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11
SEP
2014
La Asamblea General de la ONU trata el tema de la deuda soberana a pedido de Argentina y el G 77 más China.
La Asamblea General de la ONU trata el tema de la deuda soberana a pedido de Argentina y el G 77 más China.
Nuestro país obtuvo un sustancial apoyo en la ONU contra los fondos buitre. Pero el mundo es un escenario explosivo y entre nosotros impera la discordia. Es necesario arribar a un consenso mínimo para encarar las tormentas del futuro.

Argentina ha conseguido un notable triunfo al obtener la aprobación, en la Asamblea General de la ONU, del proyecto que elaborara con el G-77 más China en el sentido de establecer un marco jurídico legal para la reestructuración de la deuda soberana. La votación arrojó 124 votos a favor, mientras que 11 países votaron en contra (Estados Unidos entre ellos) y 41 se abstuvieron. Rusia, que marcha aceleradamente a la concreción de la Unión Euroasiática, se pronunció a favor del proyecto. Según se anticipa, Argentina presentaría su propuesta concreta antes de fin de año. El proyecto oficial plantea que si un país reestructura su deuda y ese plan es aceptado por el 66 por ciento de los tenedores de bonos, el otro 33 por ciento debe aceptar esas condiciones, tal como sucede en cualquier proceso de reestructuración de deuda en el ámbito comercial.

Se da así un paso importante en pro de poner algo de orden en el caos financiero internacional, caos fomentado por las potencias que propician la globalización desigual y que están poniendo en juego en estos momentos todo un arsenal de medidas jurídicas, económicas, militares, mediáticas y conspirativas que están incendiando el planeta, con el fin de imponer su prospecto de orden mundial.

Se trata de una batalla de proporciones gigantescas, que no va a acabar hoy ni mañana, y que encierra innumerables peligros. El principal de ellos es el carácter aventurero, belicoso e irresponsable de la oligarquía político-financiera que tiene entre sus manos la definición de la política norteamericana.

Ante este frente de tormenta, Argentina debe tomar sus recaudos. Estamos insertos en una corriente mundial que nos es desfavorable en algunos de sus tramos, pero que ostenta también un crecimiento de la opinión anti-sistema y la emergencia de grandes potencias como Rusia, India, China y Brasil (esta última a una distancia considerable de las otras) que por su entidad no pueden ser arrastradas con facilidad por esa corriente y que, por el contrario, se perfilan como competidores del sistema-mundo. Su adhesión a una política alternativa a la del bloque atlántico se encuentra garantizada por el hecho de que el imperialismo occidental, por su propia dinámica exasperada que constituye al beneficio como “ultima ratio” del poder, es incapaz de moderar su agresividad y su apetito, y busca imponerse en todos los planos. Su indiferencia hacia la humanidad corriente se traduce en la implacabilidad de los procedimientos a los que apela para poner en marcha sus planes y en la irresponsabilidad que ostenta respecto a la probabilidad de encontrar en ellos su propia Némesis. No es sólo que está loco sino que es “la locura enloquecida”, como Herman Melville (un estadounidense cuyo genio literario avizoraba el futuro) definía al capitán Ahab, el perseguidor de la ballena blanca.

Argentina ha sido duramente probada en el pasado por las políticas del imperio. De hecho fue devastada y ahora apenas si comienza a levantar cabeza. La crisis mundial de los mercados la ha tocado, pero no la ha vulnerado en la medida en que podría haberlo hecho si a su frente hubieran estado los mariscales de la derrota que la condujeron durante el larguísimo proceso neoliberal. Así las cosas, sin embargo, casi todo el espectro opositor no ha atinado a definir una posición medianamente nacional ante el embate de los fondos buitre –que actúan con el respaldo silente de la justicia y del gobierno norteamericanos- llevan contra el país y que, de tener éxito, nos devolvería al peor de los escenarios, convirtiéndonos en deudores de un débito imposible de satisfacer y regalando nuevamente los recursos a medias recuperados –YPF, Aerolíneas- a las zarpas de la usura internacional. Los gurúes de la Bolsa –los Melconian, Broda, Espert y compañía- han vuelto a destilar su veneno en las pantallas de la televisión; el enterrador Cavallo, que confía en la mala memoria del público, de nuevo exhibe sus talentos de prestidigitador, y los periodistas que sirven a los oligopolios de la prensa oral y escrita, pronostican catástrofes sin cuento si no cumplimos con los hold outs, colmándonos de noticias que tienen como único fin fomentar la angustia.

Lo más grave de todo esto, sin embargo, es que las fuerzas políticas opositoras al actual gobierno no parecen poder resistir la tentación simultánea del oportunismo y del servilismo. Oportunismo porque, ante la próxima instancia electoral, hay que desacreditar al gobierno y a las tendencias que este expresa con miras a minar su prestigio y a conseguir un mejor acomodo en las urnas. Y servilismo porque su sumisión a los grandes medios de comunicación expresa no sólo la búsqueda de un espacio comunicacional que las proyecte a cualquier costo en el plano audiovisual, sino porque muchos -la mayoría- de sus promotores comulgan con la concepción dependiente del destino argentino, al que no imaginan como un espacio con volición propia sino como el apéndice, fatal, de las políticas de las grandes potencias de turno. Algunos asumen esta ecuación negativa de manera superficial, sin saber de lo que están hablando o representándoselo a medias (Binner por ejemplo), pero otros, como Macri o el inefable Sergio Massa saben muy bien de lo que se trata y optan sin la sombra de una duda por el patrón que se autoimponen y con el cual están seguros de seguir haciendo sus buenos negocios. Si no para ellos, sí para la corporación empresarial y financiera a la que expresan y que desde luego se ha definido siempre por su postura capitalista antes que burguesa, pues la burguesía –una burguesía digna de ese nombre- ha sabido en su momento defender su mercado interno y apostar por un desarrollo autocentrado antes que por el rol de intermediario privilegiado de un poder externo.

Esta es una debilidad que arrastra nuestro país y respecto a la cual no debe consolarnos el hecho que en otras partes de Latinoamérica se divisen tendencias similares. Es por esto que hay que estar atentos a los desarrollos que se están produciendo en Brasil, cuyo rol de líder del Mercosur le otorga responsabilidades y deberes con los que no siempre cumple,[i] y cuyos sectores empresarios, en particular en el empresariado paulista, incuban una tirria feroz contra el gobierno del PT. Ahora les ha salido una candidata a medida; por una mala pasada del destino –o buena, según el ángulo desde donde se mire- el candidato a la presidencia por el PSB (Partido Socialista Brasileño) para las elecciones de este mes, Eduardo Campos, pereció con todo su equipo de campaña en un accidente aéreo. Estaba lejos de ser un favorito para las elecciones, pero fue reemplazado por Marina Silva, antes candidata a la vicepresidencia y personaje de contornos cinematográficos. De extracción pobrísima, zamba –es decir, mezcla de amerindio con negro-, ambientalista, pedagoga y afiliada al Partido Verde, profesa el pentecostalismo, una variante del protestantismo, de rápida difusión en los sectores más necesitados de Brasil. Su programa es toda una incógnita, pues deberá conciliar su vocación ecologista con el respaldo de fuerzas que representan todo lo contrario de lo que ella dice creer. Su popularidad es innegable, sin embargo, y los sondeos la están poniendo en un cabeza a cabeza con Dilma Rousseff en la primera vuelta y como probable ganadora de un ballotage. La oposición a Dilma, por supuesto, ha alineado sus baterías mediáticas a su favor –un clavo saca a otro clavo, dicen- y sin duda el ecologismo, las ONG y demás artificios inventados por el centro mundial para erosionar por izquierda a los gobiernos populares de Suramérica son una amenaza más que una garantía a la hora de contar los tantos. (2) 

En consecuencia se hace necesario para nuestro país definir su frente interno de la manera más sólida y eficiente que sea posible. Puede que la razón y el patriotismo iluminen a los sectores menos enceguecidos de la oposición para arribar, de consuno con el FPV, a algún consenso básico en materia de políticas de estado que consienta la gobernabilidad después de la instancia electoral del 2015, cualquiera sea su resultado. Las mediaciones tácticas con la que eventualmente se construya este acuerdo es posible que haya que elaborarlas en el día a día. Pero de lo que no hay duda es de que sólo la continuidad y la profundización del curso que arrancó en el 2003 podrá garantizarle al país un tránsito quizá incómodo, pero estable, en los años inmediatamente por venir.

 

Notas

[i] Por ejemplo en la política poco escrupulosa respecto a Bolivia en materia de la explotación del gas, y respecto a Argentina en el BRICS: según algunas filtraciones una presunta invitación de Vladimir Putin para que nuestro país se sumara al grupo como miembro pleno en la cumbre de Fortaleza, fue objetada por la cancillería brasileña, interesada en jugar el papel de primus inter pares en Suramérica. 

2) Desde que escribimos esto ha llegado a nuestro conocimiento un artículo de Emir Sader que analiza el programa económico de Marina, el cual no puede ser más negativo para el MERCOSUR. En él tres puntos se destacan por su relevancia: "independencia del Banco Central, baja del perfil del Pré-sal (explotaciones petrolíferas en la costa) y baja del perfil del Mercosur, sustituido por acuerdos bilaterales". ¿Con Estados Unidos?, se pregunta el articulista. A esto se añade el  hecho de que Marina tiene en la coordinación de su campaña a los más destacados nombres del neoliberalismo brasileño. Todo esto implica que una victoria de la candidata ecologista estaría definiendo el peligro de un retorno a fojas cero en la lucha por la integración latinoamericana.  

 

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