Muchas veces se ha señalado que el vocabulario político moderno se ha convertido en una no-lengua al estilo de la imaginada por George Orwell, en la que todas las palabras que se enuncian significan exactamente lo contrario de lo que dicen. Estas semanas de acoso psicológico a Rusia de parte de Estados Unidos y la Unión Europea, de feroces bombardeos israelíes a la franja de Gaza y de catástrofes anunciadas para nuestro país por los profetas de la desgracia que se atrincheran en los monopolios de la comunicación, son ampliamente demostrativas de lo que decimos. Y aunque a veces se sienta la necesidad de desmontar una a una esas mentiras hay que convenir que eso es imposible, pues son demasiadas y resulta demasiado trabajoso y sobre todo esterilizante el hacerlo. Pero conviene siempre poner de relieve sus aspectos más grotescos y plantear el cuadro general en el cual se insertan, pues este es, en definitiva, lo que pone a las cosas en perspectiva y explica el terrorismo informativo que se desploma sobre el mundo.
Una de esas mentiras candentes y que tienen curso legal es la de que “Israel es un estado sitiado”. Los gobiernos israelíes han hecho de este mantra la justificación de su permanente política expansionista y de las prácticas colonialistas para suprimir las resistencias que se le oponen. Por una suerte de alquimia diabólica en la que entra en juego el complejo de culpa de los europeos por su responsabilidad en el Holocausto, pero sobre todo por la absoluta funcionalidad del estado israelí para con la política imperialista en el medio oriente, este sin sentido excusa las mayores atrocidades y nubla la evidencia de los hechos. Y cuando una periodista norteamericana –de la CNN para ser más precisos- se indigna por la actitud de los israelíes que se sientan a aplaudir los proyectiles que llueven sobre Gaza y se cobran centenares o miles de vidas inocentes, la empresa se apresura a sacarla del aire y a despedirla, en un claro ejemplo de respeto a la libertad de expresión…
El “estado sitiado”, armado hasta los dientes, poseedor de un arsenal nuclear no declarado, sistemático saboteador de todos los intentos de las Naciones Unidas por promover la paz con los palestinos, atizador del miedo entre su propio pueblo como expediente para tensarlo en un estado de alarma proclive a la agresividad permanente, se refocila –con peligrosa inconsciencia- en el respaldo de Estados Unidos, cuyos gobiernos una y otra vez endosan sus actos y no despliegan más que una genérica e hipócrita buena voluntad para reclamar beatamente –a veces- una reversión de esas conductas, cuando en realidad tienen totalmente a mano los expedientes con los que podrían frenarlas. Pero no tienen interés en hacerlo, en realidad, pues su objetivo está en la misma línea que el israelí. O, mejor dicho, el objetivo israelí está en la línea del propuesto por el imperialismo estadounidense, que fue, en definitiva, el padre de la criatura, por muy heroica que haya sido la epopeya de los fundadores del estado judío. Escapados de una Europa que los exterminaba, pronto reprodujeron con sus vecinos las prácticas de las que ellos mismos habían sido víctimas.
Irak
En el campeonato mundial de la mentira pocas ha habido más enormes que los inventos con que se basó la invasión angloestadounidense a Irak en 2003, seguida de una inacabable sucesión de desastres para ese infortunado país que era antes (a pesar de Saddam Hussein) un ejemplo de sociedad avanzada para los estándares del mundo árabe. A su propósito se podrían citar las palabras del fiscal general de los juicios de Nuremberg, Robert Jackson, quien definió su tarea como el juzgamiento del “supremo crimen internacional, que se diferenció de otros crímenes de guerra porque contuvo en sí mismo la capacidad diabólica de todos ellos”[i]. En Irak ha habido hasta ahora 700.000 muertos y cuatro millones de refugiados, y una guerra permanente que es el saldo de esa empresa montada sobre la mentira del armamento atómico de Saddam. Frente a esto el cine y la prensa norteamericanos no se cansan de magnificar el sacrificio de su nación para llevar la democracia a ese país bárbaro y de rasgarse las vestiduras por los 5.000 caídos propios en esa aventura geopolítica y petrolera. Y a propósito de este sacrificio bueno será señalar que en estos mismos momentos las nuevas reglas de inmigración de Estados Unidos están expidiendo a sus países de origen a muchos “latinos” que habían ganado su ciudadanía combatiendo en Irak. Su culpa: haber incurrido en “felonías” como pasar una luz roja o haber tenido un altercado con la autoridad…
Ucrania
La campaña mundial del infundio está tocando un pico en lo referido a Ucrania y en especial al derribo del avión de Malaysian Airlines. Con todo desparpajo se pasa por alto que la situación actual en ese país nace de un golpe de estado que derrocó a un presidente constitucional y que el actual fue consagrado en un acto electoral repudiado en la zona rusófona del país, donde ahora está en curso una guerra civil que opone a las milicias de Donetsk y Lugansk con los efectivos del ejército regular ucraniano. El avance de la OTAN hasta las mismas puertas de Rusia es silenciado y los argumentos que sirvieron para intervenir militarmente y forzar la última escisión de la ex Yugoslavia –la pretensión de autonomía de los albaneses en Kosovo- parecen letra muerta frente al deseo que expresan los habitantes del oriente de Ucrania en el sentido de unirse a la Federación Rusa o de al menos de formar un estado o una región autónoma, independiente del gobierno de Kiev. Este se encuentra formado, en muchos de sus estamentos, por sujetos poco recomendables, neonazis y antisemitas, sostenidos por las formaciones paramilitares que han sido respaldadas y entrenadas por la CIA o por las agencias de seguridad del estado polaco.
Argentina
En nuestro país la campaña de terrorismo psicológico montada alrededor del tema de los fondos buitres es expresiva de la degradación que sufre la verdad a manos de los medios masivos de comunicación y de figuras del espectro político cuyo servilismo para con el imperio raya a tan alta cota que son incapaces de formularse una idea de la realidad así sea medianamente afincada en nuestro propio suelo. Los medios airean sus opiniones y las de los “expertos” en economía que hundieron a Argentina en la noche de los ’90, cuando culminó el proceso de decadencia nacional inaugurado en 1955, profundizado en el 1976 y rematado en las gestiones de Menem y De la Rúa. Impresentables como Broda, Espert, Melcolnian, Redrado, Cavallo y otros pontifican sobre los hipotéticos desastres que acarrearía un nuevo “default” en el caso de que no se les pague a los fondos buitre, pero no dicen una palabra de las atroces consecuencias que las políticas de endeudamiento sistemático, sostenidas o promovidas por ellos, tuvieron para el país, ni ponen de manifiesto lo que supondría un pago directo, que acarrearía la posibilidad de gatillar la cláusula RUFO e incrementar la deuda por ellos generada en cien, trescientos o quinientos mil millones de dólares. No se acuerdan de señalar que fue precisamente cuando Argentina “defaulteó” que comenzó la recuperación de su economía, cosa que, mal que bien, nos ha reinsertado en el mundo. Es decir, en el mundo real, que es un ámbito mucho más ancho que la cueva de Wall Street y donde se mueven actores como los BRICS, el MERCOSUR y las potencias emergentes como China y Rusia, capaces de sobrellevar el ataque del imperialismo occidental y de hacerle frente, si es necesario, con las armas en la mano.
En cuanto a los actores políticos y los comunicadores que les hacen coro, los Macri, Carrió, Massa, Mariano Grondona, Nelson Castro, Leuco y Lanata, entre otros, ¿qué puede decirse? Que son oportunistas irresponsables en algunos casos, en otros traidores pagos y, en unos cuantos más, expresión directa del poder imperial en Argentina, en contubernio con el cual organizaron a la nación como entidad dependiente de un poder externo. Como el presidente de la Sociedad Rural, pongamos.
El problema de fondo es que Argentina sigue siendo un país semicolonial, a pesar del gran salto adelante significado por el primer peronismo y de los intentos de renacionalización de las gestiones kircheneristas. Cuyas timideces e inconsecuencias son, al menos en parte, fruto precisamente de esa condición de subordinación psicológica. Porque sólo esto puede explicar que, ante la hinchada indignación de Elisa Carrió o de Margarita Stolbizer, que comparan la lucha contra los fondos buitre a una malvinización de la política argentina, algunos kirchneristas interpreten esa palabra en el mismo sentido derogatorio que le prestan quienes la emiten para descalificar al gobierno. ¡Ay, muchachos de 6, 7, 8, cuánto les falta para entender que la realidad es contradictoria y está llena de matices! Sin su abominado general Roca, por ejemplo, de quien uno de sus invitados deseaba desapareciese la imagen en los billetes, este país probablemente estaría fragmentado en una factoría agrícola ganadera en el litoral y centro del país, un noroeste sin volumen político y una Patagonia anglo-chilena…
Pero, dejando de lado la historia eventual y ciñéndonos a la real, y al país de veras existente, la orgía de idioteces y canalladas pronunciadas en tono magistral por los exponentes del establishment pone de manifiesto que la lucha recién empieza y que es necesario crear las políticas educativas para impedir que su jerga orwelliana, su lengua de palo y su capacidad sofística sigan trabando la manifestación de las posibilidades reales del país. No sólo para que este viva en un marco global que supere al encuadre que lo ha atado hasta ahora, sino para que se entienda a sí mismo. Ello sólo será posible si se enfrenta al enemigo interno con las ideas y con las políticas instrumentales que harán que estas fructifiquen. El enemigo interno es peor que el externo, pues corroe la capacidad de resistencia desde dentro.
Es necesario que la predisposición a considerarnos una nación dependiente y subordinada deje de aparecer como un hecho natural, y que se haga válida una noción de pertenencia fundada en nuestra historia, que se confunde con la historia de Suramérica y con la de los países que padecen o han padecido el yugo colonial o semicolonial. La industrialización, la integración y la batalla por la cultura deben ser los pivotes sobre los que gire la nación en un círculo que dejará de ser, por fin, un círculo vicioso, para transformarse en una espiral ascendente.
Nota
[i] Citado por John Pilger en “Orwell alive in Palestine, Ukraine”, Asia Times, julio 22 de 2014.