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08
AGO
2014

Rápido deterioro de la estabilidad global

Misiles en la Plaza Roja.
Misiles en la Plaza Roja.
Washington sigue jugando con fuego. Atrapado en el vértigo de su propio dinamismo demuestra que en ningún caso aceptará a Rusia como socio igualitario: su propósito es acabar con la posibilidad de que esta vuelva a ser una potencia de primer orden.

Qué difícil es diseñar un panorama del momento político internacional sin caer en los pronósticos con resonancia apocalíptica. Pero creo que no habría que llamarse más a engaño: las fuerzas que comandan el sistema-mundo o que intentan crearlo de acuerdo a su propia conveniencia desde sus núcleos de poder, no parecen poner freno a sus apetitos. Peor aún, el establishment político de los países dominantes de occidente, que se mueve al son de las directivas que emanan de Washington, es incapaz de elaborar políticas propias y funciona a remolque de aquellas.

Esto es singular porque, quizá por primera vez en la historia, un puñado de personas tiene en su puño el destino del mundo. La humanidad ha conocido épocas catastróficas en el pasado, ha vivido revoluciones y contrarrevoluciones y ha transitado por dos guerras mundiales y por una guerra fría que durante treinta años le hizo contener el aliento, pero hoy no parece haber ninguna fuerza política en el mundo desarrollado que genere cierto resguardo; ninguna disuasión mutua como palanca a la cual aferrarse para resistir el envite de las fuerzas impersonales que revuelven el caldero y frente a cuya irresponsabilidad sólo vale una oposición férrea y armada. Lo que nos pone a dos dedos de cualquier cosa: sea a una serie de conflictos esparcidos, sea frente a una guerra nuclear que no dejará piedra sobre piedra.

No es más que una millonésima parte de la población mundial la que nos pone en esta emergencia, pero es un hecho que el capital financierizado y anónimo, que creyó haber encontrado la ocasión dorada para hacerse con el dominio global tras la caída de la Unión Soviética, siente que esa ventana se está cerrando y que la multipolaridad, con la emergencia de nuevas potencias, más su propia crisis y la incapacidad de realizar un aporte constructivo para superarla a través del desarrollo, imposibilitarán ese proyecto a corto o mediano plazo. La única forma de evitar la decadencia es escapar hacia adelante y eso está haciendo, poniendo al mundo al borde de una crisis incontrolable.

En la década anterior a 1914 los temores de los imperialismos inglés, francés y ruso ante el ascenso del imperialismo alemán los empujó a fomentar políticas de cerco que excitaron la agresividad germánica, pues el Reich también sintió que el tiempo se le escapaba de entre las manos, dado que si seguía esperando habría de enfrentar una coalición enemiga a la que no podría vencer. El resultado fue la primera guerra mundial. Hoy el problema reviste un aspecto algo diferente, pues el interés del bloque chino-ruso consiste en evitar la guerra y conseguir, por el peso de su propio crecimiento específico, una gravitación económica y militar que resulte inatacable y permita organizar el mundo de acuerdo a pautas multipolares más ecuánimes, bien que capitalistas en cualquier caso.

Pero no parece que vayan a tener oportunidad de rehuir algún tipo de enfrentamiento a corto o mediano plazo con occidente, pues ahora actúan fuerzas que escapan al control de unos gobiernos convertidos en meros reproductores de unas líneas de fuerza que escapan a todo control político. La fuerza rectora del neoconservadurismo atrincherada en Wall Street, la City de Londres, los organismos transnacionales de los que se sirven y los paraísos fiscales, se vale del complejo militar industrial y de una estructura conformada por los medios de comunicación, los partidos políticos difusores del discurso único y las agencias de inteligencia que hacen proliferar el espionaje, la desestabilización y las guerras en sordina, para sabotear cualquier posibilidad de arreglo más o menos pacífico a los conflictos globales. Pues sin mencionar al infierno en que ha convertido al medio oriente la sociedad entre Estados Unidos e Israel, el activismo militar de la OTAN en Ucrania está tocando un punto de terrible sensibilidad para el equilibrio geopolítico del mundo.

Los rusos querrán ganar tiempo, pero hay la sensación de que las fuerzas que tienen al frente no van a permitírselo.

En el actual cuadro estratégico las maniobras navales en el Mar Negro y en el océano Ártico de fuerzas de tareas de la OTAN, por ejemplo, arrojan una luz inquietante. Hay también una curiosa demora en hacer público el análisis de las cajas negras del avión malayo abatido, que está teniendo lugar en Londres. Se sospecha su manipulación. Y cada día se plantea con más fuerza la hipótesis de que el derribamiento del avión de Malaysian Airlines sobre suelo de la “Novorosia” a que aspiran convertirse las regiones de Donetsk y Lugansk, ha sido una provocación orquestada por los servicios de inteligencia occidentales y algunos miembros del gobierno ultraderechista de Kiev para poner a Rusia en una situación incómoda, aislarla en la medida que sea posible y proseguir con la escalada que apunta a la limpieza étnica de esos dos enclaves rusófonos, provocando de esa manera una reacción de Moscú que la ponga en la condición de estado trasgresor del orden internacional o incluso de estado delincuente (rogue state), al invadir esa región. Con las secuelas de sanciones, castigos económicos e incluso de hostilidades abiertas y tal vez generalizadas en Ucrania.

Esta es la hipótesis de mínima, pues cabe también la posibilidad de que el derribo del avión malayo no haya sido consecuencia de un proyectil tierra-aire sino del impacto de armas de abordo. Cada vez con más insistencia circulan los testimonios de un piloto comercial alemán que volaba cerca del avión siniestrado y de miembros de  que se encontraban en el lugar del hecho, quienes dicen haber visto a uno o dos aviones de caza detrás del MH17, a lo que se suman las observaciones de uno de los miembros de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) que visitó el lugar y que estima haber comprobado la presencia de orificios de proyectiles de cañón automático en la cabina de pilotaje del avión abatido. En cuyo caso cobraría más cuerpo la versión de que el incidente estuvo vinculado a una tentativa de asesinato de Vladimir Putin y su comitiva, que pasaba en vuelo por la misma zona más o menos a la misma hora.

Es un hecho que el régimen ucraniano –elegido con una concurrencia electoral que estuvo apenas encima del 40 por ciento y que nace de un golpe de estado apoyado por Estados Unidos- se está armando a toda prisa con armas provenientes de occidente y que no disimula su propósito de poner en pie de guerra a un ejército de 500.000 hombres para fin de año. El propósito ostensible de esta escalada es suprimir la rebelión en el Donbas, donde la rebelión cuenta con el respaldo ruso para evitar ser aplastada.

Vladimir Putin dejó pasar la ocasión de ocupar el este de Ucrania, como lo había hecho con Crimea, en el momento de la rebelión popular prorrusa. En ese instante pudo poner a la OTAN frente al hecho consumado y tal vez habría frenado provisoriamente el proceso de agresión que está en marcha contra su país. Ahora debe proceder de manera indirecta para no perder pie en la zona. Es posible que esa vacilación, si lo fue, haya sido determinada por el deseo de intentar un arreglo con occidente o por su percepción de que la opinión rusa no lo acompañaría en esa empresa, a pesar de la decisión de la Duma que lo autorizaba a ello. En vez de eso contemporizó y solicitó al parlamento que retirara la potestad que le había sido acordada. Putin necesita tiempo para modernizar a su país, terminar de tecnificar a sus fuerzas armadas y consolidar la alianza con China. Pero hay la sensación de que sus enemigos no se lo van a permitir. Esto nos pone ante un escenario peligrosísimo, pues existen límites cuyo sobrepaso Putin o el sistema de seguridad del Estado –de cuyas filas proviene el actual mandatario- no van a tolerar. Como por ejemplo el despliegue de misiles de la OTAN en territorio ucraniano. ¿O no nos acordamos de la crisis de 1962, a propósito de los “misiles cubanos”? Estados Unidos no vaciló en poner al mundo al borde de una guerra nuclear para disuadir a los soviéticos de plantar una amenaza directa frente a su territorio.

No estamos en 1962 y Rusia no es la URSS, pero convendría evaluar la magnitud de su reacción si entiende que se encuentra amenazada en su supervivencia como potencia de primer orden, capaz de gestionar sus intereses sin verse reducida al deplorable nivel en que se encuentran los países de la Unión Europea, que parecen haber perdido el sentido de su devenir histórico y cuya política no atina a separarse de la de Estados Unidos.

¡Qué distancia la que va de Charles de Gaulle a François Hollande!

 

Fuentes: Global Research, Foreign Policy Journal, Red Voltaire, Strategic Culture Foundation. 

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