medio oriente, que han sido fomentados y alimentados por Washington, junto a sus asociados de la OTAN e Israel.
El estado islámico, también conocido al principio como el califato de Irak, Siria y Levante, que surgió de pronto con un impresionante despliegue armamentístico para ocupar como por arte de magia la mitad de Irak, es un desarrollo de las formaciones desprendidas de Al Qaeda y Al Nusra, equipadas por Estados Unidos, Turquía , Arabia saudita, Jordania e Israel, para derrocar al gobierno sirio de Bachar Al Assad. Ahora bien, es sabido que la magia no existe en las relaciones internacionales; en todo caso existen los juegos de prestidigitación. El surgimiento y el desplazamiento de ese ejército islamita no puede haber pasado desapercibido ni para los servicios de inteligencia occidentales ni para los satélites espías. Cabe suponer por lo tanto que los terroristas del EI fueron dirigidos hacia la meta iraquí por los gobiernos imperialistas, ante la evidencia del fracaso de su misión primigenia, que era la de destruir al estado sirio.
Pero esta movida, en realidad, como lo demuestra la decisión de Obama, sirve pretexto para la CIA y el Pentágono describan una circunvolución, una especie de espiral en bumerán, que les consentiría ahora, aparentemente, descargar sus armas sobre el territorio sirio, iniciativa que hasta aquí les había sido vedada por la franca oposición de Rusia y China. La excusa para este procedimiento es la manifiesta barbarie de los militantes del EI, que masacran a prisioneros y a civiles por centenares, aparentemente sin otro motivo que el de no ser suníes; y la comisión de crímenes atroces, como la decapitación de varios periodistas norteamericanos y británicos que estaban en sus manos. Los videos sacrificiales que muestran esas bestialidades por cierto impactan al público occidental con mucha más eficacia que la noticia de las bellaquerías que los terroristas practican con otros musulmanes, pero el sentido de todo es el mismo: la barbarie de los fundamentalistas que ellos han creado, consentirá ahora, a los aliados occidentales, no sólo destruirlos sino practicar el tiro al blanco sobre las infraestructuras, la población y los recursos materiales del ya probado estado sirio.
Han transcurrido dos años de guerra civil en este desdichado país, con un saldo que roza ya los 200 mil muertos. Nada indica que su martirio vaya a terminar, toda vez que la agresividad de la política occidental toca su punto más alto, no sólo en el medio oriente sino en el mundo entero, con particular incidencia en Ucrania, donde se están delineando los contornos de un regreso a la guerra fría de una peligrosidad quizá más acentuada de la que tuvo vigencia en tiempos de la extinta Unión Soviética.
El problema estriba, en efecto, en que ya no existe el colchón de estados satélites que protegía al estado soviético de los países de occidente, sino que, desaparecido el Pacto de Varsovia, la alianza militar occidental se encuentra a las puertas de Rusia. En un mundo armónico esto no tendría que significar mucho, pero en el cuadro de las contradicciones entre el sistema-mundo de impronta neoliberal que aspira a la hegemonía, y el de las potencias emergentes que se agrupan en el BRICS y en el Grupo de Shanghai, esta proximidad es explosiva.
Frágil tregua
De momento parece insinuarse una tregua en Ucrania pues, junto a la ratificación por el Parlamento (Rada) de la asociación con la Unión Europea, el presidente Petro Poroshenko hizo votar una ley que otorga un estatus especial, con derechos de autogobierno, por tres años, a la zona oriental del país, el Donbass, así como una amnistía para los rebeldes separatistas. Consiente la existencia de las milicias de autodefensa, las convocatorias a elecciones y el derecho de una lengua propia a la población rusófona de la zona, así como una estrecha vinculación económica entre el área y las zonas fronterizas rusas. La única condición que plantea como contrapartida es que los dirigentes rebeldes renuncien a su reclamada independencia. Es decir, que reconozcan la integridad territorial de Ucrania. El gobierno norteamericano ha alabado la ley y Rusia parece prestar conformidad a este acuerdo, pero con la salvedad de que exige a Occidente que no proporcione armas a Ucrania.
Y bien, hace un par de semanas, durante la cumbre de la OTAN en Gales, la organización atlántica decidió el alistamiento de una fuerza de combate de despliegue rápido que se instalará en los países bálticos y se anunció el envío de otra fuerza de 200 hombres para formar a las tropas ucranianas y ayudar a su modernización. Todo como respuesta a la presunta “agresión rusa” en el Donbass y a la pretendida invasión del territorio ucraniano por tropas moscovitas. Al mismo tiempo la UE y Estados Unidos siguen haciendo bandera con las sanciones contra Rusia para castigarla por su injerencia en Ucrania.
En el lenguaje orwelliano que distingue a la sociedad de la comunicación, la OTAN fue siempre definida como una organización militar defensiva, creada en 1949 para oponerse al expansionismo soviético en Europa. De hecho no era así, dado que la URSS, después de la segunda guerra mundial, estaba exhausta y lo que deseaba era construir en sus inmediaciones un glacis defensivo que alejase la amenaza exterior de sus fronteras y le permitiese reorganizar su sociedad desangrada y arruinada por la lucha contra el invasor nazi. Para eso tenía que oprimir, sin duda, a los pueblos de la Europa oriental que no deseaban su tutela y que habían quedado en su área de influencia en la repartija que la Gran Alianza había efectuado en la conferencia de Yalta. Pero, pese ese agotamiento y a su evidente incapacidad para desbordarse sobre Europa occidental, la URSS fue de inmediato tachada como una fuerza expansionista por el bloque anglosajón, que primero la sometió a la extorsión del Plan Marshall –el plan de ayuda que puso de pie a Europa occidental, pero que sólo se haría extensivo a Rusia y los países sometidos a su férula si estos abandonaban la economía planificada-, y luego la demonizó sistemáticamente. Fue bajo esta presión que la contraparte de la OTAN, el Pacto de Varsovia, fue construida en 1955, o sea seis años más tarde de la creación de la alianza militar occidental.
Después del hundimiento de la Unión Soviética y de la evaporación del Pacto de Varsovia la OTAN procedió a expandirse sistemáticamente –a pesar de las seguridades en contrario que se le habían dado a Mijaíl Gorbachov- a los países de Europa oriental y a excitar las tendencias a la disolución de los estados allí donde había posibilidades de fomentarla. Fueron los casos de la ex Yugoslavia y la vieja Checoslovaquia. Al mismo tiempo la supuesta ajenidad de la alianza atlántica respecto a los conflictos en el resto del mundo se disipó a través del intervencionismo activo que sus miembros –siempre conducidos por Estados Unidos-realizaron en Irak, Afganistán, Libia, Siria y los países del golfo. Ahora se ha metido dentro de un espacio geográfico connotado por su vinculación con el imperio de los zares y con la Rusia soviética, donde una parte sustancial de su población –la que habita el Donbass- es rusófona y ansía liberarse de la coerción cultural y militar de la Ucrania kievita, que pendula hacia la Europa central y desea ingresar a la Unión Europea. Este lunes el parlamento ucraniano aprobó el ingreso a la UE.
Desaforado apetito
El deus ex machina de todo este movimiento es el desaforado apetito y la irresponsabilidad de un sistema capitalista fundado en el anonimato corporativo y en la especulación financiera que tiene como única meta la absolutización del beneficio y que pretende que sea este el principio sobre el cual se asiente una globalización asimétrica. Si no se pone un freno a esta concepción despiadada de la existencia que la reduce a una pura mercancía, las tres cuartas partes o más de la población del mundo estarán perdidas, sometidas a una injuria permanente. El Papa Francisco –que es una de las pocas voces con eco universal que mantiene un discurso racional frente a la deriva desastrosa que vive el planeta- lo ha advertido muchas veces, con el resultado de que los sectores más radicales y brutos del sistema, que son también los más francos y expresan lo que otros más poderosos se guardan para su coleto –el Tea Party, Sarah Palin, algunos teólogos conservadores- se han puesto a estigmatizarlo como “comunista”. Otros incluso lo acusan “de ser argentino y en consecuencia, de ignorar los datos básicos de la economía”. En buena hora, esto demuestra que el Papa esta vez no proviene de los países ahítos del norte desarrollado, sino que viene, como él mismo lo ha dicho, “del fin del mundo”. Es decir, como señala Leonardo Boff, de un cristianismo no agónico, sino joven y fresco, que se ha venido elaborando en los 500 años de existencia de la América latina.
Dicho sea de paso, Francisco dio hace muy poco una definición de la “teoría del derrame” que recusa de una manera muy sencilla y deliciosamente irónica a los profetas de ese principio doctrinario del neoliberalismo, según el cual la acumulación de dinero por una clase adinerada no sólo no obsta para la mejora del bienestar común sino que lo favorece, pues las inversiones y donaciones de los pocos adinerados se “derramarán” sobre el resto de la población. De esta forma, dicen los profetas neoconservadores, se anima a los gobiernos a introducir rebajas fiscales a las clases adineradas para promover el “exceso” de capital, confiando en que este se termine vertiendo en el resto de las capas de la sociedad. Así serán algunos sujetos individuales los que estimularán la economía en lugar del pesado aparato estatal.
A esta utopía el Papa ha replicado de una manera muy racional y concreta. “Se promete –dijo- que cuando el vaso esté lleno, este se desbordará beneficiando a los pobres. Lo que realmente sucede es que, cuando está lleno, las paredes del vaso crecen como por arte de magia, y así nunca sale nada para los pobres”.
No es una humorada. Es una verdad de a puño.