La reunión de mandatarios del BRICS, la UNASUR y la CELAC en Brasilia ha implicado un hecho de notable envergadura, indicativo de una evolución global que, si no es interrumpida por una catástrofe, está en vías de cambiar el mapa económico y político del planeta. En este encuadre el apoyo brindado a nuestro país ante la emboscada de los fondos buitre cobra una dimensión especial; pero el sentido del encuentro excede por mucho este episodio, que no es otra cosa que la evidencia de la naturaleza depredadora de la especulación financiera. En sí mismo ha sido sobredimensionado tanto por los tenedores de holdouts como por el entramado de canallas u oportunistas que pululan en la Bolsa y en los monopolios de prensa de nuestro país.
El encuentro de Brasilia ha supuesto la apertura de un diálogo entre los BRICS, que en conjunto superan el 25 por ciento del Producto Interno Bruto del mundo, con una región suramericana en desarrollo provista de enormes recursos y en curso de integración. El hecho central del encuentro fue la creación de un Banco de Desarrollo y de un fondo monetario bautizado como Acuerdo de Reservas de Contingencia. Las dos instituciones podrían ser calificadas como las alternativas a la pareja institucional surgida de los acuerdos de Bretton Woods y auspiciada por Estados Unidos: el Banco Mundial y el FMI. El Banco de Desarrollo estará dotado de un capital inicial de U$S 50.000 millones y habrá 100.000 millones más para el fondo. Su propósito sería fomentar la inversión productiva no sólo en los países del BRICS sino entre los estados emergentes.
Es evidente que la existencia de esas dos instituciones ayuda a allanar el camino a la formación del Banco del Sur, una de las aspiraciones de Venezuela y de los países fundantes del MERCOSUR. Entre los principios constitutivos de las dos organizaciones lanzadas en Brasilia está el deseo de elaborar una visión diferente del desarrollo social y de la cooperación económica que, de prosperar y no tergiversarse, fundaría un sistema de relaciones internacionales mejor que el impuesto hoy desde el centro mundial, basado en la especulación, en la entronización del beneficio como principio absoluto y en la usura.
La cumbre de Brasilia ha sido entonces muy alentadora. Pero al mismo tiempo debe hacernos tomar conciencia de las amenazas que pueden desprenderse de su propio éxito. Y de la necesidad de apurar el paso fortalecer este esquema de desarrollo antes de que sea tarde. El sistema neoliberal o neoconservador (que sería la denominación más apropiada) expresa la punta más extrema del capitalismo químicamente puro. Su objetivo es la apropiación del máximo beneficio por el capital financierizado a costa del saqueo no solo de la parte más deprimida del mundo, a la que estrangula con el servicio de la deuda, sino también de su sector más desarrollado a través de la abolición de las normas del Estado de Bienestar y de la fragmentación social apuntada a disgregar el sentido de pertenencia nacional. Se exalta el derecho a la transgresión, al particularismo y a la etnicidad en detrimento de los valores que sustentan la solidez del Estado. De un lado tenemos entonces una búsqueda de la disgregación y la postración de las energías nacionales, y del otro hay un intento por articular el mundo en un esquema que multiplique las oportunidades de desarrollo en un escenario multipolar. Son dos tendencias capitalistas enfrentadas. En la lógica de la lucha por el poder, esa confrontación puede llevar a las contingencias más inesperadas y fatales, en especial por el carácter irresponsable de la primera de ellas.
El derribo del avión de Malaysian Airlines
Lo que está pasando en el Medio Oriente y sobre todo lo que está aconteciendo en Ucrania en estos mismos momentos es una demostración de los gravísimos riesgos entre los que circula el mundo. El derribo de un avión de Malaysian Airlines con 295 personas a bordo sobre el territorio de Ucrania en momentos en que su gobierno está reprimiendo a la insurgencia prorrusa en el este de ese país, se reviste de tintes especialmente dramáticos. En una primera instancia el hecho pareció incomprensible. ¿Por qué derribar un avión de pasajeros? En el momento en escribimos estas líneas en Rusia está aflorando una hipótesis terrible: el disparo del misil que impactó al avión malayo habría estado dirigido al avión que transportaba al presidente Vladimir Putin de regreso a su país, luego del encuentro celebrado en Brasilia. Los aviones tenían un perfil similar, volaban en el mismo corredor, viajaban a una altura aproximada y el momento del impacto antecedió o se produjo poco después del sobrevuelo de esa zona por el avión presidencial ruso.
Si esto fuera así se trataría de un casus belli con todas las letras y podría ser aprovechado para desencadenar una operación rusa en Ucrania oriental, por lo menos. Es dudoso que vaya a suceder esto, porque hasta aquí Moscú se ha esforzado por todos los medios de buscar un arreglo para el contencioso y no desea verse involucrada en un conflicto que haga aún más ríspida su relación con la OTAN. Pero el episodio en sí mismo demostraría hasta qué punto los imponderables de la situación ucraniana amenazan la paz mundial y plantearía al gobierno ruso una pregunta acuciante: ¿hasta cuándo podrá seguir conservando el perfil bajo frente a la agresiva política que occidente practica a sus puertas?
El gobierno ucraniano y los insurgentes se echan mutuamente las culpas por el disparo, pero hay un hecho que es evidente: los prorrusos no disponen del armamento necesario para derribar un avión a esa altura, mientras que el ejército ucraniano cuenta con misiles BUK –según fuentes rusas una unidad de este sistema antiaéreo fue detectada en Donetsk- que pueden alcanzar blancos a mucho más de 10.000 de altura. Vladimir Putin no vaciló en acusar al gobierno de Kiev por la responsabilidad en el incidente, aunque hasta aquí se guardó de aludir a la hipótesis de un atentado contra su persona. Los medios de prensa occidentales –Euronews, por ejemplo- están dando espacio a la hipótesis contraria, poniendo en el aire las denuncias del jefe de los servicios de inteligencia ucranianos en el sentido de haber interceptado comunicaciones entre militares rusos e insurgentes que hablarían de su corresponsabilidad en el atentado…
Lamentablemente la brutalidad y la irresponsabilidad que se pone de manifiesto en un hecho de estas características, está lejos de ser un fenómeno aislado. El ejército israelí acaba de comenzar la invasión terrestre de Gaza. Sus objetivos son deliberadamente imprecisos. No puede saberse hasta dónde se propone llegar, si se trata de una operación limitada dirigida a destruir los túneles que según los israelíes sirven a los “terroristas” de Hamas para penetrar en territorio israelí, o si se trata de una operación de gran envergadura que se propone acabar con ese movimiento político-militar y, de paso, promover una fuga masiva de los habitantes de la zona que libere ese espacio para la colonización judía.
La coyuntura global aparece cada vez más cargada de elementos que potencian la virulencia de los enfrentamientos. Nada bueno puede salir de este curso, que es dinamizado sobre todo por el bloque que siente amenazada su supremacía económica y monetaria, y que trata de contrabalancear esta relativa decadencia con el recurso a la militarización de la política global. Ucrania, Gaza, Irak, Siria, para no hablar de otros escenarios repartidos entre el África y el Asia, son fenómenos que se conectan a pesar de su aparente desemejanza. Las crisis del capitalismo han tendido siempre a buscar una salida bélica a las tensiones y, en la medida en que estas se acrecientan, la tentación militar, la planificación con miras a sustentar esta y los imponderables que pueden surgir de la contingencia, se convierten en factores que en cualquier momento pueden salirse de madre. En junio de 1914 Europa no estuvo consciente de las consecuencias que se iban a desplomar sobre ella en el momento del asesinato de Sarajevo. Sin embargo, a un mes de un incidente que parecía no habría de rebasar las dimensiones de otra riña balcánica, el mundo entero corría a las armas.
Seguramente el derribo del avión de Malaysian Airlines no nos llevará a un igual desenlace, pero la ruta que recorremos no difiere demasiado de la que se caminó por aquel entonces.